El 30 de abril de 1945 se suicidaba Adolf Hitler en su búnker en Berlín. El 7 de mayo el Ejército alemán del Tercer Reich se rinde incondicionalmente a los aliados. La guerra en Europa se concluía dejando un saldo de millones de muertos, ciudades arrasadas, millones de refugiados, y economías destrozadas. Poco después se concluiría la guerra en el Pacifico con el lanzamiento de las bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki dejando atrás un escenario no muy diferente. Había algo que recordar y cada sociedad que sufrió las consecuencias de la guerra lo hizo de una determinada manera en un momento determinado. Keith Lowe, el historiador que nos habló de la postguerra en Europa en su aclamada obra Continente salvaje, y las consecuencias para el mundo entero en El miedo a la libertad, en su último trabajo publicado, Prisioneros de la historia, se arriesga para traernos toda una serie de monumentos, hoy muchos de ellos cuestionados, que fueron creados alrededor del mundo para conmemorar la Segunda Guerra Mundial, bajo las categorías de los héroes, los mártires, los monstruos, el apocalipsis, y el renacimiento.
Los héroes son aquellas personas que arriesgaron su vida por la de los demás, o al menos hacia una causa bajo unos ideales en la que sus actos indican que formaron parte incuestionablemente, la compartieran por entero o resignadamente. Esto es lo que pasó con los que formaron el Ejército rojo que combatió a los alemanes en la ciudad de Stalingrado (hoy Volgogrado) que Jean Jacques Annaud inmortalizó en la película Enemigo a las puertas. En la batalla de Stalingrado, que los alemanes iniciaron para abrirse camino hacia las fuentes energéticas del Cáucaso, murieron centenares de miles de soldados y significó un punto de inflexión en la guerra. Hasta ese momento los alemanes se habían introducido en el inmenso territorio de la Unión Soviética masacrando poblaciones enteras, pero después de Stalingrado los soviéticos, que bautizaron la guerra con el nombre de Gran Guerra Patria, devolvieron el golpe hasta alcanzar el corazón del Reich y alzar la bandera roja en el Reichstag de Berlín. La gigantesca estatua de La Madre Patria levantada en 1967 y las que la acompañan en Volgogrado convierte a los soldados soviéticos en héroes aportando la carga simbólica del mito que refundó la Unión Soviética bajo nuevas esperanzas. Algo parecido sucede, aunque en tierra liberada, y porque no decirlo ocupada, con el Monumento de los Cuatro Durmientes de Varsovia. Los norteamericanos en Arlington tienen sus propios héroes en el Monumento del Cuerpo de Infantería creado en función de una fotografía que tomó Joe Rosenthal en Iwo Jima en la que unos soldados alzan la bandera estadounidense. Héroes también fueron los partisanos italianos que son recordados en el Monumento a los Caídos de Bolonia después de que el pueblo fuera aportando espontáneamente fotografías de los caídos.
Las victimas son las que recibieron las peores consecuencias de la guerra. Muchas veces hasta las últimas consecuencias. Cuando las victimas lo fueron por sus ideas políticas, por compartir una determinada fe, o sin más por encontrarse en lugar que no debían en un momento determinado, pueden llegar a convertirse en mártires de todo un pueblo o una causa determinada. El Monumento Nacional en Ámsterdam, dedicado a todo el pueblo holandés, polémico por sus connotaciones cristianas, el Monumento a las víctimas de la masacre de Nankín a manos de los japoneses en China, la Estatua de la de la paz en Seúl en frente de la Embajada japonesa dedicada a las mujeres que coreanas que fueron obligadas a prostituirse por los japoneses, el Monumento de Memoria de la Masacre de Katyn en Polonia a manos de los soviéticos, levantado en Jersey City por la iniciativa de los inmigrantes polacos, o el Monumento a las victimas de la ocupación alemana en Budapest, muy cuestionado por la colaboración de muchos húngaros con los nazis, son algunos ejemplos significativos. Pero si existe un monumento que tiene una mayor significación histórica por estar dedicado al mayor número de personas asesinadas, y ser en si mismo la prueba de estos hechos, debemos referirnos al campo de concentración y exterminio de Auschwitz, donde más de un millón de judíos, gitanos, comunistas, y homosexuales fueron ejecutados.
Los monstruos son los perdedores y por esa razón apenas queda nada que los ensalce o conmemore. El búnker de Adolf Hitler donde decidió quitarse la vida fue derruido y en su lugar se levanta un bloque de pisos con un cartel explicativo de lo que antes ahí se encontraba. Benito Mussolini, por el contrario, después de que su cuerpo fuera trasladado a diferentes ubicaciones, cuenta con una tumba en el pueblo de Predappio, donde acuden nostálgicos, mientras las autoridades locales sopesan crear un museo donde se expliqué que fue el fascismo. Los japoneses que lucharon en la guerra cuentan con el santuario de Yasukuni en Tokio en el que se ayuda a las almas de estos hombres a seguir su camino. Existe un héroe que se ha convertido en un monstruo: Iósif Stalin fue quizá el líder más significativo para que se produjera la debacle del Tercer Reich, pero por su totalitarismo en la Unión Soviética y en los pueblos que liberó cuando murió fue transformado en un monstruo. Con la desaparición de la Unión Soviética la mayoría de sus efigies fueron retiradas o derribadas, y en Lituania lo encontramos en un parque temático al lado de otras estatuas que enaltecían lo mejor del mundo soviético. Todo esto que nos cuenta Keith Lowe y aquí interpretamos libremente puede ser muy polémico, pero los monstruos son también necesarios porque son aquellos que identificamos como los responsables de las víctimas y mártires, unen a las personas de buena voluntad, y lo más importante: nuestros héroes los han de combatir.
El apocalipsis es cuando tu vida llega a tu fin. Y esto en términos absolutos fue lo que sucedió con los habitantes del pueblo francés de Oradour-sur-Glane cuando los nazis en retirada quisieron dar un castigo ejemplar por las bajas que la resistencia infringía en sus tropas, asesinando a todos los que pudieron. Esto sucedió en muchos otros pueblos, tanto en Francia, como en otros lugares, pero los restos del pueblo incendiando se han conservado hasta nuestros días como testigo en piedra de la historia. Los perdedores de la guerra también tuvieron su apocalipsis: las ciudades alemanas de Hamburgo, Dresde, Berlín, o Leipzig fueron arrasadas por los aliados con continuos bombardeos provocando decenas de miles muertos entre la población civil. El Monumento a las Víctimas del Bombardeo de Hamburgo conmemora desde un punto de vista impasible estos hechos, mientras nada de esto evitó que en Londres se creara el polémico Monumento al Mando de Bombarderos. Un grado más -en términos absolutos- fue la destrucción sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki que perpetraron los norteamericanos con el lanzamiento por primera y última vez en la historia de la bomba atómica: para los Estados Unidos fue una forma rápida de terminar la guerra del Pacifico pero para los japones y el mundo fue la carta de presentación de un mortífero armamento que podía terminar de un plumazo con la toda la humanidad: la Cúpula de la Paz o de la Bomba Atómica en Hiroshima es toda una llamada de atención.
El apóstol San Juan en su evangelio incorporado a la Biblia nos habla del final de los días y también de la resurrección. Este es el último bloque que Keith Lowe nos aporta en su libro en el que nos habla del renacimiento. El mundo después de la guerra parecía por un momento capaz de avanzar conjuntamente en paz desplazando el enfrentamiento militar para siempre: esta fue la motivación para la creación de las Naciones Unidas en la que se fueron incorporando todos los Estados, tanto los preexistentes a la guerra como todos aquellos que se emanciparon de los imperios coloniales europeos. Pero esta organización internacional tiene su piedra angular en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas integrado por los vencedores de la guerra que desde entonces pueden emitir resoluciones contra terceros y también disponen de su derecho al veto contra las que emitidas por sus iguales que no comparten. El mural al óleo de Per Krohg que preside la sala del Consejo de Seguridad nos muestra un mundo que renace de las cenizas y se alza hacia el progreso, la paz, y la concordia, pero la conflictividad en la segunda mitad del siglo XX en el contexto de la Guerra Fría, y lo que lo que llevamos de siglo XXI bajo un nuevo paradigma, demuestra que estos anhelos, si bien evitaron una nueva guerra mundial, distan mucho de haberse cumplido. Keith Lowe quiere también hacer referencia a los judíos que huyeron de Europa para encontrar en Palestina su tierra prometida creando el Estado de Israel, obviando en centros conmemorativos como el de Yad Vashem la existencia y sufrimientos de los árabes palestinos. En fin, hay espacio también la Catedral de Coventry con su Cruz de Clavos, hermanada con las ciudades alemanas arrasadas. Pero si he de terminar este artículo sobre Prisioneros de la historia quiero ir sólo un poco más allá de lo que lo hace el autor, cuando señala que la Ruta de la Liberación de Europa es un buen ejemplo paneuropeo para conmemorar la guerra: la unión de los europeos desde el momento en que Francia y Alemania firmaron la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, al que luego se fueron sumando la mayoría de Estados en sucesivos tratados, que con el paso del tiempo se convirtió en la Unión Europea, es el mejor monumento que hicieron los europeos para superar la guerra y mirar hacia adelante.
Lamentablemente los compatriotas de Keith Lowe, en un error histórico sin precedentes, decidieron abandonar la Unión Europea, porque prefirieron andar en solitario en lugar de compartir no solo los beneficios si no también las dificultades de los demás. En cualquier caso, los historiadores británicos, como nos demuestra Keith Lowe, tienen aún mucho a decirnos sobre nuestro pasado compartido. Los monumentos conmemorativos nos emocionan y nos disgustan porque pretenden ser un símbolo colectivo, creado frecuentemente por el quienes ostentan el poder en un momento determinado, que no todos tenemos que compartir, y esto lo podemos aplicar a los dedicados a la última guerra mundial, al descubrimiento de nuevos territorios por parte de exploradores europeos, que han sufrido una oleada de iconoclastia, como a los que Franco levantó en toda España a mayor gloria de su cruzada, que en una democracia fuera de un museo no tienen cabida porque enaltecen la dictadura y el totalitarismo.
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Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 11 Septiembre 2022