El hombre que pudo reinar – por Francesc Sánchez

Rudyard Kipling publicó en 1888 el relato El hombre que quiso ser rey, una historia de aventuras y misterio, iniciática, en la que un par de bribones que han abandonado el ejército -o han sido expulsados- tiene la intención de saquear una remota región de Asia central apenas explorada, porque la India ocupada por el Imperio británico se les ha quedado pequeña. Esta historia llevada al cine en 1975 por John Huston, bajo el título -en España- de El hombre que pudo reinar, protagonizada por Sean Connery y Michael Caine, en los papeles de Daniel Dravot y Pecky Carnahan, secundada, entre otros, por Christopher Plummer, que interpreta al propio Rudyard Kipling como corresponsal del Northern Star, Saeed Jaffrey, un gurkha que se ha quedado aislado después del desastre de una expedición de geógrafos, y Shakira Caine, mujer del citado más arriba, probablemente sea una de las mejores películas de aventuras, con una carga de crítica de profundidad hacía el mundo de los imperios y colonialismo, pero también el relativismo cultural, y muchas otras cuestiones.

Todo se inicia cuando Pecky Carnahan le roba el reloj a Rudyard Kipling en una atiborrada estación de ferrocarril y para su desgracia encuentra en la cadena un emblema metálico de la masonería. ¡Maldición! Decide seguirle subiéndose al tren para devolvérselo y la aparición fortuita de un hindú letrado que se pone a comer una sandía en el compartimento es su oportunidad para primero enseñarle modales y luego tildarlo canallescamente de ladrón lanzándolo al vacío con el tren en marcha. Entonces los dos extraños empiezan a hablar de lo mal que va la administración en la India hasta que Carnahan le pide un favor a Kipling: darle un mensaje a un amigo en una estación y un día determinado. Kipling se niega, pero entonces Carnahan recurre hábilmente a la hermandad:

C. -Suponga que le pido como extranjero que va al Oeste que busque un tesoro perdido. ¿Qué me contestaria?
K. -Le contestaria ¿de dónde viene usted?
C. -Vengo del Este y espero que transmita el mensaje del triángulo por el hijo de la viuda.

En este momento ambos hombres se han reconocido como masones y Kipling finalmente decide hacerle el favor y se encuentra el día y el lugar señalado con Daniel Dravot para transmitirle el mensaje en clave de «Pecky se ha ido al sur esta semana». Los dos bribones quieren hacer chantaje a al rajá diciendo que son corresponsales del Northern Star, circunstancia que Kipling no puede dejar pasar porque él es el verdadero corresponsal de este periódico por lo que decide denunciarles. Daniel Dravot y Pecky Carnahan son convocados a una audiencia con el gobernador en presencia de Kipling en la que el burócrata les afea su larga lista de delitos y les amenaza con la deportación, llamándoles «oprobio para el Imperio británico». Duras palabras que son contestadas al gobernador por los dos bribones cuando éstos le dicen que «estos oprobios son los que han construido este Imperio». El gobernador no comprende como «la masonería no ha expulsado a estos dos hombres» y Kipling le dice que «un masón lo es para toda la vida», aseveración que el gobernador atónito le lleva a decir que «estas cosas las deberían haber dejado en Inglaterra, y que en la India no funcionan». Entonces Kipling le dice que algunos eruditos que «remontan la hermandad a los tiempos los constructores del Templo de Salomón dicen que sí que funcionó en el pasado en estas tierras». Con toda seguridad, «cuentos de viejas».

Unos días después Daniel Dravot y Pecky Carnahan se presentan en el periódico de Rudyard Kipling y firman un documento: se proponen convertirse en reyes de la región de Kafiristán, y hasta que no logren este fin no tomarán alcohol o tendrán relaciones con mujer alguna. Esta región remota de Afganistán más allá de la cordillera del Hindu Kush fue visitada por primera vez por Alejandro Magno en el siglo IV a. C., y es donde tomó por esposa a Roxana. Desde entonces ningún hombre blanco ha visitado estas tierras por lo que se desconoce tanto su población como su religión. La idea de Daniel Dravot y Pecky Carnahan es descabellada pero efectiva: «llegaremos a este territorio y lucharemos por un cacique, llevando sus hombres a la batalla, y entonces le quitaremos del poder, e iremos engrandeciendo nuestro ejército, hasta que nos convirtamos en reyes de todo Kafiristán, para poder saquear el país de punta a punta». Kipling no creé que nada de esto sea real, pero pasan unos días y se encuentra casualmente con estos dos hombres vestidos con chilabas y turbantes cargados de rifles Martini preparados para partir. Kipling les desea suerte y decide darle a Dravot el famoso emblema de la masonería.

Daniel Dravot y Pecky Carnahan llegarán a Kafiristán para poner en práctica su plan. Pero hay un hecho muy significativo que lo cambia todo en su beneficio: en el fragor de la batalla una flecha se clava en la bandolera de Dravot y todos los que lo contemplan al no ver brotar la sangre creen que es un milagro. Momentos después todos le aclaman con como el hijo de Alejandro y Dravot quiere decirles la verdad, pero Carnahan, se plantea lo siguiente: «-A lo mejor no nos conviene Dani». -y señala: «-Si tú fueras un ignorante kafiri a quién seguirías ¿a un hombre o un Dios?» -. Lo que sucede a continuación es una consecuencia de la decisión que toman es ese momento. No obstante, como recordara Daniel Dravot con la corona en la cabeza, la historia se inicia antes, como hemos relatado, cuando Carnahan le roba el reloj a Kipling, ésta los ha llevado a donde se encuentran… «todo esto es muy misterioso», sentencia. Para Daniel Dravot, que finalmente se ha convertido en rey de Kafiristán, todo es parte del destino, del suyo para ser más preciso, porque en algún momento «ha llevado ya una corona», sin embargo, para el más práctico Pecky Carnahan, simplemente «han tenido mucha suerte, una buena racha, que hay que aprovechar». No desvelaremos nada más. Ya hemos contado lo sufiente.

Rudyard Kipling en su relato se inspiró en unos hechos reales protagonizados por un cuáquero masón norteamericano llamado Josiah Harlan, que despechado por una mujer que se fue con otro hombre, decidió probar fortuna en estas tierras, entre la región del Punjab y Afganistán, luchando a favor de una u otra facción, llegando a convertirse en el año 1834 en príncipe de la provincia de Ghor, donde intentó formar un ejército moderno y se opuso a la esclavitud. No teniendo suficientes aventuras Josiah Harlan visitó también el Imperio ruso, sin tener mucha suerte, por lo que termina partiendo hacía los Estados Unidos. En el momento en que estalla la Guerra Civil (1861-1865), decide tomar partido y comanda un regimiento de caballería de la Unión contra los Estados Confederados. Finalmente, Josiah Harlan muere de tuberculosis el año 1871 en San Francisco. Su extraordinaria historia no es de extrañar que llamara la atención a un Rudyard Kipling, que se había criado de niño en la India, y que de joven fue llevado a Inglaterra, donde -si hemos de hacer casos a su biógrafos- no lo tuvo fácil. Ahí tenemos pues el elemento del aventurero, también el escenario, pero haría falta el tercer elemento aquel que expresaba el mismo con el término de «la carga del hombre blanco». Para Kipling la Inglaterra del momento era la máxima expresión de la civilización, y veía normal que, a través del Imperio británico, «civilizara otros pueblos». Sin embargo, como vemos en el relato de El hombre que quiso ser rey, y muchos otros, ni esto es fácil, ni termina bien. De ahí que Kipling, el que mejor escribió sobre ese Imperio británico, puede ser tildado con razón de etnocentrista (el que esté libre del pecado que tiré la primera piedra), otros, haciendo una revisión del pasado desde las ideas dominantes en el presente, directamente lo consideran un racista.

En cuando a John Huston, probablemente esta sea su mejor película, al menos Sean Connery y Michael Caen, decían que este fue su mejor papel. El filme le persiguió durante mucho tiempo y pensó en varios actores para los papeles protagonistas (desde Humphrey Bogart y Clark Gable, pasando por Kirk Douglas y Burt Lancaster, a Robert Redford y Paul Newman). Para los escenarios se eligió finalmente Marruecos y Francia. Y de la banda sonora se encargó Maurice Jarre. La denuncia contra el imperialismo es permanente, pero no tanto hacía lo que hacen o dejar de hacer los protagonistas, con los que fácilmente llegaremos a empatizar, si no contra el propio sistema colonial, establecido con calzador en la India. Los británicos han llevado su civilización, pero todo el empeño hace aguas, y estos dos bribones, cuando el sistema no los quiere, deciden convertirse en reyes de Kafiristán, cayendo Daniel Dravot también en la misma tentación de «civilizar sus pueblos». Durante la película en más de una ocasión Daniel Dravot y Pecky Carnahan ante formas de comportamiento diferentes que les incomodan sentencian que «ante diferentes pueblos diferentes costumbres». De ahí que si vemos como termina todo en la película podemos ver también una crítica más o menos directa hacia el relativismo cultural, aquel que da por bueno cualquier comportamiento, aunque sea lesivo contra lo más básico del ser humano. Si no conocéis a John Huston, es un director que se tiene que descubrir, pues nos ofreció películas indispensables como El tesoro de Sierra Madre, Cayo Largo, La jungla del asfalto, La reina de África, Adiós a las armas, La noche de la iguana, o Paseo por el amor y la muerte.

Parece mentira que un relato escrito en 1888 y llevado al cine en 1975 mantenga su plena actualidad: primero fueron los británicos, luego los soviéticos, y finalmente los norteamericanos, en una misión liderada por la OTAN, en la que participaron y murieron también soldados españoles, hacia un Afganistán indómito, en guerra desde hace décadas, dominado por señores de la guerra, y códigos religiosos estrictos, que hacen que no se diferencie tanto de este relato y película que hoy he querido traer aquí. Quedará por supuesto, unos cuantos muertos más o menos «en la carga del hombre blanco», cual es el papel que como europeos y occidentales, no ya el que hemos tenido en el pasado, si no que papel que tenemos ahora en el mundo: puede que, aunque occidente haya marcado -es decir los que mandan, no nosotros- gran parte de las pautas para el resto del mundo, no sepamos ni que papel tener en nuestras propias sociedades.

El hombre que pudo reinar merece ser vista -y más de una vez- porque nos habla de otros pueblos, de la idea -no tan lejana, pues hoy sucede exactamente lo mismo- de civilizarlos, de la importancia de las creencias para éstos, aunque no tengan nada de aquello que para nosotros es fundamental, pero también es una película de aventuras y misterio que va sobre la amistad, y la vida misma, llena de fuerza de voluntad, fe, ambición, lealtad y humanidad cuando las circunstancias se tuercen.

T.O.:The Man Who Would Be King.Producción: Columbia Pictures, Devon/Persky-Bright, Allied Artists Pictures. Productores: John Foreman, William Hill. Director: John Huston. Guión: John Huston, Gladys Hill, Rudayard Kipling (relato). Fotografía: Oswald Morris. Montaje: Rusell Lloyd.  Música: Maurice Jarre.

Intérpretes: Sean Connery (Daniel Dravot), Michael Caine (Pecky Carnahan), Christopher Plummer (Rudyard Kipling), Saeed Jaffrey (Billy Fish), Larbi Doghmi (Ootah), Shakira Caine (Roxana), Karroom Ben Bouih (Kafu Selim), Jack May (Gobernador), Mohammed Shamsi (Babu), Albert Moses (Ghulam), Paul Antrim (Mulvaney), Graham Acres (Oficial).

Color – 129 min. Estreno en España: 5-VII-1975

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 18 Diciembre 2020.