La niebla ocupa el espacio, la humedad se siente. Como el Amazonas, como una selva, sin serlo. Son las seis de la mañana y un aire fresco golpea en la cara. El taxista echa a la basura el cigarro casi nuevo y sube al coche. “Sí, es un robo”, comienza a quejarse cuando le pregunto si cobran peaje en todas las vías que llegan a la ciudad.
Medellín está situada en un valle y para llegar desde el aeropuerto internacional hay que bajar algunos kilómetros rodeado de naturaleza montañosa. El chofer del taxi me cuenta un poco de la historia de la ciudad mientras descendemos y me recomienda lugares para comer y visitar. Habla de la ciudad como guía de turistas, con la confianza del que sabe muy bien de lo que habla.
En mi primer día en la Capital de la Montaña viajo en metro con dirección al norte, a la estación Niquía. El metro medellinense corre siempre a no más de un piso por encima del nivel del suelo y por su línea principal –la línea A– cualquier visitante puede darse una idea de toda la ciudad en pocas horas. El metro es eficiente y seguro, solo tiene un problema: los vagones están llenos a toda hora. Para evitar el caos, el gobierno local ha llenado las estaciones de “guías educativos”, empleados públicos que se dedican a educar a los usuarios: cómo subir y bajar ordenadamente, no tirar basura, ceder el asiento a quién más lo necesita, etc… Los edificios de ladrillo rojo llenan el paisaje; el espacio escasea y los paisas se han visto obligados a construir hacia arriba.
El metro es el único lugar donde personas de distintos niveles socioeconómicos parecen mezclarse. Y es que como en cualquier otra ciudad, en Medellín hay colonias de ricos y pobres, la diferencia es que en Colombia la población está separada por niveles de riqueza mediante un programa oficial. Implementado de forma generalizada en 1991, el programa de Estratificación socioeconómica administrado por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), busca, según el gobierno, “cobrar de manera diferencial por estratos los servicios públicos domiciliarios permitiendo asignar subsidios y cobrar contribuciones”. En otras palabras, el gobierno colombiano asigna un número de estrato a todos los habitantes de acuerdo con el lugar en el que viven para aplicar subsidios. Los estratos, que aparecen en el recibo de servicios públicos, van del 1 al 6, donde las personas clasificadas como estrato 6 tienen la mayor capacidad de pago, contrario a quienes se ubican en el estrato 1. La metodología de estratificación se basa en información predial catastral, y lo que se estratifica son los inmuebles.
En teoría la estratificación sirve únicamente para la planeación de subsidios e inversión pública, pero en la práctica los estratos tienen otras funciones. La primera vez que supe algo de ellos fue al leer un anuncio en la entrada del Museo de Antioquia, que decía: “Estratos 1, 2 y 3 no pagan entrada”. La asociación con discriminación fue casi automática. Los colombianos desprecian el programa apenas pregunto sobre sus implicaciones discriminatorias, quizá porque no quieren dar una mala imagen, quizá porque la costumbre los hace verlo distinto, pero no se necesita rascar mucho para que broten las quejas.
Martes por la noche ceno con Edgar y Ana en El Poblado, la zona donde viven los estratos 5 y 6. Ambos son médicos, recién llegados de su natal Bogotá, y no son millonarios, viven en un pequeño departamento, pero están clasificados como estrato 5. “Los de estrato 5 estamos en un sándwich, no podemos subir y tenemos que pagar por los de abajo, el gobierno nos tiene estancados”, me dice Edgar antes de un trago de cerveza. Según el gobierno, Colombia es un “Estado Social de Derecho fundado en la solidaridad y en la redistribución del ingreso de las personas que lo integran”, es por eso que los estratos más altos (5 y 6) subsidian a los que menos tienen (1, 2 y 3), mientras que el estrato 4 paga el valor real de los servicios. Edgar tiene razón, Jairo Bautista, quien forma parte de la Red por la Justicia Tributaria, explica que “es claro que la falta de recaudo entre los segmentos de mayor ingreso representa un daño mayor, pues el monto que se ha dejado de recibir por el impuesto a la renta asciende a casi $28 billones”, algo así como 10 mil millones de dólares. Edgar y Ana tienen tres hijas, apoyan a sus padres, y el que sean empleados los imposibilita para casi cualquier tipo de evasión fiscal. “Tienen registrado hasta el último peso de nuestros ingresos, mientras los de estrato 6 evaden millones a través de sus negocios”.
El estrato también se ha vuelto una forma de marcar a las personas. Más de una vez escucho a paisas en restaurantes y a la amiga que me acompaña decir: “se le notó el estrato”, o “ha de ser estrato 0”, para denotar un comportamiento vulgar, lo que en México se llamaría naco. El impacto no es por el sistema de clases –que existe en todo el mundo–, sino porque es un programa oficial. En Colombia el gobierno les recuerda constantemente a los ciudadanos qué lugar ocupan en la sociedad, enfatiza las diferencias, como si no fueran suficientes las precariedades que los pobres sufren a diario.
A primera vista pareciera que todos los estratos están asignados de forma correcta en Medellín, pero no es así. El barrio de Santa Fe, por ejemplo, ubicado en la comuna número 15 y a un costado del aeropuerto Olaya Herrera, es una colonia industrial que contiene entre otros el Centro Empresarial Olaya Herrera y una planta de la empresa Gaseosas Lux, a pesar de lo cual está clasificada como estrato 3, lo que significa que estas empresas reciben subsidios gubernamentales y pagan menos de lo normal por los servicios públicos, porque según el sistema de estratificación no tienen la capacidad para pagar el costo total. La situación no es única de Medellín. En Bogotá sucede lo mismo con los inmuebles considerados patrimonio histórico, clasificados estrato 1, aunque entre ellos se encuentran mansiones, que pagan las tarifas de servicios públicos más bajas.
Dos días antes de irme Nelson me recoge temprano en el hotel. Nelson es taxista, estrato 3, y se sorprende cuando le digo adónde quiero ir: “Allá hay unas muchachas lindas, pero no es un lugar para turistas”. El camino a la comuna 1, una de las más pobres, no es fácil: hay que atravesar toda la ciudad, plagada de tráfico, y luego subir estrechas calles por la montaña nororiental, en donde está la comuna.
Apenas salir de El Poblado se palpan las diferencias marcadas por el sistema de estratificación: ricos con ricos, pobres con pobres, sin tintes medios. Consuelo Uribe Mallarino, socióloga de la Universidad Javeriana y cuya investigación se centra en los estratos y su efecto en la inclusión social, dice que “los colombianos hemos naturalizado los estratos como forma de dividir las ciudades. Nos parece normal, que siempre han existido, que es un sistema que se emplea en todas partes del mundo», aunque Colombia es el único país que estratifica según la ubicación de la vivienda.
Nelson me lleva primero a la estación Santo Domingo Savio, en el corazón de la comuna 1. Es un oasis en medio de una zona paupérrima. El gobierno de Medellín inauguró el sistema Metrocable en 2004, con el objetivo de mejorar la movilidad de los habitantes de zonas de difícil acceso con bajos recursos, proyecto que se sumó a las razones por las que Medellín fue elegida como la ciudad más innovadora del mundo en 2013. Empero, con todo y las reducidas tarifas del transporte –un boleto de metrocable vale menos de un dólar–, la mayor parte de los usuarios son turistas. A un lado de la estación está el Parque Biblioteca España, cuya biblioteca sí tiene libros y sí funciona, pero está desierta.
Conforme nos acercamos al barrio Popular, también en la comuna 1, aparecen en los postes imágenes de El Patrón –apodo del narcotraficante Pablo Escobar– como las del Che Guevara en un barrio cubano, y los primeros signos de preocupación de Nelson. Voltea a ver los espejos, se detiene, me pide que regrese al taxi en 10 minutos y que no me aleje mucho. Las miradas se sienten porque en el barrio Popular un extraño es fácilmente reconocible: traer zapatos y calcetines es símbolo de extranjería. En Medellín el 75 por ciento de las personas se encuentran en el estrato 1 y 2.
“Aguacate antioqueño”, ofrece una señora de avanzada edad. Aguacates grandes, “listos para comer”, me dice. Sigo caminando unas cuadras y al voltear el taxi de Nelson resalta como joya en el paisaje del Popular, el aire está teñido de un gris que irradia pobreza.
Una de las consecuencias de los estratos, explica Uribe, es que “no hay incentivos para moverse de estrato, ni tampoco para mejorar la residencia, porque se corre el riesgo de que le reclasifiquen el estrato y se termine pagando más”. Dice que cuando se le pregunta a la gente si cambiaría de estrato si ganara la lotería, la mayoría responde que “no”, porque todo sería más caro.
Esta falta de incentivos para la movilidad social ha provocado que las diferencias de clases se marquen claramente. «Tenemos tantas cosas que nos dividen, tanta inequidad social, que ¿realmente necesitamos de una política pública que profundice esas diferencias?», pregunta la socióloga.
Natalia y Juan viven en el municipio de Sabaneta, a 10 minutos de la metrópoli. Viven ahí porque no les alcanza para pagar un departamento de El Poblado, pero quieren estar en un lugar seguro y en las afueras todo es más barato, me dicen. Ambos son recién egresados de la Universidad EAFIT, de las licenciaturas de Contaduría e Ingeniería Civil, respectivamente. Y a pesar de ser paisas, haber crecido y ahora trabajar en Medellín, jamás han paseado por Parque Bolívar y no han entrado a la Catedral Metropolitana de Medellín, la iglesia más importante de la urbe. De plaza Botero, en donde se exponen las esculturas del célebre artista, y el Museo de Antioquia, el más importante de la región, me dicen que “es muy inseguro”, que no lo recomendarían para visitar y que ellos solo han estado ahí una o dos veces. Edgar y Ana tampoco han visitado el centro, y no tienen planes de hacerlo: “fuera de El Poblado la ciudad es insegura, nosotros hacemos nuestras cosas aquí y estamos tranquilos, mejor no dar papaya”. Los ricos viven con los ricos y no salen de ahí, los pobres con los pobres; no hay integración social.
El debate sobre la eliminación del sistema de estratificación ha estado en al aire por algún tiempo, pero la primera propuesta formal llegó hace un año. La oficina de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU Hábitat), a cargo de Roberto Lippi en Colombia, envió al gobierno la propuesta de incluir la eliminación de la estratificación social en el Plan de Desarrollo del país. En una entrevista con el diario El Tiempo, Lippi dijo que “En muchos lugares hay familias que reciben subsidios y ya no los necesitan porque están en otra etapa de su vida, pero por vivir en cierta zona siguen recibiéndolos. Por el contrario, en otros sectores hay personas que necesitan subsidios y no los reciben por el lugar donde viven”, es por eso que “hay que enfocar los subsidios sobre las personas y las familias y no sobre las viviendas”. Por ejemplo, Planeación distrital de Bogotá detectó en 2014 cuarenta mil hogares de estratos 3 y 4 que enfrentan condiciones muy similares a los de estrato 1, sin recibir ayuda debido al lugar en donde se encuentran.
Lamentablemente, Medellín aún está en lista de espera. El plan contempla iniciar la eliminación de los estratos en Bogotá, como programa piloto, y después llevarlo al resto del país. En entrevista con el mismo diario, Lippi dijo que con Medellín todavía no hay acercamientos, pero que “como agencia de cooperación estamos dispuestos a ayudarles cuando lo requieran”.
Por lo pronto, Medellín, una ciudad dividida por las por las clases sociales, lucha por dejar atrás su pasado de violencia ligado al narcotráfico y consolidarse como sitio ideal para turismo de negocios, rubro que según datos del DANE representa el 29% del PIB de la ciudad. «Espero que en 10 años ya se haya desmontado la estratificación a las residencias, se hayan identificado formas de focalizar subsidios que vayan con los habitantes y no con el lugar donde viven. Y ojalá eso signifique mayor mezcla social», dice la socióloga Consuelo Uribe.
Carlos Noyola Contreras. Puebla. México.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 23 Julio 2015.