La memoria de una imagen – por José Miguel Hernández

Una primera llamada de atención del film “Retrato de una mujer en llamas” es la ausencia prácticamente total de banda sonora. Hay, es cierto, tres momentos en los que la acción se acompaña de notas musicales: en el minuto treinta y seis, unos breves acordes de “El Otoño” (Vivaldi) que enlazarán, ya plenamente orquestados y dándole sentido a ésta, en la memorable escena final. Y tras una breve canción en el minuto setenta y tres, lo demás es silencio. Todo lo anterior obedece a un fin buscado, según Cèline Sciamma, directora del film: según sus propias palabras no quería que la música pudiese distraer al espectador de lo que era el centro de la acción, una historia en la que la vida de los personajes, sus miradas, sus silencios, imprimiesen el ritmo al que las melodías de refuerzo o relevo nos tienen acostumbrados en diferentes momentos del metraje. También recuerda que era su intención aferrarse a la puesta en escena de la verdad histórica en un escenario idóneo, que, al final, encontró: un castillo de la época que no había sido restaurado ni habitado desde su abandono. Había que reflejar, también, la situación social de las tres mujeres que habitaban en el castillo a partir de un vestuario nada suntuoso y variado, algo a lo que no nos tienen acostumbrados los films de esta época

Asistimos al desarrollo de una historia que se desarrolla en Francia, en la Bretaña, hacia 1770. Una de las dos protagonistas, Marianne, es una pintora que debe realizar el retrato matrimonial de Hèloïse, la otra protagonista, conforme a la costumbre de entonces entre las clases burguesas y nobles: enviar un retrato al futuro marido antes del enlace.

El personaje es una invención, un arquetipo de las mujeres pintoras, no excepcional y sí normal, que pretende reflejar todo un conjunto del centenar largo de mujeres que, habiendo sido cada vez más protagonistas en su profesión artística desde el siglo XV y, especialmente en la segunda mitad del siglo XVIII, donde ya existían las críticas de arte escritas por mujeres acompañadas por las reivindicaciones a favor de mayores niveles de igualdad en la profesión.  Como se sabe, y a pesar del triunfo de la Revolución Francesa, se inició el proceso contrario, es decir, la sistemática marginación de las mujeres en el arte iniciada a partir del siglo XIX.

La madre de Hèloïse es quien expone el problema que origina la acción: su hija había abandonado el convento donde había ingresado y la razón de ello era el suicidio de su hermana mayor, destinada a casarse, por lo que ella había de cumplir con su obligación: contraer matrimonio con un noble milanés para reforzar la maltrecha posición económica familiar. Ya existía un precedente de encargo a un pintor, pero Hèloïse se negaba a ser retratada, es decir, tampoco quería casarse. Acceder a ser retratada era aceptar el rol pasivo que comportaba el matrimonio. Por ello la madre encarga a Marianne que lo haga, pero en unas condiciones especiales: será contratada como dama de compañía y tendrá que trabajar en secreto, pintando de noche a partir de los rasgos que haya memorizado durante el día.

Tras un primer retrato que Marianne destroza, pues ha sido descubierto por Hèloïse  el verdadero motivo de su presencia pero, también y en cierta forma, porque no quiere colaborar en lo que  no desea, ”porque la estoy entregando” contesta al ser preguntada por qué ha destruido el cuadro, la acción da un giro importante: el deseo de ser retratada lo manifiesta ahora  Hèloïse, como  forma de perpetuar la memoria a través de una imagen, en el utópico caso de que el retrato no se entregase al destinatario, que no aparece en ningún momento. En previsión de la realidad inevitable, se desarrollará al final de la cinta una escena en la que Marianne dibuja su autorretrato, en la página de un libro, para que Hèloïse pueda verla cuando la recuerde. De igual forma, el retrato con el que se inicia la película es el que Marianne elabora a partir de su propia memoria y mantiene cubierto, sólo para su mirada y recuerdo.

De la rigidez y desconfianza inicial a la complicidad entre ellas, que deriva en lo que la directora quiere mostrar: una historia que gira en torno al enamoramiento de dos personas adultas, al placer de vivir el amor, a irlo descubriendo a través de las miradas mutuas, con paciencia. Una historia en la que asistimos a la plasmación de un sentimiento en el lienzo.

La circunstancia de la ausencia de la madre durante unos días permitirá a las protagonistas que construyan un espacio ausente de imposiciones en el que compartirán juegos y trabajos, donde podrán hablar de poesía, leer, cocinar, además de manifestar sus sentimientos mutuos. Hèloïse, en unas frases memorables, afirma que “prefiere el yugo del monasterio al del matrimonio”, que “es preferible estar sola para tener libertad y que no sabe mucho más sobre su futuro”.

“-¿Cuándo te casarás?-“ Y Marianne responde que no cree que vaya a hacerlo, apareciendo así como imagen previa de lo que muchos años después, en el siglo XIX, desarrollará el primer feminismo burgués: mujer independiente y culta, no está obligada a casarse pues vive de su profesión, escapando así de algunas de las imposiciones que pesan sobre su género. Aún así, todo eso está aún por llegar y, por ello, todavía se ve obligada a firmar los lienzos que pinta con el nombre de su padre.

Se entiende entonces que estemos ante una película donde no aparecen hombres, salvo en dos momentos concretos y de manera totalmente circunstancial. El objetivo era resaltar la importancia de la intimidad de unas mujeres curiosas, inteligentes, deseosas de amar, de una gran riqueza interior y que sabían que su vida iba a ser dirigida tras los muros del castillo, donde vivían unos días de libertad. Se entiende el silencio, necesario para observar cómo estas mujeres se relajan cuando, al estar solas, la vigilancia y el protocolo desaparecen. Necesario para escuchar con atención sus diálogos, donde, en la intimidad de las habitaciones, juegan a las cartas, fuman, expresan sus dudas, sus aspiraciones, su sentido del humor, sus enfados. Necesario para verlas mirar, mirarse y mirarlas. Y una invitación para mirarnos entre nosotros, en silencio.

Podría pensarse que no deja de ser una película más sobre un tema omnipresente en el cine. Pero no es así: estamos ante una propuesta en la que aparece una historia de amor igualitario, que no se basa en jerarquías establecidas, en relaciones de fuerza o seducción preexistente. Es, como considera su directora, un film político desde el momento en que coloca a una mujer en el centro de la historia: un amor entre dos mujeres en una época en la que éstas existían para ser miradas, deseadas o despreciadas por los hombres. Pero esta mirada, en el caso que nos ocupa, se convierte en un manifiesto de la mirada femenina, de cómo es mirar a alguien de otra forma y, también, en una invitación al espectador a descubrir nuevas emociones en la mirada de otra u otras personas.

T.O.:  Portrait de la jeune fille en feu Productor: Bénédicte Couvreur. Director: Céline Sciamma. Guión: Céline Sciamma. Fotografía: Claire Mathon. Montaje: Julien Lacheray. Música: Julien Sicart,Valérie Deloof, Daniel Sobrino. Casting: Christel Baras. Decorados: Thomas Grezaud. Vestuario: Dorothée Guiraud.

Intérpretes: Noémie Merlant, Adèle Haenel, Luana Bajrami, Valeria Golino

Color – 119 min. Estreno en España: 18 de octubre de 2019

José Miguel Hernández López. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 6 Julio 2020.