Una vez leí que nuestro cerebro apenas tarda unas milésimas de segundo en vincular un concepto o una imagen cuando escuchamos o leemos una palabra. Esta asociación no es aleatoria, sino que, entre otras cosas, intervienen la experiencia del individuo, el contexto situacional o el bagaje cultural. Así, si alguien dice: coche, posiblemente tú y yo no tengamos la misma imagen de “coche” (que, por cierto, por si se lo estuvieran preguntando, el tipo de coche que imagino es un Megané color champán, el primer coche que conduje al sacarme el carné). Por esta sencilla razón, se dice que dos personas pueden llegar a hacer una lectura-interpretación completamente diferente de una misma novela, poema o, incluso, al escuchar la letra de la misma canción.
De la misma forma, si alguien dijera en voz alta: verano, la imagen que asocio de manera entre automática e instintiva es la de un mar azul, con un oleaje manso y que invita a mecerme en su baño, mientras mi madre me grita una y otra vez desde la orilla: “¡No te vayas muy a lo hondo!” Concretamente, la imagen de la que os hablo es la del mar Mediterráneo que, sin llegar a pretenderlo, lo he convertido en una especie de sinónimo personal de verano. ¿Tendrá la misma asociación de verano un cántabro? ¿o un gallego? Lo dudo mucho.
Sin embargo, este verano está algo lejos de la asociación que mi cerebro tiene configurado y que viene ejecutando por defecto desde prácticamente la niñez. Los estragos del COVID-19 nos ha dejado unas vacaciones cuanto al menos anómalas con ese enflaquecido turismo, pero, sobre todo, la ausencia de ese turismo extranjero que está provocando que la imagen (mi imagen) se distorsione. Algunos incluso hablan de revivir el verano de los años 50. Pero ¿cómo era la España de aquel entonces?
Para empezar, el país vivía enfrascado en el Primer Franquismo (1939-1950), caracterizado por el aislamiento internacional, la hambruna, las miserias que había dejado la Guerra Civil Española (1936-1939) y en el que había grandes represalias contra los republicanos derrotados.
Políticamente, se planteó como prioritario el siguiente objetivo: el derrumbe de toda gestión política llevada a cabo por la II República. Así, durante el 1942 se crearon las bases legales del Franquismo. En 1945 se promulgaron el Fuero de los Españoles y la Ley de Referéndum Nacional y en 1947 el Fuero del Trabajo.
No obstante, lo más importante en este periodo de tiempo para el Gobierno fue la Ley de Sucesión que se promulgó en diciembre de 1947. Esta ley determinaba que España era un Reino y enfatizaba el poder vitalicio de la jefatura de Franco que, además, pasaría a tener la potestad de elegir a su sucesor.
Progresivamente, el país experimentó una concentración de poder en las manos de Franco que, a partir del año 1939, pasó a controlar la Jefatura del Estado, la Jefatura del Gobierno, la del Partido único, la de las Fuerzas Armadas y el Poder Legislativo.
Todo esto supuso (entre otras cosas) una gran represión especialmente significante sobre los vencidos en la Guerra Civil Española. Se calcula que hacia el año 1940 había entorno unos 300.000 presos políticos en las cárceles españolas.
En cuanto al marco económico, las cosas por aquellos años no pintaban mejor en nuestro país. De hecho, si tuviéramos que escoger dos palabras para describir la economía de aquella época posiblemente serían miseria y atraso.
Durante este Primer Franquismo, se llevaron diferentes medidas como intento de impulsar la economía española: la Autarquía, con la que Franco pretendía aumentar la producción de la economía española y reducir las importaciones, creando empleo. El Estatalismoo el paso de ciertos importantes sectores a manos del Estado (el control de los precios de los artículos de consumo, los ferrocarriles, así como la creación del Instituto Nacional de Industriaen 1941 para impulsar el crecimiento industrial).
Todas las medidas mentadas fueron insuficientes para levantar la economía de un país que aún sufría las consecuencias de la Guerra Civil. Además, cabe destacar la crisis agrícola que atravesó el sector como consecuencia de una dura sequía (la del 46) que, junto a las nefastas gestiones del Gobierno en el sector, hizo que los alimentos básicos estuvieran racionados dando origen al Mercado Negro y al conocido Estraperlo.
Dado este contexto (aunque de una manera superficial) resulta quizá difícil concebir a una familia de clase obrera que trabajaba arduamente de lunes a domingo con el único propósito de cubrir las necesidades básicas, el permitirse “el lujo” de una “escapadita” o de “unos días de desconexión” hacia alguna de las costas españolas tal y como nos lo planteamos hoy en día. Con o sin COVID. Humildemente, creo que no es comparable. Y tampoco muy justa la comparación, si me apuran. Cierto es que, con la aparición de la presente pandemia, el confinamiento, los ERTES, los cierres definitivos de algunas empresas, los despidos… ha surgido una sombra manipuladora que nos acecha bien de cerca y que vierte sobre nosotros toda clase de dudas, manteniéndonos alerta. Nos han arrebatado la certeza de saber qué es exactamente lo que hemos de esperar al girar esa esquina, cuál es el siguiente paso sobre seguro que deberíamos dar. El futuro, incluso aquel más inmediato, se ha convertido en un presente mal improvisado. Y lo reconozco, molesta y desorienta sobremanera. Pero, detengámonos a pensarlo un instante fríamente: acaso, ¿alguna vez tuvimos la certeza plena o el control absoluto sobre algo?
Bibliografía:
- Macías, Olga: El largo despertar: los tiempos de la Autarquía, Revista Transportes, Servicios, y Comunicaciones. Universidad del País Vasco
- Payne, Stanley G. (1997) El primer franquismo: los años de la autarquía. Temas de Hoy. 146 pg.
Silvia Company de Castro. Barcelona.
Colaboradora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 30 Julio 2020.