
Cada vez son más numerosos los estudios sobre el, siempre tan llamativo y atrayente, tema de la brujería.
Y cada vez, son más las historiadoras y filósofas que desentrañan los misterios de la brujería medieval y moderna para hacernos saber qué era lo que realmente pasaba y pasó entonces. Cuáles eran los verdaderos motivos por los que se condenó a la hoguera a alrededor de 60.000 mujeres con la excusa de la brujería.
En el tema de la brujería hay dos caras: la real y la supersticiosa.
La supersticiosa atañe a quienes realmente creían en la existencia del demonio, seres sobrenaturales malignos y personas, generalmente mujeres, que fraguaban pactos demoniacos para hacer el mal. De hecho nos han llegado multitud de libros con recetas mágicas para hacer sortilegios y demás rituales sobrenaturales, además de practicar los diversos tipos de magia. No hay duda que en plena vorágine de búsqueda y captura se hallaran casos de mujeres que realmente creyeran ser brujas. Además de libros escritos por monjes que describen a las brujas, sus pactos y su magia con el fin de darles caza como el Malleus maleficarunt de Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger.
Eso era lo que preocupaba a ciertos personajes eclesiásticos, que no a todos, a lo largo de la historia, y teniendo en cuenta que la población era eminentemente analfabeta, ya tenemos el caldo de cultivo para la represión, especialmente en países de religión protestante, pues fue donde se realizó la caza de brujas más cruenta.
Luego tenemos la cara real del tema. ¿Quiénes eran las brujas? Sí que es cierto que también se buscó, condenó y quemó a hombres acusados de hechicerías, pero por lo general fueron mujeres en la mayoría de los casos.
La mujer siempre ha sido sanadora, comadrona, conocedora del poder de las hierbas, cuidadora, pero sus conocimientos siempre han quedado fuera de los círculos académicos y médicos y han sido excluidas del saber científico y oficial. Lo que no fue suficiente para frenarlas y transmitir sus conocimientos de forma oral.
Además, al ejercer de nodrizas y parteras y tener conocimientos en alquimia, botánica y anatomía, especialmente femenina, conocían la sexualidad y la reproducción por lo que ayudaban a la comunidad creando recetas para curar: «en el mundo medieval, lleno de horrores, injusticias y arbitrariedades, las brujas fueron el producto de la desesperación del pueblo, que encontró en ellas las únicas que podían remediar sus males físicos» (Melgar, 2010).
En la obra Satanismo y magia de Julies Michelet se recogen estas palabras: “Los domingos, después de misa, muchos enfermos se acercaban (a las iglesias) implorando socorro, pero sólo recibían palabras: Has pecado y ahora sufres el castigo de Dios. Debes darle gracias, pues así disminuyen los tormentos que te esperan en la vida venidera. Sé paciente, sufre y muere. ¿No tiene acaso ya la Iglesia sus oraciones para los difuntos?”, ciertamente la Iglesia, sobre todo medieval, siempre ha defendido el dolor como medio para ganar la entrada al paraíso, como remedio para pagar por los pecados. Así, los vecinos de la comunidad las veían como mujeres sabias capaces de mitigar un dolor que las oraciones no mitigaban, pero las autoridades las veían más como charlatanas o brujas. Los estereotipos típicos de bruja les fueron colgados con el tiempo para crear pánico colectivo.
Lo que realmente alertaba a la comunidad eclesiástica de estas mujeres era precisamente esa sabiduría que las hacía dominar la procreación con remedios anticonceptivos y abortivos pues abortar irá pecado mortal lo que llevaba a las mujeres a ejercer una sexualidad más libre y por tanto a poner en riesgo la hegemonía del varón, unido a que eran mujeres que no se sometían a ningún hombre, marido o padre, las hacía especialmente peligrosas para la Iglesia, pero sobre todo, para las autoridades laicas. No se toleraba la libertad femenina.
Por eso, cuando llegaban momentos de dificultades, epidemias, malas cosechas, hambrunas, etc, era fácil acusar a las mujeres “raras” de todos los males de la comunidad. Cuando todo iba bien, ellas les servían de ayuda, pero cuando iba mal eran las culpables. Esta forma de actuar cuajó mejor en los territorios protestantes que en los católicos, pues la Iglesia Católica estaba en contra de culpar a las brujas de las desgracias naturales ya que éstas eran obra de Dios y él lo hacía por algún motivo, lo que había que hacer era rezar más, no se le podía atribuir su obra a las brujas.
De hecho, a principios del siglo XVII, la Inquisición española introdujo en el norte de España la hoguera otra vez, hubo miles de acusados de brujería, incluido el famoso caso de las brujas de Zugarramurdi, pero no llegó la sangre al río gracias al inquisidor Salazar cuyo informe, sobre dichas acusaciones, terminaba diciendo “no hubo brujas ni embrujados hasta que se empezó a hablar y escribir de ellos”, por lo que los territorios católicos fueron en cierta medida zona de salvación de aquellas acusadas de tal delito, pues aunque hubo algunas condenas por brujería, en España 59, en Italia 36 y en Portugal 4, en relación a la ingente cantidad de acusaciones el porcentaje fue mínimo, y gracias al inquisidor Salazar en España se dejo de condenar a muerte o duras penas a mujeres acusadas de brujería.
Al hablar de brujería, se habla de brujas, tras lo ya señalado, se suman los datos, aún faltando documentación, se estima que fueron quemadas solo en centro Europa entre 40.000 y 60.000 mujeres, que constituían el 75% y el 90% de los condenados; en España los 59 condenados por brujería fueron hombres y mujeres aproximadamente a partes iguales.
Las causas para esta atroz caza son diversas. La más característica era la de combatir a las mujeres que ejercían la medicina, a las sanadoras y curanderas, por suponer una fuerte competencia a los médicos «oficiales».
Las sanadoras tenían mayores y mejores conocimientos médicos del cuerpo humano de hierbas etcétera que los verdaderos médicos licenciados que eran más supersticiosos que otra cosa; por ejemplo, en Gran Bretaña, los médicos se quejan ante el Parlamento de las «indignas y presuntuosas mujeres que usurpan la profesión», y solicitan que se multe y encarcele a toda aquella que intentara ejercer la medicina, así, fueron haciéndose en todas partes con el monopolio de esta profesión, a excepción de la obstetricia que seguirá siendo una labor femenina.
Por eso eran la verdadera competencia a un oficio que los hombres deseaban y deseaban el monopolio. Este y otros factores desencadenaron la caza de brujas, orquestadas por la iglesia, con sus razones, el Estado, con las suyas, y la profesión médica por esa razón.
La Iglesia legítima las quejas de los médicos profesionales «una mujer que tiene la osadía de curar sin haber estudiado es una bruja y debe morir», o sea, siempre, porque pocas o ninguna mujer tenía la posibilidad de estudiar, las universidades les tenían prohibido el acceso a las mujeres, salvo excepciones, como las médicas Salernitanas, a las que pertenecía Trotula y eran famosas por su buen hacer. También se le atribuye a la Iglesia esta otra cita: “nadie causa mayores daños a la Iglesia Católica que las comadronas”.
Las cazas de brujas desacreditaron muchísimo a estas sanadoras y curanderas, que aunque no desaparecieron del ámbito local y rural, quedaron reducidas a la superchería.
Pero los motivos de la Iglesia para esto, no son otros que el sometimiento de la mujer, pues éstas eran independientes, muchas eran solteras o viudas, mujeres emancipadas que no se sometían a la voluntad de ningún marido y además se mantenían a sí mismas. La Iglesia no quería mujeres así, las quería a todas sumisas al varón, porque si permitía su existencia, creían que ellas pervertirían a otras mujeres y las inspiraría a seguir su mismo camino.
Los motivos estatales, y haciendo referencia a Federicci, vendría a significar que ante el creciente capitalismo y su necesidad de mano de obra, se pretendía someter a la mujer para que se dedicara casi exclusivamente a la procreación de más mano de obra y, ya de paso, a la sexualización del trabajo, siendo una vez más legitimado por la Iglesia.
Todo nos lleva a pensar que las cazas de brujas no fueron sino una herramienta de represión poblacional revestido de varias excusas para someter y controlar a la población en general y a las mujeres en particular, para guiarlo hasta la consecución de sus propios intereses. Como el caso de las brujas de Salem.
Las brujas de Salem jamás existieron. Fue un burdo montaje de uno de los habitantes más adinerados para quitarse de en medio a sus enemigos, haciendo fingir a las mujeres de su casa que padecían encantamientos de brujas y así iban acusando a las personas del pueblo que obstaculizaban sus intereses, y como no, casi siempre eran las mujeres de los hombres que los entorpecían. Pues si un hombre tenía en su familia a una bruja, él quedaba irremediablemente condenado al ostracismo y sus bienes, expropiados. Cosa que también ocurría en Europa.
Según las víctimas, se les aparecían en espectro y las atormentaban, este pánico llegó a contaminar a otras mujeres y cayeron en esa cadena de maleficios cuando en realidad era un caso de pánico colectivo y búsqueda de atención. Los acusados, debido a la cárcel y tratos con los jueces, confesaban y acusaban a otras «brujas» a cambio de salvar su vida, aunque no siempre por ese hecho esquivaban a la horca.
Como el resto de cazas de brujas, que ya apuntaba antes, se llevaron a cabo para atender a los intereses de ciertos colectivos en detrimento de las mujeres, que fueron las principales víctimas de estos atropellos. Así, con una simple acusación de brujería, y con el apoyo de la iglesia, quien fuera podía quitarse de en medio a sus contrincantes.
Bibliografía:
– Federicci, Silvia: Calibán y la bruja. Traficantes de Sueños, D.L., Madrid, 2010
– Ehrenreich, Bárbara: Brujas, comadronas y enfermeras. Ed. LaSal, D.L., Barcelona, 1988.
– Henningsen, Gustav: La Inquisición y la brujería. Enlace web.
Diana Cabello Muro. Navalmoral de la Mata, Cáceres.
Colaboradora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 6 Septiembre 2016.