Un claro fuera de juego en el Puente de los Franceses – por José Miguel Hernández

Una de las evidentes muestras de la modernidad española en la década que se inició en 1920 era la práctica generalizada del deporte. Por ejemplo, en Galicia, donde no cesaron de aumentar las asociaciones populares en las que los trabajadores encontraron en el fútbol, ciclismo, boxeo, carrera pedestre o excursionismo una manera de utilizar el tiempo libre. También la burguesía y la clase media orientaron esta utilización de tiempo y energía, además, a deportes como el béisbol, balonmano, atletismo, deportes náuticos, hockey o baloncesto. No fueron única y exclusivamente los hombres los protagonistas de estos cambios. Las mujeres también estuvieron presentes, especialmente a partir de la instauración de la Segunda República en 1931. Pero la Guerra truncó esta tendencia: El alistamiento militar, la violencia política y la represión que se desató en ambas zonas tuvieron una influencia decisiva en la desaparición de todo un conjunto de actividades que, como contrapartida y también en las dos zonas, fueron lentamente asumidas por los sectores militares y las diversas organizaciones políticas y sindicales.

En los primeros días posteriores a la rebelión militar la vida deportiva no se paralizó de forma relativamente masiva en las diversas ciudades españolas. Por ejemplo, es significativo que en el diario madrileño Ahora se informase el 18 de Julio sobre el accidente que había sufrido el ciclista Telmo Garcia, excampeón de España, junto a las primeras informaciones sobre lo que estaba pasando en Melilla. También en El Heraldo de Madrid, en su edición de la tarde, junto a los llamamientos a defender la República, se dedicaba la sección deportiva a la actuación de los ciclistas luxemburgueses y españoles en el Tour de Francia. El 24 de Julio, iniciada ya la marcha de las primeras columnas de milicianos hacia el frente de Aragón, se celebró la prueba eliminatoria de remo en la modalidad skiff para determinar el equipo que representaría al equipo español en los Juegos de Berlín, tal y como anunciaba El Mundo Deportivo en su edición del 25 de Julio. En Terrassa se celebró un encuentro futbolístico el 2 de Agosto, correspondiente al Campeonato de Cataluña que, por razones obvias, había sido suspendido el 19 de Julio. A pesar del conflicto parece ser que la asistencia de público fue muy destacable tras dos jornadas sin ver fútbol. Y hay que observar que, a pesar de que la actualidad no transcurría con normalidad, las habituales reuniones de aficionados en las diversas peñas y cafés siguieron manteniendo su normal desarrollo. La razón de este hecho se explica porque, en un principio, existía una falsa perspectiva sobre la dimensión real de lo que estaba sucediendo. La lucha que se estaba produciendo en las calles no se vio como el inicio de una guerra larga y, así, algunos sectores deportivos optaron por la continuidad a pocos días de iniciado el enfrentamiento armado. Pero, a partir del mes de Agosto y en la zona leal al Gobierno republicano, la realidad llevó a la parálisis competitiva y deportiva hasta el mes de Octubre. Esos casi tres meses fueron protagonizados en el terreno deportivo por la celebración de decenas de festivales benéficos en favor de las Milicias Antifascistas, los Hospitales de Sangre o las diversas organizaciones políticas. Ello perseguía un doble objetivo: primero, la recaudación de fondos para las distintas causas y, segundo, la expresión pública y reivindicativa del rechazo a la rebelión militar, el homenaje a los soldados en el frente. Los deportes se habían convertido en un ámbito de masas que era capaz de reunir centenares o miles de ciudadanos y ciudadanas con un fin común, haciéndoles partícipes de un mismo objetivo. No es de extrañar la acumulación de actos en favor de los milicianos y de las víctimas del fascismo, por ejemplo, en un mismo fin de semana. Eso fue lo ocurrido entre el 15 y 16 de Agosto en Barcelona, lo que motivó que el Comité Central de Milicias Antifascistas, en una nota que apareció en El Mundo Deportivo, advirtiese a los organizadores sobre la necesidad de establecer un cierto criterio organizativo que evitase la competencia cuando, en definitiva, se perseguía el mismo fin. También en Madrid ocurrió algo parecido pues el que entonces se denominaba Madrid F.C. tenía previsto jugar un partido benéfico contra una selección de la Unión Soviética y hubo que sustituirlo por la donación de cinco mil pesetas en favor de las milicias populares. Es cierto que los festivales relacionados con el fútbol fueron los más numerosos y habituales (entre Agosto y Diciembre de 1936, en Cataluña, llegaron a un total de treinta y siete), pero también hubo otros deportes. Por ejemplo, el boxeo: el 5 de Septiembre de 1936, en la Plaza de Toros de las Arenas de Barcelona, el destacado boxeador Josep Gironès anunció su retirada y manifestó públicamente su antifascismo saludando al público con el puño en alto mientras gritaba ¡Salud camaradas!

Un hito importante en la historia del deporte durante la Guerra Civil fue la frustrada celebración de la Olimpiada Popular en Barcelona. La idea de dicha convocatoria residía en un movimiento de boicot internacional a los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, a celebrar entre el 1 y el 16 de Agosto de 1936. Durante el mes de Junio se desarrolló la Conferencia Internacional para el Respeto a la Idea Olímpica en la ciudad de París y, en dicha Conferencia, el denominado Comité Catalán pro Deporte Popular anunció la celebración en el mes de Julio, en Barcelona, de una Olimpiada como respuesta a los juegos nazis a celebrar en la capital del Reich. La convocatoria fue un éxito pues, además del apoyo de las entidades ligadas al deporte popular, se sumaron entidades y federaciones oficiales como las catalanas de natación, ciclismo, boxeo, lucha y ajedrez.  Como era de esperar esta iniciativa no fue bien vista por los sectores conservadores, por ejemplo, en la Confederación Española de las Derechas Autónomas (CEDA) y, por ello, fueron criticados abiertamente. De forma consecuente, la prensa de la derecha española, utilizando un lenguaje despectivo, definió al deporte popular como los excursionistas de alpargata y camiseta, estableciendo comparaciones con el deporte alemán e italiano, tal y como aparecía en la edición del diario ABC correspondiente al 20 de Junio de 1936: Alemania está formando su nueva generación, como Italia, al aire y al sol. También hubo oposición en los sectores políticos conservadores catalanistas, tal como ocurrió en la Lliga Catalana, manifestando su rechazo a lo que denominaban como la gran comedia olímpica. La razón que esgrimían era que organizar una Olimpiada Roja limitaría la posibilidad de que la ciudad de Barcelona pudiese celebrar unos Juegos Olímpicos en el futuro. Pero no solo fueron los sectores conservadores los que se opusieron pues, desde las filas de los partidos marxistas más heterodoxas, como ocurrió con el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), se atacó porque la olimpiada no era obrera, sino popular, tal y como Wilebaldo Solano escribiría en el diario poumista La Batalla el día 17 de Julio de 1936. La Olimpiada Popular tenía prevista su apertura el 19 de Julio con un desfile de 5000 atletas, 3000 folcloristas y el desarrollo de 18 disciplinas deportivas, que representaban a 23 delegaciones nacionales, no todas correspondientes necesariamente a estados políticamente constituidos. Por ello, y por citar algunos, estaban convocados equipos de palestinos, catalanes, vascos y judíos emigrados. Aunque la experiencia no pudo llevarse a cabo, sí que es cierto que constituyó una clarísima muestra de la fuerza de convocatoria del deporte popular catalán y español.

Esta fuerza de convocatoria volvió a manifestarse cuando se celebró la primera Diada Nacional de Catalunya en guerra. Efectivamente, los días 11, 12 y 13 de Septiembre constituyeron, en el terreno deportivo, los actos benéficos más significativos para la causa republicana. A las tres de la tarde del día 11 se iniciaron los eventos deportivos con una carrera ciclista en torno al Parc de la Ciutadella y, además, hubo carreras de motos, de coches y competiciones de ajedrez, que acompañaron a los clásicos partidos de pelota en el Frontón Principal. El día 12 hubo competiciones de natación y atletismo. El punto culminante, de marcado carácter festivo y reivindicativo, fue la manifestación y desfile de los clubes deportivos de la ciudad, de las entidades deportivas de otras ciudades catalanas, federaciones deportivas, sindicatos, partidos políticos y milicias. Dicho desfile culminó en el estadio de Montjuïc con el encuentro entre los equipos de fútbol del F.C. Barcelona y el Español de Barcelona. El éxito de la convocatoria fue rotundo, tal y como puede leerse en la edición de Treball correspondiente al 15 de Septiembre: Grandioso festival en el Estadio de Montjuïc. El encuentro de las representaciones deportivas manifestó una vez más la fe y poderío de una raza dispuesta a los mayores sacrificios en defensa de la libertad. La crónica explicaba con detalle el desarrollo del acontecimiento y terminaba con las palabras de Lluis Companys. En columna aparte se explicaban las vicisitudes del partido en el  que la victoria fue para el Español por un gol a cero, aclarando que se produjo por una mejor cohesión en el juego frente a una mayor descoordinación del equipo rival.

Parece claro que, a diferencia de lo que pudiera pensarse, la actividad deportiva en la retaguardia mantuvo un papel destacado. En el bando republicano las organizaciones juveniles libertarias, vinculadas a la Tercera Internacional fueron las verdaderas impulsoras de este mantenimiento, por ejemplo, acercando a los diversos grupos los modelos de encuadramiento juvenil inspirados en el deporte obrero internacional, la gimnasia checoeslovaca o el deporte frentepopulista francés. Especialmente los anarquistas hacían especial mención  al deporte como fundamento para la formación militar de la tropa mediante estas significativas palabras publicadas el 22 de Septiembre de 1937 en el diario Solidaridad ObreraLas carreras, los saltos, los lanzamientos y las grandes manifestaciones gimnásticas que admiramos deben constituir, indudablemente, la base de esta preparación deportiva militar de la cual han de salir los más firmes defensores de la integridad y de la libertad del pueblo español que está escribiendo en la historia una magnífica epopeya con sus heroicas gestas en pro de la libertad del mundo. Y en otro diario anarquista, Acracia, puede leerse el 2 de Marzo de 1937: ¿Cómo lo hace? (el joven libertario) Para lo primero, salta optimista de la urbe al campo. Escala montañas, juega al balón, ejerce la natación y hace en fin todo lo que es conveniente al cuerpo, teniendo como único espectador el Sol que, agradecido de su labor, extiende su chorro de oro por encima de los cuerpos libertarios. Luego se tumban a la sombra, hacen gimnasia intelectual mediante las charlas que se organizan, en las que todos los compañeros y compañeras toman parte.

La situación en el bando sublevado no era demasiado diferente. El general Queipo de Llano quiso y estableció que la zona de Andalucía que él controlaba fuera un oasis y, así, las actividades deportivas y festivas no se detuvieron. Dicho general recibió la propuesta de organizar un partido benéfico entre el Sevilla y el Betis, cuya recaudación iría destinada al “Glorioso Ejército Nacional” pero, finalmente, no se llegó a celebrar.  A diferencia de lo que ocurría en el bando republicano, en el bando sublevado se promocionó el fútbol de élite a través de la recién creada Federación Española de Fútbol, dirigida por un militar.  Iglesia y Falange fueron las principales promotoras de diversos actos deportivos, todos con carácter benéfico y con un clarísimo objetivo de propaganda y adoctrinamiento.  Eso fue lo que ocurrió con la denominada Campaña pro-Trofeo al Altar, que se desarrolló en todo el territorio y que consistía en la entrega de los diversos trofeos conseguidos para su fundición y posterior conversión en objetos de culto. Falange Española no se quedó atrás y, a través de la Agrupación Deportiva Nacional Sindicalista, organizó encuentros futbolísticos para su beneficio y, también, para el adoctrinamiento y preparación física de la juventud para la guerra, tal y como ocurría con las Juventudes Hitlerianas.

En ambas zonas se utilizó el deporte como herramienta de propaganda internacional. Las autoridades eran plenamente conscientes de la necesidad de instrumentalizar el fenómeno deportivo como resorte para la homologación del Estado. Como muy acertadamente se ha señalado, esta guerra deportiva era una guerra dentro de la Guerra. Es de destacar la gira del FC Barcelona en Méjico y Estados Unidos durante el año 1937 o, también, la participación del equipo español en el Tour de Francia, que se contempló como el mantenimiento de la presencia en una competición donde participaban los equipos alemán e italiano, aliados de Franco. La selección de fútbol de Euskadi también llevó a cabo una gira por América Latina. Jugó en Méjico, Cuba y terminó en Argentina, donde algunos jugadores aprovecharon para quedarse de forma definitiva. Dentro de lo que puede definirse como competiciones del deporte obrero internacional habría que destacar la participación de seis atletas catalanes en el Cross-Country que organizó el diario francés de izquierdas L´Humanité en Febrero de 1937. También, el encuentro entre una selección popular catalán de fútbol y el equipo de la francesa Federación Deportiva y Gimnástica del Trabajo o, finalmente, la presencia en la II Olimpiada Obrera de Amberes en 1937. Las mujeres también tuvieron una destacada presencia en dicho año al participar tanto en el anteriormente citado Cross como en el que organizó el diario Le Populaire. Todo lo anterior es una clara muestra de la importancia que las autoridades republicanas concedían a la participación en competiciones internacionales como instrumento de propaganda. Ejemplo de ello es el manifiesto que, con el título A los deportistas de todo el mundo (Enero de 1937), difundió el Gobierno de la Generalitat. A través de él se instaba a los deportistas internacionales a llevar a cabo actos de propaganda y de solidaridad con la República Española.  También las autoridades franquistas maniobraron en esta línea y, por ello, articularon un Comité Olímpico Español paralelo al que ya existía y que, consecuentemente, pretendía deslegitimar al republicano. Ante esta situación el Comité Olímpico Internacional, muy cercano a los planteamientos del bando sublevado, decidió autorizar al nuevo Comité a pesar de que la Guerra no había acabado. La prensa franquista celebró esta decisión y, en la edición del diarioSolidaridad Nacional del 27 de Abril de 1939, ya acabada la Guerra, recordaría que la decisión rompía toda clase de relaciones y retiraba la autoridad a la representación roja.

A partir del otoño de 1937 la práctica del deporte de competición se fue paralizando, al tiempo que se iba militarizando. Existió, además, un debate ético y moral en el que la realidad de los jóvenes soldados que morían en los frentes y los bombardeos que, de forma continuada, asolaban algunas ciudades españolas restaban valor al argumento de que había que mantener las competiciones para sostener económicamente a los clubes o mantener alta la moral de la ciudadanía. El diario El Mundo Deportivo, en su edición del 8 de Octubre de 1937, insistía en esta cuestión al estar bastante claro que la Guerra iba para largo y su resultado era incierto. Esta situación no hizo sino empeorar en la primavera de 1938: la movilización de los jóvenes deportistas en territorio republicano, obligada por el avance de las tropas de Franco, hacía imposible el desarrollo de una competición normal y, por ello, se iniciaron los torneos militares y los enfrentamientos entre regimientos y clubes civiles.

 Ni la Guerra acabó con los conflictos que se producían en los partidos de fútbol, tal y como puede observarse en la edición del día 1 de Julio de 1938: En el partido entre los equipos de Aviación del Sur y el  Sevilla, el resultado desfavorable al segundo, atribuido a una errónea decisión del árbitro, provocó desórdenes y, también, la intervención de la censura de prensa, pues en la crónica de dicho encuentro hay tres líneas en blanco, donde, supuestamente, deberían venir explicados los sucesos. Esta situación conflictiva en los campos de fútbol se produjo en ambas zonas y ello explica que en los estadios de Madrid y Barcelona se publicase el aviso de que no estaba permitido llevar armas a los campos. Estas llamadas al civismo no siempre tuvieron éxito: el 15 de Octubre de 1936 los periódicos de Barcelona recogían la agresión que había sufrido el árbitro en el estadio de Horta. Los aficionados a los diversos tipos de deporte aprovechaban la ocasión para desahogarse.

Pero también hubo desahogos muy diferentes, como el que se produjo el día 1 de Junio de 1937, en el frente del río Manzanares, en la explanada que constituía la tierra de nadie entre los defensores republicanos de Madrid y las tropas franquistas situadas tras la tapia de la Casa de Campo. En el escenario donde apenas seis meses antes se había forjado la leyenda del ¡No pasarán! y donde hoy se sitúa el Puente de los Franceses,tuvo lugar un hecho extraordinario: Unos cuatrocientos combatientes de uno y otro bando, incluidos oficiales, se encontraron en un campo de fútbol para abrazarse, conversar, beber y fumar juntos ante la mirada atónita de sus mandos. Los hombres de la 11ª División franquista y la 6ª División republicana salieron de sus trincheras aprovisionados de periódicos, tabaco y botellas de licor para dirigirse al encuentro de sus enemigos sin la más mínima actitud combativa, sino más bien todo lo contrario.  El jefe de la unidad republicana, el capitán Jesús Salas, militar profesional, participó en la confraternización estrechando la mano de un capitán y un alférez que fue compañero suyo en la guerra de África, en la guarnición de Larache. Fue insólito, pero no inusual, porque se dio muy a menudo en los diversos frentes de combate, a pesar incluso de que estaba estrictamente prohibido y castigado como deserción, muy probablemente, con la pena de muerte. La conocida como tregua del Manzanares acabó muy pronto y los oficiales participantes serían detenidos y juzgados, pero, antes, hubo tiempo de jugar un partido de fútbol. Pasados ya ochenta y tres años de aquel suceso ignoramos el resultado final, tampoco importa, aunque está bastante claro que, en sí mismo, todo el partido constituyó un claro, muy claro fuera de juego, de un juego en el que unos y otros estaban condenados por la irresponsabilidad y fanatismo de algunos a matarse.

Bibliografía:

  • GARCÍA CANDAU, Julián. El deporte en la Guerra Civil. Espasa. Madrid 2007
  • PUJADAS, Xavier (coord.).  Atletas y ciudadanos. Historia Social del Deporte en España (1870-2010). Alianza Editorial. Madrid 2011

José Miguel Hernández López. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 11 Enero 2021.