La Guerra Civil española dio lugar a dos zonas con un desarrollo periodístico muy diferente. En el bando sublevado la prensa colaboraría en la definición y propaganda de un nuevo modelo de Estado, inspirado en los modelos italiano y alemán. El principio rector de esta maniobra era la subordinación de la información a la política dictada por la estructura estatal. En este sentido la Ley de Prensa de 1938 estableció que los periódicos debían transmitir las disposiciones del gobierno a la nación y, por tanto, no se permitía la libre circulación de informaciones. La censura, así, se convertía en una constante lógica. La prensa, considerada como culpable de haber servido a los intereses marxistas, no podía mostrar lo que no fuera conveniente para los objetivos de los sublevados.
Por el contrario, en el bando republicano tuvo lugar un fenómeno muy diferente. Los diarios cayeron en un proceso de incautaciones y colectivizaciones dirigido por los partidos políticos, las centrales sindicales y los comités de milicias antifascistas que acabó generando una gran disparidad ideológica entre ellos. El resultado de todo esto fue un panorama muy heterogéneo de informaciones que, por un lado, hacían propaganda de las opciones propias y, por la otra, silenciaban las contrarias. Este proceso de evidente autocensura, dirigida por los mismos directores de los diarios, venía acompañado del control por parte del gobierno: la Ley de Orden Público, de 1932, otorgaba a la autoridad la capacidad de suspender publicaciones e imponer la censura.
El caso del diario ABC constituye un ejemplo paradigmático de lo expresado más arriba, pues una de las redacciones, la situada en Madrid, sería fiel al espíritu republicano y la otra, radicada en Sevilla, obedecería al planteamiento de los sublevados.
Así, el 19 de julio de 1936, domingo, en las calles de Madrid podía leerse en el diario ABC la información relativa al movimiento de rebelión militar opuesto al gobierno legal de la República que se había puesto en marcha en Canarias y en Marruecos. La noticia finalizaba insistiendo en la total adhesión del ejército al gobierno democráticamente elegido. Un día después, el gobierno había decidido incautar los periódicos conservadores. Un de ellos, el ABC, seguiría mostrando la misma cabecera y pasaría a ser controlado por el partido Unión Republicana. Esta adscripción, vigente de manera oficial desde el 25 de julio de 1936 y visible con el subtítulo «Diario Republicano de Izquierdas», sería sustituida en agosto de 1938 por otra: «Diario al Servicio de la Democracia».
Por su parte, en Sevilla, el día 20 de julio, en su edición de tarde, un ejemplar de seis páginas mostraba en la portada y con grandes caracteres: «¡VIVA ESPAÑA!». Además, reproducía el bando de guerra firmado por el general Queipo de Llano. Este, por si había dudas, acababa: «¡Sevillanos! ¡Viva España Republicana! ¡Españoles! ¡Volvamos a serlo con toda dignidad!». A partir de este momento el diario ABC publicado en Sevilla se entregó en cuerpo y alma a los sublevados, dado que su propietario (Juan Ignacio Luca de Tena) era un fiel colaborador los militares y políticos que estaban detrás del golpe de Estado. Desde el día 3 de diciembre de ese mismo año, bien en la primera o en la tercera página aparecerá este lema: «Una Patria, un Estado, un Caudillo». Muchos de sus titulares serán redactados por la oficina de información del ejército. Así pues, una misma cabecera servirá para dos periódicos diferentes. Los dos se convertirán en diarios de guerra y, por su gran difusión, jugarán un papel muy importante en la transmisión de información sobre lo que acabaría sucediendo en el frente de combate. Pero esto era una tarea difícil porque los dos diarios estaban controlados por las instancias políticas correspondientes y, de manera especial, militares. Esta circunstancia llevó a confundir, desde un primer momento, la información con la propaganda. La batalla del Ebro, por su importancia estratégica en el conjunto de la Guerra Civil y los objetivos a conseguir, constituye un ejemplo muy claro de esto.
Es importante empezar por un hecho destacable: cuando se inicia la ofensiva del Ebro (25 de Julio de 1938, a las 00.15 horas) los medios materiales de las dos redacciones del diario ABC eran muy desiguales. La falta de papel en el territorio republicano obligaba a reducir el número de páginas y, así, la media era de seis y siete, mientras que el diario publicado en Sevilla no bajó de las veinte páginas. Por lo tanto, la información del primero debía ajustarse a un espacio muy reducido donde, además, se debía informar de otros asuntos. El ABC sevillano tuvo más espacio para situar las noticias del frente, así como las diferentes crónicas de los corresponsales de guerra. Además, en la última fase de la ofensiva se publicaron varias fotografías y mapas de los frentes, algo que en pocas ocasiones pudo hacer la redacción madrileña.
Los dos diarios eran suficientemente importantes por su difusión y ello llevó a cuidar de forma especial el lenguaje utilizado, dando siempre la imagen de victoria propia y fracaso ajeno. En este sentido es curioso observar, por ejemplo, cómo la noticia del comienzo de la ofensiva es descrita por parte de ambos bandos como una victoria. El diario sevillano hizo referencia el 26 de julio de 1938 a un ataque que no había tenido ningún efecto notable y, en Madrid, el mismo día, el diario informa del éxito rotundo de la maniobra. Como se sabe, tal y como reconoció J. M. Martínez Bande, coronel del ejército franquista, la maniobra sorprendió por su éxito inicial. Uno de los objetivos de la ofensiva era detener el avance del ejército franquista sobre Sagunto y Valencia. Este es un mensaje que, en los días siguientes al inicio del ataque, aparecerá en las páginas del diario madrileño. En Sevilla, sin embargo, el mensaje será muy diferente, aunque falso: la ofensiva no se ha detenido y, como contraste con los comentarios elogiosos que hace la prensa extranjera en los periódicos republicanos (La Vanguardia, La Humanidad, ABC madrileño), comienza una tarea informativa de desprestigio a las fuerzas contrarias. Su razonamiento es sencillo: no se puede llamar ‘ofensiva’ un movimiento de tropas «vestidas y alimentadas deficientemente», que «no son derrotadas» sino «apalizadas» y que, además y como prueba, «tiñen de rojo las aguas del Ebro». No se puede llamar ‘ejército ofensivo aquél que no sale de una «situación desesperada», aquél que lleva «un trapo» como bandera, armado con «cañoncitos». Un ejército de «perros que ladran» no es «español sino extranjero, al Servicio de Moscú». Por eso la lucha con este enemigo es mostrada más como una tarea de «limpieza e higienización de los campos».
El incuestionable éxito inicial de la ofensiva dio paso a partir del día 1 de agosto (fecha en que el ejército republicano lanza su último ataque) a una fase muy larga en la que la dinámica será siempre la misma: estabilización del frente y sucesión de ataques y contraataques de unos y otros. En el territorio conquistado por los republicanos comenzará la construcción de todo un sistema de líneas de defensa destinadas a una larga y dura resistencia.
Estas líneas serían duramente castigadas por la acción de la aviación italo-germana y la artillería. Los comunicados oficiales de guerra de ambos bandos que aparecerán en los dos diarios repetirán siempre el mismo mensaje: el enemigo no logra avanzar y su situación es cada vez más catastrófica. El inicio de la primera contraofensiva franquista (6-8 de agosto de 1938) aparece en Madrid como «la firme y tenaz resistencia del Ejército del Ebro», pero no se comenta que la 42 División ha sido derrotada y que se han perdido diferentes posiciones en la Sierra de Pàndols, Mequinenza y Fayón. Por el contrario, el diario sevillano da mucha información sobre el evento y aprovecha para calificar a Enrique Líster y Valentín González «el Campesino» de cobardes y contrabandistas. Del mismo modo, la respuesta eficaz del ejército republicano en el Segre (9 de agosto) no aparece en las páginas de la edición sevillana.
A mediados del mes de agosto la situación de la guerra en general y de la ofensiva del Ebro en particular comienza a ser delicada por varias razones, pero, especialmente, por la actitud de los gobiernos europeos. Parecía bastante evidente que la victoria en la guerra española estaba del lado franquista. El peligro de guerra en Europa era también una amenaza que no se podía dejar de lado y los gobiernos europeos comenzaron a maniobrar para poder terminar lo antes posible con esta situación. Sin embargo, el gobierno republicano no perdió nunca, al menos de cara a la opinión pública, su esperanza en la victoria. Por ello, la prensa en general, y el diario ABC será un ejemplo, resaltarán en sus páginas la resistencia frente «al invasor», una resistencia heroica «de los incomparables soldados españoles» que se movía por un fervor patriótico. En numerosas ocasiones las páginas harán mención de las felicitaciones enviadas por los políticos republicanos.
En las páginas del ABC sevillano, en cambio, irá subiendo el tono victorioso, reclamando cada vez con más fuerza que la sangre de los mártires exige esta victoria y que ésta debe ser rotunda. Por ello, y amparándose en el cambio de actitud por parte de los gobiernos inglés y francés, irá apareciendo la negativa a las propuestas de mediación sugeridas por el Gobierno de la República. Justo al contrario: se reclamará una y otra vez el derecho de beligerancia por parte del Gobierno franquista y la negativa total a cualquier tipo de mediación.
Sin embargo, el ejército republicano del Ebro resistió los ataques, cada vez más fuertes, del bando contrario. El diario sevillano, restándole valor a esta resistencia, argumentaba que esta era consecuencia del fuerte control y de las amenazas del mando. Las amenazas existieron, pero en los periódicos republicanos como el ABC aparecían las palabras de Enrique Líster, calificando a sus soldados como «los dioses del Ebro». Era cierto, sin embargo, que las órdenes eran claras y determinantes: el mismo Líster escribiría: «Resistir por encima de todo hasta morir y no entregarse jamás». Estas palabras mostraban, oculta, una cruda realidad: la moral de los soldados empezaba a flaquear. Aunque había otros escenarios de guerra, el Ebro era desde hacía ya unos meses el núcleo central de la Guerra Civil. Esto era evidente incluso cuando la lucha llegó a estabilizarse. «Prosigue la lucha en el Ebro» se puede leer en los ejemplares del ABC madrileño… y, también, «Prosigue Nuestro avance triunfal en el Ebro», frase que aparece de forma regular en el ABC sevillano. El río que los griegos bautizaron con el nombre de “Iber” se había convertido en la clave de la guerra. Tanto es así que en el mismo bando franquista empezaba a tomar cuerpo un poco de desconcierto porque el resultado de la batalla aún era incierto. Y, por esta razón, el 23 de octubre tuvo lugar una reunión de generales presidida por Franco a fin de encontrar un final rápido y definitivo en el Ebro. De esta reunión salió el plan general de la séptima y última ofensiva del ejército franquista, que empezó el 30 de octubre, de madrugada, y que terminó con la victoria rebelde y la retirada del diezmado ejército republicano al otro margen del río el 16 de noviembre. El 1 de noviembre el diario madrileño informaba del inicio de una nueva ofensiva del enemigo. Informaba que había existido resistencia, pero no dice que la importante cota 666 en la Sierra de Cavalls había sido ocupada por las tropas franquistas.
La última ofensiva, establecida entre un ejército que se sabe ganador y otro donde los jefes militares son plenamente conscientes de que la derrota es cuestión de días, no cambia el tono de las noticias que aparecen en los dos diarios. El ABC madrileño seguirá informando, por ejemplo, el 5 de noviembre, de que los soldados republicanos continúan ocupando nuevas posiciones y oponiendo heroica resistencia al avance enemigo. Esto aparece el mismo día que caen la Sierra de Cavalls y la de Pàndols. La edición sevillana publicará fotografías de las trincheras conquistadas y los prisioneros que se hicieron. «Soldados que Huyen», «material abandonado», puede leerse en el territorio franquista. El frente del Ebro se hunde poco a poco. El quinto cuerpo del ejército republicano ha sido derrotado, pero en Madrid los lectores únicamente sabrán que el 7-8 de aquel mes, en el Segre, se ha abierto un nuevo frente por parte de los soldados republicanos. Se ha conseguido cortar la carretera que une Zaragoza con Lérida, se han hecho muchos prisioneros y la esperanza todavía se mantiene. El mismo día, 8 de noviembre, el ABC sevillano no prestó ninguna atención a esta nueva ofensiva. En su portada, una foto donde aparecen soldados victoriosos con el siguiente texto: «Banderas, cánticos, exaltación: el alma inmortal de la Patria vibra en cada heroico pecho». El 11 de noviembre los dos diarios muestran comentarios idénticos: «el enemigo, sin conseguir ventajas, sufre grandes pérdidas». En la edición de Madrid aparece también la noticia de que el presidente del Gobierno español, Juan Negrín, ha enviado una carta a Stalin donde le pide armas y, además, justifica esta petición al considerarse muy optimista en cuanto a la situación del conflicto. Esto aparece en la prensa madrileña cuando Franco ya ha decidido que sean los generales Yagüe y García Valiño quienes den el último golpe de forma coordinada. El 12 de noviembre caen Flix y La Fatarella, pero el 15 de noviembre se informa en la edición madrileña que los ataques «son rotundamente rechazados». Un día más tarde se comunica que «el enemigo recrudece sus ataques, pero nuestras tropas resisten causándoles muchas bajas». La cuestión es que el día 15 de noviembre, a las 23 horas, el mayor Julián Henríquez Caubin, jefe del Estado Mayor de la 35 División del ejército republicano, dio orden de retirada a la XIII Brigada Mixta y, efectivamente, a las 04:40 horas del 16 de noviembre ordenaba volar el puente de hierro de Flix, tras comprobar que no quedaba ningún soldado republicano en la otra margen del río. La explosión tuvo lugar a las 04:45 del 16 de noviembre. Él mismo, Henríquez Caubín, lo cuenta en sus memorias: “… una explosión sacudió el río. La pared exterior de una casa en ruinas, al amparo de la cual estábamos resguardados, se desplomó en parte sobre nosotros. Esperamos unos minutos hasta que dejaron de caer lodo y cascotes, y sin prisa nos acercamos al lugar donde había estado el puente. A la luz de las estrellas sobre las turbias aguas, pudimos comprobar que la voladura había destruido tal medio de paso, único que en condiciones de ser utilizado por el enemigo subsistía en el Sector confiado a nuestro cuidado, según expresamente confirmábamos al Mando del XV Cuerpo de Ejército en el correspondiente parte de operaciones. La batalla del Ebro había terminado” (Hernández Caubín, op. cit. en Bibliografia, pág. 445-446).
Por su parte, en el diario sevillano y durante los últimos días habían aparecido, además de los textos, diferentes imágenes de pueblos conquistados y mapas donde se mostraba el «triunfal avance del Ejército español»», la «victoria para las armas de España y la más grave derrota sufrida por los rojos al Servicio de Moscú». El día 18 de noviembre esta edición sevillana cerrará las informaciones sobre esta ofensiva con una portada que decía: «VICTORIA EN EL EBRO».
La derrota del ejército republicano no fue nunca admitida por el diario ABC de Madrid. Más bien fue al contrario: en días sucesivos la censura militar tratará la retirada como una maniobra prevista y, así, aparece en las páginas del diario el texto siguiente, acompañado de un comunicado del Estado mayor del Ejército: «Obedeciendo a un plan preconcebido, nuestras tropas dan por terminada la operación del Ebro».
La primera víctima de una guerra es la información, que pasa a convertirse en propaganda. La imposición de la censura es inevitable, tanto en la descripción de lo que sucede como de lo opinable. La censura en la prensa, concepto antagónico al de libertad de expresión, es el medio por el que se controla la visibilidad de los acontecimientos, hasta conseguir lo que se pretende que se sepa, sea o no verdadero. Maquiavelo ya escribió en su tiempo sobre la importancia de crear la apariencia, muchas veces opuesta a la realidad. Todo poder necesita un aparato de propaganda y ésta actúa cortando, manipulando o suprimiendo la información para ocultar aquello que no se puede permitir que se conozca. Esto, en la guerra, tiene un objetivo muy concreto: denigrar al enemigo y elevar la moral del propio bando, tanto de los combatientes como de la retaguardia. La censura es consustancial a la guerra ya que la persuasión, lo que el emisor pretende transmitir, tiene como fin estimular una respuesta activa o pasiva, que refuerce actitudes preexistentes y origine otras. La censura es esencial para mantener la tensión y la esperanza dentro del caos y el sufrimiento que la guerra provoca. De hecho, la censura trata de evitar que la herramienta más eficaz en la guerra, la fortaleza psicológica, se mantenga firme.
Y eso no siempre se consigue porque la censura tiene un problema que tampoco se puede evitar: la generación de desconfianza. El seguimiento de la batalla del Ebro por parte de la prensa estuvo muy controlado por los dos Estados Mayores de los ejércitos en lucha y los gobiernos respectivos. Esto fue así porque en el primer tercio del siglo XX la prensa era suficientemente influyente en la configuración de la opinión pública. Como se sabe, este fenómeno no era nada nuevo. De hecho, en el último cuarto del siglo XIX la prensa manifestaba ya un desarrollo considerable y una influencia decisiva en la vida política y social de los diferentes países. Su poder fue rápidamente identificado como peligroso por algunas instituciones del poder político, económico y religioso. Por lo tanto, era fundamental controlar este poder emergente antes de que pudiera convertirse en una amenaza para el poder establecido, especialmente durante la guerra. Pero esta prensa controlada por los gobiernos en los tiempos críticos que llevan las guerras no tiene la partida ganada. La prensa no puede evitar, y el caso de España es muy ilustrativo, que la realidad se extienda como una mancha de aceite. Especialmente en el bando republicano, y entre los meses de julio y noviembre de 1938, era muy difícil no ver que las imágenes reales de la guerra, los heridos, los refugiados, el clima de terror, los bombardeos, el racionamiento, los rumores, todo decía que algo no acababa de cuadrar en este panorama victoriosamente optimista que el diario ABC de Madrid, como otros, mostraba. Todo aquello no era sino apariencia. La guerra se acercaba por las tierras del Ebro mientras que en el otro bando la guerra se alejaba, dando paso a una guerra más siniestra. También en este caso la censura ejerció su papel al hacer creer en una victoria justa y merecida contra un ejército sin valores que también hablaba de España, un ejército de cobardes que sólo sabían huir, un ejército que las páginas del diario señalaban como ejército de extranjeros, para que Franco pudiera ganar la guerra, un ejército que era antiespañol e ilegítimo. Y, efectivamente, la censura franquista extendida a todos los medios de comunicación provocó que el ABC sevillano también se inventara una realidad donde la muerte y el dolor de la guerra y la represión en la retaguardia, prólogo a lo que vendría después, no estaban presentes. Dos cabeceras idénticas, dos concepciones políticas muy diferentes, dos mensajes consagrados a la vieja idea de que aquellos que tienen el poder deciden lo que se puede saber y lo que nunca puede ser conocidos. Lo demás, como escribió Shakespeare tres siglos antes, es silencio.
Fuentes primarias consultadas:
- Ejemplares de los diarios ABC publicados en Sevilla y Madrid, desde el 26 de Julio de 1938 hasta el 16 de Noviembre de 1938 (Hemeroteca de la Universitat Autònoma de Barcelona).
- Comunicados oficiales de Guerra Nacionales y Republicanos (25 de Julio de 1938-17 de Noviembre de 1938).
Bibliografía:
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- GARCÍA VALIÑO, R. ”Guerra de liberación española (1938-1939)” Edición personal del autor. Madrid, 1949.
- HENRÍQUEZ CAUBÍN, J. “La Batalla del Ebro. Maniobra de una División”. Silente, Guadalajara 2009.
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- SÁNCHEZ CERVELLÓ, J.; CLUA MICOLA, P. “La Batalla de l’Ebre: un riu de sang”.
- Espais de la Batalla de l’Ebre, Tarragona 2005.
- SINOVA, J. “ La censura de prensa durante el Franquismo” . Espasa Calpe, Barcelona 2006
José Miguel Hernández López. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 2 Septiembre 2020.