El secuestro y asesinato de periodistas es una de las perversas pesadillas de los conflictos de hoy. Las estadísticas son crueles. El año pasado fueron asesinados 66 periodistas, otros 119 fueron secuestrados y casi 200 entraron en la cárcel. La mayor siniestralidad se registró en Siria, Palestina, Ucrania, Iraq, Libia, Egipto, Afganistán y Venezuela. Las cifras de este año siguen el mismo ritmo. Reporteros sin Fronteras informa que 184 internautas se encuentran en estos momentos en cárceles de países autoritarios o tiránicos. La libertad del periodista es perseguida también en su propio ordenador o móvil.
No dispongo de estadísticas de periodistas muertos en las guerras del siglo pasado. Vasili Grossman escribe una gran crónica de los ejércitos de Stalin desde la defensa de Stalingrado hasta la entrada en Berlín. Vida y Destino es uno de los grandes relatos de la Segunda Guerra Mundial desde la óptica soviética. Hay quien ha comparado su obra con la épica descripción de Guerra y paz, de Tolstói, sobre la derrota de Napoleón en Rusia en 1812. Los conflictos generan literatura de gran calidad. Los fotógrafos y las cámaras de televisión acercan las tragedias hasta nuestras despreocupadas conciencias.
Los nombres de George Orwell, Hemingway, Chaves Nogales, Joan Sales, Arturo Barea y Max Aub están asociados a la buena literatura sobre los conflictos. La bibliografía sobre la guerra civil española es tanto o más amplia que la de las dos guerras mundiales. El periodista o el intelectual que se acercaba al conflicto iba a la primera línea con una cierta protección de los estados mayores o del bando amigo.
Las guerras necesitan del relato de fuentes neutrales o creíbles. Y cualquiera de los bandos tiene que proteger a los periodistas que envían al mundo la visión del conflicto desde una determinada óptica. En las guerras clásicas, delante iban los soldados, los que se enfrentan en directo al fuego enemigo, los que caían al saltar las trincheras o avanzando hacia posiciones del adversario. Estaban cubiertos por la artillería y más tarde por la aviación.
Luego aparecían los mandos intermedios del estado mayor, que estaba situado en la lejanía. El periodista clásico solía estar en esos espacios de seguridad. Llegaba para contar los muertos y levantar acta de las destrucciones.
La guerra moderna ha cambiado los parámetros. Las decisiones estratégicas se toman a cientos o miles de kilómetros. En los conflictos de Afganistán e Iraq, los masivos bombardeos sobre Kabul o Bagdad eran retransmitidos en directo mientras aquel inefable secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, aparecía en un rincón de la pantalla comentando los incendios que destruían edificios de Bagdad.
No había soldados. Llegarían cuando la situación permitiera una ocupación más o menos tranquila. En los bombardeos de estos últimos diez años sobre Libia, Siria, Iraq, Afganistán, Yemen y otros enclaves conflictivos el riesgo de bajas de pilotos era mínimo. Con la llegada de los drones los ataques han perdido todo riesgo. El más poderoso no es el que más tropas despliega, sino del que tiene más capacidad de destrucción con el mínimo riesgo.
En estas guerras de nuestro siglo apareció la figura del periodista soldado que arriesga su vida para facilitar información, imágenes o material transmitido por las redes sociales. Está sólo ante el peligro. Su presencia es detectada y el valor político o estratégico de su secuestro es muy alto. En Siria, ahora mismo, su cobertura personal es inexistente y corre un riesgo muy alto de ser secuestrado, encarcelado o asesinado. En noviembre del 2001 moría en una emboscada Julio Fuentes, periodista de El Mundo, en algún punto de la accidentada carretera que va de Jalalabad a Kabul. En la redacción empezaron a sospechar lo peor cuando el móvil de Julio no respondía.
El periodista de guerras no convencionales suele ser en muchos casos autónomo y su salario depende de las piezas que coloque en el mercado mediático internacional. Los precios son irrisorios. A pesar de ello, los periodistas de raza saltan de conflicto en conflicto sabiendo el peligro que corren pero conociendo también las reglas mínimas de seguridad. He vivido junto a Tomás Alcoverro algunos episodios dramáticos en Líbano. Conoce muy bien el terreno y la situación. Sabía cuándo se podía transitar o trasladarse fugazmente en un coche destartalado.
El periodista de los conflictos de hoy, el de primera línea, el vocacional, anda sin la protección de los ejércitos amigos ni de las empresas que se limitan a comprar sus reportajes. El servicio que prestan a la sociedad globalizada es de primer orden. Y cuando atraviesan un percance serio los gobiernos y los medios tratan de ponerles a salvo. El sufrimiento es muy duro. Lasfamilias padecen. Una profesión muy meritoria. Pero los que han decidido entrar en guerra están mucho más seguros que los que la cuentan desde la intemperie del fuego cruzado.
Lluís Foix ha sido corresponsal en Londres y Washington, ha cubierto informativamente siete guerras, y ha sido también director de La Vanguardia.
Nota: El artículo fue publicado originariamente en La Vanguardia, la publicación en este periódico cuenta con la autorización del autor. Puede leerse también en el blog de Lluís Foix a través de este enlace.
Redacción. Periodismo. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 5 Julio 2015.