Los niños de la Guerra Civil: memoria para un homenaje pendiente – por José Miguel Hernández

El niño Amadeo Gracia Bamala cruzando el Coll d´Ares en los Pirineos

John Eric Langdon-Davies fue un escritor y periodista británico. Siendo corresponsal en la Guerra Civil Española encontró en una calle de la ciudad de Santander a un niño de cinco años. Eso ocurrió en 1937, durante la ofensiva franquista sobre el Norte peninsular. El niño estaba solo y tenía un hatillo de ropa como única pertenencia. Además, bien visible en el pecho, llevaba un cartel con el siguiente texto: “Cuando Santander caiga en poder del enemigo, yo seré fusilado. Suplico al que encuentre a mi hijo que lo cuide por mí”.  Este suceso provocó que Langdom-Davies adoptase al niño y, además, su vida diese un giro fundamental: al cabo de un tiempo fundó una organización de ayuda a la infancia, llamada “Solidaridad Internacional Infantil”, organización que sigue existiendo en la actualidad con el nombre de “Plan Internacional”.

La vida de los niños quedó rota para siempre tras el 18 de Julio de 1936. Como muy bien se ha dicho, su generación se perdió. Imaginemos la escena de ver partir al frente de combate a los padres y, también en algunos casos, de las madres. Probemos a cerrar los ojos y oír las sirenas, el silbido de los obuses, la ensordecedora explosión final, silencio y los gritos de las personas en la calle. Intentemos comprender lo incomprensible, pero que está ocurriendo ante ellos: la violencia de los ajustes de cuenta entre las personas, como pude oír contar a una mujer muy mayor en el año 2008, en la visita a una residencia de ancianos de un pueblo cordobés: “vi cómo un grupo de hombres armados se llevaban a mi padre y ya nunca volví a verle”. Observemos sus semblantes al sentirse huérfanos, al experimentar la muerte o la desaparición de aquellos que formaban su entorno más cercano.  Recorramos con ellos las calles con edificios derruidos mientras esperan algún tipo de ayuda en mitad de la escasez de alimentos o de agua. No es muy diferente a lo que, actualmente, podemos ver en las pantallas de televisión o del teléfono móvil. Pero tuvo lugar en este país, hace ya ochenta y cuatro años.

Muchos consiguieron salvar la vida, pero, a día de hoy, las cifras de niños y niñas que murieron siguen siendo provisionales. Cerca de ciento cincuenta mil, al iniciarse el mes de Febrero de 1939 y según el diario ABC, más de lo que se podría prever en una situación de paz. El hambre, las condiciones de vida e higiene, las enfermedades, los bombardeos, fueron las causas más habituales sin olvidar los abortos e infanticidios producidos. A ello habría que añadir el terrible e irrecuperable daño psicológico: angustia, depresión, inseguridad, pérdida de identidad, de confianza en las personas. Innumerables casos de invalidez completan este trágico y vergonzoso panorama de guerra.

Todo lo anterior no fue óbice para que la infancia fuese utilizada de diversas formas. En las filas de combatientes hubo adolescentes, como fue el caso, en 1938, de la denominada “quinta del biberón”, constituida para la Batalla del Ebro. Pero también como enlaces con la guerrilla o la formación de batallones de voluntarios en ciudades como Madrid y Barcelona, que trabajaron muy duro en el desescombro de edificios, en la construcción de refugios antiaéreos y en aquellas labores donde se les necesitaba. Las obligadas vacaciones escolares de 1936 llevaron a los menores españoles a tener que conseguir alimentos y agua para sus familias, a ocuparse de los hermanos más pequeños, a cuidar la casa, a trabajar en los campos.

Los dos bandos enfrentados utilizaron a niños y niñas con fines propagandísticos. Y ello era así porque no podía olvidarse que eran la base para conseguir el triunfo de los ideales republicanos o de los nacionalcatólicos. La infancia fue un arma más de lucha en las diversas imágenes que aparecieron en la prensa o en los centenares de carteles. Imágenes en las que aparecían como víctimas de los bombardeos o como espectadores de un futuro de felicidad por conseguir. ¿Qué debieron pensar al pasar por la calle y verse como protagonistas en un cartel? ¿qué debieron preguntar a quién los acompañaba? No debieron ver el evidente objetivo proselitista que perseguían esas imágenes: inducir al odio y terror hacia el enemigo, hacerles partícipes, con su esperanza, en la lucha que se llevaba a cabo en el frente. Pero no sólo en los carteles, pues las publicaciones periódicas en sus secciones infantiles, los cuentos y los libros de lectura acabaron impregnando de cultura bélica la vida que les rodeaba: así, en “Pioneros. Semanario para los niños obreros y campesinos”, se invitaba a luchar de forma decidida contra los patronos, mientras que en “Flechas y Pelayos” se arengaba a luchar por el Imperio español.

Se vendían fusiles de juguete con bayoneta, soldados de plomo, dados, juegos de mesa, cromos o recortables donde se invitaba a la reproducción de modelos y escenarios de guerra. Y, en las calles de la ciudad, niños y niñas jugaban a la guerra, tal y como ha quedado reflejado en numerosas fotografías de aquellos años. Y no únicamente en las fotografías: en su libro “Los niños de la Guerra” Teresa Pàmies cuenta que el secretario personal del General Mola anotó en su diario la sorpresa que causó en él ver un grupo de niños que reproducía la escena de un fusilamiento.

De ser considerados sujetos a los que había que educar, instruir y recrear se pasó a considerarles como receptores de mensajes ideológicos que no tenían nada que ver con lo anterior. Fue en las escuelas donde ese proceso se desarrolló con especial fuerza, transformándolas. Llegó hasta tal punto que la guerra se transformó en una materia más, movilizando los intelectos y definiendo la moral de actitudes ante lo que estaba ocurriendo. En ambos bandos los maestros y maestras explicaban al alumnado los motivos del conflicto, legitimando la lucha que se estaba desarrollando.

En los territorios que controlaba el gobierno republicano se seguía considerando que la educación escolar era fundamental para la transformación del país y ello explica que desde el inicio de la Guerra hasta finales de 1938 se crearan cerca de seis mil escuelas. En ellas se partía del principio de trabajar por la igualdad de oportunidades, por ejemplo, a través de la coeducación. Pero también la fidelidad a un planteamiento de enorme actualidad: es el niño el que ha de ser agente principal de su propia educación, dirigida a la definición de una ciudadanía democrática. La Historia como proceso tenía como protagonista al Pueblo, que, en este caso, había de definir la nación española sin menoscabo de su sentimiento internacionalista. Esta politización fue especialmente evidente en Noviembre de 1937, cuando se conmemoraba el vigésimo aniversario de la Revolución Rusa: durante ese curso las instrucciones eran muy claras desde el Ministerio, indicando que se tenía que trabajar en las aulas una comparativa entre la lucha del pueblo ruso y la del pueblo español por la conquista y defensa de las libertades, amenazadas por el Fascismo. La línea que impuso el ministro Jesús Hernández, miembro del Partido Comunista, llevó a la supeditación de toda la actividad educativa a los principios políticos del modelo soviético y que quedaron reflejados en la “Cartilla Escolar Antifascista” como texto oficial en todas las escuelas públicas.

En la España dominada por Franco el panorama fue muy diferente. El 19 de Agosto de 1936 se promulgó una Ley que establecía cómo debería ser la educación nacional. Lo que se definió como escuela de instrucción primaria era concebida como piedra fundamental del Estado y parte fundamental de la Cruzada. La educación escolar tenía que exaltar el patriotismo sano y entusiasta de la nueva España y, de igual forma, denunciar las manifestaciones de debilidad u orientación opuesta a la sana virtud del Ejército y del pueblo español. España, concebida como grande y única, necesitaba que su población escolar se alejase de conceptos antiespañolistas que sólo podían llevar al país a la barbarie. Esta Ley es la base de toda una serie de consideraciones políticas y pedagógicas emanadas de la Comisión de Cultura y Enseñanza, dirigida por José María Pemán, que propiciaron diferentes medidas de depuración y apartamiento de maestros y maestras que estuvieron más o menos comprometidos con la ideología escolar del Frente Popular, procediéndose además a la incautación de aquellos libros y materiales opuestos a las nuevas directrices educativas. Contra una escuela laica, sin Dios, la escuela se definía como católica y defensora de una moral cristiana, tradicional, pero, al mismo tiempo, acorde con la doctrina social de las últimas encíclicas pontificias.

En ambas zonas, el Curso 36-37 empezó de forma puntual y funcionó con normalidad en las zonas alejadas del peligro. Sin embargo, el curso de los combates llevó al cierre de algunas, como ocurrió durante la ofensiva del Norte o en los frecuentes bombardeos sobre Madrid. En ambas zonas hubo desde el principio una fuerte escasez de material, especialmente de papel. Pero, en ambas zonas, hombres y mujeres dedicados a la docencia, que defendieron ideales muy diferentes, intentaron transmitir una idea que aún hoy permanece vigente: valorar el sacrificio, la entrega, el estudio y las buenas acciones de sus mayores; valorarlas e imitarlas como norma de vida.

Pero los responsables del gobierno en ambas zonas se enfrentaron a un problema demasiado evidente: las poblaciones jóvenes estaban especialmente indefensas ante una situación que no habían provocado. Había que encontrar una solución para atender a unas necesidades que, debido a la Guerra ya consolidada a principios de 1937, se multiplicaban día a día. Fue un problema que exigió la toma de medidas, tanto a nivel del gobierno republicano como del franquista, así como las de algunos países de la comunidad internacional de entonces.

La gran e inmediata amenaza era el hambre, y no tanto el peligro derivado de los combates. Era fundamental para ambos gobiernos asegurar la alimentación que ayudase a sostener la moral de la población civil.  En la zona republicana se comenzó a notar desde muy pronto una gran carestía de alimentos. Esa escasez provocaba el racionamiento y la aparición de enfermedades derivadas de una alimentación deficiente que tenía como clara consecuencia el descenso en el número de calorías y las defensas del organismo, especialmente en la población infantil. Es más: las tropas rebeldes trataron de sabotear desde el principio el abastecimiento de alimentos, difundiendo una idea claramente propagandística destinada a desprestigiar a la República y que venía a identificar la causa del hambre como el producto de la barbarie roja. En la prensa republicana de aquellos años aparecen numerosas referencias al trabajo que, en paralelo a la lucha en el frente, constituía el mantenimiento de la producción agrícola y ganadera. Mujeres y niños sustituyeron a los hombres que habían marchado al combate, pero ello no impidió que, más pronto que tarde, los menús comenzasen a ser escasos y repetitivos. El hambre provocó la aparición de actitudes marcadas por el egoísmo (acaparamiento de productos, desarrollo del mercado negro, robos en establecimientos) pero también de la solidaridad, como la que puso en marcha el “Auxilio Rojo Internacional”, el “Comité Internacional de la Cruz Roja” o la “Oficina Internacional de la Infancia”.

Ciudades como Madrid, Barcelona y Valencia tuvieron que asumir, además, la llegada de grandes contingentes de población que huían de la guerra y, por ello, el gobierno republicano creó el “Comité Nacional de Refugiados de Guerra”. También las Brigadas Internacionales ayudaron con la fundación del “Comité pro-niños españoles”. El gobierno de la Generalitat de Catalunya llevó adelante la creación de “Ajuda infantil de rereguarda”, destinada a acoger a la población infantil afectada por los bombardeos, cada vez más continuados, sobre las poblaciones. La embajada de Brasil, instalada en Arenys de Mar, facilitó que desde 1938 un total de cincuenta niños y niñas pudiese comer dos veces por semana. No puede olvidarse la inestimable ayuda a la población civil, especialmente la infantil, que supuso la presencia de los “Cuáqueros”, sociedad religiosa protestante fundada en Inglaterra en el siglo XVII. Trabajaron de forma prioritaria en el bando republicano (envío de ropa y juguetes, además de alimentos) aunque no descuidaron las necesidades que se presentaron en el bando franquista.

Sin embargo, fueron las Colonias Infantiles el ejemplo más destacado de la atención y cuidado a los pequeños. Fundadas a finales del siglo XIX a partir de una iniciativa de la Sociedad Económica Barcelonés de Amigos del País, estaban dirigidas en su origen a niños sin recursos y tenían un doble objetivo: atenuar los efectos de las malas condiciones de vida y trabajar por mejorar la educación física, intelectual, social y moral. Estos objetivos fueron adoptados por el gobierno republicano como respuesta al problema de la llegada de población infantil, especialmente a partir de 1937. Las Colonias se convirtieron en refugios permanentes contra las calamidades de la Guerra, protegiendo a niños y niñas, asegurando su recuperación y educación, logrando además que sus padres pudiesen estar tranquilos en el frente, algo que se aprecia en algunas de las cartas que se conservan. El cine se ocupó de contarnos en una película documental, “Niños de hoy, hombres de mañana” (1937) la vida en las guarderías de Jacarilla y Orihuela, en Alicante. La productora catalana Laya Films, por su parte, elaboró un reportaje titulado “Niños felices (1938), sobre la vida en una Colonia infantil.

La preocupación y atención a las necesidades de la población también formó parte de los responsables del gobierno franquista. La diferencia esencial estriba en que este trabajo fue asumido de forma centralizada por Auxilio Social, organización de socorro humanitario que se fundó en Octubre de 1936 por Mercedes Sanz Bachiller y Javier Martínez de Bedoya. En un primer momento, y pensando que la guerra iba a durar unas pocas semanas, el nombre primero fue Auxilio de Invierno. Integrada en Falange Española, se inspiró en los modelos que había desarrollado el gobierno alemán de Hitler y el italiano de Mussolini. Trabajar por el amparo moral y material de la maternidad, luchar con las armas de la higiene y de la cultura contra la mortalidad infantil, favorecer el afianzamiento de la vida familiar: esos objetivos aparecían en un folleto divulgativo de la Obra Nacional Sindicalista de Protección a la Madre y al Niño. Su lema era “Remediar, prevenir, construir” y, efectivamente, así fue: fundaron comedores y hogares infantiles, guarderías y orfanatos. Al acabar la Guerra existían en España un total de 2.487 comedores, 1.561 cocinas de hermandad y 3.000 centros materno-infantiles. En Octubre de 1940 un total de más de 50.000 niños y niñas estaban bajo su custodia. Su labor se prolongó más allá de la Guerra pues, de hecho, desaparecería después de la muerte de Franco.

Los militares aceptaron que los camiones y personal de Auxilio Social acompañaran a las tropas cuando se entraba en pueblos y ciudades. Atender a los niños fue su objetivo prioritario: su primera misión era abrir un comedor, reclutar al personal necesario y arreglar el local de forma que los pequeños olvidasen las escenas de violencia y dolor que habían vivido. Las madres eran las siguientes a atender a través de dispensarios e institutos de maternología, cuidando de las necesidades materiales tras el parto, preparándoles un menú especial controlado por las mujeres de la organización y, también, facilitando la estancia en Colonias de reposo y recuperación. Los niños, concebidos y definidos como “tesoro de la Patria”, debían recuperar las condiciones físicas y psíquicas que les permitiesen ser los nuevos ciudadanos y, en cierta forma, ser el instrumento que garantizase la permanencia de las mujeres como madres y esposas.

Auxilio Social ayudó a proyectar los valores del nuevo régimen, de la Nueva España, es cierto, pero también lo es que, especialmente tras el fin de la Guerra, no exigió que los padres, ausentes o no, hubiesen mostrado adhesión al bando sublevado. Sí es cierto que ayudó a muchos huérfanos a mantener la higiene personal, a comer correcta y equilibradamente, a corregir las faltas en su conducta. Se cuidaron con esmero los edificios donde se instalaron Comedores y Hogares para huérfanos, poniendo especial atención en su distribución interna, procurando que la vista que se ofreciese les permitiese contemplar diversos paisajes y respirar aire puro, alejados del bullicio de la ciudad. Recreando un ambiente definido por la limpieza, el orden y los colores alegres, dieron gran importancia al juego, bien repartiendo juguetes, bien suministrando materiales diversos (cartón, corcho, papel) para que pudiesen construirlos ellos mismos. Haría falta recordar que los avances pedagógicos habían calado en la organización de los cursillos de puericultura y, así, se incluyó un capítulo sobre la obra de María Montessori, médica y educadora italiana, pilar fundamental en la Pedagogía científica. La llegada de la Iglesia a estos hogares y comedores en Agosto de 1937 cambió el panorama: a las habituales charlas políticas y sociales se les sumaron las de formación cristiana. En los hogares para huérfanos se habilitó un espacio para capilla.

De igual forma a lo que ocurrió en la zona republicana, también movió a la solidaridad internacional lo que estaba pasando en la zona franquista. Los apoyos financieros llegaron pronto a Auxilio Social: miembros del episcopado inglés o de organizaciones como General Relief Fund o el Spanish National Relief Commitee. Los Cuáqueros, anteriormente citados, y en base al “Acuerdo de Burgos” de Febrero de 1939, siguieron trabajando en la España de Franco tras la Guerra, a pesar de los numerosos obstáculos que pusieron miembros del alto mando militar. No permanecieron mucho tiempo más, pues la visita a algunos campos de concentración franquistas y la constatación lo que allí estaba ocurriendo los llevó a apartarse de su labor.

En Gijón una madre escribía: “Hijos, os voy a enviar a Rusia. Permanecer aquí es muy peligroso. Tengo miedo de encontraros un día, sepultados bajo los escombros de casa”. Estas palabras coinciden en el tiempo con la ofensiva franquista sobre el Norte peninsular, que se desarrolló entre Marzo y Octubre de 1937. El resultado de la misma fue la derrota republicana y el inicio del lento y tortuoso camino hacia el final de la Guerra, por todos conocido. Pero antes de que produjese el Gobierno republicano, ya en Marzo, tomó la decisión de enviar a los niños al extranjero: Francia, Bélgica Inglaterra, la URSS, Suiza, Holanda, Dinamarca y Méjico fueron los países de acogida, con carácter provisional. Durante la Guerra salieron de España un total de treinta mil niños entre 5 y 12 años de edad. A éstos habría que añadir más de setenta mil al finalizar el enfrentamiento armado. Muchos terminarían volviendo y otros, al ser adoptados en familias, no lo hicieron, al igual que los que fueron a la URSS y Méjico, pues sus respectivos gobiernos nunca reconocieron al nuevo régimen político.

Es poco conocido a nivel general que el cine documental de aquellos años mostró estos hechos. En el bando franquista no se produjeron películas sobre esta situación, pero sí en el republicano. Por ejemplo, una película titulada “Nuevos amigos” (1937) trataba sobre los niños refugiados en la URSS. Otro film, “Children of Spain”(1937) se centraba el transporte desde Bilbao hasta Southampton. En 1937 se filmó “Llegada de niños españoles a Veracruz” y un año más tarde, “Niños españoles en Méjico”. Como gran éxito a nivel internacional habría que hacer mención a “Guernika” (1937), sobre la evacuación y acogida de niños vascos a Bélgica e Inglaterra y, finalmente, un documental de 1938 sobre el trabajo efectuado por el Consejo de Protección a los niños evacuados, con el título “La República proteje a sus niños”

El hecho en sí, la colaboración en la acogida a niños refugiados fue un magnífico ejemplo de solidaridad internacional, pero, por parte franquista fue contemplado con preocupación pues ponía el dedo en la llaga acerca de los bombardeos sobre las poblaciones civiles y las situaciones de desamparo infantil. Por ello, y desde los medios de comunicación, se denunció la evacuación: “Nos roban a nuestros niños”, titular de prensa que iba acompañado por imágenes de niños tristes, desamparados y hambrientos. Traer de regreso a los niños a España se convirtió en una cuestión de Estado. Se puso en duda la legitimidad y el procedimiento utilizado para llevar a los niños al extranjero, denunciando la grave situación en aquellos países extraños, lejos de sus raíces, de su lengua, de sus familias. Un folleto titulado “Cómo trata la Nueva España a los niños de la zona roja”, publicado en 1937 y redactado en varios idiomas, era el contrapunto que, en cierta manera, iniciaba la campaña de repatriación de los niños que habían salido. Como no podía ser de otra manera la prensa franquista presentaba el proyecto como una obra personal del Caudillo y, cuando se producía, la prensa volvía a destacar el hecho con profusión de imágenes y artículos a tal efecto. Así, el diario La Vanguardia del día 9 de Marzo de 1939, en su página 5, anunciaba “Secundando la iniciativa del Caudillo, la Delegación Extraordinaria de Protección de Menores reintegra a sus hogares numerosos niños que los marxistas enviaron al extranjero” Sin embargo, y a pesar de estas noticias propagandísticas, lo cierto es que esta política no tuvo demasiado éxito durante la Guerra y, al acabar ésta, el inicio de lo que sería la Segunda Guerra Mundial no hizo sino entorpecerla. No obstante, y aprovechando el hecho de que la mayor parte de Europa estaba bajo control del III Reich, el Servicio Exterior de Falange organizó operaciones clandestinas en Francia y Bélgica para repatriar niños, aprovechando las estrechas relaciones políticas de Franco con Hitler.

Amadeo Gracia Bamala nació en 1935. Su imagen aparece en una fotografía que, junto a muchas otras, ha devenido en icono del exilio español que se produjo al acabar la Guerra. La instantánea lo muestra cruzando el Coll d´Ares, procedentes de Ripoll, tras huir al saber que las tropas franquistas estaban a punto de entrar en Barcelona. Acompañado de otras personas de su familia se observa cómo camina dando la mano a un hombre al que le falta una pierna. Muchos años después se supo que este hombre se llamaba Thomas, era ciudadano francés y mutilado de la Primera Guerra Mundial. También a Amadeo le falta un pie como consecuencia de la misma bomba que mató a su madre y arrancó la pierna de su hermana Alicia, que camina delante apoyada en una muleta y cogida de la mano de su padre, Mariano Gracia. Todos procedían de Monzón (Huesca) donde un 20 de Noviembre de 1937 se produjo el bombardeo que destrozó sus vidas, la de ellos y la de muchos otros. Amadeo pudo regresar a España y llevar una vida medianamente normal, trabajando como administrativo en una empresa, hasta que falleció en 2019.

Este relato histórico sobre los niños en la Guerra Civil Española no puede terminar sin recordar que el final de la misma supuso, para muchos de los que marcharon huyendo, la reclusión en campos de concentración: Adge, Bram, Gurs, Argélès sur Mer, Recedebou, Riencros, Rivesaltes, Septfonds. En algún caso, como ocurrió en los campos de la zona francesa de Loire-Atlantique, la población infantil superó a la adulta. Y no olvidemos la presencia de niños y niñas en Treblinka, Auschwitz, Buchenwald, Mauthaussen y Ravensbruck.

Ochenta y cuatro años después de la tragedia que vivió este país, es necesario desde todos los puntos de vista, hacer un homenaje que está pendiente a todos los niños y niñas de ambos bandos enfrentados que murieron por causa de la Guerra, a los que marcharon y no regresaron nunca, a los que regresaron y pudieron salir adelante, protagonizando la regeneración de un país que estaba destruido. Tuvieron hijos, nietos y biznietos y, al final, con una media superior a los 80 años, muchos de ellos han terminado sus vidas de sacrificio y esperanza en la soledad de hospitales y residencias en esta primera mitad del año 2020. El mejor homenaje hacia ellos es nuestro recuerdo y agradecimiento, pero también no caer en el olvido de que, cuando paseamos por las calles de nuestras ciudades, aún podemos ver a aquellos niños, ancianos hoy, memoria para ese homenaje pendiente.

Fuentes consultadas:

  • ALTED VIGIL, Alicia “Las consecuencias de la Guerra Civil Española en los niños de la República. De la dispersión al éxodo”.  Artículo publicado en “España, tiempo y forma” tomo 9, Madrid 1996
  • BARRENETXEA, Igor “Los niños de la Guerra”. artículo publicado en “Historia Contemporánea” Universidad del País Vasco nº 45. 2011.
  • CAPITÁN DÍAZ, Alfonso “Educación en la España Contemporánea” Ariel Educación, Barcelona 2000
  • CENARRO, Ángela “La sonrisa de Falange” Crítica, Barcelona 2006
  • DEL ARCO BLANCO, Miguel Ángel (ed.)  “Los años del hambre. Historia y memoria de la posguerra franquista” Marcial Pons Historia Madrid 2020.
  • DOMÈNECH, Joan de Dèu “La batalla de l´ou. De quan passàvem gana. (1936-1939”) Editorial. Pòrtic, Barcelona 2012
  • FABRÉ , Jaume “Els que es van quedar. 1939, Barcelona ciutat ocupada” Publicacions de l´Abadia de Montserrat, Barcelona 2003.
  • PÀMIES, Teresa “Los niños de la Guerra“  Ed. Bruguera, Barcelona 1977
  • SEGUIN, Jean Claude “El niño en la Guerra Civil española: del documental a la ficcionalización”. Artículo publicado en Revista de FilmHistoria, Universidad de Barcelona, vol. 3, 1993
  • SIERRA, Verónica “Palabras huérfanas. Los niños y la Guerra Civil” Taurus, Madrid 2009

José Miguel Hernández López. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 16 Julio 2020.