Viajar con la maleta llena – por Adrià Castellón

Viajar a lugares llamados exóticos siempre nos recuerda a las aventuras de exploradores de siglos pasados, una búsqueda de momentos e imágenes exclusivas, de expresiones de autenticidad sin parangón. ¿Hasta qué punto nos alejamos de su contexto? Nos acercamos a esos mundos con la maleta llena de privilegios, al igual que hicieron nuestros antecesores, las conexiones que se establecieron entonces no han cambiado sustancialmente, más bien son la herencia perversa de lo que una vez fueron.

Paseaba por la Langue de Barberie, un barrio de la ciudad senegalesa de St. Louis. Yo vestía una camisa blanca y unos pantalones cortos, atuendo que quieras o no te recuerda a fotógrafos y viajeros distinguidos, supongo que era una manera de juntar-me espiritualmente con ellos.

En este barrio de la antigua capital colonial viven todos los pescadores de la ciudad, ya que queda entre el río y el mar, barrio humilde, que hierve de vida. Al llegar, despierto miradas, con mi cámara de fotografía y doblemente blanco, no podía alejar a los curiosos, que sin tregua me pedían dinero, balones de futbol o incluso pasajes hacia Europa.

Al principio no me lo tomé a mal, ya me había pasado. Seguí caminando, hacia la parte más alejada del centro, quería hacer alguna fotografía a las coloridas canoas que se apiñaban en la orilla. Sin embargo cada vez que sacaba la cámara de la funda los habitantes me miraban aún peor, o me gritaban que no les hiciera fotografías, o que en todo caso les diera dinero por ellas. Si alguien quisiera hacerme una fotografía cuando estoy en un bar con mis amigos también me parecería raro, incluso le diría que no. Me imagino que con el aluvión de turistas que pasan por allí han desarrollado menor sensibilidad hacia los blancos forasteros.

Poco a poco las miradas empezaron a incomodarme, me sentía acosado, como si no tuviera que estar allí. Los niños seguían pidiéndome balones de futbol. Sus reacciones ante mis negativas eran más agresivas, insistían varias veces o se pegaban a mí. Hasta que decidí sentarme a contemplar el río, que tensión respiraba en el amiente. Un grupo de niños de diez años se acercaron a mí, querían un balón, o dinero, o mi cámara, les dije que no una y otra vez, les dije que se fueran, hasta que finalmente me levanté y me fui.

Cuando caminaba hacia el sur oí unas risotadas, y de golpe un palo cayó cerca de mí. Algunos hacían como que no hubieran hecho nada, los otros corrían calle arriba, y yo con cara de tonto y el tronco en la mano.

Aquello me fulminó,¿ por rabia hacia los niños? Al fin y al cabo yo me paseaba con una cámara réflex por su barrio y no les quería dar unos céntimos, unas carcajadas era lo mínimo que les podía ofrecer. Aun así sentí el privilegio de poder enfadarme, quejarme de aquellos vándalos, me enfurecieron, les grité. Yo no había hecho nada para molestarles, o al menos eso pensé.

Pero la escena aglomeraba mucho más, al fin y al cabo representábamos una relación colonial. Aunque parezca que ellos y yo estuviéramos en mundos paralelos, no es así, jugamos en el mismo, pero en dos lados opuestos. La historia me cayó como un cubo de agua fría, me sentí blanco, en Europa jamás me había sentido como tal.

Unos dando, o negando, otros pidiendo o replicando. No se puede pasar por alto que los viajeros contemporáneos somos los hijos de los conquistadores de antaño, que los españoles viajen por Malasia pero que los senegaleses no lo hagan por Escandinavia no es una coincidencia, ¿será inercia colonial?

El viaje no puede ser alieno a nuestro pasado común y colonial, donde hay unos privilegiados y otros expoliados. El palo que me lanzaron los niños no me dio, supongo que representará un cinismo perverso entre colonos y colonizados.

Seguimos una lógica que nos es dada, en la que respetamos el pasado que nos ofrecieron, de una forma naïve. Para llegar a sentir el viaje y las contradicciones que nos encontraremos deberíamos encarnar las relaciones históricas que se han dado, ser conscientes de que sujeto histórico representamos. Este nos explica, relata la forma en que estamos en el mundo y en la que estamos con el resto. Sentir el peso que llevamos en la maleta y hurgar bien, para al menos actuar de una forma consciente con ello.

Adrià Castellón Allué. Liege, Belgica
Colaborador, El Inconformista Digital.

Incorporación – Redacción. Barcelona, 13 Febrero 2015.

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