
Dos semanas de guerra en Ucrania presentan estampas perturbadoras. La primera y más lacerante para la conciencia humana es el exilio forzado de más de un millón y medio de ucranianos, mayormente mujeres, niños y ancianos, que llegan a los países vecinos con lo puesto, desarraigados de su tierra, dejando atrás a los hombres que intentan resistir con fuerzas desproporcionadas a la invasión ordenada por Putin. Si la ofensiva rusa sigue con la misma capacidad destructiva, se calcula en cinco millones los que acaben huyendo del país.
Es una gran crisis humanitaria que Europa tendrá que gestionar con políticas de acogida más que con discursos emocionales. La solidaridad individual y colectiva es ejemplar en estos primeros días de guerra. Pero habrá que prepararse para recibir con dignidad a decenas de miles de ucranianos que escapan de la artillería y de las bombas que destruyen ciudades y matan a civiles inocentes.
No basta con decretar duras sanciones económicas contra Rusia si las víctimas de la guerra no son acogidas con el respeto que merecen. Y esto no se va a hacer sin un esfuerzo personal y colectivo de los que, de momento, vemos el conflicto a través de las desgarradoras imágenes de la televisión. Mucho me temo que los refugiados ucranianos serán objeto de debates ideológicos y sectarios como ocurrió en Alemania con la llegada de un millón de sirios en el 2014.
Se aplican sanciones, pero se le paga el gas que necesitamos para hacernos más llevadero el invierno. Ahora se lamentan las dependencias energéticas de Rusia que fueron estimuladas por sucesivos gobiernos alemanes, hasta el punto de que el excanciller Schröder ocupó, a las pocas semanas de abandonar el cargo, un alto puesto en Gazprom, la mayor empresa de gas rusa.
El cambio de proveedores energéticos no será inmediato. La mayor parte de Europa seguirá dependiendo de la energía que viene de Rusia. Mientras tanto, Putin sigue bombardeando ciudades, rodeando militarmente la capital y cerrando la salida al mar Negro de Ucrania, asediando la histórica ciudad de Odessa.Impotencia ante una barbaridad.
Puede ocupar todo el país, pero habrá perdido la guerra porque la resistencia de los ucranianos será persistente y duradera. No veo un sometimiento masivo a las obsesiones de un agresor que quiere recomponer un imperio con la fuerza de las armas. Putin tiene que cuidar su patio trasero y desconfiar de los que tiene a su alrededor.
Los rusos no son enemigos de los ucranianos. Solo hay que ver las manifestaciones en Moscú y San Petersburgo en contra de la guerra. Hay quien propone, desde dentro del Gobierno Sánchez, el apaciguamiento como ocurrió en Munich en 1938. Lo más prudente es plantar cara desde el comienzo sin entrar en confrontación hasta que sea con un acto de legítima defensa en caso de que Putin cruce la línea roja de territorio OTAN. Nadie conoce sus intenciones.
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Lluís Foix ha sido corresponsal en Londres y Washington, ha cubierto informativamente siete guerras, y ha sido también director de La Vanguardia.
El artículo fue publicado originariamente en La Vanguardia y se puede acceder al mismo en este enlace. Puede leerse también en el blog de Lluís Foix a través de este enlace. La publicación en este periódico cuenta con la autorización del autor.
Redacción. Memoria. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 9 Marzo 2022.