En la Revista de Historia Militar, correspondiente al año 1958, aparecía claramente expresado que la ofensiva roja sobre el sector de Peñarroya, desarrollada en Enero de 1939 era muy correcta como plan de operaciones. Bien concebida, en un frente amplio y desguarnecido, y con un objetivo sensible importante: la cuenca minera de la zona, que el Mando franquista no podía perder. Lo que a continuación sigue, y que da fin a esta serie de artículos, es la crónica de una batalla que se desarrolló en paralelo a otra que tuvo como objetivo final la conquista de Cataluña. Quizás por ello, y a pesar de su importancia, sigue siendo poco conocida más allá de los estudios especializados.
No mucho tiempo atrás, acabada la Batalla del Ebro el 16 de Noviembre de 1938 con la derrota del Ejército Popular de la República, la pregunta no era si se podía o no ganar la Guerra sino si se podía impedir que los sublevados la acabasen en un breve tiempo. La situación a nivel de relaciones internacionales en Europa era muy preocupante y, como se sabe, la probabilidad de que estallase una guerra entre los países totalitarios y los democráticos era muy elevada. La Guerra no había acabado porque el Ejército republicano no se había rendido: el presidente del Gobierno, Juan Negrín, junto a los comunistas y la firme decisión del general Vicente Rojo seguían manteniendo que resistir era el camino adecuado, pues un cambio en la situación europea obligaría a Francia e Inglaterra a reconsiderar sus posturas no intervencionistas. Por su parte, Franco y sus generales consideraban que lo urgente, tras la victoria en el Ebro, era seguir avanzando. Las fuerzas militares del Ejército franquista se habían rehecho con rapidez y las alternativas eran claras: conquistar Valencia o Cataluña.
La disyuntiva parecía bastante fácil de resolver pues, tras los acuerdos de Múnich, firmados en Septiembre de 1938, entre los gobiernos de Alemania, Italia, Francia y Reino Unido para solucionar la crisis de los Sudetes, no cabía temer una intervención francesa en el territorio español. Cataluña era la zona más débil de la República y su conquista tenía un alto valor político y simbólico. Suponía, además, cerrar el acceso de nuevos suministros de armas por vía terrestre, dejando al centro peninsular con una única vía de aprovisionamiento por mar, vía que, por otra parte, ofrecía una mayor dificultad, pues el bloqueo por parte de la Armada franquista era cada vez más eficaz. Por si lo anterior fuera poco, la resistencia del Ejército republicano tras la derrota en el Ebro había quedado seriamente mermada. Hombres desmoralizados, muy cansados y mal pertrechados: no había fusiles suficientes y la reposición de hombres se estaba convirtiendo en muy difícil, pues seguía aumentando el número de huidos y escondidos. Políticamente, en Cataluña, el apoyo al Gobierno era cada vez menor: los comunistas eran los únicos que defendían los planteamientos gubernamentales, mientras que los socialistas hacía tiempo que ya no tenían peso político, los anarquistas habían dejado de luchar con la ilusión de antaño y los nacionalistas no colaboraban. Así pues, si Cataluña caía, el resto del territorio en poder de la República desaparecería con facilidad, especialmente tras el pacto de Franco con Hitler sobre el envío de armamento a cambio de la entrada de capital alemán en la explotación minera en territorio peninsular, tan necesaria para la industria de guerra.
Para Franco era necesario y prioritario conquistar Cataluña antes de que finalizase el año y, por ello, ordenó el 10 de Diciembre de 1938 el traslado al frente de combate de veintidós divisiones (aproximadamente unos trescientos mil hombres) más mil piezas de artillería, dos mil morteros, tres mil ochocientos fusiles, dos mil quinientas ametralladoras y novecientos aviones. Estas serían las fuerzas iniciales de la denominada ofensiva sobre Cataluña, en una línea comprendida entre Artesa de Segre, Tárrega, Borges Blanques y Falset. Por su parte el Ejército Popular de la República que se enfrentaría a las tropas franquistas estaba constituido por veinte divisiones (unos doscientos cincuenta mil hombres), graves problemas de armamento (cinco mil armas automáticas, apenas un fusil por cada dos soldados), setecientas piezas de artillería y doscientos aviones (de peor calidad que los del bando contrario). Las fuerzas republicanas hacía meses que habían establecido hasta un total de seis líneas de defensa en el territorio catalán, algo que en cierta forma contribuiría a compensar el desequilibrio inicial de fuerzas.
Ante esta perspectiva, el general Vicente Rojo rescató un plan, conocido como Plan P, que había sido idea del que fuera Presidente del Gobierno y Ministro de la Guerra, Francisco Largo Caballero. Dicho plan, elaborado en 1937 ante la amenaza de la pérdida del frente Norte, tenía como objetivo atraer fuerzas franquistas a la zona extremeña, aliviando y retrasando el asalto final al Cinturón de Hierro bilbaíno. Pero había más: si el Plan P se llevaba a cabo, era posible que la acción ofensiva derivase en unaruptura de la zona franquista en dos. Sin embargo, el proyecto no cristalizó por razones políticas y militares: un Largo Caballero en franca precariedad política y las rivalidades con el general Miaja, responsable de la defensa de Madrid, llevó al abandono de un plan que fue concebido como destinado a ganar la Guerra.
Cuando el general Vicente Rojo puso en marcha el plan P el Grupo de Ejército del Centro tenía veinte reemplazos en filas, es decir, más de seiscientos mil hombres. El día 11 de Noviembre de 1938 se había solicitado a Stalin el envío de armamento y, si se lograba que Francia abriera la frontera, la resistencia en Cataluña sería factible. Era fundamental, entonces, aliviar la presión sobre dicho territorio y, para ello, el Plan P había de ponerse en marcha antes de que Franco iniciase la ofensiva.
El Plan P, atendiendo a que el mando franquista consideraba que el frente en Andalucía como un frente dormido, se iniciaba con el ataque de cuatro batallones de las mejores unidades que habían de desembarcar en Motril (Granada), una zona poco defendida. Este hecho se combinaría con el ataque de una división acantonada en Almería sobre las líneas de defensa y acceso a Málaga, provocando que el general Queipo de Llano tuviese que enviar tropas para frenar un posible avance sobre Granada capital. A los cinco días de iniciada la ofensiva, tres cuerpos de ejército avanzarían sobre Peñarroya (Córdoba) para, en un tercer paso, cortar las comunicaciones de Madrid con Extremadura.
La idea, desde un punto de vista de la estrategia militar, tenía pleno sentido, pero, una vez más, su realización llegó con retraso debido a problemas de abastecimiento de armas, combinados con el desarrollo de una grave crisis alimentaria en la población madrileña. Pero, además, volvieron a presentarse los desacuerdos entre los propios militares republicanos: el general Miaja, apoyado por el almirante Miguel Buiza, se opuso a la acción en Motril y declinó toda responsabilidad sobre lo que él consideraba como un fracaso anunciado. Eso ocurría un 8 de Diciembre de 1938 y dos días más tarde, un temporal de nieve, lluvia y frío retrasó el inicio de la ofensiva franquista sobre Cataluña que, finalmente, se iniciaría el 23 del mismo mes. Una ofensiva que enfrentaba a los mejores generales franquistas (Dávila, Muñoz Grandes, García Valiño, Moscardó, Solchaga y Yagüe) con otros grandes generales republicanos (Galán, Del Barrio, Jover, Vega, Tagüeña, Buxó y Líster). Concebida por el bando franquista como una batalla al estilo de las libradas en la Gran Guerra de 1914, perseguía la ruptura brutal del frente a través del fuego de artillería, seguida del avance de la infantería y el apoyo aéreo de italianos y alemanes.
Días antes del inicio, y a pesar de los inconvenientes anteriormente señalados en el bando republicano, comenzaron a transmitirse las primeras órdenes para poner en marcha el Plan P. Así, el 15 de Diciembre podía leerse en la comunicación oficial del Estado Mayor del Ejército de Extremadura que la acción inicial debería efectuar una acción principal en el sector de Hinojosa del Duque para romper el frente desde Sierra Trapera hasta Sierra Patuda para, a continuación penetrar por la brecha que se procurará ensanchar por doble envolvimiento de sus flancos y llevar después a cabo una acción secundaria que se dirigiría a Valsequillo. Ocho días más tarde, y como ya he citado más arriba, se inició la ofensiva franquista : un ataque de dos divisiones de infantería y el fuego inicial de doscientas ochenta piezas de artillería que destruyó el conjunto de posiciones del Montsec de Rúbies y, a partir de ahí, todo se desarrolló según lo previsto, acompañado por hechos comprensibles en unas fuerzas muy desmoralizadas y con miedo a lo que se venía encima: el abandono masivo de la 179 Brigada de la 56 División republicana provocaría la apertura de una boquete en las líneas de defensa y el avance sin problemas destacables de las tropas italianas.
El contraataque del Ejército republicano en la zona extremeña se inició el 5 de Enero de 1939 a las ocho de la mañana. Tras una fuerte acción de la artillería de campaña, el general Matallana lanzó un total de seis divisiones, apoyadas por cien piezas de artillería y cincuenta tanques, más dos Brigadas de Caballería. El objetivo era llegar a la frontera portuguesa con Badajoz, objetivo que parecía al alcance de la mano tras una espectacular acción de la 47 División de Infantería, que se filtró a través de las filas del Ejército franquista en la Sierra de Patuda, avanzando ocho kilómetros las líneas republicanas. Este éxito inicial republicano no alteró los planes del general Rojo y no tardó en escribir al general Matallana que complementase la acción con la participación del coronel Casado, al mando del Ejército del Centro, obligando al enemigo a traer tropas desde Cataluña. Una atenta lectura de los partes oficiales de guerra, aparecidos en la Prensa de ambos bandos al día siguiente, nos muestra las dos visiones enfrentadas: mientras que en el bando republicano se afirmaba que nuestra acción ofensiva iniciada en la mañana de hoy en el Sector de Valsequillo los soldados españoles han roto el frente enemigo, profundizando en un avance que continúa victoriosamente a la hora de redactar este parte, arrollando todas las resistencias (…) es muy elevado el número de prisioneros, en el lado contrario aparecía de forma más escueta: En el sector de La Granjuela el enemigo ha atacado nuestros puestos avanzados, habiendo sido rechazado y causándole grandes pérdidas. El 6 de Enero se tomó la localidad de Fuente Obejuna y un día más tarde cayó Los Blázquez, pudiendo así cercar Azuaga. El resultado no podía ser más satisfactorio: se había reconquistado un territorio de unos quinientos kilómetros cuadrados y parecía que la ruptura de Cáceres con Sevilla era muy probable, lo cual haría reconsiderar al mando franquista el desvío de tropas. La situación provocada desbordó al general Queipo de Llano, quien no tardó demasiado en solicitar refuerzos y quien no debió llevarse ninguna sorpresa al comprobar que Franco no estaba dispuesto a enviar todo lo que pedía pues seguía manteniendo que lo principal era conquistar Cataluña.
Pero, una vez más, el éxito inicial fue apagándose lentamente. El coronel Casado no vio con buenos ojos la colaboración que se le pedía y, a regañadientes, la inició el 13 de Enero para, cuatro días más tarde, darla por finalizada. A ello se sumaron las inclemencias meteorológicas en la zona extremeña y cordobesa, pues una serie de torrenciales lluvias frenaron el avance inicial, dando un tiempo precioso al general franquista Maximino Bertomeu para reforzar la localidad de Peñarroya con la 11 División. El 16 de Enero las fuerzas republicanas perdían La Granja de Torrehermosa y, aunque el 17 se intentó un nuevo ataque desde Hinojosa del Duque, la situación volvió a su punto inicial el 4 de Febrero, día en el que la ofensiva republicana terminó, con un total de cerca de nueve mil muertos entre los dos ejércitos. El 3 de Febrero, no obstante, la situación real quedaba enmascarada por la censura militar republicana: en el parte oficial de operaciones se afirmaba que continúan siendo rotundamente rechazados por los soldados españoles los intentos de ataque en el Sector de Valsequillo. El comunicado oficial en el bando franquista aseguraba que en Extremadura se ha llevado a cabo hoy otra rectificación a vanguardia de nuestras líneas, derrotando al enemigo (…) sin que hayan conseguido ni una sola pulgada de nuestro terreno.
La Batalla de Peñarroya fue la penúltima derrota del Ejército Popular. El avance inicial fue relativamente sencillo al contar con superioridad de hombres y medios en un frente resguardado, pero el impulso inicial se detuvo a los tres días de iniciado y, como ya había ocurrido en otras ofensivas, las fuerzas franquistas reaccionaron con rapidez. Además, no necesitaron enviar demasiados refuerzos desde Cataluña, justo lo contrario de lo ocurrido en el lado republicano: la carencia de reservas de hombres y armamento, a la que había que añadir la precaria situación de la aviación, aceleró la derrota.
Cuando todo esto ocurría hacía días que había terminado la ofensiva sobre Cataluña. Iniciada tres días antes de la Navidad de 1938, y mientras el coronel Casado dudaba si conceder la ayuda que le pedía el general Rojo, las tropas franquistas habían sobrepasado la segunda línea de defensa y ocupado Tarragona. Se inició así el exilio de casi un millón de personas hacia lo que quedaba del territorio republicano en Cataluña. El 25 de Enero las tropas pasaron el Llobregat por Molins de Rei y, por la noche, ocuparon el Tibidabo, Vallvidrera y Collserola , además de Hospitalet de Llobregat y, un día más tarde, a las 7.15 de la mañana las tropas legionarias y moras del general Yagüe comenzaron su avance, encontrando cierta resistencia en Esplugues de Llobregat. Finalmente, entrarían por tres zonas: Sants, la Avenida Diagonal y Montjuic. También esa mañana avanzaron las Divisiones 5 y 105 de la 4ª Brigada del Cuerpo de Ejército de Navarra, dirigido por el general Dávila, ocupando Sarriá, la Rabassada y Horta, donde se situaron en las baterías del Turó de la Rovira, y capturando las piezas de artillería que habían defendido la ciudad de los ataques aéreos. Al atardecer de ese 26 de Enero toda la ciudad de Barcelona estaba en poder del mando franquista, noticia que el general Yagüe comunicó personalmente a Franco. Por su parte, el general Rojo afirmaría que Barcelona ha caído sin gloria.
Ese 26 de Enero había sido un frío día de invierno, pero con esa claridad dominada por el Sol, tan agradable para pasear en la capital catalana. Hasta el día anterior la vida siguió desarrollándose en un clima de normalidad caótica a la que los habitantes de la ciudad se habían acomodado: carencia de alimentos, de gas y electricidad. Las calles estaban repletas de soldados y personal civil, de carros y camiones que huían de las tropas. Hacía días que los funcionarios y los políticos habían marchado hacia Francia. Sirenas, ambulancias, bombardeos aéreos, hogueras donde se quemaban documentos comprometedores. Los periódicos siguieron publicándose y la radio continuó con sus emisiones, medios a través de los cuales comunistas como Teresa Pàmies, Joan Comorera o Santiago Carrillo siguieron llamando a la resistencia final. Pero, al final, sólo quedaron los que esperaban que todo acabase y los heridos que no pudieron hacerlo. Atendidos por enfermeras y médicos que decidieron seguir en sus puestos serían, finalmente, hechos prisioneros.
Las tropas que entraban en Barcelona iban regalando pan y chocolate a las personas que salían a recibirles. Y es verdad que, aunque no fueron bien recibidos en algunos barrios, el ambiente fue de euforia: las mujeres se abrazaban a los jóvenes soldados y muchos hombres lloraban mientras observaban y tomaban conciencia que todo había terminado. Los niños corrían de un lado a otro y, en los balcones, comenzaban a aparecer sábanas blancas. En otros lugares se retiraron las banderas republicanas y, en algunos casos, se utilizaron senyeres para enarbolar la nueva bandera roja y gualda. Aquella misma tarde se emitieron los primeros mensajes del mando franquista por Radio Associació de Catalunya. Dos meses y dos días después la escena se repetía en Madrid. Entre los muchos testimonios que pueden citarse, no resisto reproducir las palabras del diplomático chileno Carlos Morla Lynch, que aparecen en las páginas de su dietario personal, España sufre. Diarios de guerra en el Madrid republicano, correspondientes al 28 de Marzo: El aspecto de la calle es imponente. Es la locura. Hay alegría, gritos, banderas monárquicas, camiones llenos, colgaduras y el grito sostenido de ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco! ¿Dónde están los rojos? Se han esfumado. La Guerra había terminado, sí, pero se iniciaba otra, muy triste, muy trágica y repleta de silencios que aún perduran. Pero esa es otra historia.
Bibliografía:
- ENGEL, Carlos. Estrategia y táctica en la Guerra de España.1936-1939. Almena. Madrid 2008.
- LÓPEZ ROVIRA, Carlos. La conquesta de Catalunya. Diari d´operacions de l´exèrcit de Franco. Editorial Base, Barcelona 2012
- REVERTE, Jorge M. –MARTÍNEZ ZAUNER, Mario. De Madrid al Ebro. Las grandes batallas de la Guerra Civil Española. Galaxia Gutenberg, Barcelona 2016.
- ROMERO GARCÍA, Eladio-DE FRUTOS ÁVALOS, Alberto. 30 paisajes de la Guerra Civil Larousse, Barcelona 2020.
- SOLÉ BARJAU, Queralt. Catalunya 1939. L´última derrota. Ara Llibres. Barcelona 2006.
José Miguel Hernández López. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 1 Abril 2021.