Lecciones de la Gripe Española de 1918-1920 – por Mariano López de Miguel

Camp Funston, en Fort Riley, Kansas 1918, durante la Gripe Española - Wkimedia Commons

La mal llamada “Gripe Española” mató en poco más de 2 años (de Enero de 1918  Diciembre de 1920) a no menos de 50 millones de personas por todo el globo, lo que en términos totales sería el 0,8-1% del total de la población mundial presente en esa época. ¿A qué se debe pues, que se la conozca como “influenza de España” y por qué es un término incorrecto? Hemos pues, de situarnos en antecedentes. Ya desde mediados-fines de la Gran Guerra (aproximadamente en los años de 1916 y 1917), diversos especialistas médicos del ejército de Su Majestad Imperial en el Reino Unido observaron distintos brotes de una pandemia poco común. Tanto por su virulencia, como por su rápida y veloz expansión -se la localizó en sitios tan alejados y dispares, como eran el Hong Kong británico, la Península del Sinaí aún bajo control Otomano o el centro de Europa-. No pocos informes de la época, situaron el inicio de la pandemia en la Bretaña Francesa o las zonas costeras de China, todo ello antes de 1918. La realidad es que el primer caso documentado, fue en la base militar de Fort Riley en el estado de Kansas, EEUU, el 4 de Marzo de 1918. Pocos días después, el virus pasó a España. Este país fue una nación que permaneció neutral durante la Primera Guerra Mundial y por ello, no se aplicaba la censura o limitan libertades en la prensa o publicación de datos. Siendo pues, el único país que dio datos y publicaciones fehacientes de la pandemia, amén de ser uno de los más afectados (las cifras más conservadoras hablaban de 200.000 muertos, las menos optimistas, en torno a 550.000 víctimas y casi 6 millones de infectados), causaron que de un modo lesivo la prensa mundial hablase del virus como “Gripe Española”, con los consiguientes agravios y oprobios tanto socioeconómicos como culturales, que esa denominación causaba.

La sanidad española se encontraba con una carencia casi total de recursos, lo que impedía localizar los focos reales de contagio, los orígenes de la transmisión y su tratamiento. Exactamente un siglo después, salieron a la luz informaciones verificadas acerca de la situación real: “Ahora sabemos que fue causado por un brote de influenza virus A, del subtipo H1N1. A diferencia de otros virus que afectan básicamente a niños y ancianos, muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos saludables entre 20 y 40 años, una franja de edad que probablemente no estuvo expuesta al virus durante su niñez y no contaba con inmunidad natural.

Fiebre elevada, dolor de oídos, cansancio corporal, diarreas y vómitos ocasionales eran los síntomas propios de esta enfermedad. La mayoría de las personas que fallecieron durante la pandemia sucumbieron a una neumonía bacteriana secundaria, ya que no había antibióticos disponibles. Sin embargo, un grupo murió rápidamente después de la aparición de los primeros síntomas, a menudo con hemorragia pulmonar aguda masiva o con edema pulmonar, y con frecuencia en menos de cinco días” [1]

Uno de los principales problemas vividos durante esta emergencia sanitaria en España, fue la carencia de instrumentos de contención, a pesar de que, en esos dos años de pandemia, se popularizó la mascarilla de gasa y tela reforzada. Pero que acabaría siendo de escasa o nula ayuda ante el confinamiento masivo de enfermos o sintomáticos en hospitales de campaña, con separación muy limitada, espacios más que reducidos, condiciones higiénicas casi nulas, junto a la masificación de morgues y cementerios, donde los cuerpos o restos humanos no eran dispuestos en mortajas que pudiesen evitar la propagación de la gripe -desde 1925 en consenso, muchos países optaron por la cremación de cuerpos durante ciclos de pandemias, por si el virus podía ser capaz de sobrevivir en tejidos post mortem-. Lo más curioso en el caso de esta influenza, es que (al menos en el caso español), tal como llegó, desapareció entre la primavera y verano de 1920. Según un estudio dirigido por el doctor Michael Worobey, de la Universidad de Arizona “En lo relativo a la gran pandemia de gripe de 1918, ha sido un misterio de dónde vino ese virus, por qué era tan grave y, en particular, por qué mató a adultos jóvenes en la flor de la vida. Una gran pregunta sería cuáles fueron los ingredientes de esa calamidad y si debemos esperar a que suceda lo mismo en un futuro o si hubo algo especial en esa situación”. Lecciones de vida, que quizás debiéramos aprender y aplicar, o bien volver nuestra mirada hacia el pasado más reciente, ahora que nos encontramos ante una pandemia similar como es el Covid-19, que en nuestro país se ha cobrado hasta el momento la terrible cifra de más de 27.000 fallecidos en dos meses de crisis sanitaria, a la par que crisis social y económica. Como dijo el profesor Worobey, “Lo que tenemos que hacer ahora es tratar de validar estas hipótesis y determinar los mecanismos exactos involucrados para aplicar ese conocimiento en mejoras para prevenir que las personas mueran de la gripe estacional y futuras cepas pandémicas” [2].  

Lógicamente el contexto geopolítico en el cual se desarrolló la pandemia, no era ni mucho menos, halagüeño. El mundo salía de la “Guerra que iba a acabar con todas las guerras”, cuyo triste balance de bajas, sumaba un total de 15 millones de muertos entre soldados y civiles. Nadie esperaba que un “nuevo enemigo” diezmase a un 1% de la población global y contagiase asimismo alrededor de 500 millones de personas, o un tercio de la población mundial, sin distinción de credo, etnia o fronteras. En el año de inicio de la pandemia, las autoridades sanitarias y científicas no habían definido el esquema relativo a los virus, por ello, no existían pruebas de laboratorio para diagnosticar, detectar o caracterizar los virus de la influenza. Igualmente, la metodología para prevenir y tratar la nueva enfermedad tenía muchas limitaciones. Las vacunas para protegerse contra la infección, así como los medicamentos retrovirales para tratar la enfermedad, eran inexistentes, menos aún se disponía de antibióticos que buscaban frenar las infecciones bacterianas de matriz secundaria, como era la neumonía. Los esfuerzos pues para prevenir la propagación de la enfermedad, se limitaron a intervenciones como la implementación de una buena higiene personal, el aislamiento obligatorio, la cuarentena y el cierre de lugares públicos como fueron escuelas y cafés. Sin duda agua, uno de los grandes avances que se desarrollaron desde la pandemia de 1918, fue la incorporación de los antibióticos para tratar las infecciones bacterianas secundarias como era el caso de la neumonía.

En EEUU, su servicio de salud pública imprimió millones de folletos con información sobre el virus y recomendó una serie de medidas para evitar, así como para tratar la enfermedad. Se prohibió el uso o presencia de escupideras en cafeterías y salones, junto a que se fomentó la ventilación de los espacios techados o cerrados. Tras ser duramente golpeadas por la influenza, las ciudades de Seattle y Filadelfia aplicaron “medidas de choque y contención” que mostraron una dura -pero necesaria- lección: la imposición de medidas de confinamiento, así como la obligatoriedad de las mascarillas y la cuarentena de las personas contagiadas, tanto enfermas como asintomáticas, salvaba vidas. Por último, se debe incidir en que no pocos, se opusieron a las medidas impuestas por las durante la pandemia de gripe de 1918-1920. Los líderes religiosos adujeron, que dentro de un contexto de pandemia, los servicios de culto eran absolutamente necesarios para atender a las necesidades de sus feligreses. Hubo otros casos como los citados por la profesora de Historia en la Universidad de Puget Sound, Nacy K. Bristow, siendo el más llamativo el de la ciudad de San Francisco donde surgiría una «liga antimascarillas”. La misma autora indicó en su obra American Pandemic: The Lost Worlds of the 1918 Influenza Epidemic and Steeped in the Blood of Racism que “Las autoridades que no se doblegaron son las que obtuvieron mejores resultados. Estudios de académicos del Centro de la Historia de la Medicina de la Universidad de Michigan y de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades evidencian que la imposición «temprana, sostenida y estratificada» de intervenciones no farmacológicas como el distanciamiento social funcionó en 1918, ralentizando el ritmo de la pandemia y reduciendo las tasas de mortalidad.”   

Anotaciones:

Mariano López de Miguel. Madrid
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 19 Mayo 2020.