
El avance de los talibanes sobre Kabul presagia un final semejante al que vivieron las tropas norteamericanas al abandonar precipitada y dramáticamente Saigón en 1975. Entonces se perdió una guerra y ahora también. Una guerra que empezó como respuesta al ataque brutal del terrorismo islámico a las Torres Gemelas de Nueva York y propició una respuesta internacional contra el régimen de los talibanes a los que se les acusó de haber preparado el atentado masivo contra Estados Unidos.
Los talibanes fueron derrotados en Kabul por una coalición internacional que envió miles de soldados a Afganistán. Derrotados pero no aniquilados. El régimen talibán es inflexible en su brutalidad y en la idea ancestral de violencia para eliminar a quien se aparte de las estrictas doctrinas coránicas que aplica a cal y canto.
Estados Unidos ha invertido mil millones de dólares en Afganistán y han llegado a Washington más de seis mil cadáveres, víctimas de la guerra. La fuerza se empleó a fondo para erradicar las doctrinas talibanes y no se ahorraron esfuerzos diplomáticos para que los afganos construyeran un régimen democrático mínimamente compatible con las libertades de todos.
Veinte años de destrucción y reconstrucción, de guerras internas entre los aliados occidentales y los talibanes, bombas en escuelas y centros públicos, defensa de las instituciones de los ataques que el terror volvía a golpear desde las montañas.
El régimen afgano, protegido por Estados Unidos, no consiguió pacificar el país y mucho menos ahuyentar el peligro de los talibanes. Obama fracasó en Afganistán a pesar de haber dado muerte a Osama Bin Laden en una operación secreta y ejecutada a distancia. Trump no se enteró de lo que pasaba pero anunció que retiraría las tropas de Afganistán. Es lo mismo que decidió Biden al poco de llegar a la Casa Blanca.
En el Pentágono y en el Departamento de Estado han llegado a la conclusión que la guerra estaba perdida y que los talibanes acabarían llegando a Kabul sin que el gobierno sostenido por Estados Unidos fuera capaz de frenar a unos talibanes que siembran el terror y la violencia indiscriminada mientras van conquistando ciudad tras ciudad.
Ha empezado la evacuación de soldados, diplomáticos, trabajadores y asesores occidentales. Es lo mismo que ocurrió en Saigón en 1975 cuando las fuerzas de Ho Chi Minh acabaron asaltando la capital de Vietnam del Sur. Británicos, norteamericanos, alemanes, franceses y también españoles están preparando planes de salida apresurada de Kabul.
Y junto con los nacionales de cada país se intenta salvar a todos los afganos que han colaborado con las fuerzas occidentales en calidad de traductores, intendentes, informadores y colaboradores. Si se quedan en el país serán sometidos a juicios y a posibles penas máximas por el solo hecho de haber colaborado con los “ocupantes”. Son las reglas de los vencedores.
El hecho cierto es que Estados Unidos y Occidente han perdido las guerras de Afganistán e Iraq. El futuro que espera a esos dos países no es ni democrático ni pacífico. Las guerras siguen vigentes cuando se acaban en países hechos a medida de sus luchas internas y externas. En Afganistán se estrellaron los británicos, los soviéticos y ahora los norteamericanos. En los tiempos del “big game”, el gran juego, se decía que Afganistán es un cementerio de imperios.
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Lluís Foix ha sido corresponsal en Londres y Washington, ha cubierto informativamente siete guerras (incluida la de los soviéticos contra los muyahidines entre 1978 y 1992), y ha sido también director de La Vanguardia.
El artículo fue publicado originariamente en el blog de Lluís Foix y puede consultarse a través de este enlace. La publicación en este periódico cuenta con la autorización del autor.
Redacción. Periodismo. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 14 Agosto 2021.