
Una buena parte de la problemática ambiental es que estamos atrapados en un paradigma cultural en el que progresivamente nos fuimos divorciando del mundo natural y cada vez nos resulta ser más ajeno. Este proceso empezó con el surgimiento de las primeras sociedades agrícolas hace 10.000 años; con la sedentarización de grupos humanos que hasta entonces habían sido nómadas o seminómadas en aldeas que se convirtieron en pueblos y que eventualmente se convirtieron en ciudades; y con el desarrollo de civilizaciones basadas en la jerarquía y en enormes concentraciones de poder y de riqueza.
La civilización es el problema
Fue la agricultura la que produjo el excedente de alimentos cuyo control se convirtió en fuente de poder. El que tenía el control sobre el excedente de alimentos tenía el control sobre la gente. Y así se empezaron a generar las jerarquías y las concentraciones de poder y eventualmente se desarrollaron civilizaciones, muy variadas unas de otras, adaptadas precariamente a su entorno, algunas con rasgos más humanistas, otras más militaristas, algunas más sofisticadas, otras más duraderas, pero todas ellas por su misma naturaleza tenían que seguir creciendo, no se podían mantener estáticas, necesitando cada vez más recursos para darle de comer a cada vez más gente, y para mantener los estilos de vida a los que la gente que podía se iba acostumbrando, así como los privilegios que las clases dominantes empezaron a considerar como un derecho divino y su prerrogativa.
En algún momento cambió también la percepción que teníamos del mundo que nos rodea. Fue un cambio muy gradual y quizás imperceptible para las generaciones que lo vivieron, pero no por eso dejo de ser radical. En algún momento nos apropiamos del mundo natural. El mundo se convirtió en algo que estaba ahí a nuestra disposición, para que le diéramos el uso o el abuso que creyéramos conveniente, sin tener que darle cuentas a nadie, ni a los demás seres humanos, ni a los demás seres vivos, y mucho menos a las generaciones futuras. Simplemente podíamos destruirlo a nuestro antojo.
En seis mil años son muchas las civilizaciones que han pasado por el escenario de la historia pero no ha habido una sola que haya sabido vivir en equilibrio con su medio ambiente; todos esos grandes imperios que nos precedieron tuvieron sus períodos de esplendor seguidos por la inevitable decadencia, en el momento en el que no podían seguir creciendo y se topaban con los límites que su entorno les marcaba.
El impacto ambiental de nuestras civilizaciones siempre ha sido grande y siempre han tendido a crecer hasta acabar con todos los recursos que pueden procurarse, invadiendo los pueblos vecinos según como se presente la ocasión y movidas por la necesidad imperiosa de cada vez más recursos. Supongo que todo eso que nos ha dado por llamar civilización no ha sido ultimadamente más que el desarrollo de formas cada vez más complejas y elaboradas para apropiarnos de la riqueza de los demás.
Estas civilizaciones siempre han dejado estragos ambientales a su paso, que cientos o miles de años después siguen afectando a sus descendientes, pero esos estragos siempre fueron localizados en alguna región del planeta en particular. Una civilización podía estarse colapsando en algún lado mientras otras civilizaciones podían estar floreciendo en otras partes.
Este proceso por el que nos fuimos civilizando fue lento y tuvo sus altas y sus bajas y mal que bien ahí la llevábamos; todavía nuestras civilizaciones podían haber durado un buen rato, mientras el planeta seguía siendo grande y había espacio para seguirse extendiendo, pero las circunstancias se dieron que a su debido momento nos encontramos con unas enormes reservas de energía enterradas, sobre las que nos abalanzamos con una voracidad al parecer insaciable y que hemos procedido a prácticamente agotar en un abrir y cerrar de ojos y que hizo que nuestra civilización industrial moderna se convirtiera en la primera, y la última, en afectar a la totalidad del planeta. Esa es la verdadera globalización. Para las grandes problemáticas de nuestro tiempo ya no hay fronteras. Los grandes problemas ambientales, económicos y sociales de nuestra época nos conciernen a todos.
La enfermedad del militarismo
Mientras tanto, en nuestra sociedad y en nuestro tiempo, el descenso al caos prosigue de acuerdo al guión. Estamos cometiendo los mismos errores que se han cometido en tantas otras ocasiones. Pero al parecer nadie aprende en cabeza ajena. Si no aprendemos de nuestros propios errores mucho menos de los de los demás. La historia es algo nebuloso que ahí estuvo y que no tiene nada que ver con nosotros ¿no es así? No hay tales lecciones de la historia. A nadie le interesan.
En nuestra propia sociedad tenemos a un imperio enfermo de militarismo que necesita de un estado permanente de guerra para mantener su economía y en el que dicho estado se ha convertido en su misma razón de ser. Un imperio que se cree excepcional e indispensable y como es excepcional e indispensable puede imponer sus condiciones y sus relaciones abusivas de poder y apropiarse de la riqueza y los recursos de todas las demás naciones que no se pueden defender. Un imperio en el que todo mundo se acostumbró a vivir más allá de sus medios y son las demás naciones del mundo y las generaciones futuras las que tienen que llevar el peso de sus estilos de vida privilegiados.
En esta nación todo mundo vive de crédito y en estado de deuda permanente, y el mismo gobierno federal tiene una deuda de billones de dólares que no pueden pagar ni tienen intenciones de hacerlo, y para poder seguir manteniendo sus gastos imprime el dinero de la nada. En armarse hasta los dientes no escatiman un centavo, y más de la mitad del presupuesto del imperio se va en sostener el enorme aparato militar que se necesita para que el orden de las cosas se siga manteniendo, al mismo tiempo que descuidan toda clase de servicios públicos como educación, salubridad e infraestructura. Tienen miles de ojivas nucleares en estado operativo (eso significa que la ojiva puede ser lanzada a los 15 minutos de haberse recibido la orden) y a los mejores cerebros trabajando en inventar las maneras más sofisticadas para matar al prójimo e imponer su voluntad.
Es la enfermedad del militarismo. Cantidad de imperios sucumbieron a su hechizo. El hechizo de la acumulación de poder. Vuelve locas a la gente. Hacen lo que tienen que hacer con tal de aferrarse a su poder y privilegios. Inventan guerras por todos lados, invaden a los países que no se someten, organizan golpes de estado; viven de sembrar el caos. Como el bully del barrio o como perpetuos adolescentes que a fuerzas se tienen que salir con la suya. El militarismo exacerbado y la concentración extrema de poder son claras señales de la decadencia del imperio. Mientras más se aferran al poder es porque más se les está yendo de las manos. Una de las lecciones de la historia que nadie aprende es que el poder no se puede poseer; mientras más cree uno poseerlo más se desvanece.
Y tenemos a este imperio que se cree excepcional e indispensable y que es incapaz de comprender que el mundo no gira alrededor de ellos y que el futuro será multipolar o no será. Todavía siguen con sus sueños mojados del destino manifiesto mientras su economía se está cayendo en pedacitos y la desigualdad e injusticia social en su propio país adquiere tintes grotescos.
Y están rodeando a Rusia y a China de bases militares convencidos de que pueden ganar una guerra nuclear “limitada”. Limitada quizás a dos o tres mil millones de muertos que entran dentro de lo que llaman daños colaterales. Hay gente muy enferma en los más altos mandos del ejército y de los que controlan los destinos del imperio, verdaderos sicópatas que como doctores Strangelove no les importa llevarse al planeta por delante con tal de avanzar sus propias agendas.
Un imperio en decadencia es peligroso. Si siempre lo fue ahora lo es más. Se vuelve neurótico, paranoico, obsesionado en el vértigo de su propio poder. Y se les cae la máscara; se hacen cada vez más descarados, prepotentes y unilaterales, “o están conmigo o en contra de mí”. El militarismo y la concentración extrema de poder terminan por corroer a la sociedad entera, empezando por sus instituciones que se convierten en meras caricaturas de lo que alguna vez fueron o pretendieron ser. En algún momento el emperador se queda sin ropas, y es el poder descarnado el que se deja ver como la esencia del sistema.
Son otras las reglas del juego
A lo largo de las eras geológicas la taza de extinción de especies ha sido equivalente a la taza de nacimiento de especies nuevas: en promedio una especie por cada millón y cada año. En este momento las especies están desapareciendo a un ritmo cien veces mayor que lo que están apareciendo especies nuevas, según las estimaciones menos alarmistas. Está relación entre la extinción y la aparición de especies nuevas se está incrementando exponencialmente y se cree que pronto rebasará el factor de mil o más, a medida que seguimos acabando con bosques y manglares, contaminando por todos lados, arrasando con ecosistemas completos, vaciando los océanos de vida y sobreexplotando los recursos. Así como van las cosas, si no se hace un esfuerzo radical para revertir esta tendencia podría ser que para fines de este siglo haya desaparecido la mitad de las especies animales y vegetales de nuestro planeta.
Ni siquiera sabemos cuántas especies hay en nuestro mundo. Se han catalogado alrededor de 1,5 millones de especies, y la cifra total es mucho mayor. Es mucho más lo que desconocemos de nuestro mundo que lo que conocemos. Muchas de esas especies desaparecerán antes siquiera de que las podamos conocer. Este dramático proceso de pérdida de biodiversidad que ocurre a nuestro alrededor tiene y tendrá consecuencias que no podemos predecir, y es una de las manifestaciones más graves de la crisis ambiental de nuestro tiempo.
Pero nuestros líderes siguen obsesionados con su espejismo del progreso y el crecimiento económico hasta el infinito. El sistema económico va a seguir creciendo hasta que ya no pueda hacerlo. ¿Qué es más importante, la economía o la ecología? Si el sistema económico funcionara para todos, no dejaría de ser menos grave la situación en la que nos encontramos. Pero no funciona para todos, solo para unos cuantos. La riqueza que se genera, cualquiera que ésta sea, se sigue concentrando en cada vez menos manos. Es la naturaleza del sistema, crecer por crecer, para acumular por acumular, para dominar por dominar. Es la patología del poder.
Todo empezó con esas primeras sociedades agrícolas. En las sociedades nómadas y pastorales el poder se maneja de una manera muy distinta. Por lo general son grupos pequeños de gente, y todo mundo participa en la toma de decisiones. Con las primeras sociedades agrícolas cambió nuestra percepción del mundo natural, y se alteró también la naturaleza del poder. En lugar de correr horizontalmente, sin estancarse en ningún lado, empezó a concentrarse y acumularse verticalmente y se convirtió en un objeto de culto, en la verdadera divinidad a la que rendimos pleitesía. En este nuevo orden de las cosas el poder se convierte en una droga, en la razón de ser de todo el sistema.
Y todo mundo se vuelve adicto al poder que está ejerciendo. Pueden ser migajas de poder o tajadas grandes pero nadie lo suelta. Y surgen las estructuras jerarquizadas, en las que nos humillamos abyectamente ante los que están arriba y pisoteamos a los que están abajo, y eso lo vemos como normal. La gente se aferra a las parcelas de poder de las que se hayan apropiado y la vida parece inconcebible sin el poder que alguna vez se ha ejercido. Y se crean toda clase de mecanismos, sutiles y complejos, basados en la fuerza o en la manipulación, para legitimizar este estado de las cosas. Es cierto lo que dicen, que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Son estas concentraciones excesivas de poder las que se están llevando al planeta por delante. Pero en algún momento las élites se darán cuenta que su mundo es el mismo del resto de nosotros. Es el mismo planeta. Y podrán refugiarse en sus enclaves y armarse hasta los dientes y pretender seguir viviendo en sus burbujas lo más que puedan, pero la crisis ambiental no va a respetar a nadie. Se los va a terminar tragando también a ellos. La crisis ambiental cambia las reglas del juego, y son otras las estrategias que se tendrán que seguir para adaptarse a esos cambios.
David Cañedo Escárcega. Tenango de Doria. Hidalgo. México.
Colaborador, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 25 Diciembre 2015.