El matrilinaje medieval y su ejemplo astur – por Diana Cabello

Detalle del folio 3 de Genealogía dos reys de Portugal, cuya figura central es la imagen de Ermesinda, hija de Don Pelayo y esposa de Alfonso I, que aparece a la derecha de la imagen - Wikimedia Commons

Cuando se habla de sociedad Astur durante la Edad Media lo general, entre quienes hayan leído algo sobre el tema, es pensar en matrilinaje o matriarcado.

Por otra parte, es algo ya muy estudiado que ambos términos son muy diferentes aunque quieran ser lo mismo, y efectivamente en la sociedad astur medieval durante primeros años de monarquía descendiente de Don Pelayo, en el siglo VIII, la herencia del trono se hacía a través de la mujer.

Para empezar, se entiende por matriarcado aquella sociedad en la que las mujeres tienen el poder en la economía doméstica y familiar, y cuya herencia pasa por línea femenina. En una definición tradicional de matriarcado se entiende que las mujeres ostentasen también todos los poderes públicos, como el gobierno del territorio, pero observando la historia vemos que no es así.

Según la mayoría de personalidades en antropología, sociología e historiografía, en la prehistoria, las sociedades arcaicas debieron ser sociedades de tinte matriarcal, previas a la llegada del patriarcado, debido a la libertad sexual de las mujeres. La libertad en relaciones sexuales, lo que algunos antropólogos llaman la promiscuidad sexual humana prehistórica de ambos sexos, no permitía conocer la identidad exacta del padre por lo que se tenía a bien que fuera la mujer el único elemento de procreación, y establecimiento del parentesco a partir de ella, esto es lo que se llama sociedad matrilineal. La mujer por tanto ejerció de primera autoridad familiar. Esta teoría ampliamente defendida por antropólogos como Bachofen, Morgan o Briffault, aunque todos pertenecen al siglo XIX, en la actualidad se da la razón a estas teorías, y ya en el siglo XX, el mismo Engels apoyaría parte de ellas, aduciendo que el sometimiento de la mujer sobrevino cuando se impuso la propiedad privada, lo cual hizo nacer la familia tradicional y, por tanto, el sistema social patriarcal. El antropólogo Morgan también opinaba una idea muy similar a la de Engels.

Otros en cambio, como Spencer o Maine, sostenían la teoría de que la promiscuidad primitiva era la excepción y que la monogamia era la forma natural de familia primitiva, esta teoría tiene menos adeptos y en la actualidad tampoco está del todo asumida, puesto que, cuanto más antigua es la sociedad prehistórica, menos se sabe de su organización social, por lo que esta teoría no se puede tomar como 100% cierta.

La idea de matriarcado cobra peso gracias a los restos arqueológicos que le dan mucha importancia a la mujer, esto se ve en los ajuares funerarios que suelen ser ligeramente más ricos que los masculinos aunque aparentemente sean iguales, lo cual no implica que la mujer prehistórica tuviera una preponderancia sobre el varón, sino un peso social mayor. Esto se entendería como matriarcado, pero es más correcto decir sociedad matrilineal, ya que al estudiar las sociedades matriarcales o matrilineales existentes aún en diversos lugares del globo, vemos que el poder político o de gobierno lo ostentan los hombres pero son las mujeres quienes llevan todo el peso doméstico y familiar y, por tanto, social. Y si no se ostenta el poder político y estructural, no se puede hablar de matriarcado.

En cualquier caso, estas sociedades son más igualitarias que el resto en las que predomina el patriarcado, pues en el sistema patriarcal, el hombre ejerce o pretende ejercer una dura y férrea preponderancia y poder sobre la mujer a la que exige sumisión.

Estos antropólogos del siglo XIX que defendían las sociedades matriarcales, usaron el término matriarquía para sustentar en sus hipótesis, que las sociedades primitivas estuvieron además lideradas y gobernadas por las mujeres. Pero éste punto tampoco está actualmente apoyado.

Lo que sí está plenamente aceptado es que en la prehistoria estuvo vigente una sociedad maternal donde el género femenino era más relevante que el masculino, la mujer estaba mejor considerada en el ámbito social mientras la posición del varón era subsidiaria, que no sometida.

En cambio el matrilinaje o herencia matrilineal no implica gobierno de las mujeres, pero éstas si eran importantes en la sociedad.

Decimos que estas sociedades primitivas o arcaicas eran matrilineales en lugar de matriarcales, por lo antes mencionado, y por otro concepto que se añade que es la matrilocalidad, y es el que realmente puede llevar a confusión con el término matriarcado.

En las sociedades en las que los hombres pasaban largas temporadas ausentes a causa de la ganadería, las guerras, etc., las mujeres eran las que quedaban al cargo de la economía doméstica y familiar y bienes familiares, de ahí que el término matrilocalidad se confunda con el de matriarcado. Pero ellas solo gobernaban en ausencia de los hombres, aunque además se diese la característica de la matrilinealidad que, a causa de esas ausencias, las herencias pasaban por línea femenina.

Todo conlleva al uso del término matriarcado, pero en realidad, nunca se ha llevado a cabo, siendo más acertado utilizar términos como matrilinaje.

Un claro ejemplo de matrilinaje histórico es la sociedad del reino astur en su primera centuria de existencia a lo largo del siglo VIII. Derivado de la tradicional sociedad matrilocal y matrilineal de los habitantes del norte peninsular.

Precisamente por todo lo antes explicado, los hombres de la sociedad astur pasaban largas temporadas ausentes, por lo que las mujeres ejercían esa administración de bienes. Tanto es así, que la dinastía del famoso rey Don Pelayo, no se transmitió de padres a hijos en las primeras décadas de andadura, sino por línea materna. Al menos esta es la teoría comúnmente aceptada por los más diversos historiadores e historiadoras como María Jesús Fuente, Abilio Barbero o Marcelo Vigil.

En este sentido, la jefatura del reino astur pasaba al hombre más cercano a la mujer mayor del linaje de Pelayo dentro de la misma generación. Es decir, de hermanos a hermanos y de tíos a sobrinos maternos, y si no los hubiera, predominaría la generación.

De tal manera, Ermesinda (nacida en torno al 720), hija de Pelayo, sería la pieza clave que articularía todo el sistema de transmisión del poder en la jefatura del reino de los primeros reyes. Siendo ellas quienes elegían o transmitían el poder según su linaje.

Tras Pelayo, que reinó del 718 al 737, reinó Fafila, hermano de Ermesinda. Tras él, reinó Alfonso I por matrimonio con Ermesinda. Después subió al trono Fruela, hijo de Ermesinda; tras él reinó Aurelio, sobrino por parte de una hermana de Ermesinda. El siguiente fue Silo, yerno de Ermesinda pues se casó con su hija Adosinda. Los siguientes dos reyes, Mauregato y Bermudo, lo fueron de forma aparentemente paralela a la llevada hasta ahora, Mauregato por ser hijo de Alfonso I con su segunda esposa y Bermudo por ser nieto de Pedro e hijo de Fruela (dinastía cántabra). Una vez superado el salto, síntoma de desgaste de este característico sistema, se retoma la transmisión o herencia matrilineal, reinando Alfonso II, nieto y hermano de nieta de Ermesinda, y Nepociano, cuñado de Alfonso II, que recibió el trono de la misma manera que Alfonso I, por matrimonio con hermana o hija de reina.

Tras éstos se instauraría ya la herencia patriarcal con Ramiro, hijo de Bermudo, le sucedería su hijo Ordoño y tras él, su hijo Alfonso III.

Los primeros reyes astures muestran que fueron los protagonistas de un sistema de herencias que, aunque muy aceptado ancestralmente en la zona, llegaba ya a su fin. Sistema, muy debatido también pero parece que aceptado por la comunidad historiográfica, que pone en relieve que hubo una época en que los reinos y las herencias se constituían gracias las mujeres, en este caso Ermensinda, Adosinda o Jimena, hija de Fruela I, y que no eran sujetos pasivos en materia de herencia, sino sujetos activos que designaban o elegían el heredero al trono según su linaje. El sistema matrilineal murió cuando la forma de transmisión del poder pasó a ser hereditario por primogenitura masculina.

Bibliografía:

– Fuente, María Jesús: Reinas medievales en los reinos hispánicos. Ed. Esfera de los libros, Madrid, 2004.
– Rubio Hernansáez, Jesús: Los astures y los inicios de la monarquía astur, en La tradición en la Antigüedad Tardía, Antig. crist. (Murcia) XIV, 1997, págs.: 299-319.
– Anderson, Bonnie y Zinsser, Judith: Historia de las mujeres, una historia propia. Ed. Critica, Barcelona, 1991.

Diana Cabello Muro. Navalmoral de la Mata, Cáceres.
Colaboradora, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 14 Mayo 2016.