La montaña ordinaria* – por Francesc Sánchez

Lo primero que deberíamos tener en cuenta es que siempre ha existido la globalización. Tanto da que hablemos de las ideas y el conocimiento como de lo más material. Han habido siempre intercambios culturales. Y también comerciales. Podríamos relatar toda la historia de la humanidad en términos económicos. La actividad económica que va más allá de las fronteras de un país determinado. La diferencia en el mundo en que vivimos estriba en la versatilidad y la rapidez de las comunicaciones, en la pérdida de protagonismo de los estados, y en la caída del velo que nos hacía pensar que se cuidada de los súbditos, luego ciudadanos, de cada uno de estos estados. En la película 55 días en Pekín de Nicholas Ray tenemos una zona internacional donde se encuentran las embajadas de las potencias que están ocupando la China con su poder económico y sus soldados. Con la reacción de los bóxers contra los extranjeros que cuenta con la aquiescencia imperial no se sabe qué hacer. Se teme que si responden les expulsen y se teme que la ruptura del acuerdo tácito entre las potencias para mantener el estatus quo lleve a un enfrentamiento entre estas mismas potencias.

Ahí lo tenemos todo. Los prolegómenos de lo que fue la Primera Guerra Mundial, una guerra en el continente europeo, pero también en las colonias, por querer cada potencia quedarse con el trozo de pastel que tenía otra potencia. Eran otros tiempos, el de los imperios coloniales, y efectivamente también existía la globalización, lo llamaban mundialización. La diferencia es que la defensa del poder económico la hacía el estado y la defendía por las armas. Por esa razón a muchos términos como proteccionismo, aislacionismo, y nacionalismo les produzca urticaria. Porque saben que eso fue también lo que llevo a gran parte de la humanidad a las guerras mundiales. Pero vale la pena tener en cuenta que el orden mundial instaurado tras la Segunda Guerra Mundial no es el que tenemos hoy. Fue un momento de optimismo, en el que se aceptó el funcionamiento las Naciones Unidas y se levantó bien en alto la Carta de los Derechos Humanos, pero que desapareció al comprobarse que se iniciaba la Guerra Fría y que al finalizar ésta no sólo el mundo no se unió si no que desde los estados se delegó totalmente “la carga del hombre blanco”, que decía Kipling para justificar el imperialismo, a las multinacionales.

Los Acuerdos de Bretton Woods de 1944, que fueron el embrión del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, establecían que el mundo libre iba a dejar atrás el proteccionismo e iba a adoptar el librecambismo, una filosofía que al hacer el mundo interdependiente alejaría los enfrentamientos del pasado. A muchos les pareció y les sigue pareciendo una buena idea. Pero la globalización que tenemos hoy tal como la entiendo es un asunto generado y operado por las grandes multinacionales defendidas por las Jefaturas de Estado del Primer Mundo. Queda lejos de Star Trek de Gene Roddenberry (la auténtica) y se parece mucho a Alien el Octavo Pasajero de Ridley Scott. Por la búsqueda de nuevos mercados se puede sacrificar a la propia tripulación. El mantra hegemónico dice que la globalización ha generado y ha repartido la riqueza levantando las economías de países empobrecidos, pero se dice menos que sus efectos más nocivos son la destrucción de países enteros y la expulsión de millones de refugiados tradicionales (por su condición política, religiosa, o étnica) y económicos (por su condición de miseria). Contemplen las fotografías de Éxodos de Sebastião Selgado. Cuando estas grandes multinacionales se llevaron la industria al Tercer Mundo por haber ahí sueldos de hambre y una inexistencia de leyes laborales sus efectos más nocivos llegaron también al Primer Mundo.

Las estadísticas de muchos de estos países del Tercer Mundo muestran unos índices de desarrollo nunca visto, pero no aguantan la comparación con las de los países del Primer Mundo. Millones de personas, como sucedió en el pasado en occidente, pasaron de vivir en el campo y trabajar en economías de subsistencia, a vivir en los suburbios de las grandes ciudades en economías industriales de libre mercado. Puede que con ese gran desarrollo muchos se estén refiriendo a las historias de Charles Dickens cuando nos describía la desaparición de un mundo y la llegada de uno nuevo con la Revolución Industrial. Es toda una paradoja que las naciones que lanzaron la globalización económica hoy en sus ciudadanos reciban lo peor de la misma y terminen convirtiéndose en fervientes nacionalistas por puro materialismo. Por lo tanto, en efecto hay una tendencia hacía la nivelación entre las economías de naciones y pueblos, pero esta es hacía la miseria no hacía una economía de la abundancia para todos.

Es toda una paradoja que la Dictadura comunista de China, con su enorme crecimiento y desarrollo, se muestre como el ejemplo a seguir para el libre mercado y la globalización. Puede ser que la igualdad entre capitalismo y democracia no sea exacta. De hecho, creo que es probable que sin capitalismo no pueda haber una democracia liberal, pero estoy completamente seguro de que puede existir capitalismo sin democracia. A los hechos me remito. No hace falta mirar muy lejos. Todo esto venía por lo de Foro Económico Mundial de Davos. El lugar donde hoy las naciones emergentes que económicamente en el pasado no eran nada piden que se les escuche como alumnos aventajados y los maestros les cierran la puerta en las narices porque no quieren perder su posición.

*Thomas Mann en 1924 escribió La montaña mágica, probablemente su principal obra, que tenía como escenario un sanatorio cerca de la localidad de Davos en los Alpes suizos, y que alertaba sobre el advenimiento de los totalitarismos.

Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 29 Enero 2018.