La lengua de Ebla – por David Valiente

Tablilla administrativa de Ebla

En el comercio y en la vida, el lenguaje desempeña un papel protagonista. Antes de que nos conformáramos en sociedades complejas, empleábamos distintas maneras de comunicar a las personas más allegadas las inquietudes perturbadoras que llegaban del exterior y que la mayoría de las veces tenían un reflejo interno en nosotros. El lenguaje ha facilitado mucho nuestra existencia y, más tarde, con la creación de la escritura, la herramienta definitiva, el armazón intelectual que nos identifica como especie, se terminó consolidando.

Por ello no podemos obviar la lengua de Ebla o el eblaíta. Si en anteriores entradas os dije que el descubrimiento del Palacio G supuso un quebradero de cabeza para los orientalistas, no lo ha sido menos el eblaíta para los filólogos. Desde que se descifraran las tablillas, el panorama lingüístico del vecino oriente, en el III milenio a. C., sigue sometido a intensos debates académicos.

A los lingüistas les costó determinar la naturaleza del eblaíta. Para empezar, las fuentes disponibles, los archivos de la biblioteca de Ebla, son textos de carácter diplomático, político, administrativo, comercial y religioso, mientras que los textos literarios y científicos permanecen sin descifrar o directamente se perdieron en el tiempo. No olvidemos la importancia que tienen este tipo de documentos no solo para conocer en profundidad la cultura de Ebla, sino también para hollar la mentalidad de esos siglos tan lejanos y adentrarnos en el manejo efectivo del lenguaje.

Pettinato, el primer filólogo en tomar contacto con los textos, pronto se dio cuenta de que los signos que leía infatigablemente eran idénticos a los que conocía, pero no expresaban lo mismo. Comenzó una carrera por descifrar las tablillas y determinar a qué familia lingüística pertenecía la lengua hablada por los habitantes de Tell Mardikh.

Asimismo, los eblaítas tomaron de Sumer las grafías para expresar su propia lengua en las tablillas. Por lo tanto, emplearon un sistema logo-silábico, esto es, una combinación de grafías que expresan tanto palabras concretas como sonidos, siendo común que los verbos y los sustantivos se representen con logogramas mientras los determinantes, conjunciones verbales, preposiciones, etc. se expresan mediante silogramas.

En el libro del profesor español José María Martínez Cantalapiedra, se recoge un cuadro clasificatorio de las lenguas del Próximo Oriente. Publicado en el año 2015, la lengua eblaíta se clasifica dentro de la rama Semítico Noroccidental, más concretamente como cananeo septentrional, junto al ugarítico y al amorreo. En algo coinciden el maestro español y el genio italiano: la lengua eblaíta, aunque cuenta con ciertas semejanzas con el acadio (semítico oriental) en cuestiones verbales, difieren respecto a la fonética, la morfología y el léxico. Esto contradice lo afirmado en un primer momento por investigadores detractores de Pettinato quienes, ni cortos ni perezosos, aseguraban que eran un dialecto del Acadio. El investigador italiano, incluso, se atrevió a cuestionar a sus colegas con la contundencia de las siguientes palabras: “El eblaíta es una lengua semítica muy arcaica, propia del área de Siria”. Tampoco dependía del amorreo, pues los hablantes de esta lengua, en el III milenio a.C., practicaban una especie de seminomadismo- hasta el II milenio a.C. no establecerán un puesto fijo-, incompatible con la complejidad administrativa documentada en el yacimiento de Tell-Mardikh. Contradice al profesor Cantalapiedra, también, al establecer la relación directa con el hebreo y el fenicio, a través, por supuesto, del ugarítico.

Pero el “osado” Pettinato no se conformó con descubrir una nueva lengua; esa lengua debía tener algo especial que destacara por encima del resto porque Ebla, desde un primer encuentro con la paleta, se presentó como un yacimiento ungido por el extenso panteón de dioses. Y no podía ser de otra manera por la forma de expresarse en su libro Ebla, una ciudad olvidada: “No se nos debe escapar, ni debemos subestimar, el excepcional alcance de esta construcción: con su biblioteca escrita en una nueva lengua semítica, Ebla no solo nos muestra que fue un centro político muy relevante que impuso su ley a innumerables estados y que tuvo firmemente en sus manos el monopolio del comercio, sino que nos hace comprender de forma extremadamente clara que la lengua franca del III milenio no era el sumerio, sino el eblaíta”.

Al menos en algo le podemos dar toda la razón a Pettinato, toda relación humana, sea del carácter que sea, necesita de unos códigos, en el caso concreto de la diplomacia esos códigos son, primero, la lengua hablada y, después, la palabra impresa. Sin embargo, nos dio una retahíla de argumentos que no terminaron de convencer a sus detractores; y en gran medida, los reproches son incuestionables.

Para el lingüista los tratados, como el de Assur y Ebla, fueron escritos en lengua eblaíta, y sí, ciertamente en Assur se ha encontrado una tablilla en eblaíta con un texto idéntico al encontrado en los Archivos Reales del Palacio G; pero también los arqueólogos alemanes, encargados de excavar en la ciudad de Assur, encontraron el mismo tratado traducido al sumerio, lengua que por aquel entonces se hablaba a lo largo de la cuenca del Tigris. Que, por el contrario, no se hayan encontrado una traducción en sumerio en Ebla responde a que fue esta ciudad la que expidió el documento. No requerían copia, ellos lo redactaron.

Por el contrario, no es muy convincente para el mundo académico la teoría de considerar al eblaíta como una lengua franca porque las “cancillerías” iban y venía a Ebla; “nos hace suponer que la lengua en la que se entendían era precisamente el eblaíta”. O por qué no el sumerio, en Tell-Mardikh la escuela sumeria para la administración tenía gran relevancia, por qué no los eblaítas que querían hacer carrera representando los intereses del palacio aprendían sumerio para comunicarse con los vecinos. Los límites de la arqueología los establecen los materiales encontrados, determinar en qué lengua hablaban los diplomáticos, salvo que se encuentren documentos concretos afirmando tal cosa, es imposible de aceptar.

El argumento que más acredita la defensa de Pettinato es el que asegura que el calendario eblaíta fue empleado en Kis y Lagas durante más de cuatrocientos años. Pero no solo estas ciudades de la media y baja Mesopotamia se sirvieron del calendario eblaíta, también lo hicieron Mari y Tell Beydor. Equiparar un sistema de cuenteo del tiempo supone adoptar unas reglas comunes que buscan compartir intereses; empleando el mismo calendario las relaciones entre los diferentes territorios eran fluidas y precisas, y cabe destacar que una región asume, bien por imposición o bien por herencia horizontal, los modos y prerrogativas del más sobresaliente. En este caso concreto Ebla, la potencia económica de la región, no empleó las armas para imponer, sino que la efectividad de su comercio y la sostenibilidad de su diplomacia crearon un marco de dependencia que acreditaría la hipótesis de Pettinato. Sin embargo, la posibilidad es un juego de azar con probabilidades de acertar o de perder.

De lo que sí estaba seguro el filólogo italiano, y la comunidad académica da su aprobación, es que en Siria, en el III milenio a.C., no hubo “uniformidad cultural”. Si bien en los dos yacimientos citados y próximos a Ebla, Mari y Tell Beydor, se hablaba una lengua similar al eblaíta, las investigaciones han demostrado que son lenguas posteriores, menos arcaizadas y más cercanas al modo de construir el leguaje del II milenio a.C.; de ahí el parentesco, pero no la igualdad.

A excepción de la cuestión de la uniformidad cultural, la posibilidad de que el eblaíta fuera una lengua vehicular en el III milenio a.C. y de que pertenezca a la rama Semítica Noroccidental, hoy están puestas en duda. Especialmente la segunda, pues la teoría que más circula tras la muerte de Pettinato es que el eblaíta sí es un dialecto del Acadio, debido, precisamente, a la similitud que las dos lenguas tienen en el sistema verbal.

David Valiente Jiménez. Madrid
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Noviembre 2020.