La elocuencia de los restos de una guerra – por José Miguel Hernández

Corbera de Ebro - Wikimedia Commons

En la página 21 del diario La Vanguardia, correspondiente al 23 de Julio de 1963, aparece encuadrado en titulares lo siguiente: “Otro éxito de la revalorización del Barrio Gótico” y, más abajo, continúa: “Barcelona ha recobrado en la plaza de Sant Felip Neri uno de sus rincones más atractivos”. Estos titulares dan paso a una crónica que, firmada por Pedro Voltes, explica la inauguración por parte del entonces alcalde de Barcelona, José Maria de Porcioles, de las obras de restauración de la citada plaza de Sant Felip Neri. Incluidas dentro del programa de solemnidades conmemorativas del Alzamiento Nacional, y dirigidas a la revalorización y embellecimiento del Barrio Gótico, el resultado fue la reconstrucción de las fachadas de dos antiguas casas gremiales, muestras de la arquitectura del siglo XVI. Una de ellas era la Casa del Gremio de Caldereros (antiguamente situada en la calle Bòria) y la de Zapateros (situada en la calle Corribia). Continúa el cronista informando que tres son las razones que han llevado a la restauración monumental: la noble sustancia histórica del lugar, su encanto como remanso de quietud y paz, además de la importancia artística de la iglesia del Oratorio, notable ejemplo de la arquitectura neoclásica, erigida en 1748 y que preside la plaza.

Con la desamortización de Mendizábal ocurrida en el siglo XIX el citado templo pasó por muchas vicisitudes a lo largo de los años sucesivos: edificio anejo a la Universidad donde se dieron algunas enseñanzas, sede de la Delegación de Hacienda y locales para ubicar escuelas francesas. Esta variada trayectoria se detuvo en la Guerra Civil, cuando uno de los bombardeos que sufrió la ciudad, en concreto el 30 de Enero de 1938, provocó la destrucción de tres casas y daños observables, aún hoy en día, en la fachada del templo. La noticia continúa alabando los trabajos realizados y remarcando una vez más la actuación municipal en la defensa del patrimonio histórico y artístico de la Ciudad Condal. Sin embargo, no aparece nada en el texto que haga referencia o memoria de otro dato de especial importancia: aquél fatídico día de finales de Enero de 1938 murieron como consecuencia de ese bombardeo un total de 42 personas, la mayor parte de ellas niños y niñas que se refugiaron, al oir las sirenas que avisaban de la llegada de los aviones, en lo que era un subterráneo de la iglesia. Una de las bombas, según me explicaba el entonces rector de Sant Felip Neri hace unos años, entró por una ventana a nivel de suelo y explotó, matando a los que allí estaban. No aparece un dato esencial: el bombardeo fue realizado por la aviación italiana, aliada del general Franco. Las víctimas y los daños en la fachada eran la consecuencia directa del bombardeo. Esta información, como es fácil entender, podía enturbiar las conmemoraciones del Alzamiento en su XXVII Aniversario. Hoy una sencilla placa, colocada el 31 de Enero de 2007, recuerda a las víctimas de aquél suceso.

La Guerra Civil Española fue el primer conflicto donde se utilizó el bombardeo como arma contra la población. Contemplada como una nueva forma de guerra, su objetivo estaba dirigido a provocar el terror y la desmoralización, aparte de la destrucción de infraestructuras industriales y de transporte, entre otros muchos objetivos.

Fue Madrid donde se produjo el primer bombardeo masivo y, a éste, le seguirían ejemplos bien conocidos: Guernika en 1937 y Alicante en 1938. La ciudad de Barcelona que, a partir de 1937 y por razones de la evolución de los frentes de combate, acogió a tres gobiernos (republicano, vasco y catalán), se convirtió en la ciudad más afectada con un total aproximado que se sitúa en torno a los 2.500-3.000 muertos. Iniciados el 13 de Febrero de 1937, los bombardeos finalizaron el 24 de Enero de 1939, dos días antes de la entrada de las tropas franquistas, cuando el resultado de la Guerra hacía tiempo que estaba decidido. Durante ese tiempo se lanzaron un total de 385 ataques en los que se lanzaron cerca de un millón de toneladas de bombas. Un total de 1903 lugares distintos de la ciudad fueron afectados, dañando 1800 edificios y causando, además de los muertos, más de 7.000 heridos. Los meses de Mayo, Septiembre y Octubre de 1937 fueron especialmente intensos en cuanto al número de intervenciones aéreas italianas y alemanas, pero fue en el año 1938 cuando los bombardeos aumentaron de forma espectacular, en especial durante los días 16, 17 y 18 de Marzo, sin lugar a dudas los más cruentos, que provocaron un total de 979 muertos. Estos últimos fueron realizados por decisión personal de Benito Mussolini y, según el historiador Solé i Sabaté, al margen de cualquier directriz de Franco. Parece ser que dichos bombardeos se realizaron como represalia a la incontestable derrota sufrida por el ejército italiano en la Batalla de Guadalajara. La reacción internacional hacia estos ataques no se hizo esperar y Franco, ante la misma, se limitó a lamentar el hecho.

Esta situación ante la utilización de la aviación sobre las ciudades provocó la respuesta de los diversos municipios afectados, a los que acompañó la colaboración de la ciudadanía para la protección de las personas y, así, se inició la construcción en Barcelona de 1.365 refugios antiaéreos, elementos principales de la Defensa pasiva. Constituían equipamientos localizados a pie de calle o complejas construcciones subterráneas. Pero no sólo en Barcelona: en otras localidades catalanas como Roses, Girona, Calella, La Garriga, Granollers o Sabadell se llevó a cabo la misma labor. Algunos de ellos (Poble Sec, Plaça del Diamant, Calle Nou de la Rambla) han sido musealizados y hoy forman parte del patrimonio histórico y son muestra elocuente, como reza el título de este texto, del silencio de los restos de una Guerra. Otros están en proceso de estudio y restauración, como los de la Plaza de las Navas (refugio 262), Calle de les Ramalleres, Plaza de la Villa de Madrid (refugio 1.333), Avenida del Portal de l´Àngel, Calle Riereta, Calle Pinar del Río (Districte Sant Andreu).  Al acabar la Guerra se proyectó cerrar algunos refugios y reutilizar otros, pero el gasto requerido para tal empresa superaba con creces las posibilidades económicas de una ciudad que, como otras muchas, había quedado destrozada.  Sin embargo, y ya en plena posguerra, coincidiendo con el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial y la previsión de una posible invasión aliada, una Orden del Gobierno establecía:

ORDEN de 18 de Octubre de 1943 por la que se determinan las poblaciones a las que es de aplicación el Decreto de 20 julio 1943 sobre construcción de refugios antiaéreos. A fin de dar cumplimiento a lo preceptuado en el Decreto de 20 julio de 1943 sobre construcción de refugios en todas las poblaciones del territorio nacional de más de veinte mil habitantes y en aquellas otras de menor importancia estratégica se presuma puedan ser objeto preferente de agresiones aéreas, a propuesta de la Jefatura Nacional de Defensa Pasiva. Esta Presidencia del Gobierno se ha servido disponer:

1º. Las poblaciones a las que habrán de aplicarse los preceptos de dicho Decreto, son las siguientes: Barcelona: Barcelona, Badalona, Hospitalet de Llobregat, Manresa, Mataró, Sabadell, Tarrassa, Igualada, Villanueva y Geltrú. /

2º. La Jefatura Nacional de Defensa Pasiva dictará las disposiciones necesarias para inspeccionar el cumplimiento del Decreto de 20 de julio de 1943 y la presente Orden. / Madrid, 18 de octubre de 1943 / P.D. El Subsecretario. LUIS CARRERO.

Hay otros lugares en la geografía peninsular que muestran la respuesta ciudadana ante las agresiones aéreas.  En la ciudad de Cartagena, bombardeada desde el inicio de la Guerra por los alemanes, se encuentra el refugio de la calle Gisbert. También en la Plaza de Séneca, en Alicante. Los refugios de la ciudad de Almería son un complejo entramado de 4,5 kilómetros de galerías subterráneas construidas en hormigón, a nueve metros de profundidad, con 67 accesos y un pequeño hospital, donde podían refugiarse hasta 342.000 personas.

No sólo se construyeron refugios. En Barcelona, en el Turó de la Rovira, situado a 262 metros sobre el nivel del mar, se instalaron a finales del año 1937 y principios de 1938 un total de siete baterías antiaéreas destinadas a neutralizar los ataques de la aviación italiana y alemana, y que venían a completar las instalaciones de defensa situadas en el Turó de Sant Pere Màrtir. Acabada la Guerra los restos fueron aprovechados para levantar un barrio de barracas que acogió parte de la inmigración de mediados del siglo XX. Conocido popularmente como el barrio de Los Cañones, llegó a tener hasta 600 habitantes. Este núcleo poblacional se mantuvo hasta 1980-1990 y las últimas chabolas se derribaron poco antes de los Juegos Olímpicos de 1992. Abandonado a su suerte durante años, fue la decisiva intervención del Museu d´Història de Barcelona y del Ayuntamiento, realizada entre 2006 y 2008, la que definió la directriz básica de restauración del lugar, a fin y efecto de recuperar la zona como centro de interpretación histórica y espacio público, así como de memoria de la ciudad. En una primera fase se extrajo el cúmulo de ruinas para poder ir descubriendo el pasado y adecuar los caminos de acceso a las estructuras de las baterías Se respetaron los pavimentos construidos por los habitantes de las barracas, se rellenaron suelos, añadiendo escalones. Tras el proceso de restauración puede observarse casi la totalidad de la estructura, tanto en su zona militar como en los lugares donde residía la tropa y el mando.  Se recuperaron tres salas de repuestos y polvorines, así como las plataformas de tiro, que conectaban con los dormitorios. Hay que resaltar que esta intervención paisajística y urbanística recibió el Premio Europeo de Espacio Público Urbano de 2012.

Los restos de la Guerra Civil son tan cotidianos que hemos dejado de verlos. Es, como se ha dicho en alguna ocasión, un pasado no ausente. Durante la Dictadura hubo un enorme interés por mantener la memoria de la Guerra como Cruzada a través de diversos medios: la enseñanza, la Prensa y los diversos medios de comunicación, los discursos oficiales, las sempiternas conmemoraciones militares que se unían a las de carácter folclórico y deportivo, del denominado Alzamiento Nacional. Todo ello acabó silenciando a quienes fueron vencidos.

Por ello es importante la labor que lleva a cabo la Arqueología de la Guerra Civil, sacando a la luz de forma indiscriminada los fragmentos del pasado. ¿Cómo documentar los restos de una guerra? ¿qué se debe recuperar y qué no? La Arqueología de la Guerra Civil, integrada en la denominada como Arqueología del Conflicto, puede describir la guerra a través de los diferentes objetos: casquillos, restos de metralla, impactos, cráteres, latas, tinteros, huesos, ropa. Y también a través de los lugares donde se desarrolló el combate: paredones de ejecución, fortines, puestos de mando, trincheras y fortificaciones. Contar la historia a partir de estos elementos o ni siquiera eso: simplemente desocultarlos, transformar la percepción del pasado, favoreciendo el retorno de lo reprimido y convirtiéndolo en patrimonio de todos. Como sostiene Alfredo Pérez Ruibal, uno de los grandes especialistas en este campo, dedicarse a la Arqueología de la Guerra civil es un gesto político. A través de la aplicación de una metodología científica establecida, válida para describir tanto un oppidum ibérico como los restos de una fosa común, el arqueólogo no deja de ser un profesional que, en este caso contemporáneo, está contribuyendo a mostrar las evidencias que permiten hablar, discutir y hacer público lo que hasta hace unos años estaba silenciado de manera expresa. Como trataré en un próximo artículo la Arqueología de la Guerra Civil es esencial para la reelaboración de un discurso científico sobre la Guerra; discurso que ha de incorporarse a la enseñanza de la misma en los actuales planes educativos. En ese sentido habrá que ampliar el campo de estudio: los campos de concentración franquistas, las prisiones, el exilio. Pero, claro está, antes de eso, hay que hacer un brevísimo repaso a lo que se ha realizado hasta el momento acerca de la Guerra.

Fue a partir de los años finales de la década de los 90, consolidado ya el sistema democrático, cuando los trabajos arqueológicos y sus correspondientes informes de excavación experimentaron un notable desarrollo, especialmente tras la aprobación de la Ley de Memoria Histórica. No siempre fueron aceptados por algunos sectores de extrema derecha y, también, de centroizquierda, además de algunos historiadores filofranquistas. La labor llevada a cabo por los elementos de propaganda del régimen franquista, desde la Escuela hasta los medios de comunicación y pasando por la Iglesia, dejaron una remanente visión del pasado cercano por la que un gran número de españoles desconocen, aún hoy en día, la historia reciente de forma más o menos tergiversada e incompleta.

El estudio de los edificios dañados, la recuperación de refugios antiaéreos e instalaciones militares defensivas, de los que he citado anteriormente algunos ejemplos, son una parte de un marco mucho mayor de realizaciones como, por ejemplo, el estudio de fortificaciones. La batalla de Madrid es un caso especialmente indicativo pues, desde los inicios de la Guerra, la capital de España se convirtió en centro de operaciones. Llegado el verano de 1937, se fijaría la línea del frente en zonas relativamente alejadas como Ávila, Toledo, Segovia o Guadalajara hasta el final del enfrentamiento armado. En un principio los frentes de ambos bandos en torno a la ciudad se fortificaron con obras provisionales, pero, muy pronto, los mandos de ambos ejércitos vieron la necesidad de endurecer dichas líneas con obras de fábrica pues estaba bastante claro que la Guerra iba a durar bastante tiempo. La paradoja es que los ingenieros militares que las diseñaron, tanto los republicanos como los sublevados, lo hicieron en base a una misma formación recibida en la Guerra de África.

En la provincia de Guadalajara se localizó el frente de Abánades, localidad que a lo largo de la guerra estuvo en la primera línea de combate. Esta circunstancia llevó a que cambiase de bando en varias ocasiones, dando origen a restos muy diversos. La intervención arqueológica se realizó en el castillo donde, a pocos metros del norte de la iglesia románica (que se utilizaría como hospital de campaña) se localizan las diversas fortificaciones: trincheras, parapetos aspillerados, fortines, nidos de ametralladoras y abrigos de refugio. La trinchera estaba excavada en la tierra y, de ella, salían ramales a intervalos regulares que permitían entrar y salir de la misma. Los parapetos eran trincheras construidas de mampostería que se cubrían con uralita o chapa metálica y se disponían en ángulo para poder disparar y, de la misma forma, dificultar la eficacia de los disparos enemigos. Se encontraron veinte fragmentos de vidrio, muchas latas (82) de atún, sardinas, carne y leche condensada. Diversos tipos de proyectiles de calibres 7 y 7,92 milímetros procedentes de Berlín y de la Fábrica Nacional de Toledo. Hebillas y pasadores acompañaban a los correajes con tres cartucheras. Quince piezas de calzado militar y cascos modelo Adrian, franceses, utilizados en la Primera Guerra Mundial.

En la fortificación franquista, y a diferencia de la republicana, construida en línea, se localizaban diversos islotes fuertemente defendidos, pero aislados, consecuencia de la forma de hacer la guerra en África (los denominados como blocaos) y que tenía como objetivo dificultar la acción de la artillería enemiga. En ellos se recuperaron latas de atún de la marca Palacio de Oriente y con la leyenda Saludo a Franco. Los restos nos hablan de un ejército bien pertrechado (máuseres españoles, algún fusil alemán) y vestido de forma homogénea, bien alimentado con pescado y carne de Galicia. Los grafitis que se han encontrado revelan un nivel de politización alto: Franco, Caudillo o Viva Franco son dos de los que más aparecen reflejados en las paredes.

Pero cercano a la capital madrileña, en el Campus de la Ciudad Universitaria, se localizó el teatro clave de operaciones de la denominada Batalla de Madrid, que duraría desde el 6 hasta el 23 de Noviembre de 1936. Fue aquí donde se detuvo el avance de las tropas franquistas y, a partir de ese mes, ambos ejércitos iniciaron la fortificación definitiva de sus líneas: trincheras, nidos de ametralladoras, refugios y búnkeres. La batalla desaparece del relato, excepción hecha de diversas informaciones que, periódicamente, informaban sobre la ausencia de novedades en dicho frente, pero el Campus siguió siendo primera línea: los soldados siguieron construyendo defensas, disparando, cayendo enfermos o víctimas de los disparos. ¿Qué encontraron los arqueólogos? Trincheras hasta un total de 17 tramos. Caminos cubiertos flanqueados por elevaciones de tierra que permitían la comunicación con otros sectores. Abrigos, es decir, estructuras excavadas en la tierra que, con una extensión que oscilaba entre los 20 y los 60 metros cuadrados, servían para acoger tropas, víveres o munición. Nidos de ametralladoras, tres en total, construidos en hormigón. Galerías subterráneas para protegerse de los bombardeos. Cráteres de minas, enterradas bajo las líneas enemigas. Todo lo anterior acompañado de restos de munición, fragmentos de metralla hebillas de cinturón y monedas diversas. En algunos lugares se han identificado señales de ráfagas de ametralladoras e impactos de fusilería.

La Batalla del Ebro ha demostrado a través de los hallazgos arqueológicos que fue una batalla de bombas de mano y bayoneta. Los restos excavados en 2011, en la trinchera de Raïmats, en la línea defensiva situada en la Serra de la Fatarella – Ascó reflejan muy bien la intensidad y la ferocidad de la misma, por ejemplo, en los restos de una casamata que explotó al entrar un proyectil artillero alemán de 88 milímetros de calibre. Dicha línea fue diseñada por el teniente coronel Tagüeña, jefe del XV Cuerpo de Ejército, habida cuenta de que el final de la batalla estaba bastante claro. Tagüeña destinó un batallón de la XV Brigada Internacional, para resistir a toda costa el avance enemigo durante cuarenta y ocho horas, entre el 14 y 15 de Noviembre de 1938, con objeto de que cincuenta mil soldados pudiesen pasar al otro lado del río Ebro, salvándose así de morir o ser hechos prisioneros por las tropas franquistas.

La excavación de dicha trinchera en los diferentes vértices establecidos dio como resultado lo que habitualmente se obtenía: restos de casquillos, un tintero casi completo de la marca Waterman, un frasco de vitaminas sintéticas A, B y D, marca Clavitam, y varias latas de conservas. Diversos cargadores, cartuchos que no llegaron a usarse, espoletas de granadas. Pero fue en el vértice numero dos donde se produjo el hallazgo más importante: el esqueleto de una persona, vestida con uniforme, con botones, hebillas y cartucheras. En la edición de La Vanguardia del Domingo 13 de Marzo de 2016, páginas 16-17, el periodista Plàcid García-Planas lo relataba así: «González Ruibal encontró a Charlie en el mismo lugar donde cayó: en el interior de su trinchera, en el mismo ángulo del zig-zag que estaba defendiendo. Cuando los franquistas tomaron la posición simplemente echaron tierra encima y se ahorraron el esfuerzo de cavar una fosa. El gesto congelado de Charlie recuerda a los cuerpos rellenos de yeso de Pompeya, fosilizados en su último estertor. Cayó de espaldas, con los brazos flexionados, el izquierdo hacia arriba, el derecho hacia abajo, como si le hubieran empujado. Charlie resucitó con sus despojos guerreros: dos granadas polacas de fragmentación y espoleta, más ocho cartuchos de balas. Tres peines de munición, un cepillo de dientes de plástico de la marca Foramen, un tubo de pasta de dientes Myrurgia y dos calcetines de lana de la talla 42, todo ellos encontrado en la bolsa que llevaba en el costado izquierdo».

González Ruibal, en su informe de excavación, añadía a lo anterior un jersey, bota militar de la talla 44, calzoncillos y pantalón que sujetaba con un cinturón militar. Le quitaron las cartucheras y, probablemente, el casco que, quizás, tampoco llevase. Conservó la escudilla militar, una botella de vidrio verde, una navaja, un recipiente para afeitarse, un folleto militar y una hoja de papel en blanco. Efectuó un mínimo de doce disparos y los casquillos percutidos quedaron bajo su cuerpo. ¿Quién era este hombre? El análisis forense de los restos ha determinado su edad en torno a los 40 años y una altura de 1,75 metros. Lo llamaron Charlie por aquello de que era un combatiente de la XV Brigada, la Lincoln, aunque lo cierto es que habría sido mejor llamarle Carles o Carlos, pues en esas fechas no había americanos en la Lincoln debido a que las Brigadas Internacionales habían marchado de España el 28 de Octubre de 1938 y la Lincoln fue el destino de soldados españoles de edades diversas (muchos de ellos pertenecientes a la Quinta del Biberón) y con una moral de combate muy desigual. Julián Hernández Caudín, Jefe de Estado Mayor de la 35 División cuenta en su libro las adversidades que tuvieron que superar en Octubre de 1938 para reorganizar la tropa: la falta de reclutas se compensó momentáneamente con el envío de 2.500 hombres, contingente formado por exprisioneros, desertores, indultados y reclutas de las quintas de 1905 y años anteriores, es decir, soldados muy mayores para el combate. No sabemos si Charlie era demócrata o defensor de un sistema totalitario. No sabemos si era anarquista o republicano liberal. No sabemos si luchó como voluntario o fue obligado a ir pero lo cierto es que antes de morir, muy probablemente el 15 de Noviembre de 1938, disparó al enemigo. Quizá mató a alguien, pero él murió por efecto de la explosión de una granada. Lo sabemos con la precisión que proporciona la ciencia forense: Es probable que la viera, que tratase de evitarla y devolverla, pero debió estallarle en la mano derecha, pulverizándosela y segando los huesos del antebrazo a la altura de la muñeca. La metralla de la granada le afectó el pulmón derecho y los fragmentos aparecieron entre las costillas o en las costillas mismas. Un trozo se le clavó profundamente en la columna vertebral, muriendo muy probablemente en el acto. Los huesos encontrados fueron depositados en el Memorial de Camposines (Tarragona). Mucho antes de todos estos acontecimientos, Agustí Garcia Calvet (1887-1964), más conocido como Gaziel, escribió un libro sobre sus vivencias en la Primera Guerra Mundial y, cuando describe las trincheras, expresa algo aplicable al lugar donde apareció Charlie: «Lo más conmovedor de este desapacible lugar es que en él se encuentran amontonados en las tumbas, hombre contra hombre, confundiéndose en la misma podredumbre, los que se mataron mutuamente porque creyeron que nada podría juntarles (…) Y aquí están todos debajo de tierra, sin gorras, ni cascos, ni armas, ni capotes, ni rastro de las mil  nimiedades que añadían a su común personalidad de hombres, engañosos emblemas de los fantasmas cambiantes que gobiernan el mundo». No es extraño que Alfredo Pérez Ruibal declarase que, al desenterrar a Charlie, la emoción le embargase y estuviese a punto de hacerle llorar.

Durante setenta y tres años, sólo se recordaría a Gustav Trippe, comandante de tanques de la Legión Cóndor alemana, muerto a los 29 años en La Fatarella, un día antes que Charlie y a causa de un disparo efectuado por un soldado republicano. Hoy un monolito recuerda su muerte y, otro, a los combatientes de la Brigada Lincoln.

A las 04.15 del día 19 de Agosto de 1938, escasos tres meses antes de que el comandante Trippe y el soldado Charlie perdieran la vida en La Fatarella, se producía en Barcelona un bombardeo que, manteniendo la secuencia de producirse cada tres días, provocó la muerte de 18 personas cuyos nombres aparecen reflejados en las páginas 270 y 271  del libro escrito por Joan Villarroya. Esta agresión vendría acompañada de dos ataques más, uno sobre las diez de la mañana y otro cerca de la una de la tarde. Los tres ataques coincidieron con la llegada a Barcelona de los miembros de la Comisión Británica que investigaba los bombardeos aéreos sobre ciudades abiertas. Desde la terraza de un hotel pudieron observar lo que ocurrió y, posteriormente, redactaron un informe condenatorio que dirigieron al Foreign Office. Por él sabemos que la noche era clara, permitiendo que los aviones volaran a baja altura, lanzando, al menos, 30 bombas de gran potencia sobre un área densamente poblada, con calles estrechas y edificios repletos de personas. No pudo tratarse de un error habida cuenta de la distancia entre dicha área urbana y la zona portuaria de valor estratégico militar. Muy probablemente, tal y como aparecía escrito en el comunicado del Ministerio de Defensa republicano, el ataque fue una represalia por el duro castigo aéreo que estaban sufriendo las fuerzas franquistas en el frente del Ebro. Las bombas afectaron, además de la zona portuaria, al barrio de la Barceloneta, al de Gràcia y al núcleo antiguo de la ciudad, de forma específica a los números 13, 41, 43, 44 y 46v de la calle Carders, así como al número 15 de la calle Corders. En todas las fachadas correspondientes a dichos números aún aparecen señales 82 años después. Este patrimonio no ha sido estudiado, preservado o protegido y, muy probablemente, no lo será. En silencio, y de forma elocuente, esperan resignados la mirada accidental del turista o la del transúnte despistado.

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José Miguel Hernández López. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 10 Septiembre 2020.