En un artículo anterior hable de las ideas de Europa. Falta escribir cuales fueron y siguen siendo sus luces. Será un artículo reconfortante porque tengo el convencimiento que nunca antes se ha vivido tan bien en este continente. Pero la historia de Europa tiene sus sombras y algo me dice que cuando se banaliza la historia y los conceptos por desconocimiento es necesario poner negro sobre blanco. En este artículo me voy a limitar a cinco momentos históricos que para mí son el máximo exponente de las pesadillas de Europa. Habrá quién añadiría otros, de hecho, el gran mal para los que están a un lado de la barricada es el capitalismo y para los otros el comunismo, sin entrar ni unos ni otros en la complejidad de estos dos modelos sistémicos. Pero si todos dejamos la ideología y prejuicios a un lado, difícilmente podemos suprimir uno de estos momentos que he elegido. Nada de esto tiene que ver con la limitación a la investigación y el acceso al conocimiento del pasado. El conocimiento es libre. Simple y llanamente he elegido. Pero esto no se debe confundir en ningún momento con quién actuando de mala fe decide tergiversar el pasado para sus propios intereses. Algo por otro lado, harto corriente, sobre todo para aquellos que la historia es algo a lo que echar mano y abusar sin ningún tipo de ética o reparo. Ahí queda mi introducción. Sin más paso a los cinco momentos.
Las guerras de religión
Roma empezó como una República y terminó como un Imperio que imponía la romanización a los pueblos vencidos. Esto suponía la sumisión política y cultural de estos pueblos al Imperio, pero Roma en la esfera religiosa fue plural. Había una religión oficial, pero en muchas ocasiones Roma incorporaba creencias religiosas, transformándolas, o hasta permitiéndolas en paralelo en su seno. El culto de Mitra o las creencias de los barbaros de norte y centro de Europa son algunos ejemplos. El judaísmo, expurgado del poder político, también fue permitido: si hacemos caso del Nuevo Testamento a Jesús de Nazaret lo condenan los propios judíos y lo ejecutan los romanos porque se proclama el Rey de los judíos. De hecho, hasta la persecución de los cristianos llevada a cabo por Diocleciano no sólo desaparece si no que finalmente el cristianismo es incorporado como la religión oficial del Imperio. Claro que en rigor deberíamos hablar en estos momentos de los cristianismos: el de la Iglesia católica y la ortodoxa, el nestorianismo, y el arrianismo. Cuando cae el Imperio se produce una división en estados más pequeños y se adopta la economía de subsistencia. Este el origen del feudalismo con su interminable pirámide de fidelidades de abajo a arriba: del simple campesino al Rey. El poder de la religión es ya inseparable del poder político y se impone por la fuerza en el sistema ternario de bellatores, oratores, y laboratores.
La cara amable es que la cristiandad unió a los europeos por encima de las diferencias creando una verdadera civilización compartida, con un sistema de creencias, pensamiento, que se expresaba en el arte románico, y más tarde el gótico. Esto se había construido en oposición al islam, que fue parado por primera vez por Carlos Martel en el continente en la Batalla de Poitiers (en el año 732) y en el establecimiento en la Península de la Marca Hispánica. La cara menos amable fue la persecución de aquellos que se apartaban de la ortodoxia del poder de la Iglesia, y por lo tanto también del poder político. Las guerras de religión más importantes en la Edad Media fueron las cruzadas que se iniciaron en el año 1095 cuando Urbano II, ante la petición de protección del emperador bizantino Alejo I, hace un llamamiento a los nobles europeos con el propósito de proteger a los peregrinos que acudían a los santos lugares y apoderarse de Jerusalén, y se terminan en el 1291 con la caída de Acre. Las cruzadas fueron una válvula de escape para caballeros de segunda categoría, desheredados de todo tipo, delincuentes y pendencieros, pero también de nobles de primer orden que creyeron fervientemente en el mensaje. El mensaje fue tan poderoso que llegó a haber incluso al menos dos intentos de cruzadas infantiles, la de Esteban de Cloyes y la de un niño llamado Nicolás, procedente de la región del Rin, que inspiraría más tarde la fábula del flautista de Hamelín (Runciman, 2012: 722, 725).
Las luchas entre cristianos y musulmanes en la Península Ibérica que conocemos bajo el nombre de Reconquista duraron desde la invasión de 711 hasta la conquista del reino de Granada en 1492, y este conflicto explica en gran medida la formación y expansión de la Corona de Castilla como de la Corona de Aragón, que finalmente se unirán creando la Monarquía Hispánica. El problema es que las guerras de religión jamás tienen fin. La cruzada contra los cátaros proclamada en 1208 por el Papa Inocencio III es el mejor ejemplo: cristianos contra cristianos, apoyados unos por el Rey Felipe II de Francia, y otros, los perdedores, los nobles de la región del Languedoc apoyados por el Rey Pedro II de Aragón. En la conquista de Beziers el líder del ejército cruzado Simón de Monfort preguntó al legado papal Arnau Amalric como iban a distinguir a los herejes del resto y este le dijo: «Matadlos a todos, el Señor sabrá reconocer a los suyos» (Zoé Olenbourg, 2005: 157). La cruzada albigense fue la primera guerra de religión entre cristianos que indudablemente lo era también por la posesión de amplios territorios en unos estados en formación. Pero vendrían muchas más.
En plena Edad Moderna desde que Lutero cuestiona a la Iglesia católica en 1517 por su corrupción colgando sus noventa y cinco tesis en la puerta de la del Palacio de Wittenberg vamos a asistir en el continente a toda una serie de guerras de religión entre los católicos y sus escisiones que hábilmente manejadas por los nobles, como es el caso de la imposición de la reforma anglicana en Inglaterra por parte de Enrique VIII, serán utilizadas para engrandecer y fortalecer sus estados. Sólo en Francia entre 1562 y 1598 se desarrollan ocho guerras de religión entre los católicos y los calvinistas (que allí reciben el nombre de hugonotes) que terminaron involucrando a los países limítrofes. La Guerra de los Treinta Años entre 1618 y 1648 que enfrentó la alianza del Sacro Imperio Romano Germánico y el Imperio español contra todos los demás no se puede entender tampoco sin el factor religioso. La Paz de Westfalia pone fin a la Guerra de los Treinta Años, pero también a las guerras de religión secularizando la política. De ahí en adelante los habitantes de cada territorio pasan a obedecer las leyes de su respectivo Estado, o lo que es lo mismo cuius regio, eius religio, que significa que «cada reino adopta la religión del rey». La guerra civil en Inglaterra entre 1642 y 1688, de connotaciones también religiosas, tendrá como consecuencia por primera vez en la historia el sometimiento del Rey al Parlamento.
La Inquisición
El Santo Oficio se creó en 1231 por orden del Papa Gregorio IX para interrogar y juzgar a los cátaros en la región del Languedoc. Por lo que podemos ver que se complementaba muy bien la cruzada. Pero también se aplicó contra los judíos, y aquellos que practicaban cripto-judaísmo, cristianos en apariencia que seguían practicando el judaísmo en secreto, las mujeres y hombres acusados de brujería, y los enemigos políticos más insospechados. La Inquisición medieval primero fue promovida por los obispos, pero más tarde fue siendo substituida por la pontificia más manejable políticamente por el Papa. Tanto una como otra condenaban, pero no torturaban ni ejecutaban a los acusados, pues esto era competencia del poder civil: la hoguera frecuentemente fue el triste final de sus víctimas.
Los herejes, como los cátaros y los valdenses, que cuestionaban la ortodoxia religiosa y proponían la suya propia, se convirtieron pues en criminales, los judíos que practicaban otra religión fueron acusados de matar niños en sus ritos, las mujeres que practicaban o no unas creencias y un conocimiento diferente, que se reunían en aquelarres, eran acusadas de haber pactado con el demonio. De hecho, la bruja era el origen de todas las desgracias que acaecían a una comunidad: si se daba el caso que había caído una granizada y se habían perdido los cultivos era por obra y acción de una bruja, si se daba lo contrario, una sequía, también. Había un manual al uso que fue popular entre los inquisidores: el Malleos maleficarum o Martillo de las brujas escrito por inquisidores dominicos Heinrich Krämer y Jakob Sprenger en 1486. Comúnmente se ha popularizado que el país donde más actuaciones de la Inquisición y más muertes hubo por la misma fue España, pero lo cierto es que ésta se prodigó por todo el continente, y no fue sólo católica si no también protestante: el teólogo y científico Miguel Servet, reconocido posteriormente por su teoría de la circulación de la sangre, de visita a la ciudad suiza Ginebra fue puesto en manos de la Inquisición calvinista y fue quemado en una plaza pública; Galileo Galilei fue procesado por la Inquisición y obligado a retractarse de su teoría del heliocentrismo, que mantenía que la Tierra giraba alrededor del Sol, principio contrario a la teoría geocéntrica defendida por la Iglesia católica.
Por lo tanto, la Inquisición no sólo fue una forma de quitarse a personas incomodas que cuestionaban el orden establecido con sus herejías, como los cátaros y los valdenses, con creencias diferentes, como el caso de los judíos, y con ideas emancipadoras de la mujer como las acusadas de brujería, si no también, como vemos, fue un freno para el desarrollo científico, que sumiría aún durante mucho tiempo a la sociedad en la ignorancia. Lean El nombre de la Rosa de Umberto Eco o vean la espléndida película homónima de Jean-Jacques Annaud y lo entenderán todo. Me gustaría terminar este momento con un caso en el que tuvo un papel el Santo Oficio que ha quedado en los anales de las grandes artimañas políticas para destruir a un gran adversario: en 1307, el Papa Clemente V y el Rey Felipe IV de Francia ordenan la detención y el procesamiento de todos los caballeros templarios bajo la acusación de sacrilegio, simonía, herejía, e idolatría. Aquella orden monástico-militar que tan gran servicio había prestado a las monarquías europeas en las cruzadas a Tierra Santa había atesorado tantas posesiones y poder financiero, prestando dinero a estas mismas monarquías, que se había convertido en una amenaza. Jacques de Molay el último Gran Maestre de la Orden del Temple antes de ser quemado en la hoguera los maldijo:
Dios sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. ¡Dios vengará nuestra muerte! (Dan Jones, 2018: 407)
El esclavismo
En todos los pueblos de la antigüedad había habido esclavos, procedentes normalmente de la derrota de los pueblos conquistados, y el Imperio romano no fue una excepción, todos tenemos en mente la película Espartaco de Stanley Kubrick, líder de una de las tres Guerras serviles, que pone contra las cuerdas a la República. En la Edad Media cristiana existían los siervos de la gleba adscritos a un feudo, y también los esclavos. En cuanto al islam prohíbe la esclavitud de otros musulmanes, pero nada dice del resto, por lo que fue corriente la existencia tanto de esclavos de otras confesiones como la trata. Pero fue con la llegada de la modernidad y el descubrimiento de los nuevos continentes, cuando los europeos extrajeron millones de seres humanos del continente africano y los convirtieron en una preciada posesión. Bartolomé de las Casas erigiéndose en “el protector de los indios” evitó la esclavitud para los indígenas americanos, considerados súbditos de la corona de Castilla desde 1503, porque el objetivo era la evangelización, pero en cuanto a los negros africanos era diferente, con su envío al Nuevo Mundo podían “salvar su alma” a pesar de la esclavitud de sus cuerpos. Luego con la llegada de la Ilustración y la revolución industrial, mientras los europeos nos estábamos emancipando, en función de las ideas de Linneo y su clasificación de los tipos de seres humanos, la obra El ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas de Arthur de Gobinau, y también El origen de las especies de Charles Darwin, donde muestra la teoría de la evolución biológica, pero de donde surgirá también el darwinismo social, se despliega todo un corpus científico que justifica y avala la esclavitud. Pero el hecho capital que suele olvidarse es que la trata de seres humanos fue una expresión más, quizá la más terrible, de la puesta en marcha del sistema capitalista a escala global, en donde los seres humanos como cualquier otra cosa se convertían en una mercancía más, que podía ser comprada y vendida al mejor postor.
Unos 12 millones de personas sufrieron este destino. Un millón y medio murieron en el camino. La tasa de mortalidad en las plantaciones era espantosa, pues para los plantadores era provechoso hacer trabajar a alguien hasta la muerte y luego comprar un sustituto. En el siglo XVIII se llevó a 1,6 millones de esclavos a las Antillas británicas, en el Caribe, pero al final de ese siglo la población esclava era de 600.000 personas. En Norteamérica la situación (un clima más templado y un mayor acceso a la comida fresca) permitió una expansión más rápida de la población esclava a través de los nacimientos, así como de las importaciones, de modo que creció de las 500.000 personas a comienzos de siglo a los tres millones a su término y a los seis millones en la década de 1860 (Chris Harman, 2018: 319, 320)
Los conquistadores establecieron un comercio triangular que se iniciaba en el continente africano con la obtención de seres humanos que eran encadenados y continuaba con su transporte al continente americano donde eran vendidos como esclavos para trabajar en grandes plantaciones de monocultivos, como el algodón o la caña de azúcar, estas materias primas retornaban al continente europeo y eran transformadas en productos manufacturados, que eran vendidos en el continente africano a cambio de más esclavos. Esto fue puesto en practica en todas las colonias en el Nuevo Mundo: en las españolas y portuguesas se produjo un mestizaje entre los nativos indios y los colonizadores, pero hubo también centenares de miles de esclavos negros, en las colonias anglosajonas desde el principio hubo una separación entre nativos y pioneros, lo que hizo que la trata de esclavos tuviera el terreno más abonado. El 23 de agosto de 1833 los ingleses promueven la Slavery Abolition Act por la que se prohíbe la trata de seres humanos en sus colonias, un hecho significativo que perjudica los Estados Unidos, emancipados de los ingleses unos cuantos años antes y que empiezan a ser un importante competidor comercial. La esclavitud en los Estados Unidos desaparece en 1863 con la Proclamación de la Emancipación que efectúa el presidente Abraham Lincoln en plena Guerra de Secesión con los estados del sur. En estos estados sureños existían grandes plantaciones que comerciaban con los del norte, pero también con los británicos, y lo más importante: planteaban su modelo esclavista para la creación de los nuevos estados en la expansión hacia el Oeste, opuesto al del norte industrializado donde el trabajado asalariado era la norma.
Las ideas sobre la inferioridad de unas razas sobre otras como comentábamos más arriba se mantendrán, sólo de ya no hablaremos de trabajo esclavo si no de trabajo remunerado con sueldos de hambre. España mantuvo durante muchos años ambos sistemas en la isla de Cuba, y por la trata se hicieron grandes fortunas significativamente entre los prohombres catalanes. De ahí que no está fuera de lugar considerar que la esclavitud fue un factor a tener en cuenta -aunque no el único- en el despliegue de la revolución industrial y la creación de riqueza en el continente europeo y también americano. Cuando se produce en Europa la puja por África, es decir el reparto del continente en la Conferencia de Berlín (entre 1884 y 1985), en la que España certifica sus posesiones con la Guinea Española, la esclavitud ya no existe sobre el papel, pero las prácticas y la ideología son las mismas.
La esclavitud no sólo perjudicó a los que tuvieron la condición de esclavo si no también a las sociedades africanas de las que procedían, perdiendo sus hombres y mujeres más fuertes, fracturando las comunidades y cualquier tipo de estado viable, embruteciéndolas porque la captura la efectuaban sus propios semejantes, y rompiendo también por lo tanto su propio desarrollo histórico. El imperialismo europeo decimonónico fue al rescate para llevarles la civilización y extraer las materias primas, y uno de los motivos que expusieron para la colonización fue que tenían que acabar con la «execrable trata de seres humanos».
El fascismo
Término acuñado en Italia para la ideología liderada por Benito Mussolini, el fascismo fue extrapolado popularmente a toda una serie de ideologías y regímenes dictatoriales de extrema derecha, incluido el que instauraron los rebeldes en la Guerra Civil española cuando derrotaron al gobierno legítimo (lo llamaron el nacionalcatolicismo), y que tuvo su máxima expresión en la ideología nacionalsocialista del régimen que instauró Adolf Hitler en Alemania. El término puede dar lugar a equívocos, más hoy en día en que se tacha de fascista a cualquiera que no comparta unas ideas y tendencias sociales mayoritarías, o defendido alegremente por los que son considerados por esto mismo como fascistas ignorando tanto la historia como la procedencia del término, pero todos aquellos que combatieron a Franco en España y todos aquellos que invadieron Italia, desembarcaron en Normandía, y lucharon tanto en Stalingrado como en las estepas rusas lo tenían muy claro al definirse como antifascistas.
Umberto Eco definió el Ur-Fascismo o «fascismo eterno» en catorce puntos. Sin pasarlos a enumerar en este artículo podemos convenir que el fascismo hace una exaltación del pasado en contra de las ideas ilustradas y de la idea del Estado liberal con el objetivo de instaurar un régimen de partido único aprovechándose de las debilidades democráticas o rompiéndolas cuando no alcanza sus objetivos políticos. Las causas de la eclosión y ascensión de los fascismos en Europa son complejas, y no sólo se circunscriben a Italia, Alemania, y España, países como la Hungría del Almirante Horthy, la Polonia del mariscal Pilsudski, el Portugal de Salazar, la Finlandia del mariscal Mannerhem, y la Yugoslavia del Rey Alejandro, instauraron regímenes autoritarios homologables.
El primero de ellos es el italiano, que dio nombre al fenómeno, y que fue la creación de un periodista socialista renegado, Benito Mussolini, cuyo nombre de pila, homenaje al presidente mexicano anticlerical Benito Juárez, simbolizaba el apasionado antipapismo de su Romaña nativa. El propio Adolf Hitler reconoció su deuda para con Mussolini y le manifestó su respeto, incluso cuando tanto él como la Italia fascista demostraron su debilidad de incompetencia en la segunda guerra mundial. A cambio, Mussolini tomó de Hitler, aunque en fecha tardía, el antisemitismo que había estado ausente de su movimiento hasta 1938, y de la historia de Italia desde su unificación. Sin embargo, el fascismo italiano no tuvo un gran éxito internacional, a pesar de que intentó inspirar movimientos similares en otras partes y de que ejerció una cierta influencia en lugares inesperados, por ejemplo, en Vladimir Jabotinsky, fundador del «revisionismo sionista», que en los años setenta ejerció el poder en Israel con Menahem Begin. (Eric Hobsbawm, 2010: 122, 123)
El fascismo incide en la frustración individual y social y busca chivos expiatorios. El ascenso de Adolf Hitler y su partido nacionalsocialista no puede explicarse sin el desastre alemán de la Gran Guerra, la peor que conoció el continente hasta la fecha motivada por un nacionalismo exacerbado que hemos tenido ocasión de abordar en otros artículos, las penalizaciones económicas que le impusieron los vencedores, y la crisis económica de 1929, cuando una barra de pan podía costa un millón de euros: la debilidad de la República de Weimar y el apoyo de las clases más pudientes a los nacionalsocialistas por temor a los comunistas le pusieron el poder a Hitler en bandeja de plata.
De no haber mediado el triunfo de Hitler en Alemania en los primeros meses de 1933, el fascismo no se habría convertido en un movimiento general. De hecho, salvo el italiano, todos los movimientos fascistas de cierta importancia se establecieron después de la subida de Hitler al poder. Destacan entre ellos el de los Flecha Cruz, que consiguió el 25 por 100 de los sufragios en la primera votación secreta celebrada en este país (1939), y el de la Guardia de Hierro rumana, que gozaba de un apoyo mucho mayor. Tampoco los movimientos financiados por Mussolini, como los terroristas croatas ustachá de Ante Pavelic, consiguieron mucho ni se fascistizaron ideológicamente hasta los años treinta, en que algunos de ellos buscaron inspiración y apoyo financiero en Alemania. Además, sin el triunfo de Hitler en Alemania no se habría desarrollado la idea de fascismo como movimiento universal, como una suerte de equivalente en la derecha del comunismo internacional, con Berlín como su Moscú. (Eric Hobsbawm, 2010: 123)
De ahí que cuando Adolf Hitler invade casi toda Europa en todos los países que ocupa cuenta con fervientes colaboradores. Entonces se produce algo inaudito: las democracias capitalistas del Reino Unido y Estados Unidos unen sus esfuerzos con la dictadura del proletariado comunista de la Unión Soviética para derrotar a la bestia. La Segunda Guerra Mundial dejó un saldo de entre 50 y 100 millones de victimas mortales y destrozó el continente durante décadas, dando pie a un nuevo orden mundial, en el que las dos grandes superpotencias, antes aliadas, se repartirían el mundo en el contexto de la Guerra Fría cambiando la percepción y el relato del ahora adversario.
El holocausto
El carácter del fascismo alemán, el nacionalsocialismo, se levantaba sobre la superioridad -para ellos- de la raza aria, creían en el superhombre, y en su concepción del mundo el resto de las razas debían permanecer por debajo al servicio de los alemanes. Entre los infrahumanos, como en su tiempo sucedió con los esclavos negros, los judíos eran el perfecto chivo expiatorio: en la Edad Media se les acusaba de matar a niños y ahora eran los que llevaron a Alemania a Gran Guerra y los que la hicieron perder.
Con el inicio de la guerra y la invasión de Polonia se pensó en la expulsión de los judíos, en su traslado al Este, primero hacia ese país y más tarde fuera del Reich. Su lugar lo ocuparían familias de origen alemán que vivían fuera de Alemania. Fue el momento en que se crearon los guetos en Polonia, barriadas separadas del resto de la ciudad, en donde eran concentrados los judíos. En estos guetos (Varsovia, Lódz, etc.), organizados por los propios judíos, sus habitantes para sobrevivir tenían que trabajar en lo que saliera. Sin embargo, en el frente oriental, en el avance alemán hacia las entrañas de Rusia, atravesando Ucrania y Bielorusia, las matanzas de población civil fueron sistemáticas. Hitler y Himmler empezaron a intercambiar opiniones sobre qué hacer con los judíos del Este. La solución final rubricada el 20 de enero de 1942 en la Conferencia de Wannsee por los jerarcas nazis fue el corpus jurídico necesario para poner en marcha los campos de concentración y exterminio de Belzec, Treblinka, Chelmo, Majdanek y Sobidor. (Sánchez, 2010)
Las fábricas de la muerte mataron a millones de personas por su adscripción religiosa, aunque no la practicasen, como los judíos, pero también ideológica, todo tipo de adversarios políticos, preferencias sexuales, o por parecer enfermedades mentales.
Auschwitz en sus inicios fue un campo de concentración para la disidencia polaca. Luego la I.G. Farben construyó cerca una fábrica de caucho sintético en donde los trabajadores –mano de obra esclava- procedían del campo. Más tarde con la ampliación de Birkenau se convirtió progresivamente en una fábrica de muerte. El mecanismo funcionaba así: llegaba el tren repleto de judíos y se les hacía descender hacia una rampa, en ella los médicos hacían una selección de quién era apto para trabajar y quién no lo era. Los más débiles eran llevados directamente a una estancia donde les hacían desnudarse y de ahí a las duchas. El gas, el Zyklon B, terminaba con ellos en cuestión de minutos, luego sus cuerpos eran llevados a los crematorios. Para los nazis este método de exterminio les ofrecía la ventaja de no dejar -contrariamente a lo que había ocurrido en el frente oriental tras múltiples matanzas de civiles- secuelas psicológicas a los soldados alemanes. (Sánchez, 2010)
Sólo en Auschwitz se mataron a 438.000 judíos húngaros, 300.000 polacos, 69.114 franceses, 60.085 holandeses, 55.000 griegos, 46.099 checos de Moravia, 26.661 eslovacos, 24.906 belgas, 23.000 alemanes y austriacos, 10.000 yugoslavos y 7.422 italianos. Hay que añadir 70.000 presos políticos polacos, los más de 20.000 gitanos, los centenares de testigos de Jehová, y decenas de homosexuales.
~ Epilogo ~
Pese a todo lo dicho la vida continúa. Y la historia también. Este artículo era necesario, para que el gran público conozca la peor cara de la historia de Europa, pero nosotros no somos responsables de lo que hicieron algunos de nuestros antepasados, simple y llanamente porque no estábamos ahí. Ni siquiera lo fueron la inmensa mayoría de personas que vivieron en esos momentos históricos que constituyen las pesadillas de Europa: ciertamente hubo responsables, pero otros se opusieron, otros no pudieron hacer nada, y otros consintieron porque la vida en el pasado era mucho más salvaje y cruel, que la que hoy disfrutamos en nuestras sociedades libres y democráticas. No creo tampoco que debamos vivir en un martirologio constante y sin sentido. Los actos de constricción sólo tienen sentido si actuamos en consecuencia en nuestro presente. Lo importante es que las guerras de religión, la inquisición, el esclavismo, el fascismo, y el holocausto, forman parte de nuestro pasado y nuestro deber una vez obtenido el debido conocimiento sobre estos hechos es evitar que vuelvan a repetirse.
Bibliografía:
Artículos
- Eco, Umberto (1995). Los 14 síntomas del fascismo eterno. Discurso pronunciado por Umberto Eco el 24 de abril de 1995 en la Universidad de Columbia, Nueva York, recogido después en Cinco escritos morales (Penguin Random House, 2010) y en Contra el fascismo (Lumen, 2018).
- Sánchez, Francesc (2010). Auschwitz.
Libros
- Eco, Umberto (1992) El nombre de la rosa. RBA Editores. Barcelona.
- Eco, Umberto. Coordinador. (2018) La Edad Media. III. Castillos, mercaderes y poetas. Fondo de Cultura Económica. Ciudad de México.
- Eco, Umberto. Coordinador. (2018) La Edad Media. IV. Exploraciones, comercio y utopías. Fondo de Cultura Económica. Ciudad de México.
- Harman, Chris (2018) La otra historia del mundo. Una historia de las clases populares desde la Edad de Piedra al nuevo milenio. Akal. Cuestiones de antagonismo. Madrid.
- Hobsbawm, Eric (2010) Historia del siglo XX. 1914-1991. Crítica Barcelona.
- Jones, Dan (2018) Los templarios. Auge y caída de los guerreros de Dios. Ático de los libros. Barcelona.
- Kershaw, Ian (2016) Descenso a los infiernos. Europa 1914-1949. Crítica Barcelona.
- Le Goff, Jaques y Claude Shmitt, Jean. Eds. (2003) Diccionario razonado del Occidente medieval. Diccionarios Akal. Barcelona.
- Lowe, Keith (2017) El miedo a la libertad. Cómo nos cambió la Segunda Guerra Mundial. Galaxia Gutenberg. Barcelona.
- Moore, R. I. (2012) La guerra contra la herejía. Crítica. Barcelona.
- Oldenbourg, Zoé (2005) Los cátaros en la historia. La hoguera de Montsegur. RBA Coleccionables. Barcelona.
- Rees, Laurence (2005) Auschwitz: los nazis y la solución final. Crítica Barcelona.
- Runciman, Steven (2012) Historia de las cruzadas. Alianza Editorial. Madrid.
- Tenenti, Alberto (2003) La Edad Moderna. Siglos XVI-XVIII. Crítica. Barcelona.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 22 Marzo 2021.