
En los albores del siglo veintiuno la humanidad en conjunto se enfrenta a graves retos que nos van a hacer redefinir nuestra posición con respecto al mundo natural en el que vivimos y a los complejos sistemas de los que formamos parte. Estos retos son de una naturaleza ambiental, económica, social, política, y también educativa. La educación en particular tiene que asumir su papel de agente de transformación en el proceso de preparar a los jóvenes para los grandes retos a los que se van a enfrentar en el transcurso de sus vidas; los cambios se suceden vertiginosamente, y en este proceso de cambio y transformación es el concepto mismo de lo que entendemos por educación lo que está en juego.
Los seres vivos somos curiosos por naturaleza, y los seres humanos desarrollamos una adaptación llamada inteligencia que nos hizo conscientes de tener esa curiosidad, y desde niños empezamos a aprender sobre el mundo que nos rodea y la vida entera sigue siendo un aprendizaje. Aprender es una aventura en la que utilizamos la creatividad y la imaginación para resolver los problemas que todo proceso de aprendizaje implica. Uno de los grandes placeres de la vida es aprender algo que vale la pena aprender y aprenderlo bien por el puro gusto de aprenderlo. Cada persona tiene habilidades e intereses distintos, y por evidente que suene, lo que a una persona le gusta o le interesa no tiene por qué ser del gusto o interés de otra. Y el objetivo de una buena educación, a mi entender, debe de ser el permitir que una persona desarrolle esos intereses y habilidades al mismo tiempo que proporciona una sólida cultura general sobre los otros ámbitos de la vida. Siendo todos primerizos en la vida hay muchas materias de las que no sabemos absolutamente nada, y es función del maestro despertar el interés de sus alumnos por la materia que se imparte, sabiendo perfectamente que no todos los alumnos se van a interesar de la misma manera. Para poder despertar el interés de sus alumnos en la materia es indispensable que el maestro tenga un buen conocimiento de ella, si no lo tiene nunca podrá realmente ganarse a sus alumnos a esa materia. Y hay alumnos que en algún momento se empiezan a interesar en lo que el maestro dice, y si se establece una buena empatía y ambiente de trabajo, algunos de ellos van a empezar a aprenderla por gusto y hay ocasiones en que la influencia de un buen maestro que daba sus clases con entusiasmo y por vocación llega a despertar en algunos de ellos el interés por seguir esa materia como carrera de vida. Y hay otros que a lo mejor no, porque tienen otros intereses, pero si el maestro dio bien sus clases aunque mucho se les olvide algo se les va a quedar como parte de su acervo cultural. Un maestro puede ganar el gusto o la antipatía de sus alumnos hacia su materia de por vida. Y lo crucial que hay que entender aquí es que las cosas se aprenden por gusto y no por obligación. Las cosas que se aprenden por obligación, para salir de alguna coyuntura, no se retienen y rápidamente se olvidan cuando pasa la necesidad. El mundo está cambiando constantemente y requiere de nuestra atención, y no hay espacio en nuestro cerebro o en nuestras vidas para retener la información que no necesitamos.
En las culturas tradicionales esto es algo que se intuye, y la educación tiende a enfocarse en los aspectos sociales y comunitarios que beneficien a todo el grupo. La vida entera es una escuela y se vive y se aprende con gusto y con asombro ante la complejidad y la maravilla del mundo que nos rodea. No hay maestros ni hay alumnos, hay los que llegaron antes y los que vinieron después.
En un sistema educativo adaptado a la cultura de las masas el alumno inevitablemente va a perder una buena parte de su individualidad. No es lo mismo dar clases a un grupo de 15 alumnos que a uno de 40. Para el sistema educativo el alumno se convierte en una estadística, en un promedio de calificaciones e inevitablemente en un sujeto pasivo que al parecer no tiene voz ni voto en el proceso de su propia educación. El sistema sabe lo que es bueno para los alumnos, no es así, y los trata a todos como si estuvieran cortados con el mismo molde y hubieran salido todos del mismo sitio. Para el sistema educativo no hay contexto ni historia ni idiosincrasia ni intereses o aptitudes personales, ni ritmo o capacidad de aprendizaje distintos, simplemente se espera que todos aprendan exactamente lo mismo de la misma manera y al mismo ritmo y si no tienen el interés por aprender pues de alguna manera hay que obligarlos. Y se diseña todo un sistema de mecanismos de coerción para obligar a los alumnos a que aprendan un montón de cosas que a lo mejor no les interesan en lo absoluto y que nunca les van a ser de ninguna utilidad, y si no les interesa la materia van a aprender solo lo estrictamente necesario para salir del paso, y una vez que pasa el examen cualquier cosa que hayan ‘aprendido’ se les va a olvidar muy rápidamente y por completo, al mismo tiempo que ya le agarraron una antipatía a la materia de por vida.
A lo que voy con todo esto es que un sistema educativo basado en el control y en la coerción no puede ni nunca podrá obtener los mismos resultados que un sistema educativo basado en la cooperación y en la participación. Como dicen, enseñar es aprender dos veces. Enseñar implica un grado de empatía o de complicidad con los alumnos. Entre el sistema educativo y los alumnos, es con los alumnos con los que hay que tomar partido. Es en la cooperación entre el maestro y los alumnos y la participación de todos los involucrados que se da el ambiente más propicio para que los alumnos se interesen en el tema. Los seres humanos estamos hechos para aprender en libertad, y cuando la educación se vuelve una obligación, un requisito o una carga y en lugar de ser motivo de entusiasmo se convierte en fuente de desinterés y de apatía, cualquier beneficio que supuestamente se obtenga será necesariamente efímero e ilusorio.
En la educación no se puede no tomar en cuenta el contexto local. Más allá de los requerimientos de un sistema educativo que inevitablemente trata a los alumnos con uniformidad homogeneizada, está el simple hecho de que tratamos con individuos, con seres humanos que tienen diferentes gustos e intereses, diferentes aptitudes y habilidades, que aprenden a diferentes ritmos y cuya curiosidad y capacidad de asombro se despierta por diferentes causas, que hay materias en el currículo por las que se va a sentir interés y otras por las que no, y que el individuo tiene el derecho legítimo de no tener por qué estar interesado en alguna materia. Como ya se mencionó, es función del maestro tratar de involucrar a sus alumnos en la materia que se imparte, sabiendo perfectamente que no todos los alumnos se van a interesar de la misma manera. Y un sistema educativo que sea auténticamente humanista tiene que tener flexibilidad y tolerancia para acomodar esas diferencias.
Y ese individuo pertenece a una comunidad situada en algún lugar físico del mundo. Y ahí la gente es de cierta manera y tiene ciertas costumbres y tradiciones y también tiene ciertas necesidades y carencias, y expectativas y problemáticas distintas. Es cierto que la vida moderna ha impuesto un manto de uniformización en todos los aspectos de la vida cotidiana en cualquier parte del mundo, pero este manto es más bien superficial, producto del momento histórico que estamos viviendo, que no es ni eterno ni sustentable ni ha estado vigente durante demasiado tiempo. La cultura cambia lentamente, a su propio ritmo, por más que la tecnología trate de apurarle el paso.
Y así como en la educación no se pueden ignorar las realidades locales tampoco se puede ignorar la realidad de ese momento histórico que nos tocó vivir. A estas alturas es imposible ignorar el impacto que nuestra especie tiene y ha tenido sobre el medio ambiente. Estamos llevando a miles de especies a la extinción y alterando los mismos sistemas de autoregulamiento del planeta tierra que le permiten mantenerse en un estado de equilibrio dinámico con idóneas condiciones para la vida. El proyecto humano ha crecido desmesuradamente, tanto en números absolutos como en capacidad destructiva, y no hay ecosistema en el planeta que no haya sido trastornado por nuestra influencia. Cada día liberamos al medio ambiente millones de toneladas de desperdicios, y parece que el único objetivo del sistema económico es explotar por explotar para producir por producir para consumir por consumir. Para desperdiciar por desperdiciar. Para acumular por acumular.
Lo cierto es que vivimos en un mundo finito, que de hecho ya nos quedó chico, y al mismo tiempo que estamos destruyendo las mismas condiciones que permiten el desarrollo óptimo de la vida en este planeta, nuestra sociedad sigue creyendo en el mito del progreso y del crecimiento económico indefinido y todos sus sistemas sociales, económicos, políticos, culturales, religiosos y educativos siguen bajo el trance colectivo de creer que estamos por encima de las leyes de la naturaleza y de la capacidad portativa de los ecosistemas. El hecho de que se hable tan poco de esto en el discurso oficial y que sea tan poco lo que se haga para tratar de mitigar los peores excesos de nuestra civilización es sintomática de una trágica falta de visión colectiva sobre el futuro que le queremos dejar a nuestros hijos. Nuestra cultura tiene una impresionante capacidad de negación colectiva, somos incapaces de ver más allá de nuestras narices y de nuestro beneficio inmediato y creemos que treinta o cuarenta años es largo plazo mientras nos preocupamos enormemente por quien va a ganar el partido de futbol el próximo domingo o como va a terminar la telenovela.
La educación ambiental en México tiene por lo menos treinta años de retraso. Si se hubieran escuchado las voces que en la década de los setentas o de los ochentas empezaban a advertir sobre las consecuencias de seguir por el rumbo por donde se iba, y se hubieran realizado campañas para concientizar a los niños desde la primaria, habría ya una generación de adultos conscientes de la necesidad de respetar más el medio ambiente y de participar activamente en la creación de un mundo mejor. Hay que tomar en cuenta que se necesitan por lo menos dos décadas para que el niño crezca y sus decisiones empiecen a tener un efecto en el mundo. Lo que se está empezando a hacer ahora es por supuesto importante, pero alguien diría que es demasiado poco y demasiado tarde. Y está todavía demasiado impregnado de academicismo. La ecología a fin de cuentas es ante todo una actitud ante la vida y una manera de relacionarse con el mundo, no una calificación que se tenga que obtener.
Concientizara la gente no es una tarea fácil. La concientización va más allá de la educación. Se podría decir que ahí donde la educación encuentra sus límites, la concientización apenas está comenzando. Concientizar significa hacer que la gente se dé cuenta de realidades o de aspectos de la realidad que normalmente no percibe, o no quiere percibir. Y no es una tarea fácil porque hay que vencer muchas resistencias, tanto a nivel personal, como social y sistémico. En todos los niveles, estamos demasiado atrapados en nuestras zonas de confort y nuestros horizontes son demasiado estrechos y nuestra visión demasiado limitada como para que estemos dispuestos a hacer el esfuerzo necesario para hacernos responsables de nosotros mismos ante el mundo y ante el resto de las personas con las que compartimos nuestras vidas. Concientizar implica hacer que las personas se hagan responsables, que se hagan tolerantes de otras formas de pensar y de vivir y que se hagan activos y participativos en la creación de un mundo mejor.
Y es en esta labor de concientización en la que el sistema educativo está fallando más contundentemente. La realidad que nos rodea está cambiando a pasos agigantados, y el ritmo de cambio se ha ido acelerando cada vez más. La realidad del mundo que nos rodea es cada vez más compleja e incomprensible, y para darle sentido y coherencia a esa realidad una herramienta con la que contamos es la educación; y la mejor educación es la que consigue despertar en los alumnos el interés por la materia que se imparte y la que instila en ellos un espíritu crítico que los haga cuestionar la naturaleza de las cosas y los lleve a pensar por sí mismos dentro del marco circunstancial en el que cada uno de ellos opera.
El mundo que se nos viene no es el mundo globalizado con infinitas oportunidades de seguir creciendo económicamente independientemente de las realidades físicas de nuestro planeta. Ese futuro ya falló. El proceso globalizador llegó ya a sus límites, dejando tras de sí una secuela de tremendos problemas ambientales a los que les vamos a tener que hacer frente durante décadas o siglos y en el que la repartición de los beneficios obtenidos no ha alcanzado más que a un pequeño porcentaje de la humanidad. En un mundo en el que el uno por ciento de la población controla el 40 por ciento de los recursos, y hay mil millones de personas que padecen hambre cotidianamente; en el que se gasta más en armamento que en cualquier otro producto al mismo tiempo que 50,000 niños mueren de hambre o de enfermedades fácilmente prevenibles cada día, es claro que el proyecto del progreso económico continuo no ha sido más que un espejismo. El mundo que se nos viene es más bien un mundo en el que vamos a tener que aprender a vivir de nuevo de acuerdo a los límites que nos marca la capacidad portativa del planeta tierra, en el que algún día nos vamos a tener que dar cuenta que formamos parte de una cosa que se llama biósfera, y que si esa biósfera la destruimos nos estamos destruyendo a nosotros con ella. En este mundo que se nos viene, y que está prácticamente a la vuelta de la esquina, la cantidad de recursos y de energía disponible por persona y en conjunto va a ser radicalmente menor que a la que estamos acostumbrados, y eso va a implicar una transformación masiva en todos los niveles de la sociedad y de las relaciones geopolíticas y socioeconómicas. Las sociedades que no se hagan verdaderamente sustentables pues no se van a poder seguir sosteniendo. Es así de sencillo.
La educación pública en México ha sido hasta ahora completamente incapaz de identificar, prever, preparar, y mucho menos de atender o resolver los retos a los que se enfrentan los jóvenes en este nuevo mundo que se nos avecina. El problema es por supuesto de visión. Cuando todas las políticas oficiales se basan en consideraciones sexenales, administrativas o coyunturales, no es mucho lo que se puede planear a mediano o largo plazo. Pero en algún momento la educación pública va a tener que asumir su función como agente de cambio, o quedar al margen. Para poder preparar a las nuevas generaciones para los cambios de los que van a ser testigos en el transcurso de sus vidas es indispensable que se les deje de tratar como sujetos pasivos cuya única función es pasar exámenes formulaicos para ver quien obtiene las mejores calificaciones, o cuya función es aprenderse un montón de datos que a nadie le interesan solo para pasar un examen, o copiar antologías enteras palabra por palabra aunque de eso no vayan a retener absolutamente nada; sino como agentes activos con capacidad de discernimiento y criterio propio que necesitan conocer y estar enterados del mundo en el que viven, así como comprometidos en la creación de un futuro mejor, y que son capaces de apreciar la calidad o las deficiencias en la educación que se les imparte, y cuya opinión debe de ser tomada en cuenta.
Es en este sentido que el objetivo de la educación no es, y no debe de ser, que los alumnos se hagan competentes; el objetivo es, o debe de ser, que los alumnos se hagan conscientes. El objetivo de la educación no es que los alumnos aprendan; es que los alumnos comprendan. Esto parece ser un juego de palabras, pero hay un mundo de diferencia. Nuestro mundo, que es el que está en la balanza. Para decirlo claramente, el objetivo de la educación no es, y no debe de ser, hacer que los alumnos se conformen al sistema, sino que lo cuestionen, y que se exploren alternativas.
David Cañedo Escárcega. Tenango de Doria. Hidalgo. México.
Colaboración. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 12 Julio 2015.