Julio de 1936: el dilema y la respuesta de algunos militares – por José Miguel Hernández

Vicente Rojo Lluch, Domènec Batet, Miguel Campins Aura, Antonio Escobar Huertas, José Aranguren Roldán, Segismundo Casado López, y Rafael Latorre Roca

El general Rafael Latorre Roca fue un militar franquista que ocupó cargos importantes en la estructura del poder del régimen. Fue gobernador militar de Asturias y de Teruel, así como jefe de la Artillería en Cataluña durante la posguerra. Desde 1946, una vez pasado a la reserva, sería nombrado delegado del Gobierno en la Confederación Hidrográfica del Duero, cargo que ocupó hasta 1956. Militar conservador y seguidor de la doctrina social católica, era partidario de un Ejército profesional y ajeno a las intrigas políticas. Cuando se instauró la Segunda República, en 1931, se acogió a la ley Azaña para solicitar la baja en la vida castrense al discrepar de la orientación gubernamental hacia la Iglesia Católica. Su retorno voluntario a la vida militar se produjo tras el 18 de Julio de 1936, respondiendo así al dilema que se presentó en otros generales, jefes y oficiales. Convencido de que apoyar la sublevación era la decisión más correcta fue observando a lo largo de los años que la administración de la victoria por parte del poder político franquista no correspondió con sus particulares intenciones. El historiador Jaume Claret ha investigado la figura de este general desengañado que, no obstante, se benefició de los privilegios derivados de pertenecer al bando de los vencedores. Una historia más si no fuese por un detalle: en privado, el general Latorre elaboró a lo largo de los años una serie de notas que conforman la primera biografía de alguien integrado en la Dictadura franquista pero opuesto a la gran mayoría de decisiones y realizaciones del régimen. Leyendo el fascinante libro escrito a partir de esas notas por el historiador antes citado, podemos acercarnos a lo que, en verdad, pensaba Latorre acerca de Franco: encumbrado gracias al apoyo de y hacia Hitler y Mussolini, le faltaba talento y visión, sin ir más lejos, al prolongar innecesariamente el conflicto. Sobre algunos de sus compañeros de armas no era mucho más benévolo y, así, consideraba que eran unos verdaderos ineptos y, algo peor aún, corruptos. Esto último era lo más grave: ascensos inmerecidos, mantenimiento del sistema a través de una red clientelar en la que Falange era la principal beneficiaria y que, muy pronto, había olvidado sus objetivos de trabajar por la justicia social. Religiosidad falsa y autocomplacencia por parte de la jerarquía eclesiástica, escasamente crítica ante la pobreza y las desigualdades sociales de aquellos años.

Pero, como es sabido, no todos reaccionaron igual. De los ciento cuatro generales en activo en Julio de 1936, no llegaron a treinta los que decidieron sublevarse. Fueron mayoría los que decidieron mantener su juramento de fidelidad a la República, decisión que tendría consecuencias graves para ellos tras la Guerra o durante ella: la muerte por fusilamiento, el exilio, la cárcel o la inhabilitación. Lo que sigue a continuación es una breve crónica de seis militares de alta graduación que decidieron mantenerse firmes ante lo que consideraban una desobediencia a su juramento.

Miguel Campins Aura, nacido en Alcoy en 1880, fue uno de los más prestigiosos militares africanistas. Profundamente católico, valiente soldado y de una gran cultura, era amigo personal y compañero de armas de Franco. La sublevación de Julio le pilló en su puesto como gobernador militar de Granada y, ante la llamada del general Queipo de Llano, conminándole a declarar el estado de guerra en la provincia, éste le contestó que sólo obedecía órdenes del general Villa Abrile ( que, previamente, había sido destituido por Queipo). En las primeras horas Campins declaró su apoyo al gobierno legítimo, pero, finalmente, acabó solidarizándose con los sublevados. Su decisión estuvo marcada por el abandono por parte del gobierno central, la presión del gobernador civil que quería entregar las armas al pueblo para enfrentarse a los militares sublevados y la actitud claramente favorable al golpe de los oficiales de la guarnición. Campins quiso evitar el derramamiento de sangre y, finalmente, declaró el estado de guerra el 20 de Julio. Fue el propio Queipo de Llano quien le felicitó por su cambio de actitud, pero, tras haber recibido informaciones acerca de los obstáculos que había puesto, acabó destituyéndolo y, el 4 de Agosto de 1936, fue detenido y encausado por rebelión militar con fecha 21 de Julio. Campins, consciente de que su vida y su honor como militar estaban en serio peligro, escribió a Franco para que mediase en su favor. En los primeros compases de la sublevación, cuando aún no estaba claro quién ostentaría el poder militar en la zona rebelde, Queipo de Llano tenía un margen de maniobra muy amplio para desoír las peticiones de Franco que, por otra parte, se desconoce si existieron. Se sabe que Franco fue a Sevilla el 5 de Agosto para entrevistarse con Queipo y hablar sobre la marcha de la guerra, pero lo cierto es que el 14 de Agosto Campins fue juzgado en Consejo de Guerra y condenado a muerte. Un día más tarde Queipo telegrafió a Burgos comunicando a la recién constituida Junta de Defensa el fallo del Tribunal y ésta dio el “enterado” a la sentencia. Franco, al igual que el arzobispo de Sevilla, escribió a Queipo quien manifestó que no iba abrir ninguna carta más de ese general sobre el enojoso asunto y que, al día siguiente, Campins sería fusilado. Efectivamente, el 16 de Agosto de 1936, a las 4.30 de la mañana, habiendo comulgado tras haberse confesado, se cumpliría la sentencia. Frente al pelotón de fusilamiento, dos soldados que fueron testigos del hecho resaltaron el valor y sangre fría del general Campins. Dos días más tarde el diario ABC en su edición sevillana publicaría una reseña en la que se comunicaba la muerte del general, el mismo día que Federico García Lorca era detenido.

José Aranguren Roldán había nacido en El Ferrol en el año 1875, unos años antes de que lo hiciese Franco en la misma localidad. Al salir de la Academia General Militar se incorporaría a la Guardia Civil y, tras participar en la Guerra de Marruecos, sería ascendido a coronel en 1929. Fue destinado, en Marzo de 1936, al mando de la 5ª Zona de la Guardia Civil en Cataluña, con sede en Barcelona. El 19 de Julio de 1936, tras el intento del general Manuel Goded Llopis de que se sumase a la sublevación, Aranguren no sólo no se sumó sino que conminó a Goded a que depusiese su actitud, manifestando así su alineamiento con el Gobierno republicano. Tras estos hechos, Aranguren sería nombrado Jefe de la IV División Orgánica (Cataluña). Declaró en el juicio celebrado contra Goded y Fernández Burriel, artífices del fallido  golpe en Barcelona y se negó a confirmar las sentencias de muerte que, finalmente, se cumplieron. Aranguren fue un hombre profundamente católico, persona de orden y más bien cercano a la derecha política, pero su posición de obediencia al juramento que había hecho no le impidió cumplir con lo que él consideraba lo correcto. La caída de la República encontró a Aranguren en Valencia y, considerando que no había hecho otra cosa durante la Guerra que cumplir con su deber, no quiso exiliarse. Se refugió en la Embajada de Panamá, pero fue detenido por orden expresa de Franco (violando así las normas más elementales del Derecho Internacional). En el auto de procesamiento se le acusó de rebelión militar, de connivencia con los mandos políticos “rojos”, de traición y de corrupción (en base a que, supuestamente, había cobrado un millón y medio de pesetas por no sublevarse). En su defensa Aranguren argumentó que siempre mantuvo un distanciamiento con los políticos y que, principalmente, mantuvo el orden en la retaguardia. Fue condenado el 15 de Abril de 1939 a morir fusilado, lo que ocurriría seis días más tarde, en torno a las cinco de la mañana y en el lugar conocido como el Camp de la Bota, por donde ya habían pasado por las armas a varios de sus subordinados y donde durante los siguientes trece años se seguiría fusilando a los cerca de mil seiscientos hombres y mujeres que el régimen consideraba enemigos de la Patria [1]. De nada sirvieron las gestiones personales del Papa ni, tampoco, de su propio hermano, Carlos Aranguren, coronel del Ejército franquista. Franco, al firmar el enterado de la sentencia, desoyó las recomendaciones relativas al estado físico del condenado, pues se recuperaba de unas lesiones habidas tras un accidente. Sus palabras fueron terminantes:  A Aranguren que lo fusilen, aunque sea en camilla. Y así fue. Su cadáver sería enterrado en el cementerio de San Amaro (La Coruña). Y su nombre, como recuerda el escritor Lorenzo Silva, no aparece en el Atles de la Guerra Civil a Barcelona, olvido imperdonable de alguien que con su actitud contribuyó a la derrota de los sublevados [2].

El otro militar imprescindible en esta historia de los sucesos de Barcelona en Julio de 1936 fue Antonio Escobar Huertas, nacido en Ceuta en 1879. Con veinte años ingresaría en la Guardia Civil y, en 1936, ascendió a coronel, siendo destinado a Barcelona como segundo de Aranguren. Fue él quien recibió y ejecutó la orden de reducir los focos de rebelión en la ciudad de Barcelona: la columna de guardias civiles que avanzaba por Vía Layetana, al llegar a la altura de la Conselleria, detuvo su marcha para que Escobar pudiese saludar a Lluís Companys, que estaba en el balcón: A sus órdenes señor President, fueron sus palabras. Su actuación y valentía fue referenciada en las páginas de la novela L´Espoir, escrita por André Malraux, en la toma del Hotel Colón, el edificio de la Telefónica, la Plaza de la Universidad y la de Cataluña. Al igual que Aranguren, Escobar fue un hombre de fuertes convicciones morales que le llevaron a apoyar las legítimas instituciones republicanas.  Como Aranguren, también fue alguien firme y convencido de su creencia católica, viviéndola intensamente: tras los sucesos de Mayo de 1937, recién ascendido a general, pidió permiso para ir en peregrinación al Santuario de Lourdes. Insólita petición en un país que, oficialmente, había dejado de ser católico. No obstante, parece que no hubo objeciones por parte de Azaña, Prieto o Zugazagoitia, aunque otras fuentes indican que existió cierto temor a que, aprovechando el viaje, no regresase de Francia. No fue así: acompañado por su hijo Antonio Escobar, capitán de la Guardia de Asalto, y en las mismas fechas en las que José Escobar, su hijo pequeño, moría en la Batalla de Belchite, el general Escobar sería uno más de los miles de peregrinos. En Octubre de 1938 fue nombrado Jefe del Ejército de Extremadura, participando junto al general Vicente Rojo en la ofensiva sobre Badajoz, el denominado Plan P, que tenía como objetivo dividir en dos la zona franquista cercana a la frontera con Portugal. La ofensiva se inició el 5 de Enero de 1939 y, al mando de ésta, se situaría Escobar. Sin embargo, y tras el éxito inicial, quedó neutralizada muy pronto. En la reunión que convocó el Presidente del Gobierno, Juan Negrín en Los Llanos (Albacete) para, una vez más, llamar a la resistencia para conseguir la victoria, Escobar manifestó su disconformidad (como la mayoría de los mandos allí presentes), pues la guerra estaba perdida. Es fácil entender que, semanas después, apoyase el golpe del coronel Segismundo Casado, al que me referiré más adelante. El 29 de Marzo de 1939 Escobar se entregó en Ciudad Real a las tropas del coronel Yagüe y, a pesar del ofrecimiento de éste de que marchase a Portugal, prefirió asumir sus responsabilidades. Trasladado a la cárcel provisional como preso común sería recluido, finalmente, en Barcelona, en el castillo de Montjuic, donde sería juzgado y condenado a muerte el 21 de Diciembre de 1939. Franco no escuchó los ruegos del Vaticano, del Cardenal Segura, del general Varela o del propio Yagüe. Únicamente le concedió el honor de morir en Montjuic y no en el Camp de la Bota, además de poder dirigir su propio pelotón de ejecución. Moriría el 8 de Febrero de 1940 en el foso de Montjuic, donde unos meses más tarde, el 15 de Octubre del mismo año, sería fusilado Lluís Companys. Lo hizo con un crucifijo en las manos y sus últimas palabras fueron: Bendita sea la Divina Voluntad.  Fue enterrado en el Cementerio del Sudoeste y la solicitud, muchos años después, de trasladarlo al Valle de los Caídos no fue atendida.

La mañana del 7 de Octubre de 1934 el general Domènec Batet recibía en su despacho de la Capitanía General de Catalunya a Lluís Companys. Los sucesos que habían comenzado horas antes habían llevado a la proclamación del Estat Català desde el balcón principal del Palau de la Generalitat pero, al final, todo había acabado con la rendición del President y de su equipo de gobierno. El general Batet, que había dado instrucciones para que llegasen sanos y salvos a su presencia, desobedeció la orden del general Franco, encargado de reprimir la revuelta, de entrar a sangre y fuego en el Palau. Ello fue la causa de que Franco le tuviese una especial animadversión, pues le restó el protagonismo que ambicionaba, protagonismo que fue para Batet, al que concedieron la Laureada de San Fernando por este hecho.

El día 13 de Junio de 1936 Batet fue nombrado Jefe de la VI División Orgánica, con sede en Burgos. Allí fue percibiendo que muchos militares estaban a favor de un golpe de Estado y, cuando llegó el 18 de Julio, se negó en redondo a sumarse a la rebelión. Detenido por un capitán, ayudante suyo, se comunicó al general Mola el hecho y éste, tras unos momentos de silencio, ordenó “que le tratasen bien”. Fue retenido en la prisión provincial de Burgos y posteriormente sería trasladado al fortín de San Cristóbal, en Pamplona. Cuando Franco se convirtió en Jefe del Estado no dudó demasiado en cumplir su venganza por los sucesos de Barcelona y por no haberse unido a la rebelión: juzgado en Consejo de Guerra el 8 de Enero de 1937 bajo la acusación de auxilio a la rebelión, fue condenado a muerte tras haberle sido retirada la Laureada y ser dado de baja en el Ejército, por indicación expresa del general Franco

Domènec Batet i Mestres fue, finalmente, fusilado el 18 de Febrero de 1937 en el campo de tiro de Vista Alegre a las siete y media de la mañana.  Despertado dos horas antes recibió la visita del juez, su abogado defensor y el padre Leturia, que fue quien le confesó. Oyó misa y comulgó. Después tomó café y conversó. Regaló su capote a un preso y se dirigió al lugar de ejecución, a la que asistieron un total aproximado de quinientas personas. Las diversas peticiones de clemencia que había recibido Franco por parte de Alcalá Zamora, del Cardenal Gomà o del general Cabanellas no fueron atendidas. Y una, especialmente una, la que procedía del general Queipo de Llano, puso una vez más de manifiesto la tensión existente entre ellos dos: Franco pagó con la misma moneda que utilizó Queipo al desoír su mediación en el caso del general Campins, anteriormente mencionado.  Batet era el militar ideal para el proyecto que tenía Manuel Azaña en su definición de la reforma militar pendiente: más parecido al modelo francés, que resaltaba la competencia y apolítico. Desde algunos sectores de la derecha se criticó su actitud en 1934, definiéndola como tibia y vacilante. Tampoco se libró de las críticas por parte de los sectores nacionalistas catalanes y por las izquierdas al no sumarse a la revuelta de Companys.  Y los franquistas no le perdonaron que fuese un republicano que no se unió al Golpe. Sólo recientemente se le han reconocido los servicios que prestó a Catalunya y a la República. El 18 de Febrero de 2006, sesenta y nueve años después, una esquela recordaba su fusilamiento a causa de su fidelidad al Gobierno legítimo de la República.

El general Vicente Rojo Lluch heredó la fe de su madre, resumida en una frase muy gráfica: los hombres tienen que ser buenos. Su fe en Dios fue el soporte más firme que halló en las difíciles vicisitudes que la vida le proporcionó. Su fe no fue ciega ni fanática, sino fuerte, conscientemente sentida y comprendida. Quizás ese era el significado que tenía la cruz que siempre le acompañó en su lecho.

Nacido en 1894 en Fuente la Higuera (Valencia), se incorporó en 1915 a la guarnición de Ceuta, participando en diversas operaciones contra las cábilas marroquíes que hostigaban las comunicaciones con Tetuán. En posesión de una extraordinaria hoja de servicios y un no menos brillante expediente conseguido en la Academia General Militar fue nombrado Jefe del Estado Mayor del Ejército republicano al iniciarse la sublevación de Julio de 1936. Católico convencido, respondió a un jesuita que le manifestó su extrañeza acerca de su actitud de no ponerse al lado de aquellos que defendían la Iglesia y el orden que, simplemente, él había cumplido con su deber. Pero, probablemente, jugó mucho a favor de esta decisión su visión favorable de los esfuerzos de la República por los menos favorecidos. Nunca negó su creencia, ni su condición de militar al servicio en defensa de España. Y lo hizo sin las estridencias de otros militares del bando opuesto. En su Autobiografía se definía como alguien plenamente consagrado al culto de su profesión y de su familia. Trabajaba de doce a catorce horas diarias para vivir de forma decorosa y nunca perteneció a ningún partido político ni organización militar o civil. Pues bien, este insigne militar fue el que asumió la responsabilidad de organizar de manera eficaz la defensa de Madrid en Noviembre de 1936, diseñó el plan de operaciones de la ofensiva del Ebro en 1938 y estuvo tras la idea de llevar adelante la ruptura del frente enemigo en Badajoz, en el mes de Enero de 1939. Acabada la Guerra se embarcó con destino Buenos Aires y, en Bolivia, fue profesor de la Escuela de Guerra. Regresó a España en Marzo de 1957, residiendo en Barcelona hasta que fue citado en Madrid. La razón era que se había instruido un expediente informativo que, posteriormente, sería elevado a Causa Criminal. Así, el 16 de Julio de 1957 fue informado de que iba a ser juzgado por rebelión militar, algo totalmente surrealista pues sus jueces iban a ser aquellos que, en 1936, se habían revelado, faltando así a su juramento a la Constitución republicana.  Meses más tarde, en Enero de 1958, recibió el indulto aunque se mantuvo la interdicción civil y la inhabilitación absoluta. Ello significaba, como él mismo escribió en un libro aparecido en 1962, que le condenaban a no morir para seguir viviendo sin una existencia real, sin poder pronunciarse, sin poder actuar, sin poder trabajar. Privado de todos sus derechos civiles y prácticamente enclaustrado, se refugió en la escritura y, desde sus escritos, siguió abogando para que España recobrase su libertad y, de manera muy especial, la de sus antiguos compañeros de armas que lucharon por la República y que habían sido deshonrados por los vencedores. Murió el 15 de Junio de 1966. Tenía 71 años y, antes de morir, recibió los Auxilios Espirituales. En la prensa no hubo descalificaciones hacia él y, aunque oficialmente no existía, el régimen no pudo impedir que sus restos mortales fueran acompañados desde su domicilio, en la madrileña calle de Ríos Rosas, hasta la Sacramental de San Justo por una gran cantidad de personas, entre ellas destacados miembros de Falange.

Dos años después del fallecimiento del general Rojo moría también el coronel Segismundo Casado López. A diferencia de los anteriores militares reseñados, Casado no era católico sino miembro de la Masonería. En la necrológica que publicó el diario ABC en su edición sevillana se puede leer Sus motivaciones patrióticas están fuera de duda y los sucesos le dieron la razón. En aquella difícil coyuntura Casado actuó con inteligencia y valor.

Fue el general Rojo, y a pesar de sus reticencias, quien dio su consentimiento para que Casado fuese nombrado Jefe del Ejército del Centro en Mayo de 1938. Hasta ese momento había oficial del Arma de Caballería, Diplomado de Estado Mayor y profesor de la Escuela Superior de Guerra. Al iniciarse la Guerra ostentaba el grado de comandante y ocupaba el puesto de jefe de la escolta del Presidente de la República. Proclamó de forma clara su lealtad al bando republicano y fue ascendido al grado de teniente coronel por la denominada ley de fidelidad. Fue jefe de operaciones del Estado Mayor en el Ministerio de la Guerra y participó en la defensa de Madrid, combatiendo en la Batalla de Brunete al frente de un cuerpo de ejército en Julio de 1937. Tras la Batalla de Teruel, Casado fue ascendido a coronel y designado Jefe del Ejército en Andalucía. Este recorrido a su carrera militar muestra la figura de un personaje poco sospechoso de obrar de forma impetuosa. Considerado como alguien muy minucioso en su trabajo, empezó a ver a finales de 1938, y de forma muy clara, que la derrota de la República en los frentes de batalla, especialmente tras la Batalla del Ebro, era inevitable. Ello chocaba con la consigna gubernamental de resistir es vencer, defendida por el presidente del Gobierno, Juan Negrín.

Por ello, en la noche del 5 al 6 de Marzo de 1939, y tras numerosas gestiones para entablar conversaciones de paz, el coronel Casado se sublevó en Madrid, constituyendo el Consejo Nacional de Defensa. Previamente, en un texto de Julio de 1938, Casado había insistido en que los militares de carrera eran patriotas por definición y su misión era acabar con la guerra. Sugería así la posibilidad de llegar a un acuerdo entre militares ajenos a la política y sus corruptelas. Esta idea era compartida por la inmensa mayoría de los militares profesionales del Ejército Popular de la República (salvo los vinculados ideológicamente al Partido Comunista). Fue así como, estando Azaña y el general Rojo fuera de España y contando con el apoyo de Julián Besteiro, los generales Miaja y Matallana, además del teniente coronel Cipriano Mera, se produjo la rebelión de Casado, hecho decisivo para entender el final de la Guerra. Se inició un enfrentamiento armado entre los que defendían al Gobierno de Negrín (fuertemente influenciado por los comunistas) y los que, siguiendo las órdenes de Casado (fuertemente anticomunista), intentaban acabar con la Guerra de una vez por todas [3]. Tras la caída de Madrid fue el propio Franco quien le sugirió que se trasladase a Valencia para, desde allí, exiliarse. Durante veintidós años estuvo ocupado en diversas tareas, como, por ejemplo, su participación en los programas de castellano de la BBC londinense. En 1947 se trasladó a Barranquilla (Colombia) y, en 1949, inició su residencia en Venezuela, donde se dedicó a diversos negocios. En Febrero de 1955 el Consejo de Ministros del Gobierno español aprobó su regreso a España, algo que se produciría en 1961. Pero ello no evitó que su caso se abriese en 1962 y que fuese procesado en 1964 en Consejo de Guerra y condenado a no poder reingresar en el Ejército. Los informes de la Dirección General de Seguridad destacaban que Casado no había tenido contacto con el mundo político del exilio [4]. Casado insistió en su defensa que su actuación había salvado a la Zona Centro y Sur de los desastres comunistas, evitando así un baño de sangre aún mayor. El abogado defensor solicitó la prescripción del delito y, finalmente, Casado pudo terminar sus días en Madrid, lo que sucedió el 18 de Diciembre de 1968. Su féretro fue llevado a hombros por familiares y amigos y, antes de darle cristiana sepultura, el capellán rezó un responso, no demasiado lejos de donde fue enterrado el general Rojo.

Casado salía poco, normalmente para ver y charlar con amigos militares. En una ocasión, y según contó Javier Pradera, se entrevistó con el general Rojo en una cafetería, en Madrid. Surge entonces la pregunta acerca de lo que hablaron, ya venerables ancianos y muchos años después de que se produjese el desacuerdo en torno a lo sucedido en Marzo de 1939 o, también, calibrar si la decisión de no colaborar por parte de Casado hasta el último momento en la ofensiva sobre Peñarroya, en el mes de Enero de 1939, fue acertada o no. Debió ser, sin duda, una ocasión excelente para descubrir que las actuaciones de ambos buscaron siempre el cumplimiento del deber. Pero esto no es sino una hipótesis de difícil solución.

Anotaciones:

  1. El nombre de Camp de la Bota procede del francés La Butte: colinade tierra que, durante la Guerra de la Independencia (1808-1814) utilizaron las tropas napoleónicas para hacer prácticas de tiro.
  2. Los historiadores consideran que si Aranguren se hubiese sumado al golpe, la situación habría sido muy diferente en Barcelona y en el resto de Cataluña, habida cuenta del volumen de las fuerzas bajo su mando que habría controlado rápidamente el estallido revolucionario posterior.
  3. En un artículo anterior, Combatiendo desde el silencio, se explican con más detalle estos hechos.
  4. De hecho, los informes decían que el exilio republicano le había marginado por su forma de proceder.

Bibliografía:

  • ANDRÉS ROJO, José. Vicente Rojo. Retrato de un general republicano. Tusquets, Barcelona 2006.
  • ARASA, Daniel.  Católicos del bando rojo. Styria, Barcelona 2009.
  • BAHAMONDE, Ángel.  Madrid 1939. La conjura del coronel Casado. Cátedra, Madrid 2015.
  • CLARET, Jaume. Ganar la Guerra, perder la Paz. Memorias del general Latorre Roca. Crítica, Barcelona 2019
  • DEL REY, Miguel-CANALES, Carlos. Generales y mandos de la Guerra Civil. Edaf, Madrid 2019.
  • LÓPEZ ORTEGA, Pedro. Coronel Segismundo Casado López. Defensor de la Justicia, la Libertad y la República.  Espuela de Plata, Sevilla 2018.
  • RUIZ MANJÓN, Octavio. Algunos hombres buenos. Espasa, Barcelona 2016.
  • SILVA, Lorenzo. Recordarán tu nombre. Destino, Barcelona 2017.

José Miguel Hernández López. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 26 Marzo 2021.