
Ya en el siglo XV puede observarse con nitidez una idea que hoy día goza de amplia aceptación, aunque sea notoriamente falsa. Tal concepción no es otra que la de que Europa tiene un origen grecorromano… y ya está.
La influencia árabe, egipcia e india desaparecen como si jamás hubiesen existido. La Grecia Clásica es el origen de todo, sin ir más lejos de la lógica y la razón. Antes tales conceptos no existían. Fueron creados por Occidente.
Tal menester tiene un efecto decisivo sobre la mentalidad europea pues hace que el pueblo, tras interiorizar tal creencia, justifique cualquier agresión hacia el exterior como un acto natural, de legítima violencia, pues todo aquel que se oponga a los planes imperiales y coloniales del Viejo Continente está actuando contra la Razón, en mayúscula, y contra la Lógica, también en mayúscula. Casi nada.
De este modo, y siguiendo a Juan de Sepúlveda, podemos ver la presencia de esta mentalidad en un país como España ya en el siglo XVI:
«Siempre será justo y conforme al derecho natural que estas gentes (las naciones bárbaras e inhumanas) estén sometidas al imperio de príncipes y naciones más cultas y humanas (…), y si rechazan este imperio, podemos imponérselo por medio de las armas, y esta guerra será justa, tal como lo declara el derecho natural (…) En conclusión: Es justo, normal y conforme a la ley natural que hombres probos, inteligentes, virtuosos y humanos dominen a todos aquellos que no tienen estas virtudes» (*1)
Esta percepción ha perdurado hasta nuestros días en Occidente. Una buena muestra de ello lo dan las siguientes citas, que, a pesar de ser bien distantes en el tiempo, van a permitir a la psique del lector entrever la similitud, por no decir plena paridad, que guardan entre sí:
«Todas las potencias que ejercen derechos de soberanía o una influencia en dichos territorios se comprometen a la conservación de la población indígena y a la mejora de sus condiciones morales y materiales de existencia (…) Se protegerán y apoyarán todas las instituciones y empresas (…) destinadas a instruir a los indígenas y a hacerlos comprender y apreciar las ventajas de la civilización» (*2).
«Fuerzas estadounidenses y de coalición han comenzado una campaña concertada contra el régimen de Saddam Hussein. En esta guerra nuestra coalición es amplia; más de 40 países de todo el mundo. Nuestra causa es justa; la seguridad de las naciones que servimos y la paz del mundo. Y nuestra misión es clara; desarmar a Iraq de armas de destrucción masiva, para terminar con el apoyo de Saddam Hussein al terrorismo, y para liberar al pueblo iraquí (…) El futuro de la paz, y las esperanzas del pueblo iraquí, ahora dependen de nuestras fuerzas que están luchando en el Medio Oriente (…) Ayudar a los iraquíes a lograr un país unido, estable y libre, exigirá de nosotros un compromiso sostenido. Pero sea lo que sea que se nos exija, llevaremos a cabo todos los deberes que hemos aceptado (…)».
La primera cita corresponde al acta de Berlín de 1885 en la que se dividió África para Europa, la cual, como se puede vislumbrar en el escrito, tenía no sólo el derecho, sino el deber, de tutelar a los bárbaros y enseñarles lo que realmente es una civilización. Noble tarea.
La segunda está extraída del discurso pronunciado por Bush hijo el 22 de Marzo de 2003, dos días después de lanzar un ataque unilateral sobre Iraq. Cómo no, dicha operación se denominaba Operación Libertad Iraquí. EEUU, por lo descrito por Bush, tan sólo perseguía con su guerra liberar al pueblo iraquí. De nuevo, noble tarea. ¿Cómo oponerse a ella?
Este tipo de pensamiento está muy extendido, y aunque un ciudadano normal puede percatarse con cierta facilidad de las argucias del discurso político y descubrir la hipocresía latente tras sus palabras vacías, resulta evidente que en cierto modo, ese mismo ciudadano cree que Occidente es la cuna de la civilización.
Quizá no tenga otro remedio. Estamos bombardeados constantemente por una propaganda que, por medio de la publicidad, las series americanas —y europeas— y las noticias, nos expone a un mundo en el que los avances científicos, la lucha por las libertades, e incluso las intervenciones humanitarias, sólo son obra de los países desarrollados (*3). Es más, mientras que los terroristas o agentes del terror matan seres humanos, nosotros generamos bajas, mientras ellos acaban con la vida de civiles nosotros provocamos inevitables daños colaterales, cuando ellos amenazan nosotros advertimos, si sus cazas bombardean los nuestros hacen incursiones—o salidas—, y por supuesto, cuando ellos protagonizan ataques indiscriminados y terrorismo, nosotros nos limitamos a realizar intervenciones y ataques preventivos (*4).
Siguiendo la argumentación hasta ahora mantenida, nos resulta de interés señalar cómo la educación se encarga de transmitir nuestra superioridad moral, y puede incluso que racial, hacia nuestros párvulos.
Esta propaganda, que lucha por ganar los corazones y las mentes de los más pequeños, adquiere notable rechazo cuando hablamos de las Adolf Hitler Schulen (*5) o de movimientos evidentemente fanáticos, pero no tiene especial descrédito en la era actual, pues creemos que vivimos en un entorno progresista y de respeto al prójimo cuando éste dista mucho de serlo. De tal modo, nuestra visión crítica de la realidad desaparece y nos cuesta pensar que a día de hoy sigamos transmitiendo prejuicios o visiones históricas de doble moral a los pequeños occidentales.
Un buen ejemplo de que tal parecer cae en el error lo podemos sacar simplemente de los libros escolares europeos. No hay que ir más lejos.
Los manuales escolares de la Francia postcolonial (*6) establecían, hasta hace bien poco, que la paz del colonialismo fue sustituida por el caos y la guerra. Lo dicho no se hace difícil de imaginar al rememorar las palabras de Jean-Pierre Cot, Ministro de Cooperación francés —de corte socialista, por cierto—, presentes en un libro suyo (*7) publicado a comienzos de los años 80. Regocijémonos en su aportación intelectual: «No creo que la descolonización haya sido reprobable; tuvo su momento. Hoy tenemos que vivir las consecuencias» (*8). Es decir, hicimos mal en irnos, y si no lo hubiéramos hecho África seguiría como con nosotros; civilizada y bien.
Del mismo modo, observamos en los manuales españoles que nuestra querida piel de toro sufrió una invasión árabe en la que los conquistadores no se mezclaron en momento alguno con los habitantes de la Península, que los únicos españoles eran los cristianos y toda una gozosa retahíla de sandeces tales como que «una parte de la población cristiana, los mozárabes, permaneció fiel a su religión, y conservó su lengua y la conciencia de su nacionalidad aunque no pudo evitar una gradual contaminación cultural» (extraído de un manual en 1992) o, mejor aún, que «Carlos I, en 1.525, otorgó a los moriscos un periodo de cuarenta años para abandonar sus prácticas. Cuando terminó este periodo, los moriscos se mantuvieron como un quiste inasimilable» (*9). He de subrayar que en ningún momento me refiero a los manuales del Invicto Caudillo sino a los de la España Constitucional.
Debido a toda esta difusión cultural se ha asentado una postura escasamente crítica en el ciudadano medio que, aunque consciente de que se le toma el pelo y se le manipula constantemente —a pesar de un reciente despertar, tal como ha dejado en evidencia el apoyo masivo y esperanzador que recibió a nivel global la Spanish Revolution—, mantiene la visión de Occidente como un ente que ha hecho más bien que mal y que, en lo relativo a los derechos humanos, es el más avanzado.
Ante tal parecer, simplemente observando los hechos de la historia, podemos decir sin miedo que nada más lejos de la verdad.
Pensando en el riesgo de que por lo leído alguien me juzgue por estar llevando a cabo un sesgo perceptivo, motivado por una búsqueda selectiva de la información que me es de interés para apoyar mi tesitura, remito mi derecho a hacerlo, pues el que escribe soy yo, y creo conveniente llevarlo a cabo si sirve para rescatar ciertas evidencias que dejan en entredicho la posición tolerante del Occidente contemporáneo. A saber:
En los años 20 Francia e Inglaterra deciden repartirse una buena porción del mundo árabe: para Francia todo el Magreb excepto Libia, que pasa a ser colonia italiana. En el caso de Argelia los galos integran a este país como una provincia más (aniquilando de forma sistemática todo su tejido social, administrativo, político e incluso lingüístico). Siria se convierte en protectorado francés. Inglaterra se queda con Oriente Medio. Lo interesante de esto es que Francia e Inglaterra dividen los territorios con cartabón y escuadra ajenos a las raíces culturales, territoriales y de pertenencia presentes hasta entonces —a quién le importa—, sembrando con ello los futuros conflictos territoriales que vivirán estos países hasta la actualidad. No es de extrañar tal proceder cuando se trata a los individuos, y a los territorios en los que residen, como a un simple pastel que ha de cortarse en partes iguales para no ofender a los invitados al banquete. El Líbano se crea a partir de Siria (de ahí los enfrentamientos entre ambos países); Iraq se forma uniendo tres territorios pertenecientes a tres poblaciones diferentes (Mosul, Bagdad y Basora) y Kuwait se edifica arrancando esta región de la provincia de Basora. Los franceses crean repúblicas y los británicos monarquías. ¿Los efectos? La guerra civil del Líbano de 1975; las revueltas shiíes contra el gobierno de Bagdad; el surgimiento del terrorismo realizado por personas de religión musulmana —que no terrorismo islámico— (*10); etc.
1948: con la resolución 181 de la ONU se forma el Estado de Israel. El surgimiento del mismo, antes de establecerse como tal, fue precedido por terribles acciones terroristas originadas por grupos radicales hebreos como bien lo fueron el Stern y el Irgún. Desde su creación Israel ha dirigido una constante humillación y tortura contra el pueblo palestino, dando lugar a que las dos terceras partes del mismo se vean convertidos en refugiados, y a que de sus tierras originales tan sólo les quede bajo su control el 30% —y cada vez menos— pues el resto está ocupado por las fuerzas militares israelíes (*11).
Conflicto Irán-Iraq: la guerra que hubo entre ambas potencias entre 1979 y 1989, aparte de desangrarlas económica, social y moralmente, dejó en evidencia las tácticas neocolonialistas occidentales. Estoy hablando del llamado Irangate. Mientras en aquella época Sadam era defendido por la prensa norteamericana como un elemento positivo en la región, como un líder afín a los intereses estadounidenses, e Irán era la viva imagen del mal, y por tanto enemigo declarado de Occidente, Israel y EEUU se dedicaron a apoyar militar y económicamente a Iraq, de forma oficial, mientras se servían del mercado negro para vender armamento a Irán. El objetivo, en apariencia contradictorio por lo dicho, se fundamentaba en razones de peso; tal proceder no sólo suponía un gran negocio del que obtener suculentos ingresos, sino que permitía anular a dos importantes potencias de Oriente Medio sin tener ni una baja propia; ellos se encargarían de matarse entre sí sin necesidad de que los marines pisaran el terreno. Las consecuencias de este doble juego fueron más de un millón de muertos —la amplia mayoría civiles— y, en el caso de Iraq, la generación de una deuda de 80.000 millones de dólares no perdonada por sus antiguos amigos y socios de Occidente —Arabia Saudí y Kuwait—, lo que empujó a Sadam (*12) a atacar Kuwait para obtener el dinero que requería para mantener las infraestructuras económicas y sociales del país, de aquel que antes de la guerra con Irán era uno de los más desarrollados de la región.
Irán: antes de la llegada del primer ministro Mosadeq al poder, a principios de los años 50, Irán estaba en manos de la British Petroleum Company. En 1953 Mosadeq, harto de que las riquezas de su país fueran a parar al extranjero, decidió nacionalizar el petróleo iraní, que por cierto ya era suyo. De nuevo las consecuencias generadas en pro de los intereses occidentales en la región fueron cualquier cosa menos leves: EEUU y Gran Bretaña, no dispuestos a perder sus privilegios en la zona, organizaron un golpe de estado, por medio de la CIA y los servicios secretos británicos, por medio del cual lograron imponer al Sha de Persia en el poder. Éste destruyó todos los progresos democráticos que se habían impulsado en el país con Mosadeq y convirtió a Irán en la mayor colonia clientelar de Occidente en la región. Todo ello a través de una tiranía férrea que contó con el beneplácito de EEUU y Europa.
Guatemala: en 1954 la CIA patrocinó e impulsó un golpe de estado para acabar con el presidente Arbenz, el cual había cometido el pecado de querer modernizar su país y liberarlo de Occidente y sus grandes corporaciones. Entre otras cosas, quería procurar una ley de expropiación de las grandes propiedades sin cultivar para repartirlas entre los pequeños propietarios. La CIA, bajo petición directa de la United Fruit Company (*13), «derrocó a Arbenz y la compañía volvió a regir los destinos del país (…) La empresa (…) estaba indignada porque el presidente Jacobo Arbenz Guzmán había expropiado tierras que no usaba —ofreciendo la correspondiente indemnización a las corporaciones afectadas— como parte de su proyecto para transformar Guatemala, en sus propias palabras, “de un país atrasado con una economía predominantemente feudal en un estado capitalista moderno”, objetivo al parecer inaceptable» (*14).
Chile: el 11 de septiembre de 1973 supuso el fin de la esperanza chilena. El ejército, apoyado por el cuerpo de carabineros, acabó con el gobierno socialista por medio de la violencia más extrema y poniendo a la cabeza del país al dictador Augusto Pinochet, que gobernaría contra el pueblo durante casi dos décadas. El atrevimiento de Allende consistió en querer que Chile recuperara el control de sí misma, como patria independiente que se suponía que era, y deslindarse del domino de las empresas extranjeras sobre el país y su pueblo. El ente corporativo, no dispuesto a perder el sustento y la riqueza que le suponía el control sobre los recursos chilenos sin tener que soportar molestas injerencias autóctonas, y a pesar de que Allende quería negociar para indemnizar a las empresas afectadas, se puso manos a la obra y presionó con tal eficiencia al gobierno estadounidense que éste, a través de la CIA, financió el golpe y a sus impulsores.
Etc., etc., etc.
Me parecería absurdo, y notoriamente pesado, continuar con los ejemplos aquí citados a modo de esquema, pues creo que de momento, y sólo de momento, lo hasta ahora visto nos sirve de ejemplo para entender la doble moral de Occidente y el papel protagonista que éste tiene, y ha tenido, para evitar que las regiones menos favorecidas pudieran desarrollarse económica y democráticamente.
Finalmente, y a modo de cierre, creo adecuado citar las siguientes palabras —geniales por cierto— de la ilustre Sophie Bessis:
«Entre el apoyo acordado a los talibanes afganos, la protección que se dio en 1997-1998 al presidente Laurent Desiré Kabila, acusado por la ONU y las organizaciones humanitarias presentes en el Congo de haber dirigido las masacres de refugiados hutus, y la condena virulenta del régimen cubano, Estados Unidos sobresale en el recurso selectivo a la ética. Los europeos tampoco se quedan cortos, y han sabido, entre otras cuestiones, mostrar una gran discreción cuando Rusia les exigió, en el otoño de 1999 y los meses que siguieron, que no se mezclaran en la reconquista de Chechenia. La gestión de los derechos humanos, lejos de haberse liberado de la de los intereses, no ha salido de su órbita y esencialmente tiene los mismos contornos que las estrategias que se elaboran para defenderlos» (*15).
¿Está claro?
Anotaciones:
1. Bessis, S. (2002). Occidente y los otros. Historia de una supremacía. Madrid: Alianza.
2. Ídem.
3. Los términos de países desarrollados y subdesarrollados, a pesar de su natural interiorización y de su consecuente normalización semántica, no son más que adjetivos que establecen quién está encima y quién debajo, qué camino se ha de seguir y cuál no, infravalorando el otro desarrollo —cultural, social y espiritual— del que nosotros, los de arriba, mucho podríamos aprender. Además, como es obvio, se pone el progreso, con tales conceptos e identificaciones, sólo en la materia, en el dinero, negando con ello la esencia del ser humano y de lo que realmente podríamos considerar una evolución verdadera.
4. Para más información leer La seducción de las palabras, donde podrá verse la tergiversación del lenguaje que nuestros políticos y propagandistas, junto con los publicistas, realizan para que nuestras mentes se muestren más proclives a adquirir una visión más positiva de nuestras guerras y que tengan recelo y rechazo hacia las ajenas. Es fundamental manipular el lenguaje, y repetirlo mil veces si es necesario, para que éste se introduzca en la mente de los ciudadanos y que, de tal modo, direccione la forma de pensar de éstos hacia la diana que el establishment desea.
5. Las Escuelas de Adolf Hitler.
6. Tal término es tan notoriamente falso que se hace de obligada acción ponerlo en cursiva, pues da a entender que Francia ha dejado de ser una potencia colonial.
7. Cot, J.P. (1984). A l´épreuve du pouvoir. Le tiers-mondisme pour quoi faire, Paris: Seuil.
8. Bessis, S. (2002). Occidente y los otros. Historia de una supremacía. Madrid: Alianza.
9. Ídem.
10. El concepto de terrorismo islámico es tan perjudicial, bajo mi humilde opinión, como el de violencia machista. Al establecerlos de tal modo los conceptos se unen, aspecto en nada desconocido por sus creadores, de forma que el terrorista acaba siendo islamista y el machista violento, y las cosas, muy a nuestro pesar, no son tan sencillas. Además, tenemos que tener presente, que dicho reduccionismo categórico deja en evidencia su hipocresía al ver como el autor de la masacre de la isla noruega de Utoya de 2011, en momento alguno fue considerado como terrorista cristiano, al igual que una mujer que mata a su marido no va a ser catalogada como feminista asesina, o a ser enmarcada dentro de la violencia feminista, lo que de por sí es injusto, pues si queremos ser simples seámoslo con todo y con todos. En ambos casos, lo que hay es violencia de unos seres contra otros. En todos ellos hemos de estudiar el porqué de la misma y no calmar nuestros miedos poniendo etiquetas que nos impidan llegar a las causas pero que nos alejen de las soluciones, y que nos transmitan una falsa sensación de control sobre una vida en sí incontrolable y carente de seguridades ciertas. Hemos de partir siempre de que la vida, y la realidad, no son catalogables, al menos de una forma tan vacua. Siempre hay algo más allá.
11. Nabulsi, K. Claves para entender la situación de los refugiados palestinos (mundoarabe.org).
12. Esto no es en modo alguno una defensa de Sadam Hussein, sino una puesta en escena de los intereses y movimientos ocultos del Norte que se esconden tras lo que dicen los periódicos.
Pablo Jiménez Cores. Madrid.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 14 Agoto 2015.