La reconquista de los talibanes de Afganistán no ha motivado ninguna condena y por lo tanto existe por parte de la comunidad internacional un reconocimiento tácito del nuevo régimen. El Acuerdo de Doha entre los talibanes y la Administración republicana de Trump se aplicado a rajatabla por la Administración demócrata de Joe Biden efectuándose la entrega del país a los barbudos. Para la historia queda una evacuación penosa y patética de Kabul desde su aeropuerto donde miles de afganos intentaron salir del país mientras el Ejército de Estados Unidos perdía por momentos el control: las imágenes que vimos son más cercanas a la ficción cinematográfica que a una evacuación ordenada y planificada, con decenas de afganos agarrados al fuselaje de los aviones en marcha, y centenares de afganos sufriendo en sus carnes incluso un atentado por parte del Estado Islámico de Jorasán, que la inteligencia americana, que no supo ver la llegada de los talibanes, vengó inmediatamente. Lo que ahora tenemos por delante, mientras los talibanes confeccionan su organigrama de gobierno, establecen su estructural estatal, y golpean a las mujeres que protestan y a los periodistas afganos, va a ser una nueva muestra de realidad política definida por la geopolítica.
El nuevo Emirato islámico de Afganistán va ser un retroceso en derechos y libertades para todos los afganos, con especial insidia hacia las mujeres, pero de momento por lo que indican periodistas sobre el terreno como Mikel Ayestaran está siendo más blando que el establecido en los años noventa del pasado siglo: los talibanes han tomado el poder prácticamente sin pegar un solo tiro, han instaurado el orden y su ley, la mayoría de establecimientos permanecen abiertos, y los periodistas, si exceptuamos la región del Panshir, tienen libertad de movimientos. Los resistentes tayikos de esta indómita región liderados Ahmad Masud (hijo del señor de la guerra Ahmad Shah Masud) siguen por las montañas, pero la provincia ha sido tomada por los talibanes. Nunca antes los talibanes habían controlado tanto territorio y esto por fuerza es una prueba de que cuentan con un importante apoyo entre la población (la mitad del país es de la etnia pastún, la misma que los talibanes, pero hay también, como decíamos tayikos, hazaras chiitas, uzbecos, aimak, y turcomanos). Nada de esto ha evitado, porque la memoria de la barbarie es reciente, tanto que cientos de miles de afganos se hayan desplazado hacia Pakistán, país que ha cerrado recientemente la frontera y en el que según ACNUR se encuentran desde hace años 1,3 millones de refugiados (en los peores momentos llegó a acoger a 4 millones), como que muchos otros esperen abandonar en avión de Kabul si se cumple la promesa hecha por los talibanes de permitir salir del país a todo aquel que quiera.
La ubicación de Afganistán en el corazón del Asia Central con frontera con Irán, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán, China, y Pakistán, le puede convertir en un potencial intercambiador comercial pero también en un diseminador de conflictividad. Pero no debemos confundir a los talibanes con otras entidades políticas como el Estado Islámico o Al Qaeda de carácter expansivo, históricamente se han demostrado ser un movimiento nacionalista que se aferra al territorio de Afganistán. Probablemente donde exista una amenaza más importante sea en Pakistán: en el norte la etnia hegemónica es la pastún y no debemos olvidar que los talibanes se organizaron originariamente tanto en Peshawar como en estos territorios fronterizos. Irán es mayoritariamente de confesión islámica chiita y la tensión interconfesional exaltada políticamente siempre puede crear dificultades. La etnia baluchi habita Irán, Afganistán y Pakistán. Las exrepúblicas soviéticas de Turkmenistán, Uzbekistán, y Tayikistán durante la guerra del Ejército rojo contra los muyahidines fueron la cabeza de puente de la invasión, y posteriormente el soporte más importante para los señores de la guerra agrupados en la Alianza de Norte que se oponían a los talibanes, y que en estos días han los han recibido de vuelta. Rusia, aliada de Irán, quiere un cinturón de seguridad en su área de influencia: la clave será si los talibanes son capaces de ahora en adelante de controlar su propio territorio. En cuanto a China ha llegado a acuerdos con los talibanes para explotar su subsuelo en la búsqueda de minerales vitales para la tecnología como el litio, pero también bauxita y cobre: la no interferencia con la etnia uigur y el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda son vitales para Pekín.
El papel de Qatar ha sido también clave: fue allí donde se hizo el Acuerdo de Doha y se demuestra una vez más que este pequeño país que nada en petróleo quiere estar presente en todas las aventuras políticas de la región. El silencio de Arabia Saudita, el país que no sólo financió a los muyahidines contra los soviéticos, si no del que provenían muchos de los integrantes de Al Qaeda, y que no pierde ocasión de financiar su interpretación rigurosa del islam, el wahabismo, en cualquier lado a través de la creación de mezquitas y madrasas, es apoteósico. En cualquier caso, no podemos perder de vista algo muy importante: el poderoso mensaje que los talibanes han lanzado a la umma (la comunidad de los creyentes). Esta victoria contra el invasor, en su momento la Unión Soviética y ahora los Estados Unidos y la OTAN, es una victoria del islam sobre los infieles. Desde el un punto de vista religioso el ejemplo que han dado los talibanes se elevará simbólicamente hacia lo legendario y puede que otros quieran seguir su ejemplo: tanto los grupos yihadistas que operan entre Siria e Iraq -pese a la derrota infringida al Estado Islámico podría haber un resurgimiento- como a los que operan en el Sahel después del desastre libio. Desde un punto de vista interconfesional y nacionalista hasta los iranies se pueden congratular de ver como sus adversarios son expulsados de Afganistán. Nada nos garantiza que los talibanes no vuelvan a ofrecer su territorio como un santuario para este tipo de grupos terroristas y debemos en cualquier caso extremar la seguridad ante una posible escalada en forma de atentados en Europa. El hecho que el último soldado americano haya abandonado Afganistán, entregándole Washington el poder a los talibanes, después de 20 años del inicio no sólo de la invasión si no de los Atentados del 11S es una derrota sin paliativos.
En los próximos meses -si no hay un cambio de rumbo inesperado- vamos a asistir a imágenes que nos gustaría no ver: el reconocimiento explícito del Emirato islámico de Afganistán por parte de una comunidad internacional que de facto ya lo ha reconocido y, probablemente, no sólo a la aprobación de ayudas económicas para este régimen si no también de inversiones económicas. Los derechos humanos cuando no hay testigos que los puedan denunciar cuando son transgredidos no existen. La democracia como la ciudadanía en Afganistán no ha funcionado porque el objetivo declarado nunca fue la creación de un Estado: para esto hace falta algo más que bombas y balas, hace falta también una estructura estatal con sus respectivos cuadros de funcionarios y sus respectivas instituciones y escuelas. Europa haría muy bien de tomar buena nota de cómo puede terminar una aventura militar incierta, mal ejecutada, y liderada por unos Estados Unidos que en cuestiones que no les afectan directamente, aunque humanamente se puede entender «la carga que han soportado», no son fiables ni siquiera con sus propios aliados. ¿Hacia falta realmente ir a Afganistán?
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 12 Septiembre 2021.