El auge de la extrema derecha y el declive de la izquierda en Finlandia – por Luis F. Blanca

El pasado 19 de abril, casi 3 millones de finlandeses decidieron asestar con su voto un insólito radicalismo a su Gobierno, en una silenciosa y sosegada república históricamente alejada de cualquier tipo de excesos. El súbito e inesperado giro emprendido hacia la derecha por el ejecutivo de Juha Sipilä –nuevo Primer Ministro de Finlandia-, ha generado en el pequeño país nórdico todo tipo de controversias y polémicas, dejando a la izquierda sumida en una profundísima crisis de identidad.

Tras la victoria cosechada por Keskusta, el Partido del Centro –cuyo representante más célebre en España sea seguramente el muy austero ex-Comisario Europeo, Olli Rehn-, el nuevo ejecutivo ha encontrado sus alianzas para formar Gobierno en Kookomus, la Coalición Nacional –vencedores en los anteriores comicios gracias a su paternalista discurso conservador- y en el insólito Perussuomalaiset o Partido de los Finlandeses –grupo euroescéptico y populista, acusado de xenófobo debido a su fuerte apuesta por las restricciones en materia de inmigración-.

Sus contrincantes de izquierdas en el Parlamento (Sosialidemokraatinen Puolue, el histórico Partido Socialdemócrata; Vihreät, los Verdes; y Vasemmistoliitto, la Alianza de la Izquierda) quedan ahora debilitados y en clara desventaja –al sumar apenas 61 escaños de 200-, configurando una de las asambleas menos proporcionadas de su historia.

Al lento y progresivo declive de la izquierda finlandesa –que desde 1999 no logra encabezar un ejecutivo-, ocurrido en paralelo al de otros Estados del norte de Europa, debe sumársele ahora la temible competencia del Partido de los Finlandeses. El auge de este movimiento -que hasta 2011 no logró despegar de los 4 escaños- podría explicar, al menos en parte, la apatía de un amplio porcentaje de la ciudadanía hacia las políticas tradicionales de izquierdas.

El fenómeno no es intrínsecamente único. En Francia, Reino Unido, Dinamarca, Países Bajos o Austria, partidos de derecha populista y anti-inmigración (cada uno con sus particularidades nacionales) han logrado generar un notable seguimiento durante la segunda mitad de esta década, y en muchos casos -si atendemos a la evolución de los resultados electorales- su crecimiento se produjo más a costa de los votos de los partidos de izquierda que de la derecha tradicional. Sin embargo, hasta la fecha, y a excepción de lo ocurrido en 1999 en Austria con el Partido de la Libertad de Haider, ninguno de ellos había logrado jamás formar Gobierno (en el caso del UKIP británico por ejemplo, ha sido especialmente severo el rechazo sufrido en las recientes elecciones generales).

El Partido de los Finlandeses, a pesar de las evidentes contemporizaciones con sus homólogos en el resto de Europa, procura desmarcarse de las posturas más abiertamente radicales o xenófobas (y aún así, en 2008 el 28% de la ciudadanía percibía a Timo Soini, líder de la formación y nuevo Ministro de Exteriores de Finlandia, como abiertamente racista) para mostrar su lado más chovinista. Aun así, en el seno del partido siguen produciéndose alarmantes salidas de tono, como en abril del año pasado, cuando el diputado Nuutti Hyttinen abogó por situar en el centro de Helsinki una estatua de Tom of Finland -icono de la cultura gay nacional- no para promover la libertad sexual en Finlandia, sino para «provocar a los musulmanes».

Los socialdemócratas han intentado en vano atacar el problema criticando estas actitudes, mientras –en una extrañísima pirueta- procuraban maquillar de un cierto patriotismo sus discursos, en un más que evidente guiño hacia los votantes del ultraderechista Partido de los Finlandeses.

El mensaje de la Alianza de la Izquierda ha sido sin embargo algo más contundente: el declive de la izquierda reside «en el alejamiento de los problemas reales de las gente y en el peso excesivo del institucionalismo», comenta Mia Haglund, candidata al Parlamento por esta formación. «La izquierda se ha centrado demasiado en la macroeconomía. (…) Para recuperar a las personas hay que radicalizar el discurso de lo verdaderamente importante desde lo local». Para ello, los nuevos políticos de la izquierda finlandesa fijan como referentes modelos como los del sur de Europa, e incluso citan frecuentemente y con entusiasmo a Podemos o Syriza, partidos cuya historia conocen perfectamente. «En Finlandia la búsqueda de movimientos de movilización de masas como el 15-M en España no han dado hasta la fecha resultados», explica Aaron Kallinen, asesor en el Parlamento. Incluso confiesan que la aprobación del matrimonio homosexual –cuyo seguimiento fue masivo en las manifestaciones del país- se ha percibido por la ciudadanía como una iniciativa de los liberales.

La esperanza de la izquierda finlandesa reside ahora en lograr conquistar la calle a partir de pequeños gestos como el rechazo al tratado comercial de la UE con EE. UU. (el famoso TTIP), o el desarrollo local. Y es aquí, donde la izquierda crítica reconoce su fracaso, al haber sido incapaz de explicar su visión de un mundo cada vez más interconectado, perdiendo de vista aquello -el mundo local- en donde más naturalmente se mueve.

Por todo ello pareciera ahora que las clases trabajadoras finlandesas se sientan cada vez más cómodas en un discurso populista dirigido sin complejos hacia su exaltación y defensa, por encima de cualquier otra consideración. Incluso, a costa de tolerar y fomentar un discurso político excluyente que en la práctica se traduce en una lucha de los desfavorecidos contra los inmigrantes aún más desfavorecidos, ya que a la postre el enemigo de la globalización permanece en sus propuestas lejos, invisible e inalcanzable.

Luis F. Blanca Rivera. Helsinki.
Colaboración. El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 1 Junio 2015.