La crisis de los refugiados en el Líbano – por Gebrael Abou-Askar

Campamento de refugiados kurdos sirios, valle del Bekaa oriental en El Líbano - Gebrael Abou-Askar

Este pasado verano en una de mis muchas y reiteradas estancias en el país de los cedros, me encontraba disfrutando de la brisa estival que ofrecía una plácida tarde en la terraza de mi domicilio ubicado en una población en las inmediaciones de la frontera  Siria. Sentado al cobijo de la fresca sombra saboreaba con sonoros sorbos el especiado amargor  y negro café arábico, de fondo al unísono, almuédanos llamaban a la oración del ocaso, en este mes sagrado la más deseada del día ya que rompía con la severa disciplina a la que somete el ayuno, en árabe (salat al maghreb) parecía congelar el tiempo reinando el silencio tras hipnotizador cántico. Repentinamente un salvaje estruendo acompañado de temblores sacudió  violentamente la estancia  ahuyentando en pavorosa estampida a los pajarillos que tan atareados se encontraban en sus labores diarias entre los arbustos florales que decoran el patio principal de la vivienda. Estupefacto ante lo acontecido y una vez recuperado el aliento, caí en la cuenta de la razón de mayúsculo retumbo, esa semana la aviación del régimen sirio había iniciado una aparatosa operación de castigo sobre las poblaciones rebeldes que salpican la frontera libanesa, ensañándose con ahínco bajo el pretexto de romper las cadenas de suministro que abastecen desde el Líbano a díscolos insurgentes al régimen baazista. Una enmarañada red de polvorientos senderos atraviesan las imponentes cordilleras del anti Líbano frontera natural entre ambos vecinos, cuales en otrora usados por caravanas y refugio de bandidos hoy día trasiego de aguerridos combatientes y desgraciadamente también por los protagonistas de presente relato que inician aquí su trágico periplo al que con tan desinterés ya estamos acostumbrados, me refiero con ello; a los cientos de miles de familias, rostros e historias de padres, madres, niños y ancianos vulnerables ajenos a los caprichos del juego de la política internacional y una cruel guerra fratricida escapan como pueden de las fauces de la muerte sin nada más que lo puesto, cargando el valor de toda una vida a lomos de una mochila con el único anhelo de vivir un día más sin el constante miedo a persecuciones, amenazas y matanzas por parte de unos verdugos que un día fueron sus paisanos y vecinos.

Al otro lado de las montañas se divisaban obsoletos pero todavía despiadados asesinos Mig-21 de era soviética, punta de lanza del régimen, maquinaria  aérea inconfundible desde dónde se vean por su característica forma de delgada flecha y afilado cónico corto pico, una temible rapaz metálica e insaciable depredador que escudriña los cielos para abalanzarse sobre presas, a su raso vuelo escupía la mortífera carga, un enervante silbido precedía a la colosal cortina de espeso humo negro que se erigía desde lo lejos consecutiva al aturdidor rugido propio de un monstruoso cíclope regurgitando tras empacho antropofágico, el eco de las poderosas detonaciones golpeaban con severidad hasta adueñarse de la vida en el valle.

No siendo la primera vez que presenciaba bélico elenco entre aterrado y ebrio de falsa valentía bajé apresuradamente las escaleras del edificio, por tal de observar la reacción en la calle ante tal hórrido espectáculo, para mi atónita sorpresa la vida a este lado de la frontera trascendía con absoluta normalidad, fría indiferencia e impasividad a la que tan desgraciadamente la sociedad libanesa está acostumbrada al azote de la violencia y a los traumas de la guerra. Una guerra ya lejana, apenas recordada por largometrajes de la década de los 80 en que heroicos personajes de Hollywood luchaban contra execrables secuestradores y terroristas. Nada más lejos muy viva hoy día, pervive como mal social endémico en forma de acusadas cicatrices y rencores.

Largo tiempo ha pasado, casi un año y muchas otras estancias sucedieron a esta hermosa tierra madre de la historia desde aquellas apocalípticas visiones, teniendo la oportunidad de ver a pie de calle la evolución del conflicto vecino. La recientemente concluida intervención rusa en socorro de su asfixiado aliado, el debilitamiento de las fuerzas antigubernamentales que empujó al frágil alto el fuego mantenido hoy día y cómo no aunque leve pero muy significativa noticia y aplaudida con gran júbilo, el retroceso de las hordas muyahidines. Aunque pecando de optimista quizá sea este un primer atisbo del cese de la violencia, una pausa que dé respiro a la atormentada población siria, quien lejos de calma y sosiego siguen escapando en aluvión de su castigada patria, arribando en incesante goteo a las fronteras libanesas. Para muchos, será refugio de acogida donde se asentarán y reconstruirán sus vidas de nuevo sobre las cenizas de otra refriega, algo más seguros al otro lado de la cordillera esperando el ansiado armisticio que ponga fin a la vorágine que engulló su tierra, para otros solo estancia momentánea donde tomar aliento y proseguir su odisea en busca del deseado “sueño europeo”.

El Líbano por sus inmemoriales relaciones históricas y culturales, además de proximidad a las regiones más pobladas como el área capitalina y metrópoli  damascena, es el estado árabe que ostenta más flujo de refugiados, alcanzando la friolera cifra de algo más de 1.500.000 oficialmente censados según fuentes del gobierno libanés, sin contar extraoficialmente  otros tantos miles in crescendo según estimaciones de las Naciones Unidas en Beirut.  Cerca de 800.000 en la cercana Jordania, Egipto 200.000, 250.000 en Irak sumados a sus desplazados internos y 2’5 millones en Turquía. Esta pesada losa demográfica soportada por diminuto país de poco más de 10.500 Km2 con un total de población autóctona de 2’5 millones repartida entre 18 comunidades religiosas, convive con otro millón de expatriados de un ya olvidado éxodo, los eternos refugiados palestinos. Como es de esperar todos estos condicionantes han degenerado en una catástrofe humanitaria, no sólo para la castigada muchedumbre siria si no también el terrible impacto que supone para el país anfitrión cual exámine mantiene un débil equilibrio de fuerzas desde el armisticio que puso fin a su larga y dolorosa contienda sectaria (1975-1991).

Hay que recordar que hoy día el Líbano sigue aún sin gobierno desde Marzo 2013 cuando la coalición “8 de Marzo” afín a la órbita del régimen sirio alauita (secta identificada dentro de la rama chií del Islam) y liderada por el partido político chií libanés Hezbollah (partido de Dios) presionara en la renuncia del primer ministro suní Najib Mikati jefe del ejecutivo, gobierno vinculado al bloque político “Alianza 14 de marzo” contraria a la influencia baazista y nacida a partir de la “revolución de los cedros” levantamiento popular pacífico que empujó al fin de la presencia militar siria en Líbano (perennes desde su entrada en 1976) acusadas del magnicidio del pro occidental, multimillonario y primer ministro libanés Rafiq Hariri en Febrero 2005.

Tras la deposición de Mikati la regencia de la república fue asumida por un gabinete en funciones encabezado actualmente por el suní Tamam Salam en espera de formar un gobierno de unidad nacional. Durante estos tres años ha habido muchos intentos por designar ejecutivo pero frustrados en última instancia por desacuerdos  entre las principales fuerzas que componen el abigarrado y laberíntico sistema político confesional (modelo que establece el reparto del poder jerárquicamente en función de las cuotas demográficas de cada comunidad, siendo la cristiana de rito maronita la más preponderante  políticamente) cual mantiene un tenso pulso entre partidarios y detractores por tal evitar la contagiosa conflagración en su territorio, es evidente que buena parte de  los asuntos del lance sirio se dilucidan en el tablón libanés.

El apocamiento de un estado erosionado por luchas intestinas sumada a la magnitud de la crisis humanitaria de los refugiados, ha sacudido con virulencia las endebles instituciones libanesas incapaces por si mismas de atender a las necesidades de su población y mucho menos en absorber ingente población en acogida. Sin contar de tratarse de una economía abandonada a su suerte siendo la más endeudada de la región y una de las más del mundo con una inflación por las nubes y una moneda por los suelos sumada a la estrepitosa tasa de desempleo juvenil, es de esperar que la concomitancia de todos estos elementos cristalizará en los últimos años en un “techo social” incrementando exponencialmente la pobreza no sólo entre los refugiados sino también entre los propios libaneses quienes han experimentado en la última década el brusco retroceso de las clases medias hasta su práctica desaparición.

Mucho antes de la discordia en Siria ya existía un importante grueso de población expatriada en el Líbano, la emigración siria originalmente respondía al perfil de quien buscaba sueldos algo más altos, otros, libertades individuales dentro de la moderna y cosmopolita sociedad libanesa (reconocida como una de las más abiertas de la región) o bien quienes buscaban oportunidades de negocio en un sistema económico más ágil y dinámico que la monolítica siria. A pesar del penumbroso contexto socio económico, los más capacitados entre los refugiados con estudios y formación han logrado abrirse paso entre el enmarañado caos, algunos abriendo negocios muy competitivos en precios y servicios, otros ocupando puestos de trabajo mejor o peor cualificados pero menos remunerados. Teniendo en cuenta las reticencias y opiniones enfrentadas en cuanto al peso soportado por las instituciones libanesas y la elevada factura generada por tal ingente cupo demográfico también hay que destacar los millones de dólares generados y divisas traídos por dichas clases medias, que al huir trajeron consigo sus ahorros y capital reinvirtiéndolo de forma más segura en el Líbano y de esta forma aportando en su medida al crecimiento de la alicaída economía libanesa.

Ahora bien a pesar de las dificultades, la catástrofe humanitaria radica en la llegada de decenas de miles de familias ya excluidas socio económicamente en origen, es decir; aquellas familias que ya lindaban el umbral de la pobreza y que tras el éxodo perdieron lo poco que poseían. Ocupados todos los resquicios del saturado mercado laboral libanés, sin hueco alguno donde posicionarse, no han logrado adaptarse a la dura y competitiva sociedad de acogida degenerando su situación hasta relegarse a la completa marginación, convirtiéndose en los pobres entre los pobres. Los más afortunados lograrán empleos estacionales del estilo  jornaleros en agricultura o peones de la construcción pero aún y así insuficiente para la manutención de la familia, no quedándoles otra que las exiguas ayudas económicas ofrecidas por las Naciones Unidas, Unicef y ONGS quienes también contribuyen encomiablemente ofreciendo elementos básicos para la subsistencia como alimentos, asistencia sanitaria y educación. El problema estriba, que a medida que se recrudece el curso de la guerra aumenta el flujo incrementando la presión en los campamentos y el drama de los refugiados, siendo cada vez más común ver bandadas de raídos niños en edad escolar en las cunetas de las carreteras corriendo tras los coches pidiendo la voluntad, limpiando zapatos o vendiendo todo tipo de baratijas. Pobres infelices de infancia secuestrada, en el limbo de la exclusión con asombrosa hombría renuncian a los juegos y ocios que les tocaría  por edad, asumiendo su rol con estoica disciplina en el aporte para la supervivencia familiar. En el peor de los casos, por suerte sin llegar a ser una tónica dominante, la situación empuja a la delincuencia común, normalmente a tal efecto;  pequeños hurtos, ocupación de casas vacías o tráfico ilegal. En un país ya acostumbrado a la convivencia con la violencia en que frecuentemente los disturbios suelen ajusticiarse a mano de los propios agraviados, enraíza aún más el clima de desconfianza y miedo, en parte a causa de la extrema debilidad de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado quienes exhaustos intentan el hercúleo esfuerzo por evitar rebrotes sectarios que conlleven por contagio a otra escalada bélica. Dentro del largo millón y medio de civiles refugiados, también se esconden en algunos casos cuadros divergentes que trayéndose consigo las hostilidades purgan entre el grueso de refugiados en busca de beligerantes contrarios y saciar la sed de venganza, en muchos casos arrastrando a los grupos libaneses simpatizantes y correligionarios a su lucha. Un ejemplo de ello, es el caso sufrido en la ciudad septentrional de Trípoli, una de las más castigadas por la violencia sectaria tras décadas desde el fin de la contienda civil. En la localidad, convive un amplio crisol confesional donde la violencia comunitaria suele ser el pan de cada día a causa de disputas entre vecinos mal avenidos. Los barrios de Jebel Mohsen sector alauita e incondicionales al régimen de Damasco  y Bab Tabbaneh bastión suní de la urbe, cada vez que las fricciones se descontrolan  subsanan sus diferencias en calidad de atentados y combates callejeros. Fenómeno cada vez más aletargado gracias a la laudatoria acción de las fuerzas armadas libanesas que con mano dura mantienen la tensa  concordia.

El panorama para los refugiados lejos de menguar amenaza con degradarse a una dimensión hasta entonces desconocida, a causa de ¿qué pasará? en caso de que la UE y Turquía no  alcancen un acuerdo equitativo sin necesidad de expulsión de quienes se hacinan en las alambradas del este de Europa. En tal caso, esos cientos de miles de seres humanos sin alternativa volverán erráticos y en muy peores condiciones al punto de partida, es decir; los países limítrofes a Siria como Líbano y Jordania. Comportando todavía más la saturación de las abatidas instituciones creadas en ayuda a los refugiados. Observando la posible evolución de los acontecimientos y cómo puede degenerar en una debacle humanitaria de orden histórico, en previsión, las Naciones Unidas y autoridades competentes en la materia deberían tomar la iniciativa y anticiparse al desastre mediante nuevos paquetes de inversiones e incremento financiero en socorro a los gobiernos de acogida, mayor y mejor control de las ayudas económicas ya que desgraciadamente en muchos casos no terminan donde deberían, acompañado de la creación de programas de formación profesional y desarrollo socio económico, ya que tras años de caída, exclusión y marginación, la mayoría de aquellos niños en su mayoría iletrados llegados a la edad adulta no tendrán ningún tipo de instrumento ni recurso en el que poder sustentarse, retroalimentando de esta manera el círculo de la miseria, dibujándose un sombrío escenario  para el futuro venidero en que importantes masas de población deambulen sin rumbo fijo entre estados, sin contar el idóneo caldo de cultivo que supone dicho contexto para la hidra del fanatismo.

Dentro de la propia sociedad nacional libanesa existe un importante tejido social también en los lindes de la exclusión, tras décadas de enfrentamientos, los estragos de una astrosa dirección económica, una vez llamada “la Suiza de oriente medio” debido a su estatus financiero y poder bancario, hoy día agonizante, sólo algunos logran oportunidades pero sin muchas opciones para el progreso, el que puede emigra y el que no sobrevive precariamente, otros lamentablemente, los más vulnerables caen en las garras de señoríos feudales bajo tutela de agrupaciones políticas que a costa de pan engrosan las filas de sus milicias. Líbano parece no levantar cabeza tropezando una y otra vez en la misma piedra, condenado a repetir la eterna historia de los refugiados. Como comentábamos, algo más de un millón de palestinos, varias generaciones llegadas en oleadas desde 1948-1973 conviven claustrofóbicamente en deplorables arrabales en los extrarradios de las ciudades, al margen por completo de las autoridades que miran por otras necesidades, obviando un creciente problema de miseria que salpica a todos por igual. Desgraciadamente misma historia espera a la inmensa mayoría de  aquellos sirios ubicados en el umbral de la pobreza que hoy día sobrevive entre el barro y las tiendas de lona inconfundibles por la bandera azul que hondea, protección tan distintiva de las Naciones Unidas. Decline en breve o no la contienda en Siria  muchos ya no tendrán razón de volver y empezar de nuevo en una tierra olvidada y que tiempo atrás les expulsó con lo puesto, construyendo su futuro entre el caos del cemento sobre lo que un día fue un improvisado campamento. La enorme presión demográfica entre los refugiados que parece no cesar multiplicándose vertiginosamente, la ocupación sin control de áreas de alto valor ecológico en serio riesgo medioambiental,  sumada al abuso  sin medida de los recursos naturales al límite de su abaste, puede acabar degenerando en una crisis socio económica sin precedentes en caso que no se tomen decisiones decisivas por encima de las voluntades particulares de los gobiernos y que cambie por poco que sea el rumbo de los acontecimientos  con el que amenaza el futuro para los siguientes años.

Campamento de refugiados kurdos sirios, valle del Bekaa oriental en El Líbano - Gebrael Abou-Askar
Campamento de refugiados kurdos sirios, valle del Bekaa oriental en El Líbano – Gebrael Abou-Askar

A mis amigos de Siria; Ahmed, Salim y Mohammad.

Ojalá existieran las lámparas como las de Aladino, si tuviera una, cerraría los ojos, la frotaría y desearía; jamás ninguna contienda hubiera existido. Como libanés; haber conocido la flor beirutí de mis ancestros. Como viajero y amigo, volver a pasear extasiado por zocos y callejuelas de la ciudad antigua de Damasco, flotar en nubes de perfume y especies, reír con mis amigos damascenos entre bocanadas de narguila, volver a ver sonreír a  Damasco y vestir hermosa con sus mejores galas como la noble dama capital Omeya.

Gebrael Abou-Askar Molina. Barcelona.
Colaboración. El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 1 Abril 2016.