
Aunque nos parezca difícil de creer, El Gran Hermano no es solo parte de 1984, la distopía de George Orwell, sino una consolidada predicción que se ha cumplido con la llegada de Internet.
Internet supuso el comienzo de una nueva era comunicativa que cambiaría por completo nuestra forma de comunicarnos y compartir información. Pero es un arma de doble filo que hay que saber utilizar. Lo mismo ocurre con las redes sociales, ya que, a pesar de su reciente auge han sabido introducirse tan rápido en nuestras vidas que ahora son una parte esencial de ellas. En un principio fue una alegría poder hablar con nuestros amigos de forma tan cómoda e incluso ver por videollamada a ese viejo amigo del instituto que ahora vive en Perú. Aunque, como ocurre con las drogas, después del éxtasis inicial nos topamos de pleno con la realidad.
Hemos pasado a considerar las redes sociales como una fuente fiable y en muchos casos se ha convertido en el único medio para informarse de la actualidad. El problema es que la inmediatez de este medio hace que los bulos, también llamados fake news, corran como la pólvora. En cuestión de segundos una noticia falsa se ha convertido en una verdad absoluta porque nadie se ha parado a contrastar su veracidad, sino que ya la ha compartido a sus contactos. Y no solo eso, las redes sociales han pasado a ser una competición en la que los participantes muestran una vida que no es la suya, para crearse un estatus social. Para ello publican fotografías de dónde y con quién están, qué van a comer o qué película están viendo. Mientras los internautas se molestan en ganar la competición, el Gran Hermano sigue vigilando y mientras tiene a sus adeptos entretenidos aprovecha para recolectar la información personal publicada para utilizarla en beneficio propio. El Gran Hermano te cuida y para ello te ofrece distintos medios para controlar tu salud, como por ejemplo una aplicación para conocer el ejercicio que haces diariamente y para recibir consejos, recomendaciones y rutinas deportivas. Pero, para instalarla tienes que aceptar los términos y condiciones de uso, es decir, una parrafada que aumenta tu impaciencia, así que aceptas sin leerlo. Acabas de utilizar tu privacidad como moneda de cambio para ese servicio, no solo das acceso a tu ubicación sino también a tus contactos, galería y otra información personal. Todo a un solo click, lo que se busca es la comodidad, pero esta comodidad conlleva la posibilidad de rastreo de nuestros datos, ya que, cada vez damos más información confidencial a las empresas que están detrás.
Estos son solo unos pocos de los miles de ejemplos que hay, pero como bien decía Orwell “ver lo que está delante de nuestros ojos requiere un esfuerzo constante”.
Aunque el Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea se encarga de defender nuestro derecho a la privacidad, cuando aceptamos las cookies o los términos de uso y condiciones esta protección se anula. Es imposible huir de la era digital, pero está en nuestra mano la información que compartimos tanto en redes sociales como en todo tipo de aplicaciones o incluso aceptando dichas cookies. Está en nuestra mano contrastar la información en distintos medios y no compartir nada hasta que no comprobemos su veracidad. En resumen, está en nuestra mano poder darle una vuelta de hoja a estos constantes intentos de invadir nuestra privacidad de este Gran Hermano, es decir, de las grandes empresas.
Andrea Navarro Ballesteros. Castellón.
Cartas de los lectores. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 26 Julio 2020.
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