El turno de Bielorrusia – por Francesc Sánchez

Protestas en Minsk, Bielorrusia - Wikimedia Commons

Desde hace semanas decenas de miles ciudadanos bielorrusos se están manifestando en las calles de Minsk con banderas pre-soviéticas para exigir la salida del gobierno del presidente Aleksandr Lukashenko. Las fuerzas policiales han hecho centenares de detenciones y han retirado la acreditación de prensa a decenas de periodistas. La líder de la oposición Svetlana Tijanovskaya «se ha exiliado» en Lituania desde donde se ha proclamado vencedora de las últimas elecciones que dieron una abrumadora mayoría a Lukashenko y sobre las que la oposición denuncia un fraude electoral. La reacción de la comunidad internacional ha entrado en escena dividida denunciando de un lado (los Estados Unidos, la Unión Europea, y algunos países europeos a título individual) tanto «la violencia ejercida sobre los manifestantes» cómo «cuestionando el proceso electoral», mientras que del otro lado (principalmente Rusia) ha proclamado su «apoyo al gobierno de Lukashenko». Esta crisis abierta en Bielorrusia tiene todos los elementos necesarios para provocar un cambio significativo de poder en el país, pero también para sumar un factor más de desestabilización en la región fronteriza entre la Unión Europea y Rusia.

Una radiografía rápida de Bielorrusia a través del The World Factbook nos muestra que es un país de una superficie de 207.600 km2 habitado por 9.477.918 millones de personas. Bielorrusia se separó de la Unión Soviética el 25 de Agosto de 1991 (fue una de las tres partes que firmó su disolución), y la etimología de su nombre proviene de las palabras “bel” (blanco) y Rus (rusa) por lo tanto, podemos traducirla como “La Rusia blanca”. Esto no es extraño pues en la Edad Media, Bielorrusia, junto a Ucrania y parte de Rusia formaba el Rus de Kiev, por lo que histórica y culturalmente ha estado siempre vinculada a Rusia. La economía en Bielorrusia mantiene una industria desarrollada, pero «anticuada e ineficiente» dependiente de la energía procedente de Rusia. Esta industria en un 80 % está en manos del Estado y las inversiones extranjeras son inexistentes. Los bancos estatales representan el 75 % del sector. En definitiva, la propiedad estatal en Bielorrusia representa entre el 70 y 75 % del PIB. Por sectores, la agricultura ocupa al 9,7 % de los trabajadores, la industria al 23,4 %, y los servicios al 66,8 %. Las industrias principales son la metalurgia, la fabricación de maquinaria, tractores, camiones, motocicletas, fibras sintéticas, fertilizantes, textiles, refrigeradores, lavadoras, y otros electrodomésticos. La tasa de desempleo en Bielorrusia no llega ni al 1 %, por lo que podemos decir que es insignificante. Finalmente, Bielorrusia es importante porque por su territorio pasan grandes oleoductos y gasoductos. Esta información fundamental para entender el país se suma a la que más conocemos estos días: que Aleksandr Lukashenko gobierna ininterrumpidamente desde el 20 de julio de 1994 y, por este hecho, sumado al más que supuesto «fraude electoral», Bielorrusia es definida por The World Factbook como «una dictadura de facto».

No obstante Bielorrusia formalmente es una democracia en la que existen una serie de partidos progubernamentales, y otros que conforman la oposición. Entre los primeros tenemos el Partido Agrario Bielorruso, el Partido Patriótico Bielorruso, el Partido Social Bielorruso, el Partido Comunista de Bielorrusia, el Partido Liberal Democrático, el Partido Republicano, el Partido de la Justicia y el Trabajo, y el Partido Democrático del Acuerdo Popular; y entre los que conforman la oposición tenemos el Partido Demócrata Cristiano Bielorruso, el Partido Verde Bielorruso, el Partido de la Izquierda Bielorruso, el Frente Popular Bielorruso, la Asamblea Democrática Bielorrusa, el Partido Social Demócrata Bielorruso, el Partido Conservador Cristiano, y el Partido de la Unidad Cívica. Cómo sabemos en las elecciones presidenciales del 9 de Agosto, Aleksandr Lukashenko, obtuvo el 80,2 % de los votos, y la líder de la oposición, que en esta vez se unió, Svetlana Tijanovskaya, obtuvo el 9,9%.

Svetlana Tijanovskaya se convirtió en líder de la oposición porque detuvieron a su marido (un bloguero de éxito) en varias ocasiones y no le dejaron presentarse como candidato. Lo mismo sucedió con Maria Kolesnikova y Veronika Tsepkalo. Sin embargo, Tijanovskaya, profesora de inglés, ha llegado a afirmar que no tiene «ni idea de política» y que preferiría estar en su casa «cocinando chuletas para sus retoños». En función de lo que afirma el web 14 milímetros los partidos de la oposición tendrían un plan de reforma para democratizar el país pero en función de «incrementar la identidad nacional, el patriotismo, privatizar las empresas públicas, diversificar las fuentes de energía, la integración en las estructuras políticas, económicas y militares occidentales (es decir la Unión Europea y la OTAN), y alejarse totalmente de Rusia, llegando a la declaración del idioma bielorruso como el único oficial, una reforma educativa en bielorruso, y a la prohibición de los programas creados por canales de televisión rusos». Si todo esto se mantiene, ya que desde el propio artículo que cito se afirma que desde el web de la oposición retiraron parte de esta información, es una enmienda a toda la plana, que choca frontalmente con la realidad geopolítica regional, pero también con la propia realidad socio-económica e histórica-cultural del país.

El secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, ha condenado «la violencia y detención de manifestantes» y ha descrito las últimas elecciones como «no libres ni justas». El Ministerio de Exteriores del Reino Unido ha pedido a las autoridades «que se abstengan de cometer nuevos actos de violencia tras unas elecciones presidenciales gravemente defectuosas». Asegurando que hubo «falta de transparencia durante todo el proceso electoral». Las repúblicas bálticas (Letonia, Lituania, y Estonia) expresaron «profunda preocupación por la violenta reacción y la represión política de la oposición por parte de las autoridades». En Polonia ha habido manifestaciones en apoyo a la oposición de Bielorrusia y demandas de sanciones contra el gobierno de Lukashenko. El Alto Representante de la Unión Europea, Josep Borell, y el Comisario europeo de Vecindad y Ampliación, Oliver Varhelyi, emitieron una declaración conjunta en la que «condenaban la violencia policial tras las elecciones». En cuanto a Rusia, lo último es que «acusa a Ucrania de las protestas». El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, ha asegurado que la desestabilización la están controlando desde el territorio de Ucrania y la provocan «200 extremistas entrenados». Y Lavrov específica diciendo que estarían en Bielorrusia «el Tryzub Stepán Bandera, el S14, el Sector de Derechas». Hecho que en cualquier caso no resuelve plenamente la ecuación de decenas de miles de bielorrusos descontentos con el gobierno.

Por lo dicho hasta ahora todo encajaría perfectamente en el patrón de las revoluciones de colores que se dieron desde el 2000 en Yugoslavia, Georgia, Ucrania, Kirguizistán, y también en el Maiden de Kiev de 2014, que llegó a fracturar al país, y que en parte en su conjunto explican la reacción rusa y su nueva política exterior. El gran objetivo de estas revoluciones siempre ha sido Rusia. El reciente envenenamiento del líder opositor Alekxéi Navalni dice muy poco en favor sobre las garantías en libertades y seguridad en esas latitudes y llega en un momento muy oportuno tanto porque puede incriminar al Kremlin como ser una llamada de atención. Pero en Bielorrusia debemos esperar más acontecimientos, entre ellos la reacción de los partidarios del gobierno, pues no perdamos de vista que la mayoría de los bielorrusos tiene la vida resuelta y las redes de clientelares suelen funcionar. Se da la circunstancia que Aleksandr Lukashenko tiene todo el respaldo de la Rusia de Putin, pero no debemos olvidar que este longevo líder procedente de la época soviética se había autonomizado de Moscú, por lo que una agudización de la crisis que llevara a intervenir a Rusia podría significar la subordinación total. Un hecho anecdótico sobre Lukashenko, aunque quizá no tanto, porque soliviantó a muchos, fueron sus declaraciones sobre «la inexistencia del coronavirus en Bielorrusia».

Difícil es saber qué papel tiene en todo esto la Unión Europea, pero desde el año 2015 existe el proyecto de la Iniciativa de los Tres Mares (en la que participan Austria, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, República Checa y Rumanía, y está apoyada por los Estados Unidos) que pretende unir el Mar Báltico con el  Mar Adriático y el Mar Negro, modernizar las comunicaciones, el transporte de energía, y la economía de estos países. Esta iniciativa al mismo tiempo que ejercería de barrera de contención hacía Rusia, también formaría un bloque de poder nada desdeñable dentro de la Unión Europea. La cuestión es si los principales países de la Unión Europea, tanto en población como en economía, que llegaron a un acuerdo para ofrecer un plan de rescate económico para afrontar las consecuencias económicas de la pandemia del coronavirus (me estoy refiriendo a Alemania, Francia, Italia, España, y Portugal) quieren embarcarse -y precisamente ahora- en esta aventura en Bielorrusia, más allá de exigir que se respeten los derechos humanos y el deseo tanto de libertad como de democracia, que recuerda demasiado a la que sucedió al Maiden de Kiev, y que todos sabemos cómo terminó. Resulta a veces un tanto paradójico que esta forma de actuar de la Unión Europea sea tan selectiva hacía algunos países y no hacía otros, y más preocupante que los Estados que parecen apoyar más decididamente a la oposición en Bielorrusia, tengan cada vez más déficits democráticos en su propio país.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 4 Septiembre 2020.