Siroco nos sirve para entender Oriente Medio – por Francesc Sánchez

Humphrey Bogart and Lee J. Cobb en Siroco

Mientras mis compatriotas más jóvenes queman pólvora en las calles en la verbena de Sant Joan me dispongo a ver una vez más Siroco de Curtis Bernhardt, una película del género negro ambientada en la ciudad de Damasco en el año 1925: los franceses administran el territorio sirio por un Mandato de la Sociedad de Naciones después de que con sus compañeros de armas anglosajones en la Gran Guerra hayan procedido a despedazar el Imperio otomano en el Tratado de Sèvres. Resulta cuanto menos curioso que Francia obtuviera tanto este territorio que devendrá en Siria como el que después integrará El Líbano, donde tuvieron en el pasado una notable presencia, si contemplamos que los franceses no tuvieron un gran papel durante la Gran Guerra en Oriente Medio: los que sí lo tuvieron fueron los árabes. En el momento en que la Sublime Puerta se convierte en un aliado de las Potencias Centrales los británicos desde El Cairo idean un plan de desestabilización contra el Imperio otomano asesorando y armando a las tribus árabes bajo la promesa que una vez terminada la guerra obtendrán un Estado. La negociación entre el general Henry McMahon y Hussein, el jerife de la Meca, de 1915, lo contemplaba todo: primero la reivindicación de todo el territorio por parte Hussein, luego la exclusión de gran parte de la franja de Levante, un pequeño territorio que Hussein abandona en el Norte, y finalmente una gran esfera de influencia de Bagdad a Basora. Sin embargo, un año después, en 1916, dos funcionarios, el ingles Sykes y el francés Picot deciden en un despacho repartirse el territorio bajo los acuerdos que llevan su nombre: una zona de administración para los ingleses con con una esfera de influencia, que se corresponde básicamente a lo que más tarde será Iraq y Jordania, una zona de administración francesa con una esfera de influencia, que se corresponde a lo que hoy es Siria y El Líbano, y una zona internacional que se corresponde con la Palestina histórica. Es interesante que este reparto lo llevan a cabo los británicos mientras estos asesores de los que más arriba hablaba, entre los que sobresale el joven Thomas Edward Lawrence, y los hijos de Husein, entre los que sobresale Feisal, están liderando una revuelta armada que está tanto creando en la región a todo tipo de dificultades a los turcos como generando un sentimiento de unidad entre la población que será el germen del nacionalismo árabe.

Si esto no fuera suficientemente desconcertante un año después, en 1917, el ministro de Exteriores británico, Arthur James Balfour, envía una declaración al barón Lionel Walter Rothschild, para que a su vez se la haga llegar a la Federación Sionista de la Gran Bretaña e Irlanda, en la que promete lo siguiente:

El Gobierno de Su Majestad contempla con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, entendiéndose claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político de los judíos en cualquier otro país.

Estas breves palabras de la Declaración Balfour las recordaran los sionistas y tendrán una gran transcendencia en las subsiguientes décadas cuando los judíos supervivientes de la Segunda Guerra Mundial crean el Estado de Israel. Por lo tanto, tenemos promesas para los árabes y ahora también para los judíos. Pero debemos volver a la Gran Guerra. En 1918 las tribus árabes entran en Damasco y se apoderan de la ciudad: el Imperio otomano ha sucumbido y la guerra ha finalizado. Llega el momento de la paz sobre los vencidos que se materializa en el Tratado de Versalles con respecto a Alemania, pero el que más nos interesa, como apuntaba más arriba, es el Tratado de Sèvres de 1920, por el que los aliados quieren despedazar todo el Imperio otomano. La intención de los aliados no sólo era desgajar los territorios incluidos en los Acuerdos Sykes-Picot si no de despedazar toda Asia Menor: jugada que no les sale bien porque mientras se negociaba esto Mustafá Kemal Atatürk, liderando el movimiento nacional turco, rompe con el sultán, establece una Asamblea en Ankara, e inicia una guerra de independencia enfrentándose a los griegos, armenios y franceses. Tres años después, en 1923, los aliados reconocen en el Tratado de Lausana las fronteras de la República de Turquía. En cuanto al resto: los británicos y los franceses se reparten en Mandatos el territorio en el Acuerdo de San Remo de 1920. El Reino Unido administra tanto el territorio que llaman Mesopotamia, que en más adelante se conocerá bajo el nombre de Iraq (con población mayoritariamente árabe musulmana, pero de interpretación chiita en el Sur, y sunnita en el centro y Norte, con el añadido de los que son de la étnica kurda), separando ya en ese momento un pequeño territorio en el Sur que será Kuwait, como lo que será luego Jordania, y también la Palestina histórica. En cuanto a Francia administra el resto del Levante que quedará repartido luego en El Líbano (con población mayoritariamente musulmana chiita, sunnita, drusos, y cristianaos maronitas, ortodoxos de Antioquía, católicos melquitas, armenios, y protestantes y Siria (con población mayoritariamente musulmana pero dividida entre sunnitas, chiitas, alauitas, y drusos, y cristiana), y el interior que luego también formará parte de este Estado. Este acuerdo es avalado por la Sociedad de Naciones que, todo sea dicho, controlan el Reino Unido y Francia.

Leo Amery, uno de los jóvenes colaboradores del Primer Ministro Lloyd George, nos ofrece una clave fundamental para entender lo que querían los británicos:

El mayor yacimiento petrolífero del mundo se extiende hasta Mosul y más allá, aunque no fuera así, deberíamos, por razones de seguridad, controlar suficiente territorio ante nuestros importantísimos petrolíferos como evitar el riesgo de que fueran invadidos al empezar la guerra. (MacMillan: 2005)

Los árabes nunca obtendrán el gran Estado que deseaban. Feisal nunca gobernará Siria, pero los británicos le adjudicaran Iraq, donde será asesorado por Gertrude Bell (la que realmente confeccionó Iraq), y esta monarquía se mantendrá hasta que los militares dan un golpe en 1958 matando a su hijo e instauran la República de Iraq. En cuanto a su hermano Abdullah será rey de Transjordania, sus descendientes gobernaran Jordania hasta nuestros días. Y el padre de ambos reinará en el Hiyaz hasta que Ibn Saud termine por echarle en 1924 fundando la dinastía que dará nombre al Reino de Arabia Saudita.

En la película asistimos a un enfrentamiento entre los árabes y los franceses que sitúan en el año 1925: la posición de los franceses es que están haciendo cumplir un Mandato de la Sociedad de Naciones, y la posición de los sirios es la de resistentes frente al ocupante para la obtención de la independencia: para esto no dudan en matar a soldados emboscándolos o metiendo bombas en los restaurantes que frecuentan. El general LaSalle quiere meter mano dura, pero el coronel Feroud le disuade haciéndole ver que se ha de acordar una tregua con los árabes y entablar negociaciones. Harry Smith entra en todo esto porque es un superviviente que saca partido al conflicto vendiendo alimentos a los franceses y armas a los árabes asegurando que su posición es «absolutamente neutral». Mientras en los personajes interpretados por Humphrey Bogart en Casablanca de Michael Curtiz y en Tener y no tener de Howard Hawks el punto de partida es parecido aquí el personaje de Harry Smith es más difícil: probablemente porque en esas otras películas estaba muy claro que bando representaba el bien y cual el mal: esto en Siroco queda más difuminado porque mientras los árabes son mostrados como despiadados sanguinarios, no perdamos de vista que su tierra está ocupada por los franceses, y como dice el coronel Feroud, los respeta porque «creen en la causa que defienden». Los actores secundarios cumplen su función porque son muy efectivos. Si a esto le sumamos una excelente ambientación de las callejuelas y del subsuelo de Damasco, que nos recuerda a El tercer hombre de Carol Reed, tenemos una película redonda, que como hemos visto tiene un escenario riquísimo que ha ido tejiendo la historia, que podríamos hacer llegar hasta nuestros días.

T.O.: Sirocco. Producción: Santana Pictures Corporation. Productores: Henry S. Kesler, Robert Lord. Director: Curtis Bernhardt. Guión: A.I. Bezzerides, Hans Jacoby (basada en la novela de Joseph Kessel). Fotografía: Burnett Guffey. Director artístico: Robert Peterson. Montaje: Viola Lawrence. Música: George Antheil.

Intérpretes: Humphrey Bogart (Harry Smith), Märta Torén (Violette), Lee J. Cobb (Coronel Feroud), Everett Sloane (General LaSalle), Gerald Mohr (Major Jean Leon), Zero Mostel (Balukjiaan), Nick Dennis (Nasir Aboud), Onslow Stevens (Emir Hassan).

Blanco y Negro – 98 min. Estreno en Estados Unidos: 1951

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 2 Julio 2020.