El programa nuclear de Irán – por Mariano López de Miguel

Javad Zarif y John Kerry - Wikimedia Commons

«Nada es verdad, todo está permitido«

Hassan-i Sabbah, Líder de la secta de Los Asesinos en Persia.

«Este es un acuerdo muy malo. La alternativa es un acuerdo mucho mejor, no la guerra. Un mejor acuerdo será ese que no le deje a Irán un camino fácil hacia la bomba atómica.

Benyamin Netanyahu, Primer Ministro Israelí.

El 14 de julio de 2015 la capital de Austria, Viena fue testigo de un hecho histórico pues Estados Unidos e Irán, dos países antagónicos ideológica y políticamente, se sentaron en la misma mesa a negociar y alcanzaron un acuerdo sobre un tema tan delicado como el desarrollo de armas nucleares. Así surgió el acuerdo “P5 + 1”, un grupo de seis potencias mundiales que ya desde 2006 se unieron a los esfuerzos diplomáticos con Irán respecto a su programa nuclear, pues temían que la República Islámica pudiera utilizarlo para crear armas nucleares. Pero, ¿desde cuando la Antigua Persia, ambicionaba convertirse en potencia nuclear?

El denominado “Programa Nuclear de Irán” se inició bajo el mandato del Shah Mohammad Reza Pahlevi a mediados la década de 1950, con la ayuda de los Estados Unidos. Era un esfuerzo iraní por el desarrollo de tecnología nuclear, con fines pacíficos. Después de la Revolución Iraní de 1979 y la llegada al poder del Ayatollah Ruhollah Jomeini, el programa fue paralizado temporalmente. Pronto fue reanudado, aunque sin la asistencia occidental de la cual gozó la nación en la época pre-revolucionaria. El programa nuclear actual de Irán consistiría según informaciones de distintas agencias de seguridad, en varias zonas de investigación, una mina de uranio, un reactor nuclear, y algunas instalaciones de procesamiento de uranio que incluirían una planta de enriquecimiento. El Gobierno iraní aseguró que el único objetivo del programa era desarrollar la capacidad de generar energía nuclear con fines pacíficos y de autosuficiencia energética, pero las sospechas del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) junto a varios estados occidentales se basaban en que realmente el régimen teocrático buscaría hacerse con armamento nuclear, lo cual ha provocado uno de los conflictos diplomáticos de mayor duración desde la caída del Bloque Socialista.

Posteriormente, la Administración Presidencial de EEUU bajo la jefatura de Donald Trump, abandonó de manera unilateral el tratado “Plan de Acción Conjunta” en 2018, pese a que el resto de firmantes Francia, Alemania, Reino Unido, Rusia, y China manifestaron la vigencia del tratado y además actuaban de estabilizadores ante amenazas de Israel y Arabia Saudí. Donald Trump decidió restablecer las sanciones contra Irán las cuales giraban en torno a un paquete que penalizaba de un modo draconiano cualquier tipo de acuerdo comercial con Teherán, lo cual dejó la credibilidad diplomática de EEUU bajo mínimos y completamente desprestigiada.

Lo que hoy se conoce como “Programa Nuclear Iraní” tuvo sus orígenes en los inicios de la la Guerra Fría, a finales de la década de 1950 bajo el auspicio de los EEUU, a raíz de los acuerdos bilaterales firmados entre Teherán y Washington. Sería en el año 1957, cuando bajo los auspicios del programa “Átomos para la Paz” se firmó un acuerdo de cooperación nuclear civil. El Sha Mohammad Reza Pahlevi gobernaba de manera autocrática Irán en esos años, y tras el derrocamiento apoyado por la CIA del Primer Ministro, el nacionalista Mohammad Mosaddegh en 1953, su gobierno parecía lo suficientemente estable y amistoso hacia Occidente como para que los EEUU, pudieran sentirse amenazados por el posible factor de que Irán eventualmente desarrollase armas nucleares.

Sería en 1959 cuando se crease el denominado Centro de Investigación Nuclear de Teherán (CINT), encargado de instalar e implementar un reactor de 5 megavatios. Según el Shah, para el año 2000 la nación dispondría de 25 estaciones nucleares repartidas por toda la geografía del país. En 1970, Irán sería uno de los firmantes del Tratado de No Proliferación Nuclear.

Ante la crisis energética de 1973, a raíz del embargo por parte de las naciones árabes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en respuesta  al apoyo de EEUU y Occidente al estado de Israel durante la Guerra del Yom Kippur en Octubre de ese año, el Shah Reza Pahlevi mediante su Primer Ministro Amir Abbás Hoveydá y su embajador ante dicha organización, Yamshid Amuzegar, admitió que “tarde o temprano las reservas de petróleo se acabarán” junto a que “El petróleo es un material noble, demasiado valioso como para quemarlo… Tenemos previsto producir, lo más pronto posible, 23.000 megavatios de electricidad usando plantas nucleares”. A través de los holdings alemanes de Siemens AG, Telefunken y Thyssen Krupp el monarca firmó un contrato por valor de 6.000 millones de dólares para la fabricación de un reactor a presión que debía estar finalizado para no más allá de 1981. La revolución islámica iniciada a fines de 1978 y que se completó el 2 de Febrero de 1979 con la vuelta de Jomeini a Irán y la marcha del Shah a Estados Unidos, para posteriormente acabar falleciendo en Egipto, abortaron por completo esos planes. No obstante la OIEA, hasta 1983 mantuvo relaciones diplomáticas estrechas con Teherán e incluso asesoró al régimen revolucionario de manera informal para el desarrollo de energía nuclear de uso civil. La guerra de casi una década contra el Irak de Saddam Hussein (otra nación situada entre los países con ambiciones de desarrollar armamento nuclear, junto al Pakistán de Zia Ul Haq, la Libia de Muammar Gaddafi o el régimen del Apartheid en Sudáfrica), acabó con todos esos proyectos. Curiosamente desde la sede de la CIA en Langley, se acusó a Irán de intentar conseguir materiales de fisión en el mercado negro internacional, mientras que Irak, habiendo utilizado armamento químico en la campaña genocida de Al Anfal (contra los kurdos aliados con Teherán) y tras ser destruido un reactor nuclear en 1981 (el OSIRAK, por parte de la aviación israelí), gozaba de la plena confianza de Washington. Igualmente, las exiguas arcas del tesoro iraní, muy mermadas por el conflicto abierto contra Bagdad y las sanciones impuestas por EEUU, aún debían pagar los honorarios de las empresas cooperativas alemanas que desarrollaron sus tareas hasta 1979, a través de la Cooperativa Kraftwerk.

La muerte del líder revolucionario, el Ayatollah Jomeini, en 1979 tras el fin de la larga guerra contra Irak, no evitó que Irán dejase de buscar la forma de hacerse con energía nuclear. Ni la llegada del “pragmático” presidente Akbar Hashemi Rafsanjani, ni la apertura o giro hacia el libre comercio de la teocracia iraní, evitó que las diferentes organizaciones internacionales, recelasen de los verdaderos motivos de Teherán. No ayudó la detención de varios operativos de inteligencia iraníes en Sudáfrica entre 1991-1993 mientras buscaban la fórmula de la llamada “tarta amarilla” (uranio no procesado) a través de traficantes de dicho país, no ayudaban a levantar la imagen de paria internacional o “estado canalla”. Menos aún, el terrible atentado de la Asociación Mutual Israelí-Argentina (AMIA) el 18 de Julio de 1994, supuestamente realizado por la inteligencia iraní a través de su filial libanesa, el Hezbollah. Todo ello debido a la -no demostrada a fecha actual- negativa del presidente argentino Carlos Saúl Menem de suministrar material para dicho programa a Teherán. La siguiente década y a pesar de la llegada del reformista Mohammad Jatamí a la presidencia, Irán siguió bajo la lupa y escrutinio de Occidente. Ante la negativa del régimen a apoyar la invasión ilegal de Irak en Marzo de 2003, la Administración Bush, introdujo a Irán en el llamado “Eje del Terror”, junto a Irak y Corea del Norte.

Llegando más allá, el embajador estadounidense (y posterior Asesor de Seguridad Nacional en la Administración Trump) definió que la invasión de Irak sería un primer paso para el cambio de régimen en Irán y otro país ampliando el “Eje del Mal” (Siria). La victoria electoral en 2005 del integrista Mahmoud Ahmadinejad, su retórica belicista y sus amenazas al principal aliado de EEUU en la región -Israel-, hicieron sonar unos tambores de guerra de modo constante entre 2005-2013. Si bien el Líder Supremo del país (el Ayatollah Ali Jamenei) declaró una fatwa -decreto islámico- por el cual prohibía el desarrollo de armamento nuclear en el país, Ahmadinejad no renunció al programa de enriquecimiento de uranio, siempre que las sanciones contra Teherán siguiesen vigentes. Los acuerdos de colaboración energética y de defensa con Corea del Norte, no ayudaron a sacar del abismo a la diplomacia entre Washington y Teherán. De hecho, la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca y su gira por Oriente Medio tras su jura como presidente, pareció dar un respiro al ambiente en la zona más convulsa del planeta.

No duró mucho: en Julio de 2009, Ahmadinejad saldría reelegido presidente de la nación, siendo acusado de fraude electoral por su contendiente, el reformista Mir-Hosein Moussavi. La represión fue masiva por todo el país e Irán siguió cerrándose más y más ante la desesperación de entidades supranacionales como la ONU. El despliegue de varios satélites a través de misiles interbalísticos que podían llevar cargamento nuclear, dio paso a una nueva ronda de sanciones, esta vez a las cuales se sumó la UE. La presencia iraní en Irak, su programa nuclear y la falta de libertades, aislaron a Teherán casi por completo. Sería en 2013 con la llegada de Hassan Rouhani, un clérigo reformista, ex negociador de Irán ante la OIEA y con buenas relaciones con el antiguo secretario general de dicha organización -el egipcio Mohamed El Baradei-, cuando los aires de cambio llegarían. El primer golpe de efecto de Rouhani, sería sustituir al polémico y conservador director del Consejo Superior de Seguridad Nacional de Irán, Ali Larijani, como jefe negociador del acuerdo nuclear. Su sucesor, sería el académico y recién nombrado jefe de asuntos exteriores, Javad Zarif, un negociador pragmático, de formación occidental y que supo crear un ambiente de trabajo afable con el también nuevo secretario de estado de EEUU, John F. Kerry. Así, tras dos años y medio de dura negociación en Viena como territorio neutral (EEUU e Irán no mantienen relaciones diplomáticas, desde la toma de la embajada estadounidense en Teherán por parte de estudiantes en 1979, lo que dio lugar a la “crisis de los rehenes”), se logró un acuerdo global que proponía:

  • El pacto contemplaba levantar las sanciones económicas contra Irán a cambio de que limitara su polémico programa de energía atómica que las potencias internacionales temían que podía utilizarse con el fin de crear armas nucleares.
  • Irán se comprometió a reducir sus reservas de uranio en un 98% hasta 300 kilogramos, que deberán mantener su nivel de enriquecimiento en 3,67%.
  • El JCPOA (Plan de Acción Integral Conjunto) estipuló que no se le permitirá a Irán construir más reactores de agua pesada ni acumular excesos de agua pesada durante 15 años
  • El gobierno de Teherán también se comprometió a implementar el Protocolo Adicional a su Acuerdo de Salvaguardas de la OIEA, que permite el acceso de los inspectores a cualquier sitio en el país del que tengan sospechas.
  • Irán accedió además a no participar en actividades, incluyendo investigación y desarrollo, que pudieran contribuir a la producción de una bomba atómica.
  • Tras el acuerdo, Irán quedó con acceso a más de 100.000 millones de dólares de activos congelados en el exterior, y listo para reanudar sus exportaciones de petróleo a mercados internacionales y utilizar el sistema financiero de comercio global.

Desgraciadamente, la llegada de Donald Trump y su Administración de corte neoconservador, junto a la presencia en puestos clave de personas reacias al acuerdo (MIchael T. Flynn, Mike Pompeo, John T. Bolton…), hizo que el presidente de EEUU se retirase del tratado, algo que ya había mencionado en su programa electoral de 2016 y que acabaría llevando a cabo entre Marzo y Junio de 2018. Según Trump “el acuerdo solo limitaba las actividades nucleares de Irán durante un período definido, que no ha evitado su desarrollo de misiles balísticos y que Teherán fue recompensado con 100.000 millones de dólares que puede utilizar como un fondo ilegal para armas, terror y opresión a través de Oriente Medio”. Se volvía pues a la casilla de salida. Y un magnicidio / asesinato selectivo en Bagdad a inicios de este año, en los momentos pre pandemia, no hizo sino aumentar la hostilidad de Teherán hacia EEUU. La muerte del “número dos en la sombra del régimen”, el General Qassem Soleimani, uno de los principales defensores de que Teherán accediese a la energía nuclear, vuelve a poner en el avispero a Oriente Medio. En el tránsito desde el aeropuerto de Bagdad a la denominada “Zona Verde” o recintos diplomáticos de la capital iraquí un misil lanzado desde un dron, acababa con Soleimani que iba acompañado de Abu Mahdi al-Muhandis, líder de las Fuerzas de Movilización Popular. El ataque, autorizado por Donald Trump quien apareció a las pocas horas del magnicidio para narrar el suceso ante las televisiones mundiales, causó un terremoto político en la región. Debido a que cualquier baja entre los posibles negociadores del programa nuclear iraní, puede conllevar consecuencias catastróficas.

Bibliografía:

  • “El Shah o la Desmesura del Poder”, Ryszard Kapucinski. Anagrama. 2005.
  • “La Gran Guerra por la Civilización”, Robert Fisk. Destino. 2015.
  • “Irán: de la revolución islámica a la revolución nuclear”, Nadereh Farzamiah. Síntesis. 2009.

Mariano López de Miguel. Madrid
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 16 Septiembre 2020.