En mis estudios de bachillerato tuve la gran suerte de tener una profesora de latín y griego que me hizo descubrir un mundo nuevo. No es que desconociera por completo ese pasado de la antigüedad de los griegos, romanos, y otros pueblos aún más remotos: había visto algunas películas, aquellas superproducciones de Hollywood, las de romanos, y también la contraofensiva italiana del péplum. Importante también fue el descubrimiento un día en una librería de Dioses, tumbas y sabios de C. W. Ceram, para comprobar que la búsqueda del pasado había tenido una serie de investigadores y aventureros que fuera de la ficción empequeñecían al famoso arqueólogo con látigo y chupa de cuero. Pero fue Eva quién nos hizo leer, tanto a mi como a mis compañeros, fragmentos de La Odisea de Homero y obras teatro de Sófocles, y lo más importante sabia motivarnos. Una cosa me llevó a otra y decidí leerme la Odisea de principio a fin y descubrí que estos griegos de hace más de dos milenios, con su debida contextualización, tenían inquietudes muy parecidas a las que podemos tener todos en nuestros días. Hoy no aprobaríamos a Ulises y su grupo de combate por sus fechorías en Troya, pero no puedo dejar de empatizar con ellos cuando en su regreso a casa todo son dificultades. De alguna forma esa es la consecuencia de sus actos. Los dioses a fin de cuentas cumplían una función psicológica, como la de cualquier religión, pero a diferencia de las monoteístas, mucho más rica y diversa. Siempre estaré en deuda con Eva, y también con otros profesores, que me permitieron formarme durante esos años en un camino serpenteante por el que sigo transitando desde entonces.
Escribo estas líneas porque recientemente he leído El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo de Irene Vallejo. Escuche hablar de este libro por primera vez en casa de un amigo que me dijo que era de lo mejor que se había escrito en los últimos años. Le hice caso de aquella manera, porque lo que le gusta a uno no tiene por qué gustarme a mí, y porque tengo prejuicios sobre la literatura reciente que comúnmente sigue pautas culturales que nos quieren imponer una determinada concepción del mundo, pero decidí probar y me hice con un ejemplar. Lo que nos ofrece Irene Vallejo es el relato de aquellas personas que inventaron la escritura y su plasmación en un soporte duradero, primero en tablillas de arcilla, luego en papiro, pergamino, y finalmente en papel, hasta llegar a los libros que todos conocemos. Es un relato de supervivencia entre las dificultades tanto del libro como de nosotros mismos, y esto como historiadores ya debería resultarnos suficientemente atractivo, porque la historia se inicia con los primeros documentos escritos. El ensayo se inicia con la búsqueda de libros de los enviados de Ptolomeo y sus descendientes para la Biblioteca de Alejandría, el primer gran proyecto de recopilación de todo el conocimiento conocido, en un mundo que años antes Alejandro Magno no sólo conquistó a sangre y fuego, sino que impuso la cultura griega a infinidad de pueblos desde el Mar Egeo hasta los confines del Hindú Kush: a esto lo llamaron el helenismo.
Me reencuentro con Heródoto con su Historia, el que por primera vez decidió no sólo explicar como era su tierra sino la de otros pueblos, con una mirada hacía el otro que mucho después aplicaría también el historiador y periodista Rysard Kapuscinski en sus libros después de cubrir para la Agencia Polaca de Prensa no sólo conflictos armados y golpes de Estado, sino también la aparición del Tercer Mundo. El polaco, como no podría ser de otra manera, llevaba siempre consigo un ejemplar de la Historia de Heródoto. Porque no nos engañemos en nada, un buen periodista debe de conocer mucho la historia de aquello que está explicando, esta es la única forma de contextualizar lo que queremos comunicar a los demás, si pretendemos no sólo que cualquiera conozca algo determinado, sino que lo llegue a entender. El camino inverso también es necesario: como historiadores no podemos quedarnos en un hecho determinado desconectado totalmente de nuestro presente y comunicarlo de una forma exclusivamente académica, si hacemos eso no sólo llegaremos a un público muy limitado, sino que además estaremos expulsando a demasiada gente de una profesión ya de por si infravalorada y maltratada por la sociedad de consumo. Es necesaria por lo tanto la divulgación y la didáctica.
Pero hablábamos de Irene Vallejo y volvemos a encontrarnos con unos griegos que inventaron algo tan extraño como la Filosofía. Los griegos pasaron del mito al logos intentando explicar cómo era el mundo en el que les había tocado vivir más allá de las explicaciones sobrenaturales. Fue en la ciudad de Éfeso en la Jonia donde Heráclito afirmó aquella máxima de «no te bañaras dos veces en el mismo rio», porque, efectivamente, el agua fluye y ya no es la misma. Parménides de Elea en la Magna Grecia, la Sicilia colonizada, nos dice justo lo contrario, es decir, que lo que «existe no puede dejar de existir», y, por lo tanto, también, lo que «no existe nunca puede existir». Estos griegos, rodeados de gobiernos despóticos, inventaron una forma de gobierno inédita que llamaron democracia. Por primera vez se propusieron que las decisiones que tenían que ver con su comunidad fueran tomadas por sus propios ciudadanos: es decir aquellos que no fueran esclavos, metecos extranjeros, o mujeres, iniciaron un camino que mucho después se incorporaron nuestros antepasados, y que, desde una perspectiva histórica, por todo aquello que sucedió después, no deja de sorprendernos. Entonces aparece Platón. A este filosofo que no le gusta mucho a Irene Vallejo debemos al menos cuatro cosas: el mito de la caverna, Sócrates, la Academia, y la República.
Supongamos que tu existencia es la de una persona encadenada en una caverna que sólo puede ver la sombra proyectada por el fuego de una hoguera en las paredes de todo aquello que es real. Tú estás obteniendo un conocimiento aparente pero no real de las cosas. Si llega el momento de tu liberación podrás ver que el mundo es muy diferente al que habías pensado. Habrás pasado de la ignorancia al conocimiento. Entonces tendrás el dilema, nos dice Platón, de explicarles a tus compañeros como es el mundo realmente, o abandonarles. Sócrates tenía un cometido: hacer dudar de todo a todo el mundo. Se entretenía en neutralizar a los sofistas, aquellos que sabían de todo y ofrecían soluciones fáciles y falsas a los problemas complejos a través de sofismas, llegando a afirmar que la única certeza que tenía era que «solo sé que no sé nada». En cuanto a la Academia, fue una de las primeras escuelas para aquellos que se lo pudieran permitir. Sin embargo, la solución que ofrece Platón para la sociedad en su República es la de un Estado clasista piramidal muy alejado de la democracia en la que la base es el pueblo, vigilado por el estamento militar, y gobernado por los filósofos. Aristóteles fue preceptor de Alejandro Magno, y durante mucho tiempo se ha debatido si fue uno de los precursores de la Biblioteca de Alejandría. Fue el inventor del término medio y la moderación, pero no debemos obviar que en su libro de Política también justificaba la esclavitud.
El mundo griego en términos económicos y culturales se expandió por todo el mundo conocido, primero por las expediciones colonizadoras, y luego por las conquistas militares de los macedonios. Pero a la muerte de Alejandro Magno los sucesores entraron automáticamente en conflicto. Nunca hubo nada parecido a un Estado griego ni tampoco un Imperio unificado después de Alejandro. Pero la cultura permaneció, y el pueblo que más hizo por mantenerla, por imitarla, y mejorarla, fue el de los romanos. La cuestionable virtud de Roma, creada como una aldea de aluvión de expatriados y pendencieros, que no dudaba en secuestrar mujeres, fue la de poner en marcha un Estado administrativo unificado que llegó a conquistar con sus legiones -y mantener, esto es lo importante- durante siglos un Imperio que bautizó al Mar Mediterráneo como Mare Nostrum. Los romanos como satirizan los judíos del Frente Popular de Judea en la película de La vida de Brian trajeron el acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la irrigación, la sanidad, la enseñanza, los baños públicos, el orden público, y la paz. El problema, para nuestra forma de ver las cosas, es que este sistema tenía en su base económica y social la esclavitud. Stanley Kubrick en su Espartaco, basada en la novela de Arthur Koestler, y a su vez en hechos históricos que pusieron en aprietos a Roma, nos lo explica bien. Como sabemos, la esclavitud, no fue patrimonio de los pueblos de la antigüedad, y a lo largo de la historia sigue vigente bajo nuevos parámetros, o igual de brutales, hasta nuestros días. Esta Roma que se inicia con la fundación de Rómulo, la creación de la República, el asesinato de Julio Cesar en los Idus de Marzo de 44 a.C., después de que este cruzará el Rubicón y tomara el poder totalmente, y el Imperio de Augusto, fue también la que con el edicto de Caracalla extendió la ciudadanía romana a millones de habitantes en todas las provincias del Imperio.
Roma dio un paso más a la supervivencia de los libros a través de las copias a mano cada vez más abundantes de papiros y luego los primeros códices, empezaron a aparecen también cada vez más autores, algunos de ellos con dedicación exclusiva. Podemos decir que los romanos popularizaron los libros. Los romanos también -importantísimo- empezaron a crear bibliotecas públicas, muchas de ellas en baños públicos, hoy diríamos centro de diversión, que acercaron los libros al gran público. Por no dejar de mencionar que los seguidores de la religión emergente, el cristianismo, terminaran por plasmar su fe en el Nuevo Testamento, en función de los evangelios que deciden en el Concilio de Nicea, que se sumaran al Antiguo Testamento, del que los judíos siguen aceptando sus primeros cinco libros en lo que llaman la Torá. El mundo estaba cambiando y esa nueva religión que hablaba de igualdad y de amor al prójimo cuando tocó poder demostró ser muy intolerante con las creencias y el conocimiento de los demás. Una de las destrucciones de la Biblioteca de la Alejandría se produce en medio de las peleas entre cristianos y paganos de la que la muerte de Hipatia, popularizada por Alejandro Amenábar en su película Ágora, fue una de sus consecuencias. Después de la conversión de Constantino al cristianismo y la adopción por Teodosio en el año 380 como religión del Estado se completa un ciclo que se inicia con la supuesta muerte en la cruz de Jesus de Nazaret y que sigue aún operativo con el Papa Francisco.
La mujer en toda esta historia, aunque Irene Vallejo le presta su debida atención, la mayoría de las veces no tiene un papel protagonista en la literatura porque el mundo antiguo como lo fue el que siguió después, prácticamente hasta la Revolución francesa, fue un mundo dominado por los hombres. Cleopatra, la última gobernante de la Dinastía Ptolemaica, que recibió la mejor educación y tenía una facilidad para las lenguas, fue la excepción. Mientras en el mundo griego despunta la figura de Safo, que llegó a tener un grupo de seguidoras, en el mundo romano no encontramos apenas a ninguna. Hecho que no excluye que las mujeres de clase alta en Roma recibieran una buena educación para posteriormente educar a sus hijos, o que algunas por su parentesco tuvieran un gran poder de influencia.
Si la decadencia del mundo griego fue paulatina y los romanos lograron salvar su cultura la caída del Imperio romano fue más traumática. Se ha señalado que una de las razones fueron las invasiones de pueblos barbaros, otra la adopción del cristianismo, y otras más precisas en la atomización de las provincias bajo entidades de poder más locales, que con el paso del tiempo darán lugar a los señores feudales. El caso es que la cultura, y en concreto la producción de libros, disminuye notablemente. Serán de ahí en adelante los monasterios y las abadías, como aquella que nos expone Umberto Eco en El nombre de la rosa, los que tomaron el relevo en un trabajo de salvamento de todo aquello que se ha podido conservar de la destrucción. Pero recordemos que en esta obra se habla de un supuesto libro sobre la risa de Aristóteles por el que mueren personas y por el que se mata porque cuestiona el miedo a Dios, poniendo el riesgo el poder de la Iglesia. Esto es ficción, pero es un hecho que durante la Edad Media y otros momentos históricos no tan lejanos en el tiempo se han censurado libros peligrosos, la odisea de Salman Rushdie en tiempos recientes por sus Versos satánicos, es justamente esto. La cultura de la cancelación o la reedición de clásicos adaptados a los nuevos tiempos para no herir susceptibilidades, y de paso ampliar mercado, me temo que forma parte de lo mismo. La Edad Media es por esta y otras razones que se ha conocido como una etapa oscura para la humanidad, pero durante este tiempo se producirá una remontada, que hace posible el Renacimiento -vuelta a los clásicos-, donde Johannes Gutenberg inventa la imprenta en 1450, y se produce una verdadera revolución por la multiplicidad de copias, y más tarde la Ilustración de la que todos somos hijos.
Este mundo antiguo que nos trae Irene Vallejo, todo un éxito comercial del que para mí hasta hace pocas horas desconocía su alcance con más de cuarenta nuevas ediciones en multitud de lenguas y un millón de libros vendidos, nos permite conocer mejor los orígenes de nuestra cultura a través de la columna vertebral que son los libros y las personas que hay detrás de ellos, hombres y mujeres que nos han legado nuestra historia. Testimonios de nuestro pasado, verdaderas maquinas del tiempo, que nos permiten viajar al pasado, al futuro, a otras latitudes, y comprender mejor el presente. Todo un soplo de aire fresco que no podéis dejar escapar.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 1 Mayo 2023.