Desde la ascensión del Estado Islámico ha habido toda una serie de interferencias regionales en Oriente Medio y en el continente africano. Oriente Medio lleva un siglo en conflicto pero lo nuevo es que esas mismas fronteras que se empezaron a dibujar tras la Gran Guerra están empezando a desaparecer. Por primera vez un amplio territorio entre los restos de Siria e Iraq está en manos de un ejército islamista, que ha establecido un estado que no es reconocido como interlocutor por nadie, que día a día va expandiéndose por la fuerza del as armas.
El califato en expansión
El avance del Estado Islámico deglute a su paso cada vez más territorios de lo que antes era Siria e Iraq haciendo desaparecer las fronteras entre los dos países. Han encontrado una importante resistencia en las regiones controladas por los kurdos, tanto en el norte de Siria como en el norte de Iraq, también por el ejército regular iraquí y las milicias chiítas a las puertas de Bagdad. Pero salvo una operación de bombardeos aliados desde el aire sobre sus posiciones no parece que nadie les haya hecho frente en sus dominios. El califato es pues una suerte de estado encajonado entre los restos de los dos países. Hace un año afirme que el Estado Islámico, contradiciendo a los mapas que difunden sus acólitos por Internet (en los que si les hacemos caso las ansias de conquista no solo están en todo el mundo árabe y musulmán si no también en la Península Ibérica y los Balcanes) estaba circunscrito principalmente a esta región que aún mantienen bajo control, y esto hoy aunque lo sigo subscribiendo, vale la pena matizar. El que el Estado Islámico esté circunscrito en esta región, por decisión propia y ante todo por su imposibilidad de expandirse a gran escala fuera de esta región, no significa que no avance conquistando cada vez más territorios iraquíes y sirios. Tampoco que no desestabilice con su existencia y sus tentáculos toda la región: los atentados en Yemen, en El Líbano, y en la propia Arabia Saudita llevan su marca. Fuera de la región se les encuentra en la tierra de nadie en la que se ha convertido Libia, sin saberse bien del cierto si ese Estado Islámico es el mismo o una franquicia. En todo el Sahel se mueven grupos armados salafistas con su propia dinámica que cuanto menos podemos considerar como potenciales aliados. La guerrilla de Boko Haram en Nigeria ha declarado su adhesión también al Estado Islámico. Finalmente tenemos el atentado del Museo del Bardo en Túnez perpetrado por tunecinos simpatizantes del Estado Islámico, algo que se puede sumar si queremos a los atentados de Charlie Hebdo en Paris.
Por lo tanto el Estado Islámico mantiene dos modelos operativos diferentes pero complementarios entre si: el de una conquista a la antigua usanza de territorios en lo que fue Siria e Iraq donde ha constituido un califato, y una expansión regional e internacional, que a través de franquicias, aliados, y comandos armados golpea donde quiere. El primer modelo operativo la comunidad internacional lo está limitando pero de momento, salvo los bombardeos que antes mencione, ha sido incapaz de hacerle frente en su propio territorio. En cuanto al segundo es si cabe más peligroso porque si bien es cierto que no mantiene una presencia física estatalizada, por esta misma razón es más difícil de hacerle frente militarmente: no hay columnas de soldados ni un cuartel general estable por lo que esto se parece a una suerte de guerra con un enemigo fantasma que puede golpear donde quiera y cuando quiera. En cuanto a la posibilidad de que Libia, o algunas de sus regiones, se convierta en una suerte de califato por la incompetencia de la comunidad internacional, nuevamente se vería no solo limitado físicamente si no también aislado del núcleo en Siria de Iraq.
El Estado Islámico se esfuerza mucho en generar una imagen terrorífica con sus víctimas a través de un gran dominio de las técnicas de la propaganda que luego son difundidas a través de Internet y en general de los medios de comunicación convencionales. Uno se cuestiona a veces si esa imagen es para aterrorizar a la comunidad internacional (incluidos también al resto de musulmanes) para que no se atrevan a inmiscuirse en su califato, o bien para provocar todo lo contrario: una gran confrontación terrestre en su territorio. El Estado Islámico no podría soportar una intervención armada en sus dominios a no ser que esa nueva guerra se complicase convirtiéndose en un conflicto regional del que sacar partido.
La media luna chiíta
Si el Estado Islámico, con permiso de la guerra civil en Siria en la que también participa, es uno de los epicentros de desestabilización en Oriente Medio el otro es el constituido por la guerra civil en el Yemen. Los atentados contra las mezquitas de Sanaa perpetrados por el Estado Islámico han tenido como consecuencia el alzamiento del clan de los Huthi, los habitantes de confesión zaidita (una forma de chiísmo) del norte del país. Este levantamiento frente a la incapacidad de las fuerzas gubernamentales para hacerle frente ha sido contestado por innumerables bombardeos desde el aire por parte de Arabia Saudita. El temor de la familia Saud puede venir de la constitución de un estado de confesión chiíta en su flanco sur, pero sobre todo de que ese estado pudiera influir o asociarse de alguna manera en la propia población chiíta que se encuentra en Arabia Saudita. El levantamiento de los Huthi a diferencia de la formación del Estado Islámico ha sido contestado frontalmente de tal manera que hasta diferentes países que en principio no tienen demasiado que ver (Emiratos Árabes, Kuwait, Bahréin, Qatar, Jordania, Marruecos, Egipto y Pakistán) han creado un alianza militar para combatirles.
Y es que en realidad lo que se combate son los tentáculos de la República Islámica de Irán en un momento en que las negociaciones sobre el contencioso nuclear con los Estados Unidos y el resto de la comunidad internacional funcionan. Tenga o no tenga mucho que ver Irán con el levantamiento de los zaiditas se quiere cortar de raíz un foco de inestabilidad que puede perjudicar a Arabia Saudita y beneficiar a la formación de la media luna chiíta. Esta estaría integrada por Siria, donde combaten los milicianos de Hezbolla al lado de las fuerzas gubernamentales que se han desplazado desde El Líbano, por el Iraq gubernamental (de Bagdad hacía abajo) donde combaten milicias chiítas, y por el propio Irán. Es cierto que en la campaña de bombardeos que lidera Estados Unidos contra el Estado Islámico, sobre todo sobre sus posiciones en Siria, colaboran también algunas monarquías del Golfo Pérsico, pero utilizando la misma lógica que hemos aplicado a los zaiditas en el Yemen, los más perjudicados por el Estado Islámico son los iraníes y esta media luna chiíta de la que estamos hablando. Bajo esta argumentación la guerra en Siria, en Iraq, y en Yemen, sin perder su lógica interna gana una dimensión regional en la que los dos contendientes fuertes de la región, Arabia Saudita e Irán, con permiso de Turquía e Israel, podrían estar enfrentándose indirectamente. Si retomamos ahora el peor de los escenarios que se podría dar con una intervención terrestre contra el Estado Islámico en su territorio podemos ver mejor ahora que proporciones podría tener el conflicto regionalmente.
La madre de todas la guerras
Los Estados Unidos lideraron una coalición para liquidar el régimen baazista y se fueron de Iraq sin asentar un nuevo estado que se encargará de garantizar ni la seguridad ni cualquier otra cosa a su población. Y éstas son las condiciones en las que fue posible la ascensión del Estado Islámico. En la guerra civil en Siria se desconoce donde fue a parar el armamento que varios países occidentales proporcionaron al Ejército Libre de Siria que luego pudo acabar en manos del Estado Islámico, pero parece bastante certero señalar que las diferentes facciones islamistas recibieron financiación de las monarquías del Golfo Pérsico. La intención era debilitar al régimen sirio pero la realidad fue la alimentación de una bestia que ahora al haber crecido demasiado se la bombardea desde el aire. El desastre libio fue utilizado como un buen argumento por Rusia para oponerse a cualquier tipo de intervención contra el régimen sirio. Vladimir Putin al lado de la República de Irán es el principal soporte de Bashar Al Asad. Es cierto que si al escenario en Oriente Medio le sumamos el de Europa del Este, donde Rusia y la OTAN se enseñan los dientes, podríamos mostrar todo como diferentes partes de la nueva guerra fría entre dos viejos rivales. Pero se da el caso que en este momento Washington como decíamos más arriba se está acercando a Irán y puede considerar al régimen sirio como un mal menor frente a la bestia del Estado Islámico. Lo que sucede es que si bien el conflicto en Ucrania puede llegar a resolverse, o mantenerlo en suspensión, entre los dos viejos rivales, en cambio el del escenario de Oriente Medio requiere de la presencia y acción de los actores regionales.
Los tres grandes en la región, con permiso de Israel que está aparte, son Arabia Saudita, Irán, y Turquía que es miembro de la OTAN. Egipto podría tener también un papel importante pero con la ilegalización de la mitad de su electorado ya tiene suficientes problemas. Nunca se puede tener la certeza absoluta en la política internacional porque siempre pueden haber cartas ocultas, pero en mi opinión, manteniendo el presente análisis, estas tres potencias tienen dos opciones para afrontar la desestabilización en la región (tanto la del Estado Islámico como el resto). La primera de ellas es hacer lo que hacen ahora contra el Estado Islámico, el aislamiento, algo que a la larga, a no ser que el califato fije sus limites y sea reconocido, les llevará a un enfrentamiento terrestre cada cual por su lado. Circunstancia que como apuntaba más arriba podría derivar en un conflicto regional entre estas potencias, pudiendo involucrar a occidente (entre otras cosas porque Oriente Medio sigue siendo la región más importante de producción de petróleo), y beneficiando tanto al Estado Islámico como al resto de grupos afines o enfrentados entre si. La segunda opción es la de sensatez. Estas tres potencias regionales se pueden poner de acuerdo para erradicar el Estado Islámico o en el peor de los casos para estos países reconocerlo como un nuevo actor regional, marcando un precedente para todas sus franquicias, incluidas las africanas.
Sadam Husein, el último presidente de Iraq, en el juicio que le hicieron sus victimas momentos antes de ahorcarlo, profetizó que en Iraq se iba a desatar la madre de todas la guerras. Y por los resultados en cierta forma esto se está cumpliendo. Cientos de miles de muertos y millones de desplazos. Da la impresión que los que llevaron la guerra a la región nunca previeron que todo iría hacía peor. Y si lo previeron poco les importó. Ya va siendo hora de no tropezar mil veces con la misma piedra.
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Un apunte histórico
La revolución islámica en Irán en 1979 sorprendió al mundo y rompió con la concepción del mundo bipolar que mantenían con su influencia las dos grandes superpotencias. De repente un aliado de Washington se convirtió en un enemigo que consideraba a Estados Unidos como el gran Satán. El Iraq de Sadam Husein aprovechando un contencioso con Irán sobre el Shatt Al-Arab le declaró una guerra de desgaste que duraría casi una década que provocó cuatro millones de muertos. Sadam Husein en cierta forma fue el muro de contención de la propagación de la revolución chiíta en la región y por esa razón los países occidentales le armaron hasta los dientes. Mientras esto sucedía Estados Unidos vendía también armamento a Irán (la trama que perseguía obtener ingresos para financiar a la contra nicaragüense fue conocida como el Irangate). Esta guerra fue una forma de mantener ocupadas a las dos grandes potencias regionales. El resto ya es más conocido.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 25 Junio 2015.
Artículo relacionado: La ascensión del Estado Islámico – por Francesc Sánchez