Imaginando Europa – por Francesc Sánchez

Las horas del día, Alfons Mucha - Wikimedia Commons

Cuando aún se podía viajar de una forma normal más allá de los Pirineos, en el verano del 2019, visité Estrasburgo y a mi regreso me puse a escribir un relato con mis impresiones sobre mis vivencias y sobre esto que entendemos por Europa, que sin saberlo iba a ser el inicio de una fructífera colección de artículos, acompañados con toda una serie de documentos históricos, con la intención de que los lectores conozcan -o conozcan mejor- la historia compartida con nuestros vecinos europeos. En varios de estos artículos al final iba un deseo hacia el presente para valorar aquello que como europeos no sólo debemos mantener si no mejorar. Sin embargo, me he dado cuenta de que no he explicado bien que posibilidades tiene Europa ni cual es mi idea de la misma. Este artículo va a ir de eso, es un ejercicio de imaginación para que reflexionemos todos juntos. No está fuera de lugar decir que es acertado que lo escriba porque creo que ni las formaciones políticas saben bien que camino seguir, ni los ciudadanos europeos se han implicado plenamente en exigirles a éstos no sólo lo fundamental, si no una nueva utopía hecha realidad.

Planteamiento

La Europa que tenemos hoy es la de los Estados europeos y el gran capital. Tenemos un Parlamento Europeo, una Comisión Europea, y un Consejo Europeo con sus debidas funciones y competencias, pero la soberanía sigue estando en los Estados nacionales y el poder económico en las grandes multinacionales. El fracaso del Tratado Constitucional del 2004 quería dotarnos a todos de un texto jurídico, pero fue saboteado desde los extremos por razones contrapuestas: porque a unos les sabia a poco y otros demasiado. El Tratado de Lisboa de 2007 quiso salvar los muebles, pero la construcción política desde entonces quedó en suspensión. La crisis financiera del 2008, el desastre en Oriente Medio y el norte de África del 2011 en adelante, el abandono del Reino Unido de la Unión Europea en el 2016, y la crisis de la pandemia del coronavirus desde el 2019 han llevado a los Estados más fuertes a tomar sus decisiones a bandazos. Hasta tal punto que el acertado plan de recuperación económica hacia los países que han tenido y tienen más repercusiones negativas después de la paralización de la actividad económica, puede verse malogrado con una nueva crisis en el horizonte, y la vuelta a políticas que en su momento no funcionaron. Los retos son evidentes pero la imaginación es escasa.

La Unión Europea, y durante mucho tiempo la Comunidad Económica Europea, ha tenido como piedras angulares el mercado común, es decir la libre circulación de mercancías sin aranceles, y el Tratado de Schengen, la libre circulación de los ciudadanos de los países miembros para estudiar y trabajar en los países que lo subscribieron. El Estado del Bienestar tan denostado por la derecha liberal, quizá sea aquello en lo que más nos podamos sentir orgullosos. Pero indudablemente, si miramos hacia atrás, el haber erradicado la guerra en el continente es nuestro mayor logro. Sin embargo, aunque nos podemos sentir europeos, no conocemos apenas a nuestros vecinos, ni sus sistemas políticos, sociales, o culturales, por no decir sus diferentes lenguas, aceptando la mayoría el inglés como lengua franca, aunque paradójicamente el Reino Unido se haya esfumado. No tenemos en última instancia tampoco la certeza que esta isla de paz y relativo confort en un mundo conflictivo pueda mantenerse indefinidamente.

Economía

La economía en el mundo está globalizada. Esto quiere decir que cualquier producto puede fabricarse y comprarse en cualquier lado con una transacción financiera. El capitalismo no entiende de fronteras y ha generado empresas multinacionales que en algunos casos tienen un Producto Interior Bruto superior a algunos estados. Lo mismo sucede con algunos fondos de inversión que poseen una importante porción del accionariado de estas grandes empresas. Es cierto que muchos individuos pueden invertir pequeños capitales en estos fondos de inversión, pero las decisiones importantes escapan a su control en beneficio de aquellos que poseen el mayor número de acciones. Hasta aquí podríamos pensar que esto no tiene que ser nocivo para nuestras sociedades, pero cuando una multinacional decide deslocalizar su producción hacía otras latitudes en las que pueda obtener mayores beneficios la consecuencia es el aumento del desempleo y, en una mala coyuntura, el desabastecimiento de productos de todo tipo. Por lo que la idea del mercado común con su libre circulación de mercancías, y también la libre circulación de personas, por efecto mismo de la globalización económica no es suficiente para garantizar lo fundamental para los ciudadanos europeos. De ahí que el Estado del Bienestar que garantiza la igualdad de oportunidades en materia de educación, sanidad, y prestaciones sociales, es insuficiente. Es necesaria una intervención pública en la economía.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial sectores indispensables de la economía fueron nacionalizados en países democráticos y capitalistas como son Francia, Reino Unido, Italia, y Alemania. En el Reino Unido, donde el laborista Clement Attlee llegó a nacionalizar hasta la banca, esto fue revertido completamente en sucesivos gobiernos culminando en las privatizaciones de Margaret Thatcher, quien consideraba que la sociedad no exista como tal si no que es sin más la suma de individuos. Pero en muchos otros países, aunque se ha demonizado las nacionalizaciones, siguen existiendo empresas públicas o mixtas con importantes participaciones con capital estatal en sectores clave como son los de la energía, agua, transportes, etc. Se da la paradoja en España que el principal accionista de la eléctrica Endesa privatizada totalmente por la derecha está en manos de Enel, una eléctrica pública italiana.

La cadena de montaje de un producto manufacturado depende de la producción de componentes en diferentes latitudes, esto sumado al problema de las deslocalizaciones que más arriba mencionaba ha llevado a Europa a un proceso de desindustrialización y a depender de la nueva fábrica del mundo. Hoy faltan suministros de microchips para las fábricas de montaje de automóviles, pero el desvarío ha llegado a tal grado que en el momento más álgido de la pandemia no había mascarillas suficientes porque hace mucho que se dejaron de fabricar. Por lo tanto, hace falta una reindustrialización de Europa, hacen falta empresas comprometidas con la sociedad bajo reglas que emanen del Estado, y en el caso que no cumplan su función este mismo Estado está facultado para nacionalizarlas o crear incluso de nuevas. Esto no es un alegato contra la propiedad privada, menos aquella que han ganado muchos con el sudor de su frente, ni tampoco contra la iniciativa privada, que muchos puedan llevar a cabo para prosperar económicamente y aportar su trabajo al resto de la sociedad, pero si que es un claro llamamiento a un gran capital no comprometido y a una política gubernamental irresponsables que se ha demostrado, una y otra vez, nocivos para la sociedad.

Energía

El principal problema que tiene Europa es el de no disponer de fuentes de energía suficientes. Sin energía nada de lo que disponemos puede funcionar y la ausencia de la misma nos puede devolver a la sociedad preindustrial, con la diferencia de que nuestros antepasados eran muchos menos, y por lo tanto su actividad era más sostenible por el entorno natural, y ahora en cambio somos muchos más, y la vuelta al campo sería insostenible o quedaría vetada para la mayoría. La situación es dramática en cuanto a los hidrocarburos (petróleo y gas) pues lo pocos que había disponibles en Europa están en manos de Reino Unido, Noruega, un país que, aunque es miembro de la OTAN no lo es de la Unión Europea, y de una Rusia a caballo de Europa y Asia, con la que bajo ningún precepto debemos enfrentarnos, pero que va a defender inflexiblemente sus intereses. De ahí que Europa debe de desplegar un importante plan energético que nos haga autosuficientes en la generación de energía eléctrica y nos haga suficientemente fuertes en el exterior para comprar aquellos combustibles que son necesarios. En la subida de los precios de la energía que hoy contemplamos, que puede ocasionarnos serios problemas este invierno interaccionan varios factores, el más preocupante que estemos ante un exceso de demanda para una producción limitada de hidrocarburos, pero bajo ningún precepto, en una situación de escasez y de recuperación económica, el lucro de las eléctricas puede ser uno de ellos. Por esa razón como decía más arriba las grandes empresas energéticas deben ser públicas o participadas mayoritariamente por el Estado. Dicen las formaciones políticas de izquierdas que no se le puede negar el suministro eléctrico a las personas más necesitadas, pero si nos paramos a pensar con una mirada amplia llegaremos a la conclusión de que en pleno siglo XXI en una Europa que aspire no sólo a conformarse con lo que es sino a avanzar, la energía debería ser gratuita o cuasi gratuita.

La Europa social

En la Europa estamental nuestros antepasados no eran nada y lo quisieron ser todo. Si para algo nos debería servir estudiar el ciclo revolucionario es para entender que nada de lo que tenemos hoy nos caído del cielo si no que es producto de interminables conflictos, enfrentamientos, y luchas sociales que se han de poner en valor. La libertad de expresión, las libertades políticas, la libertad de pensamiento, la laicidad del Estado, la libertad de culto, la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades, facultando a todos en educación, un acceso a un trabajo en condiciones, y una asistencia sanitaria, son cuestiones irrenunciables que tardaron mucho en llegar. De ahí que mantengo que en Europa cualquier ciudadano debe de poder llevar a cabo un proyecto de vida en libertad en su propio país o en el que quiera de los que forman parte de la Unión Europea. Este axioma también debe ser irrenunciable.

Cualquiera debe poder formarse en la educación básica, media, y superior gratuitamente. Pero esto por sí sólo es insuficiente. Cualquiera, debe de poder obtener un puesto de trabajo en aquello en lo que se ha formado suficientemente retribuido, tener además facilidades para continuar su formación, y optar si lo desea y está capacitado a nuevos puestos de trabajo, o si tiene iniciativa crear su propio trabajo. Para que esto sea posible debemos tener una economía fuerte, productiva y diversificada, en la que el desempleo pasé a la historia como uno de los errores del sistema capitalista. Cualquiera debe de disponer de una cobertura sanitaria en su país de origen y en cualquiera de los que forman la Unión Europea. Y esta debe gratuita e integral. Una de las lecciones de la pandemia debería ser que nadie va a investigar ni crear vacunas o medicamentos sin pasarnos previamente o después su factura. De ahí que la investigación pública y la fabricación de medicamentos debe estar siempre garantizada. Si la industria farmacéutica no cumple su función que se atenga a lo dicho más arriba. El sistema de pensiones públicas debe permitir vivir suficientemente a todos los ciudadanos en el momento que llegue su jubilación independientemente de cotización a la Seguridad Social.

Hay dos revoluciones tecnológicas que cambiaron Europa y el mundo. La primera de ellas fue el neolítico en la que el ser humano paso de ser cazador y recolector a dominar la agricultura y la domesticación de los animales. La segunda fue la revolución industrial con la invención de la máquina de vapor que hizo posible la producción de todo tipo de productos en serie y que fue ligada indisolublemente a la aparición de la clase obrera. Los nuevos cambios tecnológicos durante el pasado siglo XX hicieron posible que un número de personas cada vez mayor viviera mejor que sus antepasados. En lo que llevamos de siglo XXI las innovaciones tecnológicas deben de hacer posible que se cumpla este Estado social deseado más arriba sin perder nunca nuestra relación con el entorno natural por la sencilla razón de que formamos también parte de este.

Los nuevos europeos

La inmigración de las personas extracomunitarias es uno de los retos más importantes que tenemos por delante, tanto para los que llegan al continente como para los que ya estamos en él. No es lo mismo aquel que llega por estudios o con un contrato de trabajo, que aquel que llega como refugiado, tampoco es lo mismo el que llega de una forma regular que el que llega irregularmente. Para los primeros casos su situación queda virtualmente resuelta porque son capaces -o deberían- de mantenerse, sin embargo, para los refugiados el Estado es el que debe proporcionarles su sustento mientras se forman, encuentran un puesto de trabajo, o, en el caso que las circunstancias lo permitan, decidan regresar a su país de origen. Peor lo tienen aquellos que han llegado irregularmente porque legalmente no constan en ninguna parte, y, además, si no regularizan su situación, pueden ser expulsados. Los inmigrantes extracomunitarios -y también para muchos los comunitarios- son vistos como una competencia laboral para aquellos que quieren vivir y trabajar en lugar donde han nacido, y esto en países como España en el que hay millones de desempleados, entre ellos muchos jóvenes, es visto como una amenaza. La clave se encuentra en que tipo de trabajo aceptan la mayoría de estos inmigrantes y en qué condiciones y el porqué los que han nacido y viven aquí no están dispuestos a aceptarlos.

Habrá quien quiera hacer desaparecer esas diferencias por abajo, convirtiéndonos a todos en esclavos, pero mi convencimiento es que deberían desaparecer por arriba, convirtiéndonos todos en ciudadanos. En cualquier caso, mientras no exista una política de inmigración común en la Unión Europea, proliferaran formaciones políticas que utilicen los efectos más conflictivos de la inmigración, como lo es el incremento de la delincuencia y la criminalidad, la proliferación de guetos en algunas ciudades, y el hecho que estos inmigrantes vengan con sus propios códigos culturales, para obtener fuerza electoral y por lo tanto un poder político que termine por fracturar la sociedad. La falta de una política de inmigración común, o en su defecto, la falta de acuerdos compartidos en los países que forman parte de la Unión Europea ha llevado a algunos de ellos a enfrentarse en las instituciones comunes, y a su atrincheramiento siendo una amenaza para la integridad europea: la salida del Reino Unido de la Unión Europea fue una crítica constante al gasto que debía hacer este país al presupuesto de la Unión Europea como contribuyente neto, pero también fue un rechazo hacia cualquier tipo de inmigración que escapara a su control. Europa puede ser el bote salvavidas para muchas personas procedentes de otras latitudes, pero esto no puede hacerse a cualquier precio porque nos jugamos todo aquello por lo que nuestros antepasados lucharon.

Seguridad y defensa

La huida de Estados Unidos de Afganistán ha vuelto a sacar del baúl de los recuerdos el proyecto de un Ejército europeo. Hay una cierta contradicción que Enmanuel Macron asocie ambas cuestiones pues los ejércitos europeos que formaban parte de la fuerza ISAF de la OTAN ya hace años que abandonaron Afganistán, pero qué duda cabe que si Europa quiere contar algo en los conflictos internacionales debe de tener un Ejército propio o todos los ejércitos de la Unión Europea deben de ir de la mano. Casi la totalidad de los países que integran la Unión Europea forman también parte de la OTAN, pero el peso decisivo en esta organización lo tiene Estados Unidos, y esto querámoslo o no subordina al resto a la superpotencia. Los Estados Unidos desde Ronald Reagan a Donald Trump han criticado regularmente los débiles presupuestos militares de sus aliados en la OTAN, y las sociedades europeas siempre se han caracterizados por su pacifismo, por lo que cualquier iniciativa en la dirección de crear una OTAN europea o un Ejército europeo que quiera llevarse a buen término debe de contar con una importante financiación, en detrimento del presupuesto militar de cada Estado, optimizando los recursos, y unos objetivos muy claros, en mi opinión marcadamente defensivos, aceptados por la ciudadanía, pero estas cuestiones son irrealizables mientras no exista una política exterior europea acordada por todos.

Emmanuel Macron quiere crear un contingente de unos cuantos miles de soldados para misiones en el exterior mientras que Pedro Sánchez quiere que el ejemplo de la UME (Unidad Militar de Emergencias) sea seguido por los demás para crear un cuerpo europeo listo para ofrecer sus servicios a la ciudadanía cuando deviene una catástrofe. Cada cual que saque sus conclusiones, pero en una Unión Europea de edad adulta, tal como es el mundo en nuestros días, la seguridad y la defensa no es una cuestión menor y debe de contemplarse si queremos no depender de los Estados Unidos eternamente, criticándola normalmente con razón en cada conflicto en el que se mete, pero haciéndolo desde la comodidad que garantiza nuestra propia defensa y seguridad.  

Política exterior

En un mundo globalizado en el que la intervención de los grandes Estados y de las multinacionales es cada vez mayor veintisiete políticas exteriores diferentes no van a conseguir nada. Si a esto le sumamos que los intereses de los países europeos en política exterior pueden contraponerse, y que los Estados más poderosos pueden cooptarlos, no sólo pueden llevar a situaciones contraproducentes si no también hacia el enfrentamiento. Durante la Guerra de Iraq de 2003 mientras Francia y Alemania decidieron permanecer al margen, una serie de naciones europeas, bautizadas por José María Aznar como la “La Nueva Europa”, encabezadas por el Reino Unido, España, y Polonia decidieron apoyar a los Estados Unidos en sus planes de invasión. No habiendo aprendido la lección los europeos volvieron a dividirse sobre la cuestión libia cuando el Reino Unido y Francia decidieron derrocar a Gadafi y destruir el Estado libio hasta nuestros días, provocando de paso un éxodo de cientos de miles de personas hacía el continente. Pero la política exterior no sólo tiene que ver con los conflictos armados, tiene y mucho que ver también con la economía: los acuerdos que tengan algunos países europeos por su cuenta con los Estados Unidos, China, Rusia, la India, Irán, Turquía, los países del Golfo, o los latinoamericanos, tienen consecuencias en los demás, de ahí que la política exterior en materia económica, mientras no la haga la propia Unión Europea, deba ser acordada y compartida por todos.

Lo dicho hasta ahora es lo básico para que funcione una política exterior europea, pero falta saber cuáles serían los objetivos de esta política. Si ésta seria mantenernos en lo que somos y no interferir en el resto del mundo, emular al resto de potencias en la búsqueda de sus intereses, o proponer una propuesta que nos beneficie tanto a nosotros como al resto del mundo. Durante la historia del siglo XX después de la última conflagración mundial fueron los Estados Unidos y la Unión Soviética los que marcaron el camino a seguir al resto, lo quisieran o no, dividiéndose el mundo en áreas de control directo y de influencia que regularmente friccionaban entre sí en lo que conocemos la Guerra Fría. Cuando el mundo socialista implosiona y se desintegra son los Estados Unidos los que quedaron como única superpotencia, pero tras los atentados del 11 de Septiembre de 2001 todo cambia: el islam político más radical muestra su carta de presentación, regresa una Rusia renacida, y asciende China como la gran fábrica del mundo. Este es el mundo que tenemos en el que Rusia ha recuperado su orgullo nacional, China promueve su Nueva Ruta de la Seda ofreciendo milmillonarios prestamos para construir infraestructuras en todas partes, y los Estados Unidos, después de haber fracasado en su plan para remodelar Oriente Medio no tienen nada que ofrecer, mientras la Unión Europea no es capaz siquiera de saber que quiere ser de mayor, recibiendo las consecuencias positivas, pero inevitablemente también las más negativas de este mundo.  

Identidad europea

Y ahora para terminar voy a contar un cuento. En la Edad Media en un momento dado apareció la novela de la mano de Chrétien de Troyes con su Perveval o el cuento del Grial, este fue el inicio del ciclo artúrico o también la llamada materia de Bretaña, del que en otros artículos he dedicado su debido espacio. El caso es que su obra fue seguida y reinterpretada durante cincuenta años por otros autores traspasando las fronteras de los nuevos países en formación, y este mito se convirtió en una de las primeras experiencias literarias paneuropeas. Para algunos entendidos Chrétien y otros autores lo que buscaban era dar legitimidad a las cruzadas medievales, y para otros, por el contrario, la reconstrucción del continente europeo, la tierra baldía del relato que se pretendía recuperar, después -precisamente- de la pérdida de Jerusalén. Así de esta forma Chrétien y sus seguidores, y esto sirve para ambas interpretaciones, lo que querían era dar tanto una legitimidad como unas normas de comportamiento a los caballeros medievales en un contexto de guerras fratricidas que no hacían otra cosa que sumir a todos en un valle de lágrimas. Esto ya de por si debiera decirnos alguna cosa importante sobre el porqué los europeos después de enfrentarnos durante siglos decidimos unirnos y que lecciones debemos volver a aprender en un momento en el que no sabemos exactamente hacia donde ir.

Hoy el mundo ha cambiado mucho, pero es cierto que esta Europa quizá deba encontrar sus propios mitos buscando aquello que a todos nos une: unos pueblos que teniendo una historia compartida se han enfrentado por cuestiones que hoy deberían formar parte sólo del pasado y que harían muy bien en poner en valor todo aquello de positivo que tenemos. Todo aquello que consideramos inmutable como nuestras libertades, derechos, y obligaciones, que nos han permitido vivir en relativamente paz tanto entre los Estados como también socialmente entre nosotros, y ha permitido desplegar un Estado del Bienestar inédito, debería darnos algunas pistas sobre qué es esto que he titulado de la identidad europea. Hoy los mitos ya no son los de los caballeros medievales si no en aquellas personas que pese a todo logran salir hacia delante, también la de aquellos que vienen de lejos y nada tenían, y aquí han logrado buscarse un porvenir. Hoy los caballeros son aquellos que hacen investigación científica para erradicar enfermedades o buscar nuevas fuentes de energía, aquellos que educan a los jóvenes, o aquellos que acuden en nuestro rescate cuando los necesitamos. Hoy quizá el mito europeo sea aquel que permite formarse, trabajar, y vivir decentemente en un país europeo, aportando lo mejor de cada uno hacía los más necesitados y toda la sociedad. Ese es el pueblo europeo y la identidad europea del que deberíamos sentirnos orgullosos.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 29 Octubre 2021.