Mika Etchebéherè fue una destacada militante comunista de la línea trotskista que, en sus memorias, describió los deseos contenidos por parte de los milicianos de asaltar las embajadas y pisos protegidos diplomáticamente en Madrid. En dichas memorias puede leerse, en la página 176, un diálogo entre la autora y un vigilante:
Es imposible tocar las embajadas –dije yo-. El mundo entero se pondría contra nosotros.
¿Y qué? Los fascistas encerrados en las embajadas nos matan a mansalva, dirigen la quinta columna, se comunican con el ejército de Franco y nosotros teniéndolos al calor, en el mismo centro de Madrid (1).
En un artículo anterior (2) explicaba las diferentes posturas de los gobiernos ante el estallido del golpe militar de Julio de 1936: simpatías hacia uno u otro bando en medio de la sensación de que aquello no iba a ser muy diferente de lo ocurrido en 1932 con la Sanjurjada. Pero el transcurso de los primeros días dio paso al convencimiento de que la situación era muy diferente: las solicitudes de asilo diplomático en Madrid, Valencia y Barcelona, ciudades bajo control del Gobierno republicano, comenzaron a aumentar de forma preocupante, habida cuenta de la violencia indiscriminada que se estaba desarrollando contra los posibles desafectos a la causa republicana o, también, sospechosos de colaboracionismo con los sublevados. Esta violencia provocó la protesta generalizada de muchos diplomáticos que, además, se preocuparon por visitar las cárceles, interesándose por el trato a los prisioneros y denunciando las anomalías en diversos informes a la Sociedad de Naciones y el Comité de No Intervención. Pero, insisto, la actitud de los embajadores fue muy diversa: Dinamarca e Irlanda no acogieron refugiados mientras que México, Cuba, Noruega, Suecia, Bolivia y Grecia entre otros sí lo hicieron. Caso aparte es el de Alemania pues, al reconocer al régimen de Franco en Noviembre de 1936, el Gobierno republicano obligó a cerrar la Embajada y expulsó del país a los quince funcionarios diplomáticos, además de los sesenta y cinco españoles que se habían acogido a la protección oficial alemana. También es digno de mención el caso de la URSS: la postura oficial del Gobierno soviético fue la de no acoger ninguna solicitud de asilo, decisión que no habría hecho falta tomar pues nadie, en su sano juicio, lo hubiese pedido. El gobierno británico, por su parte, consideró que acoger refugiados pondría en peligro sus intereses económicos en España y, por ello, sólo admitió a los súbditos británicos, aunque colaboró de forma decidida en la evacuación de los refugiados de otras embajadas. Los Estados Unidos de América, fieles a su política de no injerencia en asuntos externos, consideraron que no se podían acoger peticiones de asilo. De todas formas, y a través del testimonio de un periodista norteamericano, Edward Knoblaugh, se conoce la existencia de un total de ciento cincuenta personas refugiadas en la sede de la embajada, situada en la calle Eduardo Dato. Hubo también embajadas donde se llevaron a cabo actividades de espionaje a favor de los sublevados, como es el caso de Perú y Cuba. Y también hubo un par de embajadas, Turquía y Finlandia, que aprovecharon para traficar con dinero o, incluso, acoger a quintacolumnistas.
¿Cuáles eran los problemas que encontraban las personas que querían acogerse a la protección diplomática? El primero de ellos era, alegando la nacionalidad del país cuyo amparo se deseaba, lograr la autorización del representante con autoridad para concederla. Por ello jugaron un papel muy importante las relaciones personales con el personal de la embajada, yendo a realizar alguna gestión en horario de oficina que terminaba con la petición oficial de asilo una vez dentro del edificio. La complicidad con otros asilados, el pago de dinero a los vigilantes, disfrazarse, utilizar documentación falsa o aprovechar el relevo de la guardia. Y el segundo problema era el de la superación de los riesgos de detención en el mismo momento de ingresar en el edificio: los vigilantes fueron, en las primeras semanas, antiguos guardias civiles que después serían sustituidos por guardias de asalto o miembros de las milicias populares, más ideologizadas. El Gobierno de la República mantuvo el respeto a la inviolabilidad de las legaciones diplomáticas, algo perfectamente lógico si se quería seguir manteniendo una credibilidad internacional, pero ello no evitó que existiese cierto recelo hacia la labor humanitaria del conjunto de embajadores, considerándolos sospechosos de un entendimiento con los sublevados. Esta actitud de sospecha vino reforzada por la Prensa, que comenzó a criticar la existencia de pisos y casas protegidas bajo las diferentes banderas de los países que no cerraron sus embajadas. No fue la tónica general pero sí es cierto que se produjeron, apoyados por sindicatos, autoridades revolucionarias o de los servicios secretos, asaltos a diversas legaciones diplomáticas. También se recurrió al engaño, por ejemplo, constituyendo sedes diplomáticas ficticias: fue el caso de la embajada de Siam, localizada en la calle Juan Bravo, número 12. Allí, y desde el Comité de Defensa de la CNT, se detuvo a un total de seis personas que buscaban protección. Al tener conocimiento de ello, la reacción del general José Miaja, presidente de la Junta de Defensa de Madrid, fue fulminante al poner fin a la operación. Y no puede olvidarse el tristemente célebre Túnel de la Muerte, en Usera (Madrid): dos capitanes del Servicio de Información Militar, Casimiro Durán y Juan Cabrera, fingieron montar un servicio clandestino de pase de presos a la zona nacional. Muchas personas asiladas cayeron en la trampa y, tras robarles, fueron ejecutados. Tras el fin de la Guerra una investigación encontró setenta cadáveres en diferentes lugares y sesenta y tres en la cripta del Colegio de la Providencia.
El conjunto de personas asiladas era muy heterogéneo. La mayor parte eran hombres en edad militar entre 20 y 45 años, y su extracción social se situaba en las clases medias: empleados públicos y privados, abogados, médicos, farmacéuticos, tenderos, ingenieros, banqueros, arquitectos, fotógrafos. Pero también se asilaron militares, aristócratas, eclesiástico … Algunos de ellos sobradamente conocidos en aquellos años: Ramón Menéndez Pidal, Joaquín Calvo Sotelo, Wenceslao Fernández Flórez o Gregorio Marañón. Otros ocuparían cargos políticos importantes durante la Dictadura de Franco: Rafael Sánchez Mazas, Ramón Serrano Súñer, Fernando Castiella, Joaquín Ruiz Giménez o Raimundo Fernández Cuesta entre otros muchos. Pero no solo pidieron asilo las personas que, por su ideología política, estaban más a favor de los sublevados o mantenían una postura ecléctica. En las legaciones diplomáticas había cientos de hombres y mujeres de derechas e izquierda moderadas, por ejemplo, Julián Zuazo (Partido de Derecha Liberal Republicana), que ingresó en la Cárcel Modelo y, una vez liberado, se refugió en la embajada de Cuba. También Clara Campoamor, defensora del sufragio femenino en España, miembro del Partido Radical y muy crítica con el comportamiento republicano en los meses iniciales de la Guerra, marchó al exilio en 1937. José Castillejo, uno de los inspiradores de la Institución Libre de Enseñanza y de la Residencia de Estudiantes, al saber que su nombre estaba en una lista de personas a detener por las milicias populares, lista que aparecía en el diario Claridad (3), huyó a Londres, decisión que tomó tras el consejo dado por el Ministro de Instrucción del Gobierno Republicano. La esposa del presidente Manuel Azaña, la hija de Indalecio Prieto y las hijas de Largo Caballero acabaron solicitando el asilo ante la más que previsible derrota militar.
El total de personas que estuvieron acogidas sigue siendo un misterio, pues existen discrepancias entre el número de asilados legales y reales. Las cifras basculan entre los seis mil y los doce mil, con la mayor concentración en Madrid. Pero todas ellas soportaron unas difíciles condiciones de vida: la asignación de un espacio para dormir en edificios y pisos protegidos en los que seguía aumentando el número de residentes, la obligación de permanecer sin salir al exterior (4), ausencia de intimidad, insuficiencia de servicios higiénicos, alimentación precaria (5), escasez de agua y jabón … Hubo una aceptable estructura sanitaria que se complementaba con la existencia de un Hospital diplomático, al que se enviaban los enfermos que necesitaban una atención más precisa. El frío era otro de los problemas: poco carbón, escaso combustible y, cuando todo esto estuvo bajo mínimos, se recurrió a la quema de muebles y cajas. Las tareas, en las que participaban todos y todas, independientemente de su origen social y posición económica, estaban organizadas y distribuidas por una estructura de gobierno formada por los propios asilados. La necesidad de luchar contra el tedio y la espera provocaron la ansiedad entre la población refugiada, especialmente entre los militares, ansiosos por entrar en acción. Ansiedad que fue medianamente combatida con juegos de salón, interminables conversaciones sobre idénticos temas, constitución de pequeñas bibliotecas, funciones de teatro, clases de idiomas, conferencias y clases para los niños y las niñas (6).
Es en este marco donde convivieron el egoísmo y la generosidad, la valentía y la cobardía, el resentimiento y el perdón, se desarrolló parte de la vida de un personaje realmente excepcional en esta historia de embajadas y refugiados. Se trata de Carlos Morla Lynch quien, desde que el embajador chileno Aurelio Núñez Morgado abandonó su puesto por las presiones del Ministro de Estado español Julio Álvarez del Vayo (7), ocupó y actuó “de facto” como su antecesor.
Por circunstancias ligadas al trabajo de su padre, diplomático chileno, Carlos Morla Lynch nació en París en 1885 y, en 1920, siguió los pasos de su progenitor incorporándose a la carrera diplomática como secretario de la Embajada chilena en la ciudad donde nació. Músico aficionado y escritor, hombre que se definía como liberal de izquierda al tiempo que respetuoso con las convenciones sociales, casado con Bebé Vicuña, tuvo con ella tres hijos, de los que sólo sobrevivió uno, Carlos. En París utilizaron su domicilio como salón donde se reunían intelectuales y artistas y, cuando fue destinado a Madrid en 1928, hicieron lo mismo en su residencia familiar, situada en la calle Alfonso XII: Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Manuel Altolaguirre, Jorge Guillén, Rafael Alberti y Pedro Salinas eran habituales en las veladas que organizaban. Y, entre todos ellos, alguien a quien descubrió una mañana, paseando por la Gran Vía de Madrid: en el escaparate de una librería aparecía un ejemplar del recién editado Romancero gitano. Morla decidió, tras leer varias veces algunos de sus poemas, que tenía que conocer a su autor, Federico García Lorca. Sus circunstancias personales eran, entonces, muy duras: acababa de llegar de París con su esposa, y allí habían enterrado a su hija de nueve años. En la lectura de los versos de Lorca encontró el consuelo que necesitaba y de allí nació una gran amistad que el poeta acreditaría en la dedicatoria de Poeta en Nueva York. Lorca se convirtió en un habitual de las reuniones nocturnas en el domicilio de Morla. Allí, durante los años de la República, cantó al piano en muchas madrugadas el poema Memento (8), convirtiéndose en el alma de aquellas veladas, alguien que sabía cortar las discusiones políticas con una carcajada. El inmenso dolor que sintió Morla al saber que Lorca había muerto no pudo quedar suficientemente reflejado en los Diarios, aparecidos en 1958. Por ellos sabemos que el 1 de Septiembre de 1936 Morla estaba en la Plaza Mayor de Madrid y oyó gritar a los vendedores de prensa que Federico había sido fusilado en Granada. En principio creyó que era un bulo, pero, a través de sus contactos diplomáticos, confirmó la terrible noticia. Se habían visto por última vez en su casa de Madrid el 8 de Julio de 1936. Los invitados a la cena se mostraban muy preocupados por la situación y, en sus anotaciones, Morla reproduce lo último que escuchó de la boca de Lorca: Yo soy del partido de los pobres, pero de los pobres buenos. Y, a continuación, su comentario: Yo que lo consideraba invencible, triunfador siempre, niño mimado por las hadas (9).
Carlos Morla Lynch no pudo salvar la vida de Lorca, ni darle sepultura. Pero sí consiguió salvar la vida de miles de personas que estaban destinadas a seguir el mismo camino que siguió el poeta granadino. El día 18 de Julio de 1936 Morla pretendía comenzar sus vacaciones estivales trasladándose a las Baleares con su familia. Los acontecimientos de aquellos días le plantearon un dilema pues el Gobierno chileno le concedió libertad para salir o permanecer en España, que fue lo que finalmente hizo. Se inició así una historia de tres años en los que la Embajada de Chile jugó un papel preeminente, acogiendo a más de cuatro mil personas, distribuidas entre su sede diplomática (Calle del Prado, 26) y, también, en otros locales que la Embajada tuvo que alquilar (10). Sus jornadas de trabajo eran agotadoras: estar en contacto con los altos representantes del Gobierno republicano para las cuestiones relativas a la evacuación de los refugiados (11), mantener unas buenas relaciones con la guardia que vigilaba la Embajada, seguir de cerca los movimientos del temible Servicio de Información Militar. Pero Morla Lynch era alguien que, sobre todo, tenía multitud de contactos influyentes y ello le dio un margen de maniobra suficiente. Entre Abril de 1937 y Enero de 1938 logró la evacuación de 1178 refugiados, además de facilitar, con la ayuda de la Cruz Roja Internacional, el intercambio de prisioneros republicanos por prisioneros afectos a los sublevados. Cuando la Guerra estaba a punto de acabar, Morla hizo lo mismo con los republicanos que pidieron asilo en la Embajada chilena y, también, ofreciéndolo a quien no lo pidió, como es el caso de Rafael Alberti y María Teresa León. Nunca puso condiciones a nadie y arriesgó su vida y la de su familia ante una Junta de Defensa que no podía (o no quería) garantizar su inmunidad diplomática.
Fue en el mes de Marzo de 1939 cuando entró en escena el tercer personaje de esta historia: el poeta Miguel Hernández. Sus biógrafos, cuando llegan a los últimos días de aquel mes, acusan a Carlos Morla Lynch de no haberle dado asilo político. El relato oficial parte de lo escrito por Pablo Neruda en 1953 y en 1974 acerca de un suceso que él no pudo presenciar pues, entonces ya se encontraba en Francia. Esta argumentación fue expuesta por Arturo del Hoyo en un artículo publicado en 1980 (12) y, después de leerla, queda bastante claro que Neruda se equivocaba. Dicha argumentación es la siguiente:
La primera vez que Miguel Hernández fue a la Embajada chilena fue el 28 de Febrero de 1939. En las notas de su diario puede leerse: Ha venido a verme esta mañana el poeta chileno comunista Juvencio Valle, acompañado de Miguel Hernández, el poeta pastor de cabras, que era amigo de Federico Garcia Lorca y Pablo Neruda. Ha escrito mucho a favor de los “leales” y contra “Franco traidor”. El peligro en que se encuentra es grande y viene a pedirme asilo (…) A Miguel Hernández le contesto lo que a todos. No le aconsejo solicitar pasaporte a estas alturas, sirviendo en el ejército, y le otorgo el asilo para cuando lo necesite. El mismo día 28 aparece otra anotación que reza lo siguiente: Me dice que Hernández ha declarado que no se albergará en la Embajada, que lo considera como una deserción de última hora (…) Opto por darle una carta para el gobernador civil, don José Gómez Osorio, solicitando pasaporte para él (13). Y el 2 de Marzo puede leerse: el pastor poeta, Miguel Hernández, ha ido donde el gobernador, Gómez Osorio, con mi carta, y le ha dado alguna esperanza para la obtención de pasaporte. Y continúa: Le escribo, asimismo, al comisario general de Seguridad, quien está dispuesto a concederle un pasaporte, pero desaparece y no vuelvo a verle por más esfuerzos que hago para dar con su paradero. En la hora postrera encargo al poeta Antonio Aparicio, que a duras penas encuentro, – figura entre los diecisiete asilados actuales de la Embajada- , que vea modo de ubicarlo. Esfuerzos sin resultado (14).
¿Por qué Miguel Hernández no quiso asilarse? Probablemente porque estaba entre dos líneas muy peligrosas. La primera era que en Madrid se había producido el alzamiento del coronel Segismundo Casado y la recién constituida Junta de Defensa Nacional contra el Gobierno de la República. Como afiliado al Partido Comunista, Miguel Hernández no podía confiar en los rebeldes, que ya habían pactado con Franco. Si decidía asilarse se convertiría en un desertor y tanto unos como otros lo juzgarían en Consejo de Guerra. La única salida, como medida de seguridad, pero también como conducta coherente y valiente, era escapar a la Zona Central, aún bajo dominio republicano, con la esperanza de que el curso de la Guerra cambiase en el último momento, aunque esto hoy en día, pasados los años y vistos los acontecimientos en perspectiva, no pueda ser considerado sino como una quimera. La segunda es definitiva: la pronta entrada de las tropas de Franco en Madrid tendría, para él y para muchos, resultados previsibles pues Franco había sido muy claro al manifestar su decidida voluntad de no respetar la inmunidad diplomática de las Embajadas.
Detenido el 4 de Mayo de 1939, cuando intentaba pasar a Portugal, se inició para Miguel Hernández un largo recorrido por diversas prisiones hasta terminar con su muerte, en el Hospital Provincial de Alicante, en 1942. De él y de su calvario, junto al de Lorca, trataré en un próximo artículo.
También Carlos Morla Lynch, tras entregar la Embajada al nuevo embajador el día 5 de Abril de 1939, Enrique Gajardo, inició un periplo que le llevó, al acabar la Guerra, como embajador de Chile en Berlín. De allí pasaría a Suiza, Países Bajos y Suecia. En 1959 volvió a París como embajador y en 1964 se jubiló, regresando a Madrid donde moriría en 1969, siendo enterrado en la Sacramental de San Justo. El Gobierno español le concedió en 1968 la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica como agradecimiento a su labor humanitaria, pero no fue hasta el año 2011 cuando el Ayuntamiento de Madrid colocó una placa con forma de rombo en la calle Prado número 26, en cuyos pisos tercero y cuarto derecha estuvo la Embajada chilena. En 2016 se otorgó su nombre a una calle de Madrid, pero hoy casi nadie se acuerda de Morla Lynch. Han quedado sus memorias, documento imprescindible para acercarse a la Guerra en la capital de España. En ellas hay un párrafo impagable que define muy bien la ingratitud del ya oficial gobierno franquista. Son unas anotaciones tras no ser recibido en Burgos el 7 de Abril por el Ministro de Negocios Extranjeros, general Jordana, alegando que no era el embajador oficial. Puede leerse lo siguiente: De manera que he venido de Madrid provisto de las credenciales que me otorgan las vidas que por centenares he salvado, autorizadas por nuestra permanencia en Madrid hasta la hora postrera de la tragedia, en holocausto a estas existencias que hemos entregado indemnes… y no me han recibido.
Esperando ser recibido tuvo tiempo, como él expresa en su escrito, de recordar todas las luchas que había sostenido, los sacrificios soportados y los peligros ingentes mientras ofrecía amparo, ternura y abnegación. No lo dice, pero es probable que el recuerdo de su amigo García Lorca, cuya alegría quedó enterrada con su cuerpo en un lugar que aún hoy en día sigue siendo motivo de discordia, y el de su encuentro con Miguel Hernández, el poeta pastor, valiente y coherente con sus ideas, estuviesen presentes mientras esperaba, inútilmente, ser recibido.
Ya en su nuevo destino de Berlín, decidió autoeditarse sus memorias en Abril de 1939, meses antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. En ellas dejó claramente manifiesto que ni el Gobierno chileno ni el de Franco tuvieron consideración alguna con él y el personal de la Embajada. Pero es que, además, a las propias autoridades republicanas y otros integrantes del mundo intelectual, ya en el exilio, no les gustaría leer lo que, de ellas, aparecía escrito. Comenzaba a entender que este país es muy dado al olvido y a la ingratitud, algo que a día de hoy sigue vigente.
Anotaciones:
- (1) ETCHEBÉHÈRE, Mika Mi guerra de España Alicornio Ediciones, Oviedo 2003
- (2) Cuando las guerras de pierden en las alfombras. El Inconformista Digital, 22 de septiembre de 2020.
- (3) El diario Claridad pertenecía al ala más izquierdista del Partido Socialista Obrero Español.
- (4) Los refugiados no podían llamar por teléfono o escribir cartas. Las ventanas y persiana debían permanecer cerradas. La Prensa, fuertemente controlada por la censura, se leía, pero las noticias más esperadas eran las que traían los nuevos refugiados. También se intentaba conectar con la emisora de la Radio Nacional.
- (5) A partir del otoño de 1936 el hambre fue un problema evidente en toda la ciudad de Madrid y ello llevó al racionamiento. El Cuerpo Diplomático organizó que llegasen alimentos por vía marítima a Valencia y, de allí, a Madrid. Este hecho aumentó la queja de partidos y sindicatos, habida cuenta de la situación del resto de la población madrileña.
- (6) Esta situación no debe impedirnos ver la existencia y manifestación de fuertes tensiones sociales, económicas y políticas, especialmente cuando convivían personas que manifestaban ideales políticos contrapuestos, incluso entre aquellos que apoyaban a los sublevados, como ocurrió en la embajada de Panamá entre refugiados falangistas y carlistas.
- (7) La causa estaba en que Núñez Morgado era simpatizante de los sublevados
- (8) Correspondiente al Poema del cante jondo
- (9) cfr. Diario EL PAÍS, Cultura 18-08-2016
- (10) Castellana, 29; Plaza Salamanca 8 ; Calle Santa Engracia 17, amén de las residencias particulares del personal diplomático, entre ellas la de Carlos Morla
- (11) Para lograr la colaboración de las autoridades, Morla entregó las armas que tenía la Embajada al Ejército Popular y dío 72.000 pesetas para la asistencia a niños pobres de la capital madrileña.
- (12) DEL HOYO, Arturo Dramatis Personae: Carlos Morla Lynch y Miguel Hernández Ínsula. Revista de Letras y Ciencias. Madrid, Marzo-Abril 1980 página 11
- (13) MORLA LYNCH, Carlos op. cit. Bibliografía, página 718, 721 y 722
- (14) op. cit. nota 12, página 724
Bibliografía:
- ETCHEBÉHÈRE , Mika. Mi guerra de España. Alicornio Ediciones, Oviedo 2003
- MORAL , Antonio M. El asilo diplomático en la Guerra Civil Española. Actas Editorial , Madrid 2001
- MORLA LYNCH , Carlos. Informes diplomáticos y diarios de la Guerra Civil. Espuela de Plata, Sevilla 2010
- MORLA LYNCH , Carlos. España sufre. Diarios de guerra en el Madrid republicano. Editorial Renacimiento, Santander 2008.
- MORLA LYNCH, Carlos. En España con Federico García Lorca. ( Páginas de un Diario Íntimo 1928-1936 ) Editorial Renacimiento , Santander 2008
- VIÑAS , Ángel (dir.). Al servicio de la República. Diplomáticos y Guerra Civil. Marcial Pons, Madrid 2010
José Miguel Hernández López. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 26 Octubre 2020.