Estas navidades se han cumplido 30 años de la desaparición definitiva de la Unión de Republicas Soviéticas, aquel Estado que surgió de la revolución de octubre de 1917 y que parecía inamovible. Todos han hablado, pero bien pocos han puesto de relieve el desarrollo de la crisis final. Porque es evidente, que a partir del momento en que Gorbachov llego al poder el mes de marzo de 1985 la situación se fue hundiendo progresivamente. Desde el momento en que llegó al poder -de hecho, lo había anunciado unos meses antes- planteó la necesidad de una reforma política que pasaba por la participación de los obreros en las empresas a través de los soviets y de los comités escogidos, y pasaba por una transparencia informativa, que diese publicidad a los fallos del sistema y permitiese liberar la inteligencia creativa de la población contra las “distorsiones burocráticas”. Hacía falta, además, revitalizar la vida del Partido y de esta forma hacer avanzar la causa del “autogobierno socialista del pueblo”. De esta forma, había avanzado lo que serian los dos objetivos básicos de su política: perestroika y glasnost -restructuración y transparencia informativa- que, en ningún caso, no obstante, representaban un cuestionamiento en profundidad del modelo soviético, tal y como existía en la URSS.
Cuando llevo a cabo las reformas internas que se proponía, más allá de la importancia estrictamente económica de la reforma, la perestroika terminó siendo importante por las derivaciones políticas que tuvo, sobre todo cuando a partir de 1987 se manifestó dentro del partido comunista un sector extraordinariamente critico y contrario a las reformas, que contrastaba con la existencia de otro sector radical partidario de los cambios y de la aceleración del proceso. Cuando a partir de enero de 1987 Gorbachov lanzó su campaña de democratización de la vida política se enfrentó abiertamente contra los intereses burocráticos del aparato del partido y a menudo basculó hacia la derecha y la izquierda, hasta que la contraofensiva del sector conservador que tuvo lugar a partir de otoño de 1987 le obligó a aceptar el apoyo de los intelectuales liberales, que se estaban configurando como los verdaderos motores de los cambios en la base. Y mientras en el mes de septiembre de 1988 consiguió una importante victoria en sí del partido, en la Conferencia donde llevó a termino un verdadero golpe de estado contra los conservadores del Politburó y el secretariado, se planteó también la celebración de elecciones libres y plurales al Congreso de Diputados del Pueblo, que se tenía que constituir como un tipo de partido paralelo, capaz de asumir la democratización del país.
En el momento de llevar a término, no sin contradicciones, esta política, tuvieron lugar dos fenómenos fundamentales que provocaron el estallido de la situación:
Por un lado, la formación la formación del movimiento popular, que se constituyendo a partir de las posibilidades que ofrecía la glasnost -la transparencia informativa- utilizada por la inteligencia liberal, y que terminó desembocando en una auténtica revolución en la base de la sociedad.
El segundo fenómeno que terminó logrando unas dimensiones considerables fue el estallido de los movimientos nacionalistas en las Republicas de la Unión. El fenómeno no era nuevo. La URSS, que era el Estado con más diversidad étnica y nacional de Europa, había intentado desde la revolución de octubre resolver jurídica y constitucionalmente las contradicciones nacionales a partir de una constitución que garantizaba, sobre el papel, la igualdad de todas las naciones y su derecho de separarse de la Unión, haciendo uso del principio del derecho a la autodeterminación. En la práctica, no obstante, básicamente bajo el periodo estalinista se había impuesto la voluntad de la gran Rusia de toda la vida y Stalin había procedido a traslados masivos de población, que, como en el caso de las repúblicas bálticas, habían estado independientes.
El inicio de la conflictividad nacional se produjo en el Cáucaso, donde existía más diversidad étnica y donde las contradicciones nacionales, incluso las entre las diversas etnias existentes eran más acusadas. El conflicto de Nagorno Karabaj, un territorio dentro de Azerbaiyán, que terminó enfrentando Armenia con Azerbaiyán, y la aparición de un movimiento independentista en Georgia, que provocó los primeros muertos de esta nueva etapa de la historia, representaron la señal de salida del resto de nacionalismos. Mientras en las tres repúblicas bálticas -Estonia, Lituania y Letonia- volvería a aparecer un movimiento independentista que pronto reclamaría la independencia.
La recta final de la descomposición se produjo a partir de 1989, cuando después de las elecciones del mes de marzo se constituyó el nuevo Congreso de los Diputados del Pueblo con mayoría de las fuerzas progresistas. 1989 es el año en que se acentuó la disgregación de la Unión Soviética, cuando aparecen reivindicaciones nacionalistas y proclamas independentistas en todas las repúblicas, sin que el poder de Moscú sepa exactamente como tiene que responder. A principios de 1990 las tres repúblicas bálticas proclaman su independencia, que fue seguida, a continuación, por el reto de repúblicas. Con el objetivo de evitar la disgregación Gorbachov propuso a finales del año la firma de un nuevo tratado de la Unión, que aunque fue refrendado en marzo de 1991, no evitó la progresiva disgregación, que hasta afectó a la República Federativa de Rusia, donde fue nombrado presidente el 12 de junio de 1991 Boris Yeltsin. La situación era tal que parecía que el poder del presidente Gorbachov prácticamente ya no existía.
En 1991, en medio de un considerable desbarajuste económica, se produjo la reacción armada de los sectores conservadores del partido, que junto a elementos del ejército y del GPU intentaron un golpe de Estado, que se produjo el 18 de agosto y que terminó fracasando por la falta de apoyo dentro del ejército y la policía. Su fracaso comportó el fin definitivo de la URSS. En los meses siguientes los acontecimientos se desarrollaron muy rápidamente: mientras las proclamaciones de independencia se sucedieron, el Soviet Supremo decidió suspender todas las actividades del Partido Comunista. En noviembre el presidente de Rusia asumía el control de las instituciones soviéticas y en el mes de diciembre los presidentes de Rusia, Bielorrusia y Ucrania anunciaron el fin de la URSS y la constitución de la Comunidad de Estados Independientes, que a finales de mes era integrada por doce exrepúblicas, quedando fuera las tres bálticas y Georgia. El 25 de diciembre Gorbachov finalmente dimitió, hecho por el que quedaba abierta finalmente una transición hacia la transformación radical de la economía y hacia un sistema político democrático. Una transición, que se tiene que decir, no fue nada fácil y que duró, ciertamente, muchos años. Era evidente, no obstante, que aquello llamábamos “el socialismo real” había llegado a su final.
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Pelai Pagès Blanch es profesor de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona especializado en la Segunda República Española, la Guerra Civil, el Franquismo y la Transición.
El artículo fue publicado originariamente en catalán en el blog de Pelai Pagès y puede consultarse a través de este enlace. La publicación en este periódico cuenta con la autorización del autor.
Redacción. Memoria. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 27 Diciembre 2021.