En una fría noche de invierno de 1775 irrumpe el coche de caballos que conduce hacía Dover, el enclave en el que hace cientos años -como hoy mismo- embarcaban los ingleses con rumbo a Calais a través del Canal de la Mancha para pisar el continente. En este rudimentario pero efectivo medio de transporte va un hombre de la Banca Tellsone con una misión especial en Paris: encontrar a un antiguo cliente que estuvo encerrado en una mazmorra y que ahora está desahuciado en todos los sentidos para ponerlo a salvo al otro lado del canal. Pero cuando todo parece marchar bien para Alexandre Manette, su hija Lucie, y Charles Darnay, el pasado que pensaban que habían dejado atrás provoca que todo se tuerza y los acontecimientos se precipiten.
Francia hacia finales de siglo XVIII es un país en el que la aristocracia que rodea al monarca aprieta y abusa de su pueblo hasta el límite con impuestos y agravios que sumen a este pueblo paciente del que hablamos en la pobreza más absoluta material y espiritual. No es que el Londres coetáneo fuera mucho mejor para la mayoría, pero desde hacia al menos cien años los ingleses ya tuvieron su revolución que dejó sujetado al Rey del Parlamento: los derechos de familia pasaron a darse la mano con una incipiente burguesía que al lado del Estado, promovieron primero, las compañías comerciales, y luego un Imperio, que se mantuvo en pie formalmente hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. En el Londres del siglo XVIII más que apretarte la aristocracia lo hacía el vil metal de un incipiente capitalismo mercantil que llevará a cabo la Revolución Industrial de la que tanto también habló Dickens en Tiempos difíciles o Grandes Esperanzas. En Francia este Antiguo Régimen hacia aguas y en las páginas de la novela, lentamente, pero sin pausa, vamos intuyendo que tiene los días contados. Jacques lo hará posible. La Revolución americana en contra del Rey inglés (realmente del Parlamento), en la que participaron tanto la armada francesa como librepensadores, fue la antesala de la Revolución francesa, que lo transformará todo en Europa. Pero esa revolución en Francia que hizo que el Tercer Estado que «hasta entonces no había sido nada y desde ahora lo será todo» irá mucho más allá socialmente de lo que proponían los burgueses girondinos: en el momento en que el pueblo de Paris asalta la prisión de la Bastilla en 1789 toma conciencia que el presente está en sus manos. De ahí que este pueblo con el corazón en un puño lleno de ansias de libertad, igualdad, y fraternidad, toma el control del poder con todas sus nefastas consecuencias.
Y es aquí cuando Dickens comprendiendo todo no nos puede hablar bien de un pueblo lleno de rencillas y ansia de venganza que ejecuta con la guillotina a los aristócratas, dando igual si han cometido crímenes o abusos, pero también a todo aquel sobre el que se asome la más mínima sospecha de connivencia. Ésta es la República del Terror de Robespierre y los jacobinos, que tuvo menos de un año de duración (entre septiembre de 1793 y la primavera de 1794), a la que Dickens añade la muerte a la libertad, igualdad, y fraternidad. En este periodo especial del que nos habla la novela nos encontramos puestos de control, ciudades cerradas, salvoconductos, y algaradas; escasez de alimentos y de todo tipo; tribunales revolucionarios en manos de un pueblo que sería capaz de castigar a sus propios familiares por traición a la República.
Cada cual siguió el compás con estrépito; la masa se dividió en filas a lo largo de la calle, y los danzantes de ambos sexos empezaron a correr con la cabeza baja y las manos levantadas, lanzando espantosos alaridos. Ningún combate podía ofrecer un espectáculo tan desgarrador como esta diversión degenerada que pasaba de la inocencia a la embriaguez demoníaca, como este pasatiempo saludable convertido en un medio de excitar la sangre, de extraviar el alma y de endurecer el corazón. La gracia que no dejaba de tener lo hacía más feo aún, y demostraba hasta qué punto habían podido rebajarse y pervertirse las cosas más puras. Aquel pecho virginal, del cual estaba desterrado el pudor, aquella linda cabeza casi infantil, estremecida por la convulsión de una alegría rencorosa, y aquel pie delicado bailando con paso ligero en el cieno ensangrentado, representaban la demencia de aquella época desquiciada.
Este es el baile de la carmañola que nos describe Dickens. Y en medio de todo esto nuestro hombre de la Banca Tellsone poniendo a resguardo las propiedades de estos aristócratas que han caído en desgracia. Sin embargo, no deberíamos sancionar la Revolución francesa sólo por este tipo de cosas tirándola al basurero de la Historia: el proceso revolucionario que se inspiró en las ideas de la Ilustración y que terminó con el Antiguo Régimen en Francia, que después de varias etapas se cerrará con el Imperio de Napoleón, fue necesario para que Europa entera se emancipara de su servidumbre y se hiciera adulta. Los derechos, libertades, y obligaciones que hoy tenemos en nuestras sociedades democráticas ahí tienen su origen. Los derechos del hombre y de la mujer, también. El pasado, efectivamente, no fue mejor, la servidumbre hacia el feudo del señor, la represión clerical, las guerras entre los nobles y las guerras de religión mataron a centenares de miles de personas (apuntemos aquí la Guerra de los Cien Años y la Guerra de los Treinta Años), las epidemias y el hambre a millones.
Para quién quiera acercarse a este periodo histórico y entender algo del mismo esta novela puede aportarle muchas cosas, quizá os motive a acercaros a otras obras de este importantísimo momento, que como decíamos resuena hasta nuestros días. En cuanto a la multitud de tramas que aparecen mágicamente terminan confluyendo en un final espectacular del que aquí no desvelaremos nada. Decir más ya estaría de más. Podéis encontrar Historia de dos ciudades en cualquier parte, pero yo desde aquí os recomiendo la edición de la Editorial Alba en su colección Clásicos Minus, muy bien cuidada y por un precio más que aceptable, que a fin de cuenta es la que he leído.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Mayo 2020.