
Título original: Eva
Nacionalidad: España
Año: 2011
Dirección: Kike Maíllo
Guión: Sergi Belbel, Cristina Clemente, Martí Roca, Aintza Serra
Interpretación: Daniel Brühl, Claudia Vega, Marta Etura, Alberto Ammann, Lluís Homar, Anne Canovas, Sara Rosa Losilla, Manel Dueso
Música: Arnau Valls Colomer
Es como dar un paso a tiempos más pretéritos, a los años setenta, pero con una diferencia: el ser humano convive con robots. Se trata de un futuro más que inmediato, en el 2041, movido por una ficción envuelta en un juego de corte humano, en un escenario casi irreal, que conmueve, a pesar de ser impalpable, frío y desnudo como una de esas máquinas futuristas. El primer largometraje del catalán Kike Maíllo, con un ritmo pausado, aunque bien llevada, y un reparto impecable. Una historia de regreso, reencuentro y pérdida, con su merecido Goya al Mejor Director Novel, en la XXVI edición de los premios.
Alex Garel (Daniel Brühl) es un ingeniero cibernético que está de vuelta, después de diez años, en la Universidad Santa Irene, tras haber sido llamado por Julia (Anne Canovas), desde la Facultad de Robótica, para crear el primer robot libre, un desafío no conseguido hasta la fecha. El regreso implica también un reencuentro con su hermano David (Alberto Ammann) y con su antiguo amor, Lana Levy (Marta Etura), ahora casada con su hermano. Eva (Claudia Vega) es la hija de ambos, con la que Alex congenia rápidamente, tan especial, que es el modelo de referencia para el diseño que tiene entre manos. Pero una red de secretos, acaba por marchitar los propósitos de los personajes, que avanzan hacia un final premonitorio para el espectador. Un triángulo amoroso que duerme, que despierta, y que cae en picado, en este melodrama amoroso.
El pueblo, con sus casitas de tejas, y sus montañas, todo cubierto de nieve, nos conduce a lo más remoto, a algún lugar recóndito del planeta, donde los humanos viven como lo han hecho desde sus orígenes. Los robots, aparte de un fin doméstico, como se podría encontrar en El hombre bicentenario (Chris Columbus, 2000), buscan también reemplazar a un ser humano, en el plano emocional. Recuerda a Inteligencia Artificial (Steven Spierlberg, 2001), con una niña —niño, en este film—, enmarcada en un entorno familiar, con reacciones de tipo humano, y con un eje centrado en torno al aspecto relacional. Eva, ¿es humana o no? Y si no lo es, ¿cuál es la diferencia? Porque lo importante parece no ser lo que estas criaturas sienten, sino “lo que nos hacen sentir”. Forman parte de nosotros, las queremos y ellas nos quieren, y nos sorprenden, decepcionan, como otro ser humano.
La relación que mantienen Alex, David y Lana desprende tensión, miradas que hablan, que se remonta a un pasado que se resguarda en el silencio, pero que, irremediablemente, sale a flote. Alex, ese joven huraño, “siempre tan misterioso”, como le dice su hermano, sufre su desdicha, del mismo modo que Alex y Lana, arrepentido, y con Eva como una figura que conecta con ellos, decisiva en el provenir. No importa que seas o no una máquina, porque todos necesitamos ese “control de seguridad” en nosotros mismos. La historia transcurre, deseando confirmar nuestras sospechas, porque se nos deja que, al estilo de un Hércules Poirot, nosotros resolvamos el misterio por nuestra cuenta. En este sentido, es lenta, y abandona el efecto sorpresa; nosotros, simplemente, nos acomodamos y la trama avanza, mientras nos maravillamos al tiempo del cuidado fotográfico.
“¿Qué pasará cuando seamos capaces de crear máquinas tan hábiles socialmente como los seres humanos? ¿Qué ocurrirá cuando establezcamos con esas máquinas sociales puentes emocionales? ¿Cómo afectarán esas “nuevas” relaciones a las “viejas” relaciones con humanos? ¿Se dará un fenómeno de progresiva sustitución?”, se cuestiona Kike Maílle, como también podrían haber hecho grandes como Ridley Scott con Blade Runner (1982), George Lucas con La Guerra de las Galaxias, o James Cameron con Terminator (1984) y Terminator 2: el juicio final (1991). Ficción, drama, amor y un halo de misterio nos reproduce una historia sencilla, aunque inusual en la temática española, que logra una buena conjunción de todos los elementos. Lluís Homar, con su papel del servil Max, se abriría el camino al Goya al Mejor Actor de Reparto; también los efectos especiales obtendrían otra estatuilla, como lo harían en el Festival de Cine de Sitges. Claudia Vega fue la ausente, sin una nominación a la Mejor Actriz Revelación (es María León, por La voz dormida, la ganadora). Otro interrogante recurrente te dará qué pensar: “¿Qué ves cuando cierras los ojos?”.
Cynthia Gómez. Madrid.
Colaboradora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 25 Enero 2016.