Hace 70 años que la princesa Isabel recibió la noticia de la muerte de Jorge VI, su tartamudo padre, mientras pasaba unos días de vacaciones en una reserva colonial en Kenia junto a su marido. Isabel II era la heredera de la corona y regresó de inmediato a Londres.
Se ha ido a los 96 años habiendo preservado una institución que ha sabido adaptarse a los tiempos sin perder sus extravagancias, sus posesiones y el respeto de la gran mayoría de un pueblo que es monárquico porque lo encuentra útil. Un republicano en Inglaterra es una anomalía. Los británicos lloran a una persona que han admirado por su saber estar y por representar la unidad de una nación tan frágil como resistente.
Accedió al trono cuando el país y el mundo no se habían recuperado de la devastación de la última guerra. Pidió a Winston Churchill que formara gobierno al ganar las segundas elecciones y así lo solicitó formalmente a los 15 primeros ministros que han pasado por sus estancias palaciegas hasta que hace dos días, en Balmoral, se lo pidió a Liz Truss.
La monarquía británica no tiene ningún poder práctico pero es la piedra angular de un sistema en el que la democracia y las libertades se han preservado inalteradas por más tiempo. La reina Isabel II ha gozado de una masiva popularidad porque ha desempeñado su oficio con profesionalidad.
Los escándalos de la familia real han sido tan abundantes como desagradables. Pero como se escenificó en la película The Queen, la reina superó aquel momento haciendo lo que no le apetecía cuando el primer ministro Tony Blair y la opinión pública británica le forzaron a que acudiera a Londres a rendir homenaje a una princesa muerta bajo un puente de París a la que le tenía un desprecio muy considerable.
Lady Di, la princesa del pueblo, recibió el homenaje debido de la reina, sobrio y profesional, paseándose solemnemente por el bosque de flores que miles de ingleses habían depositado en las puertas de Buckingham en honor de la princesa apartada de su país y de la familia real. Pero era la madre del que algún día, probablemente, será rey de Inglaterra.
Pocos pueblos son tan sensibles a la belleza con que el tiempo adorna las cosas. La vejez de una personalidad pública no es un estorbo sino una virtud. Los ingleses son muy conservadores porque tienen mucho que conservar. Les gustan las personas de Estado maduras, pulimentadas por el tiempo, como les agradan las antigüedades, los vestidos usados y los libros viejos.
Pasado el trago de Lady Di se volvió a tejer la mística monárquica alrededor de la anciana reina. Cuando subió al trono, Inglaterra tenía el mayor imperio de la historia. Isabel II vio como casi todas las colonias se perdían y el Reino Unido agonizaba lentamente como potencia en el ámbito internacional. Pero se inventaron la Commonwealth, que Isabel II supo cultivar siendo considerada la soberana de muchos países que formaron parte de su imperio.
La reina era, y el rey Carlos III lo seguirá siendo, la persona más rica de Gran Bretaña, la que posee más propiedades inmobiliarias, más obras de arte, más castillos y espacios de descanso. El mantenimiento de la familia real es superior al de cualquier otra monarquía del mundo. Por sus palacios o castillos han pasado todos los personajes notables del siglo pasado. Recibió a Truman y al resto de presidentes de EE.UU., con la excepción de Lyndon Johnson, hasta Biden. Es bien reciente el temple con que aguantó a Trump en el castillo de Windsor cuando el presidente norteamericano se saltaba todos los protocolos en su visita oficial.
La monarquía ha durado tanto en el Reino Unido porque la sociedad británica supo hacer revoluciones y cambios de gran calado político sin atacar el principio de legitimidad. También por el sentido práctico que aplican a la política y a la vida. Es el último país de Europa del que cabe esperar aventuras o compromisos de cualquier tipo en cuestiones de índole abstracta.
Muchos británicos consideraron que el Brexit fue un error pero la reina no se pronunció sobre el tema. Tampoco se conoce su opinión sobre el referéndum de independencia celebrado en Escocia en el 2014. Isabel II es la cabeza de la Iglesia de Inglaterra siguiendo la decisión de Enrique VIII al separarse de Roma en el siglo XVI. Y lo ha hecho con estilo, responsabilidad y respeto.
Ha conocido y tratado a primeros ministros conservadores y laboristas, líderes mineros, artistas, intelectuales y deportistas. Su pasión por los caballos la ha exhibido con el repertorio de sombreros que asombraron a la moda internacional en las carreras de Ascot.
El rey Faruk de Egipto, un gran vividor provisto de un cierto sentido del humor, decía que sólo cinco reyes tenían el trono asegurado: los cuatro de la baraja y el rey de Inglaterra. Faruk sabía que no duraría porque era una ficción que habían colocado los ingleses en Egipto y no tenía nada que ver con los antiguos faraones. Pero la monarquía británica sigue en pie porque simboliza un tradicionalismo que no estorba.
La popularidad de Isabel II fue apoteósica con ocasión del 60 aniversario de su reinado. Más de un millón de personas aguantaron una tarde de lluvia a orillas del Támesis viendo una flotilla de más de mil barcos de todos los tipos y épocas que subían por el río. El patriotismo se exhibía en multitud de banderas Union Jack en forma de paraguas, de gabardinas, de sombreros y de piezas de porcelana. Una colección de pequeños barcos usados para rescatar tropas atrapadas en Dunkerque en la II Guerra Mundial en 1940 precedían el buque insignia en que navegaba el oficial que coordinó la evacuación.
Isabel II ha sido la reina idónea para preservar las instituciones y el equilibrio político de un país venido a menos pero que conserva el talento incubado en sus universidades, en el Parlamento y en la tradición democrática de varios siglos de ejercicio de las libertades. Con Isabel II se va la reina más longeva de la historia británica pero también se va una época, un estilo y una manera de ejercer la responsabilidad en los asuntos públicos.
Lluís Foix ha sido corresponsal en Londres y Washington, ha cubierto informativamente siete guerras, y ha sido también director de La Vanguardia.
El artículo fue publicado originariamente en La Vanguardia y se puede acceder al mismo en este enlace. Puede leerse también en el blog de Lluís Foix a través de este enlace. La publicación en este periódico cuenta con la autorización del autor.
Redacción. Memoria. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 9 Septiembre 2022.