El texto que tiene entre sus manos ha sido motivado por la destrucción de estatuas y demás patrimonio que está llevando a cabo el Estado Islámico en Iraq. No va entrar apenas en sus motivaciones ni tampoco se va a relatar la situación actual en el califato, si no que por el contrario pretende rescatar del olvido ese pasado de Mesopotamia, y su descubrimiento a lo largo de los dos últimos siglos, que ahora está desapareciendo.
Unos tíos barbudos dando martillazos a unas esculturas porque representan falsos dioses. Esta es la nueva superproducción del Estado Islámico: cargarse el testigo material de los primeros pasos de la civilización que surgió hace cinco mil años en lo que comúnmente se conoce como Mesopotamia (la tierra entre dos ríos) y que forma parte tanto del pasado de Iraq como por extensión de toda la humanidad. Para ser justos esta destrucción del patrimonio iraquí no empieza ahora: tras la invasión norteamericana del país y la caída del estado los saqueos organizados sustrajeron del Museo de Arqueología de Bagdad cientos de piezas para luego ser vendidas en el mercado negro de antigüedades, probablemente a los mismos individuos que ahora mismo están comprando lo que el Estado Islámico ha decidido salvar para financiar su califato. Pero todo no termina aquí. La destrucción en el museo de Mosul de las esculturas de la ciudad de Nínive queda empequeñecida con la destrucción de las ciudades de Nimrod y Hatra: no hay imágenes de momento pero al parecer se ha borrado todo rastro con maquinaría pesada.
Las civilizaciones de la Antigüedad están sepultadas en el subsuelo por las diferentes capas de la modernidad. La cultura recién instalada en el poder de la sociedad, aparentemente borra la anterior, pero en la mayoría de los casos lo que hace es superponerse apropiándose del pasado. En los desiertos iraquíes los sumerios cohabitaron y se fundieron con los acadios y éstos hicieron lo propio con los babilonios y los asirios. Llegaron los persas y construyeron nuevas ciudades pero, mientras intentaron invadir las ciudades griegas y fracasaron estrepitosamente tras el ejemplo heroico de los espartanos en las Termópilas, también reconstruyeron las anteriores, lo mismo que hicieron los macedonios y griegos con la llegada de Alejandro Magno. Tras la muerte del macedonio sus generales se dividieron un imperio helenizado (en Iraq lo llamaron el Imperio parto) hasta la llegada de los romanos y la partición de su imperio, que tras la irrupción del cristianismo en la parte que ahora nos importa se convirtió en el Bizancio ortodoxo hasta las cruzadas. La irrupción del islam había empezado a instaurar los califatos: el primero de ellos fue el de los Cuatro Califas Ortodoxos; el Omeya con capital en Damasco; el Abbasi, con capital, primero en Kufa, luego en Bagdad, y finalmente en el Cairo; el Omeya de Córdoba; y el Otomano, con capital en Edirne y Estambul. El resto debería ser más conocido. Tras la Gran Guerra los británicos y franceses se reparten las provincias otomanas y dibujan las fronteras de todo Oriente Medio, incluidas las de Iraq, donde sus habitantes en los subsiguientes años se quitaran de encima el dominio y el tutelaje europeo.
El pasado de lo que es hoy los restos de Iraq lo sacaron del subsuelo unos arqueólogos europeos aficionados que a falta de método y organización burocrática aportaron un saber probablemente no del todo apreciado. El espacio temporal son los años que van desde la Ilustración (finales del siglo XVIII) hasta la Gran Guerra (principios del siglo XX). El contexto es el que expresa una incursión de viajantes y exploradores europeos en tierras desconocidas y exóticas que pretendían agrandar el conocimiento científico del momento, abanderando un imperialismo incipiente, en este caso en las entrañas de una serie de provincias del Imperio otomano. Empezaremos por mencionar al francés Paul Émile Botta que fue el primer europeo que empezó a excavar los restos de la cultura asiria en la colina de Korsabad. Pensaba haber encontrado la mítica ciudad asiria de Nínive. De entre los guijarros que este estupendo aficionado encontró aparecieron multitud de ladrillos con una escritura desconocida. Se trataba de la escritura cuneiforme, probablemente la primera de la historia, compartida en toda la región y de un uso milenario que descifraron el alemán Georg Friedrich Grotefend y el británico Henry Creswicke Rawlinson. Pero todo estaba aún por hacer. Austen Henry Layard, inspirado en Las Mil y Una Noches, siguió los pasos de Botta excavando con sus trabajadores en las colinas y encontró una gigantesca cabeza de león alado esculpido en alabastro. Siguió excavando y surgieron nuevas esculturas. Había encontrado sin saberlo los restos del palacio de Asurnasipal II en la colina de Nimrod que dará nombre a una verdadera ciudad llena galerías. Layard no tuvo suficiente y decidió emprender más excavaciones, esta vez en la colina de Kuyunjik, muy cerca de Mosul, a la orilla del Tigris. Su piqueta volvió a dar con algo, la capa de ladrillos con la se encontró le llevó a una sala franqueada por animales alados: había dado con nueve habitaciones del palacio de Senaquerib, un temible y terrible rey del imperio asirio.
Layard entonces encontró en la colina de Kuyunjik una gigantesca biblioteca con treinta mil volúmenes en placas de arcilla que Asurbanipal mando llenar para leerla él mismo. Estos predecesores de los libros contenían todos los conocimientos de la época sobre todo sobre la magia, las creencias oscuras y la hechicería, pero tampoco faltaban obras de medicina, filosofía, astronomía, matemáticas y filología. Su sucesor Hormuz Rassam empezó a enviar a Inglaterra centenares de estas placas de arcilla, y entre las listas de reyes, anotaciones históricas, noticias políticas, poesías, cantos épicos, leyendas mitológicas e himnos, George Smith empezó a descifrar la Epopeya de Gilgamesh. La historia que hablaba del enfrentamiento y posterior amistad de Gilgamesh con Enkidu hasta que este segundo muere, y el primero decide emprender un viaje para buscar la inmortalidad y encuentra a Ut-napisti, el antepasado común de todos los humanos. Le faltaban fragmentos por lo que decide aprovechar una oportunidad para ir a buscarlos y sorprendentemente los encuentra. ¿Qué contaban estos 384 fragmentos de arcilla? Hablaban de un gran diluvio muy parecido al que protagoniza Noé y su familia en el libro del Génesis en la Biblia. Ut-napisti es advertido en sueños por el dios Ea de la intención de los dioses de imponer un castigo a la humanidad, una gran inundación, por lo que nuestro protagonista decide construir un barco para salvarse él, su familia, artesanos de todos los oficios, y todo tipo de animales. No cabía duda el texto bíblico contaba algo muy parecido.
Todavía faltaba más. El alemán Robert Koldewey mandó excavar el lado oriental del Kasr (castillo) de Babilonia, ciudad construida y destruida, y nuevamente reconstruida a lo largo de los siglos. Lo primero que encontró fueron las inmensas murallas babilónicas de las que habla el Heródoto comprobando que el griego apenas había exagerado sus dimensiones. Koldewey descubrió que Babilonia había sido la ciudad más grande de todo Oriente Medio. Había dado con la ciudad de Nabucodonosor. Koldewey encontró una extraña construcción abovedada hecha de ladrillos y piedra sillar que contenía tres pozos. El uso de la piedra sillar en Babilonia es mencionado por Josefo, Diodoro y Ctesias, solo en un caso: en el de los legendarios jardines colgantes de Semíramis. Nuevamente la leyenda se hacía realidad. Pero Babilonia fue sobre todo conocida por una singular construcción que se alzaba hacía los cielos y que según la Biblia terminó por provocar a los hombres la confusión de las lenguas. Koldewey encontró los cimientos de la Torre de Babel, conocida bajo el nombre de Etemenanki, destruida ya en tiempos de Hammurabi. La torre nos cuenta Heródoto se levantaba formando terrazas inmensas: ocho torres colocadas una encima de la otra, cada vez más estrechas, hasta que en la más alta se hallaba el templo. Este tipo de torres llamadas zigurat se encontraba en la mayoría de las ciudades, y eran la expresión de un gran centro religioso para sus habitantes, y para el propio dios Marduk que aparecía cada noche en el templo de la cima para yacer con una mortal.
Había un pueblo mucho más antiguo conocido bajo el nombre de los sumerios que habitaba la parte más meridional de Mesopotamia y del que se sabe que venía del exterior pero se desconoce su origen. Samuel Noah Kramer descifrador de multitud de tabillas de arcilla (podéis consultar La historia empieza en Sumer) nos muestra una serie de temas que empezaron a tratarse en esta antigüedad y que siguen siendo validos hoy en día: desde las primeras escuelas, el primer caso de soborno, el primer caso de delincuencia juvenil, la primera guerra de nervios, el primer libro de leyes, la primera farmacopea, y un largo etcétera. Los sumerios crearon si no el primer centro urbano (parece que Jericó, Mohenjo Daro, y Ain Ghazalsi serían anteriores) uno de los primeros: llamaron a esta ciudad Ur de donde procede el término urbe o centro urbano. Los sumerios se terminaron mezclando con los acadios y éstos más tarde con los babilonios. Ryszard Kapuscinski contemplando los restos de la ciudad de Persepolis llega a la conclusión que cuando más grandes e imponentes son este tipo de construcciones más hombres han hecho falta para levantarlas y por lo tanto más duro y terrible ha sido el régimen que las he hecho posible. Mucho de lo descubierto por todos estos románticos arqueólogos terminó en los principales museos europeos (entre otros en el Museo Británico de Londres, el Louvre de Paris, y el Museo de Pérgamo en Berlín). Fue un gran expolió justificado en su momento por un afán de conocimiento y conservación del pasado de países inestables y conflictivos. Los frisos del Partenón ateniense realizados por Fidias aunque en Atenas les espera un nuevo museo siguen estando en el Museo Británico. Muchos frente a la barbarie del Estado Islámico de estos días volverán a pensar que el pasado iraquí tiene que estar en un museo occidental, cuando probablemente, los que tienen que estar en un museo sean los miembros del Estado Islámico.
No. Los del Estado Islámico no son unos ignorantes. Simple y llanamente renuncian a un pasado que los europeos en nuestra concepción del desarrollo de una pretendida civilización universal nos hemos apropiado. Nosotros pensamos que tanto en Mesopotamia como en el Egipto faraónico se inició un proceso que influenció tanto a las polis griegas como al mundo romano, que llenó de contenido al judaísmo y al cristianismo. Para luego hacer el camino de vuelta. Estos musulmanes piensan por el contrario que su fe nada debe ni al pasado ni a otros pueblos. Hacen tabla rasa desde el momento en que el profeta Mahoma empezó su predicación. Los del Estado Islámico nos golpean porque nosotros pensamos que nuestra civilización empieza en Sumer y termina en Nueva York. Cada cual que saque sus propias reflexiones.
Bibliografía
– Ceram, C.W. (1995) Dioses, tumbas y sabios. Ediciones Destino. Barcelona.
– Heródoto (2006) Historia. Cátedra. Letras Universales. Madrid.
– Kapuscinski. Ryszard (2006) Viajes con Heródoto. Editorial Anagrama. Crónicas. Barcelona.
– Kramer, Samuel Noah (1985) La historia empieza en Sumer. Ediciones Orbis. Barcelona. Biblioteca de Historia.
– Sanmartín, Joaquín; Serrano, José Miguel (2006) Historia Antigua del Próximo Oriente. Mesopotamia y Egipto. Akal textos.
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 9 Marzo 2015.