Combatiendo desde el silencio – por José Miguel Hernández

Elena Medina Lafuente y Garvey era una atractiva dama de la alta sociedad andaluza que llevaba a cabo misiones de enlace entre algunos de los generales que participaron en el golpe de Estado de Julio de 1936. Fue quien entregó al general Emilio Mola un mensaje el 13 de Julio, en Pamplona.  Al verla, el general Mola le preguntó si pasaba algo en Madrid y ella le contestó que no, que era en Canarias donde pasaba algo. Le pidió que esperase un momento y, de su cinturón extrajo un mensaje, en un papelito doblado en cuatro que entregó al general.  Su autor era el general Franco y le comunicaba de forma un tanto lacónica: “Geografía poco extensa”, lo que descifrado dejaba claro que no tenía intención de sumarse a la sublevación. Sin embargo, los acontecimientos que habían tenido lugar en Madrid (el asesinato de Calvo Sotelo en represalia por el asesinato del teniente Castillo) precipitaron un cambio en su postura y, el 16 de Julio, decide comunicar que, finalmente, participaría. Así pues, el día 17 de Julio, Mola envió un telegrama con el siguiente texto: “El pasado día quince, a las cuatro de la mañana, Elena dio a luz un hermoso niño”. Era la señal convenida para iniciar el levantamiento militar, que comenzó en Melilla, protectorado español de Marruecos, el 18 de Julio a las 5 de la madrugada. En los mensajes cifrados que, previamente, se habían enviado a las diferentes guarniciones militares comprometidas se insistía en que, en dichas guarniciones (Barcelona, Bilbao, Burgos, Valencia, Sevilla, Zaragoza y La Coruña) la sublevación tenía que iniciarse un día más tarde, el 19 de Julio.

El fracaso del golpe de Estado precipitó una guerra que encontró unos servicios de información republicanos poco desarrollados. España en los años 30 era una potencia de segundo orden dentro del contexto europeo. No se sentía amenazada como para desarrollar un servicio de espionaje e inteligencia exteriores. Las comandancias militares intercambiaban informes que enviaban los agregados diplomáticos sobre maniobras y armamento de los diferentes ejércitos europeos. Los gobiernos de la Segunda República estaban más preocupados por las amenazas internas y, así, el que luego sería el principal ideólogo del golpe, el general Emilio Mola, creó en 1930 la Brigada de Investigación Política y Social, adscrita a la Dirección General de Seguridad. El que fuera presidente del gobierno y futuro presidente de la República, Manuel Azaña, impulsó la creación del Servicio Secreto Especial dentro del Ejército, cuya misión era identificar a los oficiales caracterizados por su extremismo político afín a las derechas. También habría que mencionar a las denominadas “Segundas Secciones” pertenecientes al Ejército que, a medida que los frentes de combate se fueron consolidando, se encargaban en los dos bandos de obtener información a través del interrogatorio a los prisioneros y evadidos, o de la escucha de las emisiones de radio.

Tras los acontecimientos de Julio se produjo una gran desbandada de funcionarios y representantes diplomáticos españoles en las diversas legaciones europeas, muchos de ellos favorables a los militares sublevados, por lo que hubo que sustituir a éstos por políticos e intelectuales republicanos de prestigio, pero sin experiencia ni conocimiento diplomático. En los diferentes consulados, especialmente en los situados en el sur de Francia, se crearon pequeñas agencias de información que se coordinaban con el Servicio de Información Diplomática Especial (SIDE), organismo impulsado por Anselmo Carretero en Marzo de 1937 y dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores. El objetivo era estar al tanto de los movimientos de los espías del bando franquista para denunciarlos al gobierno francés y, así, lograr su expulsión del país. Conocer lo referente al envío de armas por parte de Alemania e Italia fue también una de sus principales tareas, labor que, como se sabe, no tuvo demasiado éxito pues la firma del Tratado de No Intervención fue desde el inicio una simple fantasía.

Hay que añadir que, en el bando republicano, a pesar de las buenas intenciones del ministro Álvarez del Vayo de potenciar el SIDE, la realidad es que hubo verdaderos problemas de financiación y de logística causados por el traslado del gobierno republicano debido al desarrollo de la Guerra: primero a Valencia en Noviembre de 1936 y, posteriormente a Barcelona en Noviembre de 1937. La Segunda República contó con el Servicio de Información Militar (SIM), creado en Agosto de 1937, pero algunas organizaciones políticas y sindicales también contaron con sus propios servicios, como los que estableció la CNT, dirigidos por Manuel Escorza. La historiografía posterior ha evidenciado una clara desorganización, falta de coordinación y de cooperación, amén de otras cuestiones como la escasez de agentes profesionales en las filas del espionaje republicano.  Esta situación se complicó si se tienen en cuenta los servicios de inteligencia constituidos en Cataluña y País Vasco, dependientes de sus respectivos gobiernos autónomos, que también entraron en cierta competencia con los servicios republicanos. Finalmente, habría que hacer obligada mención al GPU, servicio dependiente del NKVD soviético, cuyo objetivo era la eliminación de organizaciones y militantes contrarios a los planteamientos de dominio y control de España, como paso previo al dominio europeo, por parte de Josif Stalin. Me refiero, claro está, a la CNT y al POUM, sobre el que volveré más adelante con la ejecución de Andreu Nin y los sucesos de Mayo de 1937 en Barcelona.

Un excelente libro de Karl Schlögel, “Terror y Utopía. Moscú 1937” incide en algo que determinada historiografía se resiste a admitir y es que la ayuda de la URSS a la República española no era desinteresada. En España se concentró la lucha entre la libertad y la opresión, el bien y el mal. Las simpatías del mundo de entonces estaban con la República, con las Brigadas Internacionales, y la URSS sacó partido al colaborar para lograr rechazar al fascismo al precio de imponer el sistema estalinista. La consigna de lograr la deseada “unidad antifascista” estuvo instrumentalizada desde un principio por los comunistas españoles y soviéticos para la consecución del liderazgo. De la URSS llegaron asesores militares, policía secreta y simples asesinos a sueldo que ayudaron en el control político sobre los aparatos del Estado republicano, especialmente el Ejército y los servicios de espionaje e inteligencia.  La desclasificación de documentos ocurrida tras el fin de la URSS en 1991 sacó a la luz una instrucción interna del NKVD sobre las acciones a desarrollar en la España republicana: había que “depurar al ejército, la polícía y las organizaciones influyentes, desde arriba hasta abajo, de los enemigos del pueblo”. Todo esto quedó reflejado en las páginas del memorable libro “Homenaje a Cataluña”, escrito por George Orwell, de filiación trotskista, donde describe con precisión cómo los estalinistas habían ocupado el poder, reprimiendo con especial dureza cualquier disidencia. Pero también en la prensa: el diario “Treball”, perteneciente al PSUC se erigió en un magnifico órgano de propaganda del estalinismo, además de ayudar en la denuncia de aquellos integrantes del POUM y de la CNT, a los que calificó de “espías al servicio de Franco”.

Por su parte los gobiernos alemán e italiano, en las personas de Adolf Hitler y Benito Mussolini, también movieron sus piezas en este tablero que convirtió a España en un ensayo previo de lo que sería la Segunda Guerra Mundial.  Y como es sobradamente conocido lo hicieron a través de la ayuda militar, pero, también, de sus servicios de inteligencia, sobre los que volveré más adelante, a la hora de situarlos en la sublevación del coronel republicano Segismundo Casado contra el gobierno del presidente Juan Negrín. Dos personajes, el italiano Mario Roatta Mancini y el alemán Wilhem Franz Canaris, responsables máximos de sus respectivos servicios de inteligencia, se entrevistaron los días 4 y 27 de Agosto de 1936 para coordinar la ayuda a Franco.

De los dos el más señalado fue Canaris. De hecho, ya en Febrero de 1936, cuando el recién indultado y conspirador general Sanjurjo, que en los planes iniciales de los rebeldes estaba destinado a dirigir la sublevación militar, visitó Berlín para comenzar la negociación sobre el envio de armas para la futura sublevacion, fue Canaris quien, tras su entrevista, patrocinó la idea, aunque en Julio de 1936 el ministro de Exteriores alemán la catalogaría de imposible. Sin embargo, Canaris se distinguía por su persistencia y así, a finales de Octubre de 1936, y con pasaporte argentino, logró pasar a la zona sublevada y entrevistarse con el ya entonces Jefe del Estado español. De esa reunión salió la decisión de enviar 6.500 hombres de la Legión Cóndor a Sevilla, hecho que tuvo lugar el 6 de Noviembre de 1936. Canaris continuó reuniéndose con Franco en Teruel, en Febrero de 1938, y en San Sebastián, en Octubre del mismo año. Se sabe positivamente que fue él quien se atrevió a recomendar a Franco que “suavizase” la represión que estaban llevando a cabo la Falange y el Ejército sobre la población civil.  Canaris también fue el responsable del envío de armas que se habían utilizado en la Primera Guerra Mundial, viejas y en mal estado, al ejército republicano.

Los italianos colaboraron en el descifrado de mensajes enemigos a través de un total de diecinueve estaciones de radio que comunicaban las ciudades de Cádiz, Ferrol, Salamanca y Burgos. El italiano “Corpo di Truppe Voluntarie” (CTV) tenía su propia sección de inteligencia y descifrado de los mensajes que enviaba el ejército republicano, pero, también, de los mensajes salidos de las legaciones diplomáticas norteamericana o inglesa en Barcelona, Valencia y Alicante.  La Legión Cóndor alemana, a través de sus tres grupos de escucha de la sección de inteligencia, enviaba informes diarios al general Franco. Fue el Cuartel General localizado en Burgos quien gestionó la compra de veinte máquinas “Enigma” que estaban plenamente operativas a finales de 1937.

Frente a cierta sensación de desorganización en el bando leal a la República, los servicios de espionaje e inteligencia del bando franquista tendieron a la centralización, algo que los especialistas consideran vital para el triunfo final. Sin embargo, también partieron de una diversificación inicial y, así, el 14 de Septiembre de 1936, fue creado el Servicio de Información Militar (SIM), que no debe confundirse con su homónimo en el bando republicano. Por su parte, y al amparo del general Mola, Francesc Cambó y  Juan March, el  Servicio de Información del Nordeste de España (SIFNE), dirigido por José Bertrán y Musitu  era el encargado de controlar el paso de armas por la frontera con Francia, además del análisis de cartografía militar enemiga,  la interceptación de sus comunicaciones por radio,  la prensa diaria,  el control del servicio postal y la ayuda a los evadidos del bando republicano. Cubrió Cataluña, Aragón y Madrid con una red de agentes que, a través de sus enlaces superiores estaban conectados con «Términus», que era el nombre en clave del Cuartel General del Generalísimo en Burgos. Este servicio, que finalizaría su actividad en Febrero de 1938, contó con la participación de conocidos personajes como Josep Pla, Carles Sentís o Eugeni d´Ors.  También es destacable la creación en la Comandancia Militar de Irún, y bajo la jefatura del comandante Troncoso, de la denominada «Legión Negra», con el objetivo de tomar al asalto barcos mercantes y hundir submarinos republicanos. Al fracasar estos proyectos se optó por sobornar a los capitanes para que desviasen los barcos con su cargamento de armas hacia los puertos del bando nacional. Parecía bastante claro que desde una óptica exclusivamente dirigida a ganar la guerra había que unificar todos los servicios y eso ocurrió cuando Franco, en Noviembre de 1937, encarga al coronel José Ungría la creación del Servicio de Información y Policía Militar (SIPME). A partir de entonces se mantuvo la actividad en las diferentes organizaciones del bando sublevado que estaban operativas, aunque supeditadas a la estructura del mando militar. Llegó a tener un total de treinta mil miembros, entre hombres y mujeres. Dentro del SIPME habría que distinguir otra organización, el SIE o Servicio de Información Exterior, formado por agentes que operaban en el interior de Madrid y en contacto, por lo tanto, con el ejército sublevado. Su nombre en clave era «Lucero Verde» y estaba dirigido por José Centaño, ayudante del que entonces ocupaba el puesto de jefe del Ejército Republicano y personaje esencial en el final de la Guerra al que ya he hecho mención: coronel Segismundo Casado.

La misión de «Lucero Verde» era controlar las actividades de la denominada «Quinta Columna», término que engloba a todos aquellos grupos que, de una forma u otra, trataron de conspirar contra la Segunda República cuando parecía bastante claro que el objetivo de los sublevados era entrar en Madrid y acabar con el gobierno del Frente Popular, algo que ya figuraba en los planes iniciales de la sublevación diseñados por el general Mola, más conocido en la documentación confidencial como » El Director».

En el prólogo a su obra de teatro titulada “La Quinta Columna”, Ernest Hemingway ya hace referencia a las cuatro columnas militares que avanzaban sobre Madrid y una quinta formada por los simpatizantes de los sublevados. ¿Qué era la «Quinta Columna»? Hay una discusión historiográfica en torno al origen de la expresión.  Un historiador franquista, Manuel Aznar, comentó en 1968 que fue el general Mola quien en unas declaraciones comentó que cuatro columnas avanzaban sobre Madrid, pero que sería la quinta, en el interior de la capital, la que comenzaría la ofensiva. Sin embargo, la investigación posterior no ha demostrado que Mola pronunciase esas palabras. Dolores Ibarruri, más conocida como » la Pasionaria», sí que hacía referencia a las supuestas palabras del general Mola en la edición del día 3 de Octubre de 1936 de «Mundo Obrero» y, siete días más tarde, ampliaba la información el comisario del Quinto Regimiento, el comunista italiano Vittorio Vivali. Otra línea de investigación sitúa el origen tras la caída del Alcázar de Toledo el 28 de Septiembre de 1936 pero es que, dos días antes, aparecen en «Mundo Obrero» referencias a espías, agentes del Fascismo y facciosos emboscados. Por ello cobra fuerza la teoría de que fueron los comunistas los que, después de Toledo, crearon el término como arma de propaganda en la lucha contra los posibles espías y, por ampliación, los emboscados y disidentes políticos. Y cobra fuerza porque, en esa época, había en Madrid adiestrados periodistas y agentes soviéticos, tales como Kolstov, Ehrenburg y Alexander Orlov, sobre el que volveré. El historiador Javier Cervera ha demostrado que no fue hasta finales de 1936 cuando se produjo el contacto entre organizaciones clandestinas y los servicios de inteligencia de Franco: el 7 de Noviembre de 1936 el general Mola ordenó investigar si existían en la ciudad servicios organizados para atender las primeras necesidades cuando se ocupase la capital.

En los primeros días de la Guerra aparece en la prensa republicana la figura del desafecto, que desde el inicio será tratado de forma reiterada como espía. En esta categoría estuvieron muy vigilados los integrantes del Ejército: su condición castrense les convertía en sospechosos, cuando en realidad muchos de ellos fueron fieles a la República. A todos, militares y civiles sospechosos de desafección, de espionaje, se les perseguirá, detendrá e interrogará en prisiones clandestinas, conocidas como «checas», y eliminará, en muchos casos, sin juicio previo. Esta situación inicial dará origen al nacimiento de organizaciones de defensa frente al ya entonces denominado «terror rojo», pero sin una finalidad de obtener información sensible que pudiera pasarse a los militares sublevados, tal y como ocurrió con la Comunión Tradicionalista, ligada al Carlismo. Su trabajo consistió en la obtención de documentación de sindicatos y partidos obreros que permitiese a sus integrantes moverse con libertad por la calle y así poder contactar con otros desafectos. Los primeros contactos se produjeron en las cárceles, en los hospitales, instituciones militares y tribunales. Gracias a estos contactos, por ejemplo, en los centros de reclutamiento, se logró que un total de 3731 hombres, pertenecientes al Partido Carlista o, simplemente, desafectos, se librase de ir a los frentes de combate.  Pero muy pronto comenzaron los contactos de estas organizaciones con el mando sublevado: Falange Española, reorganizada en Madrid desde el 1 de Agosto de 1936, se dedicó a proporcionar datos sobre situación y movimientos de tropas, armamento y planes de operaciones, además de mantener las redes de apoyo mutuo y la difusión de falsos rumores. Y, dentro de la Sección Femenina de Falange, sería la organización conocida como «Auxilio Azul», fundada en Agosto de 1936 por María de la Paz Martínez Unciti, la encargada de buscar refugio a militares y falangistas perseguidos por los MVR (Movimiento de Vigilancia de la República) pero, también, de conseguir víveres y documentación. Una de sus agentes más eficaces fue Enriqueta López Moncada, funcionaria del Ministerio de Obras Públicas. Su afiliación al Partido Comunista le permitió avalar y poner en libertad a decenas de falangistas. Una mujer consiguió infiltrarse en el SIM republicano, con lo que pudo acceder a información que facilitó así la liberación de numerosos presos y, otra, en la Cruz Roja Internacional, consiguiendo medicamentos y comida para distribuir entre los perseguidos.

Paulatinamente se fue configurando un conjunto de organizaciones encuadradas en lo que, efectivamente, existió: la Quinta Columna, decisiva durante la guerra y, como se verá, en el final de la misma. De todas ellas quiero destacar a la “Organización Fernández Golfín”, fundada por un miembro de Falange, Javier Fernández Golfín. Sabotearon las defensas antiaéreas de la capital y estaban comunicados directamente con “Términus”, en Burgos. Aprovecharon los evadidos para enviar información y documentación. Sus miembros, en su gran mayoría, fueron descubiertos en Mayo de 1937 y, en su lugar, se organizó la que se conoce como “Falange clandestina”, dirigida por Raimundo Fernández Cuesta y Manuel Valdés Larrañaga. Contactaron con los enlaces del espionaje franquista y crearon una milicia que se destacó en la ocupación y control de la ciudad cuando se produjo el final de la Guerra, a finales de Marzo de 1939.  Un grupo muy activo e importante en esta lucha clandestina fue la denominada “Organización Antonio” que, tras la desaparición del grupo “Fernandez Golfín” se convirtió en la más completa y homogénea. De hecho, fue diseñada en Enero de 1937 por los servicios de espionaje militar, lo que explica y justifica su rígida estructura jerárquica. Formada por grupos semiautónomos liderados por un agente, tenían elementos infiltrados en el Estado Mayor del Ejército Republicano, desde donde pudieron acceder a información reservada que permitió diversas acciones de sabotaje. Contribuyeron también a favorecer la evacuación de perseguidos, facilitándoles los salvoconductos necesarios. Su infiltración en los organismos de la justicia militar republicana la eliminación de las listas de desafectos entre el personal civil.

Existen nombres propios de personas que, dentro de estos y otros grupos clandestinos, espiaron para el bando sublevado como, por ejemplo, Bernard Funk, que estaba en contacto con la Gestapo alemana, suministrando planos de los aeródromos de El Prat en Barcelona y Getafe en Madrid. También José Muñoz Pérez, que se hizo pasar por alférez provisional para obtener información militar sobre carros de combate. Antonio Márquez Rubio, que era juez delegado especial en el ámbito de Evasión de Capitales, aprovechó su posición para justamente eso: desviar el dinero para la compra de armas y pasarlo al bando sublevado. Ángeles Eizmendi, ataviada con mono de miliciana, acudía al Regimiento de ametralladoras en Madrid y hacía amistad con soldados para, al ganarse su confianza, obtener información sobre las unidades militares. Otra mujer, Pilar Martín, obtuvo un puesto de mecanógrafa en la columna Mangada pudiendo así suministrar información sobre movimientos de tropa hasta que fue detenida y condenada por espionaje el 10 de Octubre de 1937. La periodista francesa Carmen Bohlier, infiltrada como confidente en la Dirección General de Seguridad espiaba para el bando sublevado.

La prensa de la capital, por ejemplo “El Heraldo de Madrid” en su edición del 25 de Septiembre de 1937, denunciaba en sus páginas que las sedes diplomáticas se habían convertido en centros de cooperación y espionaje. Y era cierto: algunos miembros del Cuerpo Diplomático se implicaron de diversas formas en esta lucha de apoyo a las personas perseguidas que se refugiaron en las embajadas y consulados. Por ejemplo, Jacques Borchgrave, de la embajada belga, fue descubierto y ejecutado el 20 de Diciembre de 1936, no se sabe si por elementos de la CNT o de las Brigadas Internacionales, hecho que, lógicamente, provocó un conflicto diplomático con el gobierno belga. Marc Spaey, también diplomático belga, salvó a muchas personas de las detenciones indiscriminadas. Antonio Ferrer Jaén, de la embajada de Guatemala, no solamente se encargó de labores de aprovisionamiento de víveres sino de obtener planos del frente de Madrid, que enviaba a Burgos.  Félix Schlayer, cónsul de Noruega, junto al de Chile, Carlos Morla Lynch constituyen dos excelentes ejemplos de colaboradores en la defensa de los principios humanitarios que el gobierno de la República, durante la Guerra Civil, no supo, no quiso o no pudo respetar al cien por cien. Cito estos dos autores porque dejaron escritas, por separado, unas imprescindibles memorias, ya publicadas, sobre su estancia y labor diplomática en la capital de España durante el conflicto bélico.

Cuando el NKVD recomendaba depurar las organizaciones políticas y sociales que pudiesen ser consideradas enemigas del pueblo se estaba refiriendo al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). La acción concreta ejercida sobre estas dos organizaciones, principalmente, recaía en el Departamento de Relaciones Internacionales de la Internacional Comunista, es decir, las instrucciones a seguir procedían directamente de Moscú.

No es de extrañar, por tanto, que el enfrentamiento entre las posturas oficiales estalinistas y las que conformaban la disidencia comunista no tardase en producirse. Y lo hicieron a través de la prensa. El diario “La Batalla”, afín al trotskismo, denunciaba en sus páginas los abusos de los estalinistas. En contraposición, el anteriormente mencionado “Treball” consideraba de forma persistente en sus páginas como “objetivo a exterminar” a los integrantes del POUM y de la CNT.

El responsable de la inteligencia soviética en España, Alexander Orlov, diseñó un plan para acabar con el POUM y, especialmente, con Andreu Nin, que fue Conseller de Justicia hasta el 15 de Diciembre de 1936, fecha en la que, por presiones del PSUC, fue destituido. Orlov conocía las acciones de la organización falangista “Fernández Golfín” y decidió utilizarla enviando un informe a Stalin el 23 de Mayo de 1937, tras los sucesos de Barcelona entre los días 3 y 5 del mismo mes. En ese informe Orlov menciona la colaboración del POUM con los espias franquistas y, por extensión, con el espionaje alemán. Por ello recomienda la desarticulación del POUM y la detención de Andreu Nin, hecho que se produce en Barcelona con la complicidad del jefe de policía de Barcelona, el comunista Ricardo Burillo el 16 de Junio de 1937, algo después de la una de la tarde, tras la reunión del Comité Ejecutivo, que también es detenido. Las consecuencias son ya conocidas: Partido y locales cerrados, así como la prensa afín clausurada. Queda, aún hoy, año 2020, un enigma por resolver de manera definitiva y es el de la desaparición de Andreu Nin, cuestión que, historiográficamente, sigue suscitando el debate: así, historiadores como Antony Beevor, Antonio Elorza o Marta Bizcarrondo no ponen en duda esta versión de los hechos. Con matices, aunque respetando el conjunto de la narración, encontramos a Ángel Viñas.  Más modernamente, en el número 4  de la Revista Ebre 38, Pelai Pagès incluye un artículo donde, a partir del hallazgo de una fosa común el 11 de Febrero de 2008  y de la consiguiente aparición en los medios de comunicación (Diario ABC del día 5 de Marzo de 2008) explica detalladamente los últimos avances de la investigación y de la polémica suscitada. Por el contenido de dicho artículo sabemos que una historiadora de categoría internacional como Helen Graham pone en duda la versión que sitúa a Orlov como responsable y  traslada la responsabilidad a los comunistas españoles, enzarzados en un fuerte enfrentamiento interno.

Parece bastante clara, sin embargo, la detención y traslado de Nin a Valencia y la protesta de Lluis Companys, presidente de la Generalitat de Catalunya, que no obtuvo respuesta aclaratoria alguna por parte del gobierno republicano. Desde Valencia fue trasladado a Madrid, donde se pierde su rastro. La investigación de los archivos desclasificados, a los que ya he hecho alusión anteriormente, descubrió una carta de Orlov a Stalin, fechada el 24 de Julio de 1937, donde se desvelaba el final del político catalán: Una noche de Junio de 1937 un coche llevó a policías soviéticos y españoles a la cárcel de Alcalá de Henares y se llevaron a Nin a un chalet, propiedad del general republicano Rodríguez de Cisneros. Orlov tenía órdenes estrictas de Stalin de ejecutar al prisionero y, además, de presentar la desaparición del mismo como el resultado de una operación de rescate por parte de la Gestapo alemana, infiltrada en las Brigadas Internacionales. Ello abundaría en la acusación de que Andreu Nin, y junto a él los integrantes del POUM, eran espías al servicio de Franco.

Pero, podemos preguntarnos, ¿cuál fue la prueba que mostró Orlov? Para responder a esta pregunta tenemos que volver a la desarticulación, en Madrid, de la organización “Fernández Golfín”. Un infiltrado, que en realidad era miembro de la Brigada Especial de la policía republicana, Alberto Castilla, se había reunido con Fernández Golfín e Ignacio Corujo en la Plaza de Colón el 4 de Mayo de 1937. Al acabar Alberto Castilla fue hacia el Paseo de Recoletos y los otros dos fueron hacia el barrio de Salamanca, donde fueron detenidos en la calle Jorge Juan. Ese mismo día se produjo la detención de otros cuarenta integrantes de dicha organización tras una treintena de registros domiciliarios. Pasaron por las prisions de Ronda de Atocha, de San Antón y, de allí, a Barcelona, donde se encontraron con Alberto Castilla también prisionero como parte del montaje. Los detenidos fueron juzgados por el Tribunal Central de Espionaje y condenados a muerte.

De toda la documentación requisada en aquel registro hay un documento esencial: el plano de situación de los frentes de combate de guerra en Madrid, que Orlov manipuló con el beneplácito de la Dirección General de Seguridad republicana. Lo hizo con un tipo de tinta invisible para incorporar un texto, fechado el 24 de Abril de 1937, en el que una persona relacionada con Andreu Nin le informaba que había cumplido las órdenes recibidas por él, que eran transmitir la información del plano al bando nacional. Además, y como parte de las pruebas acusatorias, se hacía referencia a unos documentos de la cartera personal que, en su rápido rescate por parte de la Gestapo alemana, Nin había perdido.

En Agosto de 1938, en pleno desarrollo de la Batalla del Ebro y cuando ya hacía tiempo que la guerra estaba perdida por la República, algunos elementos clandestinos del POUM, en función de lo que dice Manuel Ros Agudo, se habrían puesto en contacto con la Quinta Columna que operaba en Barcelona. Resultado de la investigación que llevó a cabo este profesor, investigación que publicó en 2016, en el número 28 de la revista “Diacronie. Studi di Storia Contemporanea”, página 13, se afirma algo realmente sorprendente y es la idea de ofrecerse para asesinar a Juan Negrín, presidente del Gobierno, y a Julián Zugazagoitia, ministro de la Gobernación. El proyecto, continúa Ros Agudo, tenía la enorme ventaja de acabar con el gobierno republicano, acortar el fin de la guerra y, de rebote, descargar de responsabilidad al SIPM, pues eran elementos desafectos del POUM y todo quedaría como resultado de las tensiones internas. Desde Noviembre de 1937 el gobierno republicano se había trasladado, tras la ofensiva franquista sobre Valencia, a Barcelona y esta situación favorecía las probabilidades de éxito del que sería un magnicidio de consecuencias imprevisibles. A cambio se pedían pasaportes para los integrantes del grupo ejecutor y un total de cien dólares. El jefe del SIPM, coronel Ungría, autorizó el plan, pero con la condición de que en lugar de Zugazagoitia fuese Álvarez del Vayo, por su clara filiación comunista. Al final, el proyecto no se llevó a cabo, quizás porque, efectivamente la Guerra estaba prácticamente perdida y las reacciones internacionales eran imprevisibles. Era más conveniente, desde un punto de vista eminentemente práctico, esperar a que los acontecimientos hiciesen caer al gobierno republicano más pronto que tarde.

La ofensiva del Ebro se inició a las 00.15 del día 25 de Julio de 1938, tras la orden del General Vicente Rojo. El esquema de la misma ya era conocido por él, pues  partía de un plan que diseñó, como ejercicio de examen  para la Escuela de Estado Mayor del Ejército. La diferencia radicaba en que las fuerzas atacantes pasaban el Ebro, en el proyecto, de Oeste a Este mientras que, en la realidad de aquel mes de Julio, era justo al revés. La ofensiva constituyó una de las pocas ocasiones en que el ejército republicano tomaba la iniciativa porque en la gran mayoría tuvo que actuar a la defensiva frente al avance de las tropas franquistas. Los servicios de inteligencia del bando sublevado llevaban tiempo advirtiendo que algo se estaba preparando cuando los informantes daban cuenta de una excesiva concentración de hombres y material en la zona de Amposta, cerca del Delta del Ebro, pero el mando no consideró alarmantes estas noticias. Tanto es así que el mismo día 25 por la mañana el SIPM recibió una información que situaba la ofensiva en la zona de Sort, provincia de Lérida. La información era falsa y pretendía crear el desconciero pues, horas antes, el ejército republicano ya estaba atacando en tres frentes distintos, todo en base a los planes establecidos. El propio general Franco, despertado de su sueño al saberse la noticia, ordenó el traslado de sus Estado Mayor a la zona de combate.

Tras unos días de avance victorioso de las fuerzas republicanas, en el que se logró sobrepasar un total de sesenta kilómetros hacia el interior, la reacción franquista no se hizo esperar: detención de la ofensiva sobre Valencia y concentración de fuerzas terrestres y de aviación en la zona, que procedió al bombardeo continuado sobre los puentes que se habían construido sobre el Ebro para el paso de las tropas. A los pocos días de ofensiva, el ejército atacante pasó a la defensiva y así se mantuvo hasta el final, cuando en la madrugada del día 16 de Noviembre las últimas tropas republicanas cruzaron el río Ebro, pero en sentido contrario, hacia el mar. La ofensiva del Ebro, considerada como la batalla más importante de toda la Guerra, fue un fracaso militar y significó la muerte lenta de la República. Tanto el presidente Juan Negrín como el general Vicente Rojo sabían que no era una ofensiva para ganar la guerra sino para resistir y esperar un cambio de signo en la coyuntura europea que obligase a Francia e Inglaterra a tomar partido por la República de una forma decisiva. Pero ese cambio no se produjo y la reunión que se llevó a cabo en Múnich, en Septiembre de 1938, dejó resuelta la partida: Hitler y Mussolini consiguieron que Francia y Gran Bretaña accediesen a la repartición de Checoeslovaquia en beneficio del Reich alemán. Con ello el final de la guerra a favor de Franco era sólo cuestión de tiempo.

Terminada la Batalla del Ebro, y a pesar de los esfuerzos de la propaganda gubernamental visibles en las páginas de los diarios de información, donde Negrín seguía afirmando que la República seguía conteniendo al enemigo y que las tropas franquistas sólo habían obtenido pequeños avances, lo cierto es que la moral del ejército y de la sociedad civil estaba por los suelos.  Nadie creía ya en ninguna victoria, el deseo soterrado era que la Guerra acabase cuanto antes y, aquellos que pudieron, tomaron el camino a Francia. El resto se preparó para lo que se presentaba como un tiempo terrible y lleno e incertidumbre. Las tropas de Franco entraron en Barcelona el día 26 de Enero de 1939 y, pocos días antes, el gobierno en pleno había escapado a Francia. El día 12 de Febrero, Negrín y algunos ministros consiguieron regresar a Madrid en un momento en que las tensiones entre los militares republicanos no comunistas y los políticos comenzaron a aflorar con fuerza. En líneas generales los socialistas no partidarios de Negrín, encabezados por Julián Besteiro, estaban por llegar a una paz negociada con Franco. Los comunistas y, especialmente, Juan Negrín seguían defendiendo la resistencia, pues seguían considerando que la guerra mundial no tardaría en estallar. Franco, por su parte, exigía la rendición incondicional. La Quinta Columna de Madrid maniobró para conseguir que el ejército republicano se sublevase contra el gobierno.

Y eso fue lo que ocurrió cuando a través del teniente coronel de José Centaño de la Paz, que estaba en el círculo del coronel Segismundo Casado, pero que también pertenecía a la Quinta Columna, el SIPM contactó con éste último, jefe del Ejército del Centro. Desde finales de Enero de 1939, Casado, que era anticomunista, tomó la determinación de sacar a Negrín del poder. A través de otro quintacolumnista, Antonio de Luna García, y siguiendo las instrucciones del SIPM puso en contacto a Julián Besteiro con Segismundo Casado, que por otra parte ya estaba en contacto con Franco mediante la acción de Diego Medina, su médico personal y miembro de la Quinta Columna, para llegar a una paz honrosa. De esos contactos salió la decisión de dar un golpe de Estado contra el gobierno republicano, hecho que se produjo el 5 de Marzo de 1939. Casado, junto a Besteiro, los generales Miaja, Matallán y Menéndez, se trasladaron a la sede del Ministerio de Hacienda, junto a la Puerta del Sol, y allí se constituyó el Consejo Nacional de Defensa. Mediante la lectura de un Manifiesto que se transmitió por radio se declaraba la ilegitimidad del gobierno de Negrín. Estalló, entonces, una guerra dentro de otra guerra que librarían las fuerzas de Casado y las del ejército que se mantuvo fiel al Partido Comunista. Esta guerra, iniciada el 6 de Marzo acabaría muy pronto, el 12 de Marzo, sin un resultado definitivo pues se acordó el fin de los combates, no tomar represalias, canje de prisioneros y que los mandos continuaran en sus puestos. El mando franquista siguió con atención el desarrollo de los acontecimientos, consciente de que esa guerra interna sólo tenía un beneficiario, que era Franco. El 28 de Marzo, dieciséis día después, sus tropas entraban en Madrid, tras dos años y medio de asedio. Cuatro días más tarde, el 1 de Abril, Franco firmaba el último parte de guerra que se emitió durante todo el día desde Radio Salamanca. La Guerra había terminado y, los que antes habían estado escondidos o actuando en la clandestinidad, iniciaron un trabajo a cara descubierta de registros, detenciones, interrogatorios, denuncias, de la misma forma que, en Barcelona, venía sucediendo desde el 26 de Enero.

Los personajes que han ido apareciendo a lo largo de esta historia, militares, espías, diplomáticos, políticos, hombres y mujeres mejor o peor situados a nivel social, corrieron suertes diversas: desde la muerte por sus acciones   hasta la cárcel. Algunos pudieron volver del exilio y, con mejor o peor fortuna, fueron adaptándose a la nueva situación tras el fin de la Guerra, muriendo finalmente. Han tenido que pasar muchos años tras la muerte de Franco para que la investigación histórica los rescate de un olvido injusto pues combatieron en silencio, equivocadamente o no. 

He dejado para el final una pregunta: ¿qué fue de aquella hermosa mujer, Elena Medina Lafuente de Garvey, con la que inicié esta historia? Ella misma contó que un hermano suyo, Francisco Medina, murió en un accidente el 21 de Julio de 1936 cuando el avión que pilotaba bombardeaba la localidad sevillana de Herrera, que se había mantenido fiel a la República. El avión fue tiroteado y sus dos ocupantes murieron tras un breve combate en tierra. La localidad sevillana estaba gobernada por un Comité de Milicias, anarquista. Días más tarde Elena Medina, mujer de carácter y fuertemente comprometida con la sublevación, como ya he explicado, llegó en un coche decorado con banderas y símbolos anarquistas y se presentó vestida como miliciana. Acudió al Comité del pueblo para pedir que hiciesen una lista de personas que habían participado en el derribo del avión con objeto de que el gobierno de la República premiase a los valientes vecinos que habían participado en el derribo y muerte de los ocupantes. Anotó los nombres y, el 31 de Julio, el comandante Castejón, al mando de una compañía de la Legión y tristemente famoso por la brutalidad empleada en la represión, llegó a Herrera y fusiló a los integrantes de la lista. Por lo que parece fueron noventa y seis las personas que se ejecutaron y cerca de trescientas las que consiguieron huir.

En la entrevista publicada por “El Diario de Sevilla” el día 10 de Diciembre de 2012, el historiador valenciano Nicolás Salas, fallecido en 2018, afirmaba haber conocido a Elena Medina en Madrid, donde tenía un estanco, en el Paseo de la Castellana. Al parecer, y siempre según Salas, tuvo un hijo de soltera con un hermano del Cardenal Ángel Herrera Oria. Esta situación la llevó, en aquella España ultracatólica y en una familia de rancio abolengo como la suya, a tener que tomar una decisión dura y difícil: abandonar Sevilla e instalarse en Madrid con su hijo, a quien puso por nombre José María, nombre que aparece reflejado en el árbol genealógico familiar de los Garvey.

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José Miguel Hernández López. Barcelona.
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 15 Junio 2020.