Parece ser que fue el general Queipo de Llano quien comentó en una ocasión lo siguiente: «De Madrid haremos un vergel, de Bilbao una gran fábrica y, de Barcelona, un inmenso solar». Esta frase aparece en la novela de José María Gironella, titulada «Un millón de muertos«. Puede ser que no lo dijese, quizás, porque forma parte de la creación literaria del autor, pero no sería muy extraño que lo hubiera dicho, o pensado, sobre todo teniendo en cuenta el contenido de sus soflamas patrioteras que emitía desde Radio Sevilla al poco de iniciarse la Guerra. Mensajes que hablaban de violencia y destrucción, mensajes que están detrás de la muerte, en el Hospital Clínic, de Maria Dolors Montserrat, una joven que con veintinueve años, moriría víctima de un bombardeo en Barcelona el 12 de Noviembre de 1938. Con ella, ese mismo día encontraron la muerte otras cuatro personas. Al final de la Guerra, serían miles en la Ciudad Condal.
En ese mes, y a pesar de lo que aparecía reflejado en los periódicos, que no era sino pura propaganda, la Guerra Civil estaba prácticamente perdida: la retirada de los voluntarios internacionales a cargo del Gobierno republicano y los acuerdos de Múnich fueron, junto con el abandono de la comunidad internacional y su reconocimiento al régimen de Franco, los signos inequívocos de que, efectivamente lo estaba, llegando a un desenlace previsible y de extrema dureza.
Además, y desde el mes de Julio de 1938, se venía desarrollando una ofensiva del Ejército Popular de la República en la zona del Delta del Ebro con el objetivo de detener la ofensiva de las tropas franquistas sobre Valencia. Pero el carácter ofensivo inicial se perdió pronto: a partir de primeros de Agosto, el ejército atacante pasó a la defensiva y así se mantuvo hasta el final, cuando el día 15 de noviembre, a las 23 horas, el mayor Julián Henríquez Caubin, jefe del Estado mayor de la 35 División del ejército republicano, dio orden de retirada a la XIII Brigada Mixta y, efectivamente, a las 04:40 horas del 16 de noviembre ordenaba volar el puente de hierro de Flix, tras comprobar que no quedaba ningún soldado republicano al otro margen del río. La explosión tuvo lugar a las 04:45 del 16 de noviembre. La Batalla del Ebro había terminado.
Ese mismo día la Prensa informaba que se luchaba con gran dureza en el Ebro y que «nuestros soldados resisten heroicamente y causan extraordinario número de bajas». Este mensaje no era falso pues, en efecto, se estaba resistiendo con enorme valentía y heroísmo a unas fuerzas muy superiores en hombres y material: el denominado «síndrome de las Termópilas«, pero en las tierras del Ebro y en el año 1938.
La prensa tenía que seguir mostrando la valentía y el heroísmo de los soldados, planteamiento que había sido la tónica general seguida por los dos bandos enfrentados. La derrota inminente, la destrucción, los muertos, los heridos, los prisioneros, el hambre, la sed, las lágrimas de los hombres, el desconsuelo, en definitiva, la cara amarga de la guerra no podía ni siquiera insinuarse. El 17 de Noviembre, aparece con grandes caracteres un titular: «ALCANZADOS LOS RESULTADOS TÁCTICOS PREVISTOS«. Y, en letras más pequeñas, continúa: «El alto mando ha reintegrado a las antiguas posiciones del ejército del Ebro. La operación se ha efectuado en orden perfecto”. Dos días más tarde, en la cabecera, aparece la siguiente información: «Calma en los frentes de guerra».
Pasados unos días la censura militar elaboró, un comunicado oficial de guerra que no correspondía a la realidad de la derrota sufrida al afirmar que: «Obedeciendo a un plan preconcebido, nuestras tropas dan por terminada la operación del Ebro». Este comunicado fue el que apareció en los diferentes diarios impresos pero, probablemente, muchos no debieron creerlo.
Terminada la Batalla del Ebro, y a pesar de los esfuerzos de la propaganda gubernamental visibles en las páginas de los diarios de información, donde Juan Negrín, presidente del gobierno republicano, seguía afirmando que la República seguía conteniendo al enemigo y que las tropas franquistas sólo habían obtenido pequeños avances, lo cierto es que la moral del ejército y de la sociedad civil barcelonesa estaba por los suelos. Nadie creía ya en ninguna victoria, el deseo soterrado era que la Guerra acabase cuanto antes y, aquellos que pudieran, tomaran el camino a Francia. Comenzó, pues, el éxodo de miles de personas en una ciudad, donde el pánico era cada vez mayor. La gente, ya sin control, huía en masa de la ciudad. Cerraron hasta algunos Centros oficiales. Fábricas sin obreros, oficinas vacías, tiendas cerradas.
Las tropas de Franco, formadas por los Cuerpos de Ejército de Marruecos y de Navarra, mandadas por los generales Yagüe y Solchaga, entraron en Barcelona por Montjuic y el Tibidabo el día 26 de Enero de 1939 a primera hora de la mañana. Hacia las cinco de la tarde, la ciudad había sido ocupada en su totalidad. La población que se quedó en la ciudad se preparó para lo que se presentaba como un tiempo terrible y lleno de incertidumbre.
Pero preguntémonos por los habitantes de la ciudad de Barcelona, que vivieron durante el desarrollo de la Batalla del Ebro en terribles condiciones y a casi doscientos kilómetros del frente, desde hacía ya casi tres años. De esta vida nos hablan, como otros diarios hicieron en aquel tiempo, las páginas de La Vanguardia. A través de ellas podemos reconstruir el día a día cotidiano de personas que, hace ya ochenta y dos años, leyeron los titulares de la portada, se interesaron por los resultados deportivos, los estrenos cinematográficos o miraron en la sección de anuncios por palabras.
Habría, entonces, que comenzar diciendo que la población no movilizada continuó en la medida de lo posible con su vida: los niños y niñas iban a la escuela, las mujeres compraban en los mercados, hombres y mujeres continuaron yendo al cine. Esta normalidad sólo era interrumpida por el ruido de las alarmas antiaéreas.
Sin embargo, y desde hacía ya un tiempo, comenzaron a apreciarse los efectos de la guerra, tal y como lo cuenta Renart en las páginas de su Diari: “Otro problema grave son los comestibles, que cada día faltan más y la gente ya no sabe cómo hacerlo. En muchos hogares sólo se hace vida de verduras, cuando los hay. Contra el hambre no valen heroísmos, ni los discursos, ni sindicatos y ametralladoras. El hambre no tiene espera».
El abastecimiento de productos de todo tipo, especialmente los alimenticios, quedó fiscalizado mediante diversas disposiciones del Gobierno de la Generalitat. Los problemas no tardarían mucho en agravarse tras la disminución de la producción y la llegada de aquellos que huían de los combates. Esta situación provocó que unos se aprovechasen para su beneficio personal: los tribunales juzgaron de forma continuada a todos los que acapararon productos de primera necesidad. La solidaridad, de todas formas, estuvo presente en un marco definido por la escasez para alimentar a los niños y niñas, para cuidar de su salud y bienestar emocional. Esta solidaridad estuvo protagonizada por partidos políticos, sindicatos, donantes anónimos y organizaciones internacionales de ayuda.
La vida política cotidiana quedaba patente en el diario: desde el mes de octubre de 1937 el Gobierno republicano se había instalado en Barcelona. Y es interesante observar el hecho de que, progresivamente, el espacio en las páginas del periódico destinado al Gobierno catalán fue disminuyendo en comparación al destinado a las informaciones del republicano. Se informaba puntualmente de las reuniones, visitas oficiales y acuerdos ministeriales, pero también de la progresiva implantación de normas y decretos, que entraban en conflicto con las competencias del Gobierno catalán, así como del Ayuntamiento de la ciudad, como ocurrió el 18 de octubre, cuando se regularon los precios de tasa de los productos de comida, bebida e higiene. ¿Qué instancia política tenía el poder sobre esta delicada cuestión?
El día a día transcurría sin grandes cambios. Así, el 16 de octubre se anunciaba que la calle Cisneros estaría en obras para pavimentación, mientras el 2 de noviembre se comunicaba que el servicio de Correos sólo funcionaría de 8 a 15 horas. Una ciudad en la que, acontecimientos como la muerte a tiros de un hombre por una cuestión sobre la propiedad de un terreno en la Vía Augusta (21 de agosto) compartía espacio con un gesto muy diferente: una persona había devuelto un talón al portador por importe de doce mil pesetas. Ese mismo día aparecía, también, la noticia del incendio que, por causas desconocidas, se había producido en un almacén de películas de la calle Bailén.
Los accidentes de tráfico también tenían su lugar en el diario: el 16 de agosto hubo un muerto y dos heridos en la Avenida Catorce de Abril, esquina Muntaner, debido a la irrupción de una camioneta en la acera para evitar un choque frontal. Y también, el 4 de agosto, el choque de un automóvil con un tranvía en la calle de Cortes. El 29 de julio se informaba que se había encontrado un hombre muerto, de unos sesenta años, vestido humildemente, en la playa de Bogatell.
Las tareas de mantenimiento del orden público estaban presentes: entre otras noticias se informaba que el 26 de julio fueron detenidos seis hombres y una mujer por no llevar documentación. Otros delitos: provocar escándalo en la calle, robar un monedero, obligar a su hija a practicar la mendicidad, hacerse pasar por policía, posesión de cien kilos de cocaína, venta ilegal de comestibles … Todos estos delitos eran juzgados y, así, se informaba que se habían impuesto 25.000 pesetas de multa a una mujer por ocultación de género (22 de octubre) y, también, una sentencia de quince años en un campo de trabajo por homicidio (15 de octubre).
Los tribunales militares tuvieron también mucho trabajo: el 26 de julio aparecían tres peticiones de pena capital por abuso de autoridad, deserción, e insulto a un superior. Un día más tarde se podía leer que se pedía la pena de muerte para dos soldados acusados de traición y, el 24 de agosto, para un soldado de las Brigadas Internacionales, el mismo destino por abandono de servicio. De las peticiones a las sentencias definitivas: el 30 de julio se impuso la pena de muerte a cinco desafectos y seis desertores. La situación bélica llevaba numerosas noticias de requerimientos a los oficiales y soldados para que se presentaran en la Comandancia Militar. Pero, y sin lugar a dudas, la sentencia más destacada fue la publicada el 3 de noviembre: el Tribunal Central de Espionaje y Alta Traición contra los dirigentes del POUM, detenidos en 1937.
Y, en medio de todo ello, los bombardeos pasaron a formar parte de esta vida cotidiana. El objetivo de estas acciones era provocar la desmoralización y el pánico entre la población civil. Favorecer esta situación conseguía también enturbiar el delicado equilibrio político en el bando republicano. Ahora bien, aunque tuvo un éxito razonable en este sentido, también es cierto que los bombardeos provocaron un rechazo muy grande en el ámbito internacional. La Prensa fue un magnífico exponente de estas reacciones: no sólo los gobiernos, sino también los intelectuales, la Iglesia, partidos políticos y asociaciones de todo tipo manifestaron su rechazo a estos hechos.
Barcelona fue la ciudad más bombardeada por la aviación antes de la Segunda Guerra Mundial. Los objetivos fueron militares y, también, civiles. Aviones italianos y alemanes causaron un total aproximado de 2.500-3.000 muertos.
El 6 de noviembre de 1936 el diario, de forma premonitoria, publicaba una página de divulgación sobre qué hacer en caso de bombardeo. Un mes más tarde, se producía la primera alarma real, aunque sin consecuencias. El 18 de enero de 1937, a las 02:15 h, un ataque naval no provocaba daños apreciables pero el día 13 de febrero, a las 21.45 h, comenzó un cañoneo que duró veinte minutos. El objetivo de este ataque era la Casa Elizalde, provocando víctimas y destrucción de edificios.
El primer bombardeo aéreo sobre Barcelona tuvo lugar el 16 de Marzo de 1937, en concreto en los barrios de la Barceloneta y del Poble Sec. Murieron seis personas y fueron heridas treinta y nueve. En el mes de Marzo de 1937, el día 29, se produjo un gran bombardeo, el primero nocturno, y su balance es estremecedor: sesenta y nueve muertos más ciento cincuenta y siete heridos. Los responsables fueron siete aviones italianos Savoia S-81. Al día siguiente el diario La Vanguardia se hacía eco del ataque, de las víctimas habidas y del caos que éste produjo. Este «in crescendo» llevó a tomar la decisión de instalar baterías antiaéreas en diferentes puntos de la ciudad, tarea que comenzaría en el mes de Junio, justo antes del inicio de los grandes bombardeos del mes de Julio de 1937. Pero no sólo se instalaron defensas: en Barcelona se construyeron un total de 1365 refugios, la mayor parte de ellos obra de los vecinos.
Fue en 1938 cuando la situación se agravó con el aumento de los bombardeos. En concreto, y en la ciudad de Barcelona, se habían producido un total de 127, mientras que en el año 1937 el total había sido de 19. Sería entre el 16 y 18 de Marzo cuando tuvo lugar la ofensiva más grande, que provocó la muerte de más de mil personas el 17 de Marzo, cuando una bomba lanzada desde una altura de 5.500 metros impactó sobre un camión militar que transportaba material explosivo en el cruce de Gran Vía con la calle de Balmes, en el actual cine Coliseum, y donde hoy se levanta un monumento que recuerda lo ocurrido. La explosión, de la que nos ha quedado una fotografía tomada por un avión italiano, fue terrible y levantó una columna de humo que alcanzó los 250 metros de altura.
¿Por qué este cambio? Probablemente como complemento a la ofensiva franquista en Aragón, que se inició el 9 de Marzo de aquel año. Y, también, a que tres días más tarde los alemanes entraban en Austria. Finalmente, no se puede dejar de lado otra explicación: tal y como señala la historiadora Helen Graham en su último libro, los bombardeos formaron parte de un exterminio calculado, convirtiéndose en los primeros ensayos de lo que, pocos meses después, se extendería por toda Europa.
Sirenas, ambulancias, alarmas infundadas o no, iban subiendo la tensión. El miedo y la desesperanza se instalaron entre la ciudadanía y se mantuvieron presentes hasta el final, el 24 de Enero de 1939, dos días antes de la entrada de las tropas de Franco en la ciudad, día en el que se produjo el último bombardeo sobre la misma, cuando el frente de guerra republicano en Cataluña se había hundido hacía días. Este último ataque se había dirigido de forma particular contra las vías de comunicación e instalaciones portuarias, pero ello no evitó que muchas bombas cayesen en zonas densamente pobladas, provocando muchas víctimas que los informes de los bomberos estimaron en cerca de un centenar. Durante todo este tiempo, 1937-1939, se lanzaron un total de 385 ataques aéreos, en los que se lanzaron un millón de toneladas de bombas que impactaron en 1903 lugares distintos de la ciudad y dañando un total de 1.800 edificios. Además de los fallecidos hubo un total de más de 7.000 heridos. Unos y otros, no ha de olvidarse, eran población civil, hombres, mujeres y niños. No era la primera vez que en ese año los niños eran víctimas de los bombardeos: el 30 de Enero habían muerto 42 en los locales de la Parroquia de Sant Felip Neri.
La cuestión de la defensa pasiva estaba muy presente en las páginas del diario. El 24 de agosto de 1938 aparecían las normas a seguir en caso de alarma aérea. Días antes se recordaba a los barceloneses que los refugios no podían ser utilizados como vivienda. En septiembre de 1938 la Consejería de Gobernación tomó medidas para desalojar las estaciones de metro de las personas que se habían instalado de forma permanente. Se insistía el 2 de noviembre en la necesidad de seguir las normas establecidas sobre la apertura de las puertas de las fincas urbanas en caso de alarma, así como del peligro de no bajar a los refugios y formar grupos de espectadores. Finalmente, el 18 de octubre se daban las normas de circulación rodada en previsión de la llegada del otoño e invierno: al disminuir la luz se hacía necesario tomar medidas oportunas.
El día 23 de agosto una orden de Presidencia del Gobierno republicano limitaba la circulación de vehículos debido a las necesidades de guerra, en concreto, la provisión de carburante. No sólo eso: como consecuencia de los numerosos incidentes de tráfico se recordaba el 28 de octubre que los vehículos de Cruz Roja, Bomberos y Defensa Pasiva tenían preferencia a la hora de circular por las calles. Se volvía a recordar que los peatones tenían que ir por las aceras, y que había que precisar con mucha exactitud el lugar donde habían caído las bombas en aras de la eficacia de los servicios de ambulancia y de bomberos. El 10 de noviembre, se comunicaba que, en caso de alarma, los teatros y cines acabarían la función y sólo se permitiría alumbrar las zonas imprescindibles para que el público pudiera ir al lugar de refugio más cercano. La colaboración ciudadana debió ser ejemplar, por lo que el 13 de noviembre, la Junta Local de Defensa Pasiva publicó en el diario un comunicado en el que manifestaba su agradecimiento por la misma.
La vida cultural no se detuvo nunca. El 26 de julio se anunciaba para el 31 de aquel mes un concierto de música soviética en el Palau de la Música. El anuncio de una conferencia en el Ateneo el 2 de agosto con el título «Después de la victoria» compartía espacio con pequeñas reseñas sobre revistas de carácter político, como Timón, Tiempos Nuevos, Internacional Comunista. Las mujeres fueron protagonistas de esta rica vida cultural y como pequeña muestra, cabe mencionar la conferencia que dio Federica Montseny en el Casal de la Mujer Trabajadora, con el título: «Acción de las mujeres en la paz y en la guerra.»Esta línea propagandística llegaba al teatro Tívoli, el 30 de julio, con el estreno de Más lejos, organizada por el Secretariado de propaganda de la CNT-FAI-JJ.LL., Y, también, en el cine Capitol, el 5 de Agosto, donde se estrenaría Marinos del Báltico, film que mostraba el heroísmo de la Armada soviética.
El 16 de octubre se inauguraba una exposición de dibujos infantiles en el Casal de la Cultura, organizada por el Socorro Rojo de Cataluña. El objetivo era mostrar el espíritu antifascista de los niños. No sólo los dibujos: el 7 de agosto se convocaba el concurso de obras teatrales para representar en el frente y retaguardia. Se pretendía que los textos mostraran la realidad de la situación y los diferentes anhelos que ésta provocaba. La propaganda era evidente: en las Galerías Laietana, el 6 de noviembre, se inauguraba una exposición sobre la vida en la URSS con motivo del XXI aniversario de la Revolución Rusa. Y el 13 de noviembre, en el Casal de la Cultura, una exposición biográfica a la memoria de Durruti, muerto el 19 de Noviembre de 1936 en circunstancias que, aún hoy día, sigue despertando todo tipo de interrogantes. También en el mes de noviembre se celebraron diferentes actos (sardanas, conciertos, discursos políticos) para conmemorar el segundo aniversario de la defensa de Madrid, ciudad omnipresente en la prensa barcelonesa.
No todo era propaganda, claro. El 19 de octubre Pau Casals tuvo un gran éxito en el Liceo, aprovechando la ocasión para hacer un llamamiento a los Estados Unidos, pidiendo comida y ropa para los niños y ancianos, víctimas inocentes de la Guerra. El 23 de agosto se anunciaba la creación de un club integrado en el Casal Nacional de la Juventud, donde se proponían diferentes actividades de educación, cultura y ocio. En el Casal del Niño, el día 22 de octubre, comenzaba un ciclo de conferencias para mejorar la educación infantil. Días antes, el 5 de agosto, el diario se hacía eco del éxito de los delegados españoles que habían presentado sus trabajos en el Congreso Internacional de Geografía.
La vida académica, finalizado el verano, volvía de nuevo, aunque con dificultades. El 10 de agosto se hacían los exámenes de catalán para maestros y, dos días más tarde, se abría la matrícula del grado profesional de maestro de enseñanza primaria y la de profesorado de enseñanza media. El 13 de agosto comenzaba el periodo de matrícula para los exámenes extraordinarios de septiembre en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles. Las clases en el Instituto Salmerón comenzarían a partir del 1 de noviembre, a las nueve de la mañana.
¿Y el cine? El domingo 24 de julio de 1938 la cartelera ofrecía un extenso abanico de posibilidades en un total de cincuenta y tres salas. Nombres que aún continúan (Capitol, Arenas, Bosque…), junto con otros ya desaparecidos (Splendor, Ascaso, Chile, Durruti…). Se ofrecían programas con un mínimo de dos o, en algunos casos, tres películas, todas ellas con temáticas muy diversas: cine cómico, musical, dramas estadounidenses y filmes soviéticos. Títulos como La República protege a los niños compartían cartelera con Asesinato en la terraza o Abismos de pasión. En muchos cines, además, se ofrecía un diario de noticias, de carácter netamente propagandístico.
La ciudad de Barcelona, como otras, demostraba unos enormes deseos de vivir, de distracción, de olvidar la sensación de riesgo y la incertidumbre del destino. Ni siquiera los numerosos peligros preocuparon a los espectadores, que protestaban cuando la sesión se interrumpía por los bombardeos. El teatro era otro gran atractivo. Nombres de salas que todavía están, como Tívoli, Romea o Principal Palace, formaron parte de los nueve que, diariamente y en sesiones de tarde y noche, ofrecían obras muy diversas: Fuente Ovejuna, Doña Francisquita o Katiuska. Una nota aparecía todos los días al final de la cartelera: «No se dan entradas de favor, a excepción de los heridos y mutilados de guerra.»
Frontones, canódromos y salas de baile constituían otras posibilidades, pero, sin lugar a dudas, el fútbol fue protagonista principal de este tiempo de guerra. El desarrollo de la Batalla del Ebro (como durante toda la Guerra y en los dos bandos enfrentados) provocó que las competiciones deportivas tuvieran que adaptarse a la situación, objetivo nada difícil. Así, el 26 de julio se informaba del empate a un gol en un partido de fútbol entre los equipos de los Leones Rojos y la Selección Catalana. El 31 de julio se anunciaba el próximo partido entre los equipos del Barcelona y Europa. También, el 21 de agosto, un evento deportivo organizado por los cuerpos de aviación y carabineros: fútbol y conciertos de bandas musicales. Se debe insistir que muchas jornadas deportivas (donde, además del fútbol, tenían cabida otros deportes) tenían como finalidad destinar los beneficios obtenidos a financiar la compra de material deportivo y contribuir al sostenimiento de los comedores infantiles. Esta actividad deportiva duró hasta el final: el 1 de noviembre, cuando sólo quedaban quince días para la retirada del ejército republicano, y en un campo de deportes situado cerca del frente de guerra, comenzaba un torneo de fútbol en que participaron siete equipos.
Ya se ha comentado antes de que toda la prensa acusaba los efectos de la falta de papel. El número de páginas iba disminuyendo, oscilando entre las seis, como mínimo, y ocho, el máximo. Esto llevaba a un ejercicio de maquetación de páginas que debía priorizar las informaciones porque no había espacio para todo, incluyendo las pequeñas notas necrológicas. Pero, al menos en el diario La Vanguardia, había una página, la última, que se dedicaba íntegramente a los anuncios publicitarios. Esta página constituye un verdadero mosaico de la vida y de las necesidades de las personas.
Se vendía y compraba absolutamente de todo: mantones de Manila, neveras, vajillas, ventiladores, microscopios, automóviles, joyas, máquinas de escribir, todo tipo de muebles, terrenos, casas, sellos de correos, pianos, prismáticos, cajas de capitales… no se olvide, en tiempo de guerra. Numerosas ofertas de alquiler de habitaciones en pensiones y casas particulares, agencias matrimoniales, chóferes particulares, cumplimentación de instancias y todo tipo de documentación. También aparecían, en la sección de demandas, ofertas de empleo para profesores de academia y de baile, sirvientas, contables, auxiliares de farmacia. Ofertas de transporte con camioneta para dentro y fuera de la ciudad, paletas, traductores.
Y no sólo la última página: si se observa con atención el diario, más grande o más pequeño, llama la atención el anuncio de Norvectan, que curaba radicalmente el dolor de estómago. Un clásico era el anuncio de la Dra. Nuky, de Boston: zumos de plantas que retornaban la salud, remedios naturales para curar la blenorragia. El 14 de agosto figura el anuncio de un producto para adelgazar, Sabel, hecho con hierbas medicinales, que consigue no dejar señales de obesidad. Este producto, como las píldoras Verupina, siempre a mano para combatir el dolor, se conseguía en las farmacias. También se podía comprar Sangrisan, un depurativo de la sangre «para acabar con los granos, herpes y llagas». Recursos contra la sordera, hernias, hemorroides y fístulas en una ciudad donde el hambre empezaría a estar presente con fuerza. El día 28 de julio se podía leer un anuncio enigmático, aunque se entiende muy bien: «La regla sólo reaparece con grageas Chaves. Recuérdelo bien, señora. «
Almacenes Jorba anunciaba con regularidad en el diario con una figura de mujer que ilustraba este texto: «Lo que Usted necesita para vestir, baño y viaje, lo encontrará a precios muy bajos.» Otro establecimiento que aparecía con relativa frecuencia era el de Casa Vilardell que, el 31 de julio, inauguraba un nuevo local en la calle de la Cruz Cubierta. El 21 de octubre se podía leer el anuncio de El Siglo: «Este invierno, como siempre, nuestras confecciones tendrán las mismas características: buen gusto, confección depurada, precio adecuado»
La venta de libros era también importante: sobre el amor libre, las inquietudes sexuales y naturismo en lotes a un precio de cinco pesetas. Libros para jóvenes donde se exponían las reglas de varios juegos deportivos (baloncesto, voleibol, vuelo sin motor) se podían comprar en la Librería Internacional. Las Obras escogidas de Karl Marx, novelas diversas y el gran libro de aventuras De Buenos Aires a Nueva York, por tan sólo quince pesetas. Para terminar, una oferta inmejorable: por siete mil pesetas se podía adquirir toda la Enciclopedia Espasa en ochenta y tres volúmenes.
El día 28 de octubre la ciudad de Barcelona se preparaba para despedir a los soldados de las Brigadas Internacionales. Más de trescientas mil personas ocuparon Pedralbes y la Diagonal, pero, tan solo diez días antes, se anunciaban en el diario las restricciones al consumo de fluido eléctrico para el alumbrado establecido para las tiendas, almacenes y despachos, que estarían abiertos de 9 a 16 horas. No fueron las únicas restricciones: Uno de los elementos habituales en el paisaje barcelonés de 1938 fue el de muchas personas haciendo cola: para comprar pan, aceite, tabaco, jabón, entre muchos otros productos. Estas colas estaban formadas por mujeres y niños, y hay que decir que se hicieron más fotos de los efectos de los bombardeos que de estas colas. La razón es comprensible desde un punto de vista de la propaganda: no eran nada estimulante en la retaguardia.
El pan fue el primer producto racionado. Le siguieron las patatas, el aceite, la carne de aves y el arroz. El Diario Oficial de la Generalitat del 15 de octubre de 1936 ya fijó la cantidad de producto que se podía comprar. Periódicamente, como por ejemplo el día 26 de julio, aparecía en el diario la noticia de que se haría el reparto de pescado y de carne a las cooperativas de funcionarios municipales. Otros días las cooperativas de diferentes oficios, sindicatos y organizaciones hacían lo mismo. También se anunciaba el reparto para el resto de los ciudadanos, como ocurrió el 2 de agosto, cuando avisaba de la distribución de cien gramos de judías por habitante. También, el 13 de agosto, comenzaba el reparto de carne en los diferentes mercados para no socios de cooperativas. A la carne le siguieron los días siguientes los garbanzos (4 de noviembre), el arroz y el pan en las escuelas (9 de noviembre). Desde el mes de mayo de 1937 el abastecimiento de comida fue empeorando. El Gobierno de la República se hizo cargo de las competencias del Departamento de Abastos, además de otros. Tan sólo las cantinas escolares, comedores infantiles y populares, continuaron gestionándose por el Departamento de Economía del Gobierno catalán. En una ciudad que pasaba hambre se logró que diez mil escolares tuvieran diariamente una comida completa.
A medida que se acercaba el final de la batalla el hambre provocó, también, un gran problema de convivencia: sabotajes, atracos y falta de solidaridad, donde algunos aprovecharon para hacer negocio. Así, el 5 de agosto aparecía una noticia donde se comentaba la necesidad de poner fin al problema del acaparamiento. En noviembre, el día 13, una nota de la Dirección General de Comercio confirmaba la falsedad de las noticias que aseguraban que los almacenes de alimentos se estaban vaciando y que, por tanto, las necesidades de la población civil quedaban cubiertas.
Si hay un aspecto que llama poderosamente la atención y, al mismo tiempo, emociona, es el de la solidaridad. Y, de manera muy especial, con los niños, los ancianos y la población refugiada. Esta ayuda procedía de personas y grupos muy diversos. Así, el 4 de agosto se podía leer en el diario la noticia de que la 44 División había hecho entrega de víveres y dinero para los comedores infantiles. El comandante y los oficiales del 3º Grupo de Asalto entregaron el 16 de agosto la cantidad de ocho mil pesetas para el mismo fin. El 22 de octubre la 60ª División de Infantería entregaba una ternera y un ternero. También, el 1 de noviembre la Misión Sanitaria británica daba ciento veinte kilogramos de leche en polvo. Argentina enviaba con regularidad su ayuda: un millón y medio de francos en comestibles y, también, seiscientos veinte mil en ropa y calzado para los combatientes. Este fue uno de los objetivos de la organización Socorro Rojo Internacional, que el 12 de agosto repartió ropa, pasta de dientes y juegos de ajedrez. Siete días antes Almacenes Pelayo enviaba seis mil pesetas en el frente de guerra, para necesidades diversas. El día 21 de octubre un americano, respondiendo a la llamada que hizo Pau Casals, ofreció doscientas toneladas de trigo para niños y ancianos. Dos días antes un grupo de católicos ingleses entregó un millón de vacunas antidiftéricas para los niños. También el 27 de octubre llegaban grandes cantidades de medicamentos procedentes de Noruega y Suecia.
El 16 de noviembre, día en que la batalla terminó, Pablo Ruiz Picasso entregaba a las colonias infantiles cien mil francos para la compra de leche y otros comestibles. Pero no sólo personajes públicos e importantes se mostraban generosos y solidarios. El día 31 de julio un ciudadano, Francisco Guillén, daba quinientas pesetas para los comedores y, ocho días más tarde, un grupo de funcionarios del Departamento de Trabajo entregaba seiscientas sesenta pesetas para la población refugiada. El 1 de noviembre el Tribunal Especial núm. 2 hacía entrega a la Dirección General de Asistencia Social de cinco cajas de sardinas y el Sindicato Fabril y Textil de la UGT de Barcelona hacía donación de cien libros para las escuelas.
La cuestión de los niños y, en especial, de los niños refugiados, despertó la solidaridad internacional. Periódicamente, como el 24 de agosto, aparecían en el diario diferentes llamadas dirigidas a resolver las necesidades de la población que huía de la guerra. En este caso, para los diez mil niños procedentes de Aragón. Se necesitaban locales para instalarlos, además de dotarles de cama, ropa, comida, material escolar y productos de higiene personal. Y esta ayuda llegaba: el 9 de noviembre, los Cuáqueros hacían entrega de seis mil trescientos kilos de harina y, un día antes, el Office International pour l’Enfance envió novecientos kilos de jabón, dos cajas de chocolate, cuarenta y ocho estuches de lápices y cuatro paquetes de papel. El 29 de octubre, los franceses ayudaron con cuarenta y ocho mil lápices y veinticinco mil cuadernos para distribuir entre las milicias, las escuelas municipales y las colonias infantiles.
Toda esta ayuda se canalizaba y servía para organizar los comedores infantiles, mediante el trabajo de la Ayuda Infantil de Retaguardia. El primero de todos los que se abrieron en la ciudad de Barcelona, el 19 de junio de 1938, fue apadrinado por la 11ª División y se localizaba en los locales que hoy en día ocupan los cines Verdi. Desde esta fecha hasta el final de la batalla el goteo de nuevos locales es constante: Gracia, las Corts … apadrinados por organizaciones diversas, Comisión de Auxilio Femenino de Defensa, Amigos Cuáqueros y destacamentos militares como la 27ª División, entre muchos otros. Los comedores infantiles eran lugares donde se aseguraba una comida diaria, instalados en locales con capacidad para doscientos niños y niñas. En algunos se hacían, además, clases de enseñanza primaria, y representaciones artísticas (tal como se explica en el diario del 15 de noviembre). El control normativo era muy estricto y, por ejemplo, los días 27 de julio y 9 de noviembre aparecían en las noticias de sanciones por infracciones diversas. El objetivo de los comedores era proteger a los niños de los terribles efectos de la Guerra: el hambre y la enfermedad. También, y en la medida de lo posible, enviarlos a lugares alejados de la ciudad de Barcelona, como fueron las colonias infantiles de Arenys, Puigcerdà, Sant Pol de Mar y Alella, porque el miedo también estaba presente.
Ya han pasado ochenta y dos años desde que terminó la que es considerada como la batalla más grande de la Guerra Civil. Muchos, de uno y de otro bando quedaron en aquellas tierras para siempre. De todo lo que sucedió nos quedan testimonios orales, documentales, arqueológicos y visuales diversos, que han generado y generan libros, artículos y Congresos. Las zonas donde antaño se combatió están hoy día musealizadas con centro en Gandesa y Corbera d´Ebre.
Y tenemos la Prensa, que es un medio muy rico en contenido. Tener la oportunidad de haber trabajado el diario La Vanguardia ha sido una experiencia emocionante y gratificante. Repasando las noticias que me hablaban de cosas muy diferentes como, por ejemplo, anuncios de subastas, campañas de solidaridad con los soldados, anuncios de espectáculos… y descubría un hecho incuestionable: la vida debe seguir, aún en mitad de la guerra y la prensa así ha de recogerlo. Estoy pensando en las personas, paseando en las calles de Barcelona, o en sus casas, mientras cenaban. Estoy pensando en sus sensaciones de miedo y desconcierto cuando comparaban estas noticias con otras que también escuchaban por radio. O lo que habían oído en la calle. Habría que saber si aquellos lectores, hombres y mujeres que nos han precedido, ponían atención a los editoriales o a las crónicas de guerra. Habría que saber si pusieron atención, de forma especial, en aquello que los aligerase de una cotidianidad difícil. Pasa hoy en la actualidad: en medio de las frecuentes crisis que nos rodean queremos leer algo que nos llame la atención, que nos haga sonreír, a veces reír y, también, descubrir que las personas, tenemos y mantenemos la esperanza con nuestros actos. También, sin lugar a dudas, buscamos la opinión, la información y el compromiso que otros nos ofrecen. Esto nos ayuda a reafirmarnos en lo que creemos y sentimos. Y también a discrepar y rebelarnos.
Fuente periodística consultada:
- Diario «La Vanguardia», ejemplares correspondientes a los aparecidos entre el 24 de Julio de 1938 y el 17 de Noviembre de 1938.
Fuentes bibliográficas consultadas:
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- GRAHAM , Helen “La Guerra y su sombra” CRITICA, Barcelona 2013
José Miguel Hernández López. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 25 Junio 2020.