Vuela alto mi pequeña golondrina – por Juan Antonio Ternero Ivars

Cada día nos retransmiten por la televisión noticias trágicas, que desearíamos no tener que oír, pero braman por ser escuchadas. Cerrar los ojos no es una solución, es parte de nuestro deber como habitantes de este lugar llamado Mundo ser conscientes de lo que ocurre a nuestro alrededor. En esta ocasión, me parece oportuno mencionar dos acontecimientos relativamente actuales y que merecen la atención del lector: el accidente aéreo en los Alpes franceses y el reciente ataque yihadista a la Universidad de Garissa, en Kenia.

Ambos tienen, en mi opinión, un punto en común: la complejidad del cerebro humano. Quizás nunca se descubra la verdadera razón por la cual el copiloto de Germanwings llevó a cabo semejante atrocidad, quizás tardemos siglos en averiguar las subversivas razones del terrorismo que tanto horror causa en Occidente y en los países no occidentales. A pesar de que muchas veces preferimos pasar por alto esto último, ya que nos parece como algo lejano, que no nos incumbe; de hecho, muchas veces se les tacha de culpables, olvidamos que en la mayor parte de los casos quienes los gobiernan no han sido fruto de unas elecciones justas y obviamos su papel de víctimas. No obstante, también es nuestro problema, queramos o no. Tanto por cuestiones éticas y morales como lógicas: el odio incita al odio y el dolor a la venganza. Tanto daño hacen aquellos que dañan como los que callan. Y es en este punto donde la educación cumple un papel trascendental, y es por ello por lo cual muchos ataques son dirigidos hacia centros educativos y culturales como la Universidad de Garissa o el Museo del Bardo, en Túnez. El terrorismo también tiene miedo: al poder del conocimiento, que tantas batallas ha ganado. En ello debemos focalizar nuestros esfuerzos: en concienciar a la sociedad, en impedir que lo incorrecto sea acatado sin cuestionamiento previo como aceptable. Tal vez nos parezca imposible destruir estas células malignas que azotan los cimientos de la Humanidad pero, ¿acaso no lo era también el Apartheid o el Nazismo? ¿No parecía surrealista el derecho al voto de la mujer? ¿No resultaba gracioso el deseo de poder surcar el cielo? La sociedad nunca será perfecta y creerlo nos haría pecar de utópicos, sin embargo, nunca debemos infravalorar la innata capacidad del ser humano a desarrollarse, soñar y luchar. Podemos ser mejor, debemos serlo. Quedan demasiadas vidas truncadas que merecen ser escuchadas, demasiada pobreza, dolor y violencia que erradicar.

Es muy posible que mi contribución sea escasa. Pero espero desde lo más profundo de mi ser que sirva para algo, aunque sea para concienciar a una sola persona. Sin más preámbulo, aporto a continuación como pésame a todas aquellas víctimas de la injusticia y a todas aquellas personas que intentaron con ahínco torcer su curso, el siguiente humilde homenaje:

«Alto, vuela alto mi pequeña golondrina. Más allá de las nubes y de las estrellas. Mas no olvides cuando estés en el Paraíso, aquellos pedacitos de tu ser que nos regalaste aquí en la Tierra»

Juan Antonio Ternero Ivars. Algeciras, Cádiz.

Cartas de los lectores. El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 6 Abril 2015.

 


 

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