Ucrania y la OTAN – por Francesc Sánchez

El presidente ucraniano Volodímyr Zelensky con el Secretario General de la OTAN Jens Stoltenberg en junio de 2019 - Wikemedia Commons

Los norteamericanos el 4 de abril 1949 crean la Organización del Tratado del Atlántico Norte, conocida comúnmente como la OTAN o Alianza Atlántica, y los soviéticos el 14 de mayo de 1955 el Pacto de Varsovia. Hoy treinta años después de la desaparición de la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia, Rusia tiene en macha la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva), en la que se han incorporado varias de las exrepúblicas soviéticas (Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Rusia y Tayikistán), y que este enero se puso en marcha con un conato de revuelta en Kazajistán con el envío de miles de soldados rusos.

El conflicto en Ucrania definitivamente ha puesto encima del tapete la cuestión de la ampliación de la OTAN hacia los países que formaban parte del Pacto de Varsovia y de la extinta Unión Soviética que hoy en una versión netamente nacionalista encarna la Rusia gobernada por Vladimir Putin. Como señalaba en un artículo anterior, la posibilidad de inclusión de Ucrania en la Alianza Atlántica, imposible en estos momentos porque este Estado no controla su territorio, pero factible a medio plazo si esto se alcanza, es percibido por Rusia como una amenaza a su propia seguridad. El argumento del Kremlin es el de una fortaleza asediada que, desde la desaparición de la Unión Soviética, aunque ha colaborado activamente con occidente -facilitando a los Estados Unidos sus operaciones militares en Afganistán después de los atentados del 11 de septiembre de 2001-, ha comprobado, por activa y por pasiva como la OTAN, contrariamente a las promesas que se le hicieron en los años noventa del pasado siglo, ha ido incorporando países cada vez más cerca de sus fronteras. Se puede evidentemente decir que cada Estado soberano tiene el derecho de decidir su destino, sin que Rusia tenga el derecho decidir la política exterior de Ucrania, pero las promesas incumplidas por quienes tienen la facultad de decidir quién entra en la OTAN y también en la Unión Europea, pueden dar lugar a malentendidos y elevarse a la categoría de la ofensa, dando como es lógico carta de naturaleza a que los adversarios hagan lo propio.

Países miembros de la OTAN (azul), países en proceso de anexión a la OTAN (violeta) y la OTSC liderada por Rusia (rojo) – Wikimedia Commons

Hace cuarenta años España se incorporó a la Alianza Atlántica después de un largo proceso de al menos seis años que heredaba una relación desigual mantenida por el régimen dictatorial desde los Pactos de Madrid de 1953 entre Franco y Eisenhower. Puede que ahora a muchos le vean cierto sentido al porqué este año la cumbre anual de la OTAN se celebrará en este país. Pues bien, fruto de aquellos acuerdos, los Estados Unidos ubicaron cuatro bases militares a cambio de un reconocimiento internacional del régimen, que su vez permitió un desarrollo económico y una apertura al mundo, para un país que había vivido muchos años en autarquía y bloqueo tanto político como económico por parte de buena parte del mundo, por haber elegido mal sus amistades durante la última guerra mundial, y mantener un régimen execrable. Pero esa relación, como mantengo, no contenía lo fundamental: la garantía de seguridad para España en caso de un ataque militar. En el momento en que muere el dictador en 1975 y asume la Jefatura del Estado el sucesor que este había establecido, es decir el desde entonces Rey Juan Carlos I, el aparato del régimen bajo Carlos Arias Navarro no lleva a cabo las reformas fundamentales, y la OTAN es taxativa al exigir que España no entrará en la organización si no se democratiza. No es hasta el momento en que Adolfo Suárez se convierte en presidente del gobierno y pone en marcha la Transición con la Ley de Reforma Política de 1976, las primeras elecciones generales de 1977, y la elaboración de la Constitución de 1978, cuando el proceso de integración en la OTAN tiene posibilidades y se pone en marcha oficialmente.

Y lo hace en medio de una lucha política muy polarizada en la que la UCD de Adolfo Suárez y luego de Leopoldo Calvo Sotelo quieren la adhesión, mientras el PSOE de Felipe González y el PCE de Santiago Carrillo se oponen frontalmente, organizando manifestaciones a favor de la paz y contra de los bloques militares, que se dan la mano con las movilizaciones en muchos países europeos en contra de la instalación de misiles nucleares de medio alcance, como respuesta a sus homónimos soviéticos, en lo que fue conocido como Crisis de los Euromisiles. Pues bien, España después de seis años de proceso político, más o menos oficioso u oficial, después de esta lucha política, después de un intento de golpe de Estado (el 23 de febrero de 1981), finalmente el 30 de mayo de 1982 entra en la OTAN con el apoyo de todos los miembros de la organización. Esto es importante retenerlo porque en muchas ocasiones he oído de personas que vivieron aquello o que lo conocían de oídas decir que España entró en la OTAN a través del referéndum de 1986 con la izquierda a favor y con un país unido: pamplinas. El famoso referéndum consultivo de Felipe González fue para sondear a los españoles sobre la idoneidad de permanecer en la OTAN, después de que él y su organización vencieran en las elecciones de 1982 con el eslogan de ‘OTAN, de entrada No’, y ya en el gobierno viraran 180 grados pidiendo permanecer en la organización bajo unas condiciones especificas (la no integración en la Estructura Militar Integrada, la prohibición de instalar, almacenar o introducir armamento nuclear en territorio español, y la reducción progresiva de la presencia militar estadounidense).

La integración de España en la OTAN significó para nuestro país el acceso a la CEE (Comunidad Económica Europea), la antecesora de la actual Unión Europea en la que casi todos sus miembros eran y son miembros de la Alianza Atlántica, y como hemos visto su proceso fue en paralelo al proceso político de la Transición. En el caso de una integración de Ucrania en la OTAN queda claro que la razón principal de Kiev es la de defenderse militarmente de Rusia y formar parte del mercado de la Unión Europea, pero no termino de ver cuales son las ventajas para los miembros de la propia OTAN, a no ser que el objetivo inconfesable sea la neutralización militar y desestabilización interna de Rusia. Pero todo esto, a no ser que cambie mucho la naturaleza de la OTAN, o estalle un conflicto directo que cambie totalmente lo que hemos aprendido hasta ahora, está lejos en el tiempo. Tal como dije en un artículo anterior Rusia podría aprovechar la oportunidad para ocupar militarmente parcialmente Ucrania, en un momento de debilidad de Estados Unidos, y alejaría las aspiraciones de este país de incorporarse en la OTAN, pero también podría producirse lo contrario, que Kiev decidiera restablecer militarmente las regiones rebeldes, hecho que en mi opinión podría provocar una respuesta militar por parte de Rusia, mucho más si se atreven con Crimea, que está completamente militarizada (esto último está descartado). Me inclino más a pensar en otro escenario: las regiones rebeldes del Dombass piden a Kiev un Estado federal en el que pueden tener poder de decisión, hecho simpático para el Kremlin en su afán de alejar a Ucrania de la OTAN, y que le permitiría también desplegar toda su influencia en su afán de encontrar o facilitar un gobierno afín.

Desde la distancia, la geográfica pero también la temporal, podemos comprobar que lo que fue para España en su momento un factor de estabilidad, hoy para Ucrania y toda esa basta región en los limites con Rusia es un factor de inestabilidad. De ahí que considero que está muy bien en defender nuestra seguridad y nuestros valores, hoy tenemos la OTAN (mañana puede ser una organización equiparable e independiente europea). Hay que defender nuestras plazas sin inmutarnos, pero debemos alejarnos de aventuras políticas y militares que nos pueden llevar al desastre, con un país, Rusia, que, con sus problemáticas y un claro gobierno autocrático, nos interesa conllevarnos por lo que tiene que ofrecernos, y que además mantiene una cultura y una historia en común con nosotros. Aventuro que una nueva política europea con Rusia podría revitalizar a medio plazo nuestra política exterior europea y hacer posible una democratización equiparable a las nuestras en ese país. Ni más ni menos como sucedió con España durante la Transición.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 3 Febrero 2022.