Desde hace muchos, no hay verano en que el Sur llegue al Norte. Primero fueron los africanos subsaharianos que después de andar durante meses alcanzaban los montes del Riff para atreverse a cruzar con pateras a la costa andaluza y a las Islas Canarias. Puede que recuerden aquel año en el que docenas de cayucos eran lanzados desde barcos nodriza que salían de Senegal muriendo muchos ahogados en el Océano Atlántico. Luego llegó el deporte del salto de la valla en Ceuta y Melilla.
Con la destrucción del estado libio y el mismo intento sobre el sirio que gobierna militarmente un país en llamas y en ruinas el efecto se ha multiplicado. Todo el territorio libio se ha convertido en un gran espacio en blanco, como si fuera una terra incognita, que nos retrotrae más de cien años atrás en la historia. Este territorio es un inmenso corredor gestionado por las mafias de trata de seres que asían su llegada al Mar Mediterráneo, con la esperanza de alcanzar la costa italiana, o los barcos de voluntarios que les asisten, si no se ahogan antes en el mar. Lo que queda de Siria ha producido 11 millones de desplazados internos que se apretujan en la zona gubernamental, y 5 millones de refugiados que permanecen a la espera y sin expectativas en campos de refugiados en Turquía, El Líbano y Jordania.
Muchos de esos refugiados lograron alcanzar las islas griegas donde también se amontonan, y los más afortunados intentaron avanzar por los Balcanes, antes de que los países europeos levantaran un nuevo telón de acero con alambradas y patrullaran las fronteras, para alcanzar los estados escandinavos, y sobre todo una benévola Alemania, que permitió aceptar un millón de estas personas, para revitalizar su mercado laboral. Pero todo aquello que impulsó Angela Merkel se terminó con el ascenso de la ultraderecha y la trasferencia de millones de euros a Turquía para que retenga a los refugiados en su territorio a porrazos si es necesario. No hace falta mirar tan lejos porque en la frontera sur de nuestro país tenemos situaciones equiparables: en las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla se alzan alambradas a las que ahora van a quitar las concertinas para que los que las salten no se desgarren sus miembros.
La perspectiva del éxodo no es fácil, sobre todo para los que lo viven. En cuanto a nosotros todo dependerá de en donde apuntemos con el objetivo. Pero hay dos posiciones que sobresalen del resto: la que por humanitarismo quiere acoger a los refugiados e inmigrantes económicos, y la que no quiere acogerlos por considerar que esta inmigración es una amenaza económica y cultural. Entre los primeros los hay que argumentan que los inmigrantes revitalizan la economía y que son necesarios para mantener y aumentar las nuevas generaciones de europeos, con las que pagar el Estado del Bienestar en una Europa que no tiene crecimiento demográfico, sin cuestionarse estas mismas personas porque se da esa circunstancia. La mayoría de los segundos argumentan lo contrario: esta inmigración desestabiliza el mercado laboral por ser una competencia desleal al aceptar contratos de hambre, por acaparar ingentes recursos públicos, y por representar además una amenaza cultural por no asimilarse a la cultura aborigen, sin cuestionarse que el continente europeo se ha forjado históricamente con las grandes migraciones.
Josep Borrell, Ministro de Asuntos Exteriores, ha llegado a decir que el reto de la inmigración si no se aborda concertadamente «puede llegar a disolver la Unión Europea». El coronel en la reserva Pedro Baños es de la misma opinión. En una Europa de más de más de 500 millones habitantes unos cuantos millones de refugiados son una minoría, pero sin embargo si solo son aceptados por los estados fronterizos, pueden llegar a convertirse en un problema por no ser atendidos adecuadamente. Esta es la razón que explica en algunos casos la formación de gobiernos nacionalistas de tintes xenófobos, como el italiano, que después de acoger a un importante número de inmigrantes, hoy se oponen frontalmente a recibir más. Cuando el fenómeno es interpretado como una amenaza tanto económica como cultural en países que han obtenido recientemente tanto su soberanía como una bonanza económica a través de las ayudas europeas, tenemos la explicación para las actitudes de los gobiernos polaco, húngaro y checo, aunque no hayan recibido ninguno de estos refugiados.
Finalmente, cuando Europa decida afrontar unitariamente este fenómeno migratorio si no quiere desintegrarse, tendremos que reflexionar sobre sus causas y buscar soluciones. Como se ha dicho infinitamente el problema se ha de solucionar en su origen. Y ahí entra la cooperación y desarrollo internacional. Pero con mucho cuidado en no caer en propuestas disparatadas que provoquen un mal mayor, esta vez en las dos orillas del Mediterráneo. No hay que perder de vista que sólo en el continente africano viven 1.000 millones de personas y en 50 años la cifra puede duplicarse hasta llegar a los 2.000 millones. No habrá tampoco quién nos responsabilice por nuestro pasado colonial, pero la historia al ser pretérita ya no se puede cambiar, y donde debemos actuar es en nuestro presente. Algo tan básico como no fomentar más guerras como las arriba mencionadas, no esquilmar sus recursos naturales disrumpiendo sus sociedades, y promover una buena praxis que no promocione a una clase política corrupta en estos países, sería un buen inicio.
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Este texto ha estado motivado por el curso Conflictos armados, construcción de la paz y cooperación internacional de la Universtitat de Barcelona, celebrado en el Centro Cultural Metropolitano Tecla Sala de L’Hospitalet de Llobregat, coordinado por José Luis Ruiz Peinado y Gemma Celigueta.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 9 Julio 2018.