Si decides leer El péndulo de Foucault de Umberto Eco lo más probable es que estés condenado a abandonarlo por considerar su lectura demasiado difícil o hasta una tomadura de pelo. Incluso pedante. Esto te llevara probablemente a decir que es un mal libro. Pero ese es tu problema. Si no lo hubieras abandonado entenderías que puedes seguir su trama sin problemas, y que todo aquello que te es difícil por tu falta de conocimientos, entenderías que es muy interesante y enriquecedor, pero también accesorio. Forma parte del Plan. Y el Plan es una conspiración. Es una revelación. Es un misterio. Es una abominación. Una ficción de tres personas que trabajan en una editorial que ellos mismos dejan claro que es una invención creada a partir de innumerables textos mezclados por la analogía y un ordenador personal. Por lo tanto, no tienes excusas para hacer esta lectura.
Mereces que te cuente de que va todo esto. Umberto Eco, después de su aclamada obra El nombre de la rosa, llevada magistralmente al cine por Jan-Jacques Annaud en 1986, decide abordar el mundo de las sociedades secretas a lo largo de la historia de una forma poliédrica, mostrándonos diferentes caras sobre la cuestión, y crítica, llegando a ser mordaz cuando nos dice claramente que no hay en absoluto ningún secreto. Esto no quiere decir que no existan las sociedades secretas en las que sus miembros creen ciega y acríticamente, y todos aquellos que una vez que éstas han desaparecido quieran descubrir cuales son sus secretos. No hay mejor punto de partida que la creación de la orden de los Templarios, cómo un pequeño grupo de nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payns, que llega a Tierra Santa con misteriosas intenciones instalándose en lo que queda del Templo de Salomón (de ahí su nombre). Luego llegó la transformación de la orden en un verdadero Estado multinacional que enviaba ejércitos a luchar en la cruzada contra el islam, que promovió el Papa Urbano II para defender a los peregrinos que iban a los lugares santos y en auxilio del Imperio bizantino de Alejo I, y de paso establecer una serie de reinos cristianos en la zona. Y su inmenso poder en posesiones y con la creación de la banca moderna que concedía préstamos a las monarquías europeas. Todo esto acabó mal. Un final trágico que llega cuando el Rey Felipe IV convence al Papa Clemente V para que termine con ellos, ordenando la detención de todos sus miembros, acusándoles de todo tipo de tropelías, y sellándose su final con la quema en una hoguera delante de la Catedral de Notre Dame de Paris de su gran maestre Jacques de Molay.
No es menor tampoco el papel, o quizá deberíamos decir el no papel, de los templarios y la cruzada contra los cataros -los cristianos puros- en el sur de Francia, cuando estos son defendidos por sus nobles, que a su vez son vasallos de los nobles catalanes y aragoneses, y los nobles franceses y el Papa Inocencio III deciden destruirlos para apoderarse tanto de sus almas como de sus tierras. Pero El péndulo no va exactamente de esto sino de la supuesta maldición que Jacques de Molay lanzó en su hoguera y de sus herederos intelectuales. Y esto es un verso libre. La realidad histórica nos dice que los templarios en Francia fueron masacrados y los que se encontraban en otros lugares disueltos, para terminar por incorporarse a otras ordenes monásticas militares: en España se fueron a las órdenes de Alcántara, Montesa y Calatrava. De ahí en adelante se les pierde la pista. Las habladurías, que tienen mucho de mito y leyenda, hace que los rosacruces si existieron alguna vez fueran sus herederos, cómo también lo habrían sido los masones… Da igual que sepamos que la masonería la crearon unos cuantos ingleses en una taberna cuando decidieron unir sus diferentes logias y crear la Gran Logia de Inglaterra, ellos mismos aunque no mencionen a los templarios se remontan a los albañiles y canteros medievales -de ahí la palabra masón-, es decir la masonería operativa, que habría recopilado un saber y conocimiento que se remontaría al templo de Hiram, constructor del Templo de Salomón en Jerusalén, que no es otro que aquel templo al que llegaron los templarios.
Y que decir de los alquimistas. Me viene a la memoria ahora mismo uno de los personajes centrales de Notre Dame de Paris de Victor Hugo. En realidad, todo esto es muy atractivo porque podríamos escribir una historia de Europa desde aquella supuesta maldición de Jacques Molay hasta el advenimiento de las revoluciones atlánticas -una leyenda más dice que un revolucionario francés cuando le cortaron la cabeza a Luis XVI en 1793 gritó «Jacques de Molay ha sido vengado»-, que llevaron a cabo las nuevas clases mercantiles con el apoyo decisivo de las masas de unos pueblos hambrientos y exhaustos, y que rompieron el corse de las monarquías absolutas y nos trajeron la democracia. Y esto sucedió de una u otra manera a ambas orillas del Atlántico. No es menor tampoco la aventura en Brasil de Casaubon donde expone la mezcla cultural y el sincretismo religioso. Todo es nada. Pero todo esto cómo nos dice una y otra vez Casaubon forma parte del Plan, y el problema, aunque haya elementos que indiscutiblemente son ciertos, es que fue creado por él y sus amigos Jacobo Belbo y Diotallevi, para llevar a cabo una operación editorial de grandes proporciones con un montón de autores autofinanciados que les interesan estos temas -cuanto más mágicos y esotéricos mejor- que finalmente terminan creyéndoselo a pies juntillas. Y ahí radica el problema. Su creación ha tomado vida propia y traerá consecuencias que aquí no desvelaremos. Este plan lo han creado con similitudes, casualidades, analogías, que explican todo de la manera en que nosotros queremos que sea explicado. Es un método infalible y hoy con la popularización de Internet entre la mayoría de población lo ha demostrado una vez más a una escala mucho mayor con las teorías de la conspiración.
No voy a negar que las conspiraciones existan porque es tan absurdo como decir que en este mundo que tenemos todo se explica por la suerte -o mala- y las casualidades. Existen pues las causalidades, los acuerdos de todo tipo, pero tenemos que ir con mucho cuidado, porque empezamos sensatamente a cuestionar vacíos de información y conocimiento, con la existencia efectivamente de probables planes urdidos para el beneficio de unos cuantos, pero podemos terminar aceptando y defendiendo las teorías de la Tierra Hueca y el Hielo Eterno de los nazis, o en nuestros días la Tierra Plana y los Reptilianos. Es más, debemos prestar atención que la propagación de estas teorías a lo largo de la historia tenían como finalidad muchas veces la persecución de personas o colectivos de personas: desde la Inquisición con las causas de brujería que asesinaba a mujeres o hombres de ciencia hasta el Tercer Reich que terminó asesinando a los judíos. Resulta inquietante que vivíamos en un mundo en que la política -el mejor de los inventos que ha hecho posible no sólo la democracia sino el que vivamos en unas sociedades prosperas y libres- es atacada desde posicionamientos radicales que se parecen mucho -por lo que dicen y hacen- a aquellos que en un momento dado lograron destruirla. De ahí que debamos cuidar mucho nuestro imperfecto sistema democrático, con la necesaria crítica y cuestionamiento que queramos, pero con el debido cuidado de no echarlo a perder, porque la alternativa, dejando el romanticismo anarquista de un lado que tiene su explicación y no niego que funcionaria en momentos puntuales, la historia nos demuestra que ha sido peor. De todo esto va también El péndulo y si esto te preocupa es una razón más para que lo leas.
En cualquier caso, en mi última lectura de El péndulo nada de esto es lo que más me ha interesado. Y tratare de explicarme. Jacobo Belbo es un editor que no ha publicado nunca nada, pero escribe para él mismo, probablemente de una forma terapéutica. Lo hace fabulando sobre el Plan, pero también sobre su pasado, lo hizo antes y lo hace entonces. Rememora sus años de niñez y juventud en un pueblo del Piamonte cuando se entretiene con una pandilla y quiere tocar una trompeta en una orquesta para que su primer amor platónico se fije en él. Jacobo vive en la Italia fascista de Mussolini en la que todos los periódicos que encuentra dicen las mismas cosas, pero cuando los partisanos vencen descubre que cada periódico dice cosas distintas y de diferente manera: Jacobo ha descubierto que es la democracia. Pero hablábamos de la trompeta. Parece algo inalcanzable hasta que un día unos partisanos piden que alguien toque esta trompeta para conmemorar a los caídos en el combate, y al estar indispuesto el trompetista oficial, él da un paso adelante y por primera vez hace sonar el instrumento. Jacobo Belbo el resto de su vida será una persona de gran inteligencia y conocimientos, el mejor en su trabajo de editor, pero siempre estará insatisfecho, sobre todo por fijarse en las mujeres que no debe y que para él son inalcanzables. Su vanidad al final le meterá en problemas. Pero Jacobo, como bien dice Casaubon, no fue consciente que ese momento en que toca la trompeta a los partisanos fue realmente su momento, y sólo por eso su vida ya tuvo un sentido.
Esta es la historia que Casaubon nos cuenta escondido en el Museo de Artes y Oficios en Paris, donde se encuentra efectivamente uno de los péndulos de Léon Foucault -el otro se encuentra en el Panteón-, tratando de ordenar sus pensamientos desde que un día fue requerido para colaborar en la editorial Garamond mientras elaboraba su tesis doctoral sobre el proceso de los Templarios. Y que en una nueva interpretación -hice una anterior hace unos años, pero no la encuentro muy acertada- he querido traeros aquí con la intención no tanto de que leáis el libro -aunque lo he dicho en varias ocasiones- sino de que penséis y cuestionéis este mundo que hoy tenemos en el que siempre habrá personas que tienen poder -o aspiren a tenerlo- beneficiándose de nuestra ignorancia para vivir a nuestra costa y -en el peor de los casos- terminar con nuestros derechos y libertades. Si has leído hasta el final espero no haberte defraudado.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 29 Octubre 2022