La década ominosa de Irán en Siria – por Mariano López de Miguel

Participantes en una ceremonia funeraria en Teherán (Irán) en septiembre de 2017 portan una bandera de Hezbolá - Wikimedia Commons

El pasado 15 de Marzo, cuando oficialmente se iniciaba el Estado de Alarma en España, debido a la pandemia global de la Covid-19, los medios de comunicación ignoraron u olvidaron que 9 años atrás en la ciudad de Dera’a en Siria comenzó una revuelta popular contra el régimen de Bashar Al Assad bajo el lema “Doctor, vete ya!” (Assad se formó como oftalmólogo en Londres, antes de regresar a Damasco urgentemente en 1994 tras el fallecimiento de su hermano mayor Basel, en un accidente de tráfico, abortando así su designio como primogénito de lo que se conocería como “la república árabe hereditaria). La situación en Siria era un auténtico polvorín: tras la caída de Ben Alí en Túnez, Hosni Mubarak en Egipto y el inicio del bombardeo por parte de la OTAN de Libia para desalojar a Muammar Gaddafi, el régimen baazista temía ser la siguiente ficha del dominó en caer en ese complejo tablero que es Oriente Medio.

No ayudaba que el régimen iraquí nominalmente “amigo” (En Bagdad gobernaba Nouri Al Maliki, chiíta cercano a Damasco y sobre todo a Teherán) optase por azuzar una guerra fratricida en su país contra la minoría sunita -por el contrario, Siria era gobernada con puño de hierro por la secta alauita, vinculada a los chiitas y marginaba a la mayoría sunita, aunque captaba por prebendas a las grandes fortunas de esa rama del Islam, asegurándose así su lealtad-. Y poco a poco otros regímenes árabes, por lo general monarquías petroleras de credo sunita, empezaron a apoyar la revuelta en Siria, de modo subrepticio para forzar la caída de Assad, aliado de Irán y de grupos “molestos” como el Hamás palestino o el Hezbollah libanés. Los primeros seis meses de la “Revolución Siria”, fueron eso: plataformas civiles que protestaron contra la represión, corruptelas, a favor de derogar el estado de emergencia vigente desde 1970 con la “Revolución Correctiva” y acabar asimismo con las redes clientelares y nepotistas de Damasco, junto a salir de un paro global que rozaba el 23% del total de la población, empobrecida masivamente desde las sequías de 2008 y 2009 que causaron un éxodo rural masivo.

La respuesta de Damasco, en sus inicios fue pactista: nada de cambiar el régimen, pero se accedía a eliminar el estado de alarma, el régimen de partido único (el Baaz integrado dentro del “Frente Progresista”), aumentar los salarios, crear planes de empleo para los jóvenes recién incorporados al mercado laboral (un 4,7% interanual) y cesar a los gobernadores de Dera’a e Idlib, principales represores de las manifestaciones civiles. Pero el tiempo de negociar, había pasado. La sociedad siria estaba harta de un mismo clan (los Assad-Maakhlouf) que llevaban gobernando el país desde 1970 y con puño de hierro desde la eliminación de la insurgencia islamista acaecida entre 1976-1982, siendo la masacre de Hama el acontecimiento más duro de esa época (Febrero de 1982). Desde Mayo de 2011, Assad usó ya la mano dura: envío a la Brigada Golan de su hermano Maher Al Assad a Homs, al servicio secreto aéreo (mujabarat) a Idlib y finalmente a la fuerza aérea a la primera ciudad del país (Alepo), a reprimir las manifestaciones. Las víctimas ya se contaban por centenares y la oposición civil, quedó desplazada, creciendo los maquis anti-gubernamentales. Varias unidades del ejército árabe sirio, espantadas por tener que abrir fuego contra sus propios ciudadanos, desertaron formado el germen del Ejército Libre Sirio (ELS) y de la Brigada Al Farouk, dirigida por Abderrazak Tras, sobrino de Mustafá Tlass, ex ministro de defensa de Hafez Al Assad. La guerra se iniciaba, contando asimismo con un cariz confesional: la mayoría de insurgentes eran de credo musulmán sunita, que se sentían desplazados por el poderío alauita y que eran financiados por Turquía, Emiratos Árabes Unidos, Catar y Arabia Saudí.

Assad respondió brutalmente y los intentos pacificadores de los relatores de la ONU (Lakhdar Brahimi y Kofi Annan), cayeron en saco roto. Tanto que ambos diplomáticos dimitieron en menos de seis meses. El ELS comenzó a ganar posiciones gracias a la dirección del Coronel Riad Al Asaad y obtuvo victorias estratégicas en Alepo, la campiña de Damasco y Deir Az Zor. Damasco, acorralado, recurrió a sus “aliados eternos”. El jefe de los servicios secretos sirios, Ali Mamlouk, viajó de urgencia a Teherán y solicitó ayuda al régimen de los ayatollah, aliado de Damasco desde 1980, frente a tres enemigos comunes: EEUU, Israel y sobre todo, el Irak de Saddam Hussein. El líder supremo iraní, Ali Jameneí accedió a ello. Pero en primera instancia para evitar el conflicto diplomático en caso de descubrirse la presencia persa en Siria, usó al Hezbollah libanés y su secretario general, Hassan Nasrallah, como fuerza de choque. También se redactó una fatwa -decreto legal islámico-, para convocar a musulmanes de credo chií hacia Siria y combatir en una yihad defensiva frente a invasores (estos últimos eran mayoritariamente mercenarios chechenos, saudíes, jordanos, libios y tunecinos). Chiíes afganos, pakistaníes, iraníes y de Irak, acudieron a esa llamada para proteger santuarios sagrados de su credo en Siria. Las operaciones en la sombra serían dirigidas por el segundo hombre más poderosos de Irán: el General de la Fuerza Quds, Qasem Soleimani. Tras la aparición del mal llamado Estado Islámico entre 2013-2014 en Siria y la toma de varios puntos neurálgicos de dicho país e Irak (Raqqa en Siria, Mosul y Tikrit, en Irak), junto a la intervención de fuerzas especiales rusas desde Septiembre de 2015, la presencia iraní con «botas en el terreno», aumentó, aún con la llegada de un presidente nominalmente moderado -Hassan Rouhani-. A Soleimani se le unirían dos generales de la Guardia Revolucionaria Iraní, que caerían en combate (Hassan Shateri y Hossein Hamadani), junto a varios comandantes del Hezbollah (Jihad Mughniyah, Samir Kuntar, Mustafa Badreddine) lo que unido a la superioridad aérea rusa, dio lugar a un cambio en la balanza de poder del conflicto sirio. Unido a ello, la población civil, obligada a huir en la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, daba lógicas muestras de agotamiento. Y que Irán “diese caza” a los grupos integristas que habían tomado el control de la ya cercenada revolución (Frente Nusra, Ahrar Al Sham, Jaysh Al Islam…), no fue ni mucho menos mal visto por ciertos medios occidentales. Tras la toma de Alepo en Octubre-Noviembre de 2016, la disgregación de las fuerzas anti régimen de Assad y restablecimiento de relaciones con Damasco de algunos países, se reforzó la presencia iraní en los asuntos sirios.

Hoy el país está ocupado por tres naciones: Turquía, que aprovechó el vacío dejado por EEUU tras su retirada en 2018 del Kurdistán sirio para hacer su propia guerra sucia contra las YPJ kurdas, Rusia que sigue controlando la zona marítima de Latakia y la base naval estratégica de Tartus e Irán con “botas sobre el terreno”. Si la situación en Siria es nefasta, no deja de ser menos peligrosa o lesiva en Irán: el 3 de Enero de este año, Qasem Solimani era asesinado en un ataque estadounidense con drones a su llegada al aeropuerto internacional de Bagdad. Irán poco después, pasaría ser una de las naciones más golpeadas por la crisis de la Covid-19. No por ello, Teherán dejó de obviar su esfera de influencia en Siria. El apagón informativo acerca de los combates en Idlib, último bastión rebelde, son totales. Cabría preguntarse: ¿Habrá un año 10 de presencia iraní en Siria?

Mariano López de Miguel. Madrid
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 30 Septiembre 2020.