Supongamos que naces en un país perdido en los confines del mundo, asolado por la guerra durante más de treinta años, con una sociedad replegada en la tradición, y le añades que tu sexo es el de una mujer, que intenta sobrevivir. Este es el escenario en el que se han movido Gervasio Sánchez y Mònica Bernabé y que nos han traído en una exposición fotográfica que aún estáis a tiempo de visitar en el Palau Robert de Barcelona.
La historia reciente de Afganistán es un cúmulo de despropósitos que ya fueron apuntados por Rudyard Kipling y John Huston respectivamente en El hombre que pudo ser rey y en El hombre que pudo reinar. La injerencia cruzada de los británicos, los soviéticos y los norteamericanos ha intentado transformar este país, y ha fracasado estrepitosamente. Tierra recóndita e indómita, sin líneas de separación más allá de las existentes en los mapas con el Pakistán (desgajado de la India británica tras la independencia), estuvo nominalmente bajo la égida de la dinastía de los Mohammadzai desde 1838 hasta 1973, y bajo la orbita de los británicos gran parte de este tiempo, hasta principios del siglo veinte cuando el país obtuvo su independencia. Después de una efímera república, entre 1973 y 1978, que puso punto y final a la monarquía, las élites del país y el ejército abrazan el comunismo y entran en la orbita de Moscú. Proyecto que será tanto posible como frustrado por la Guerra Fría entre las dos superpotencias.
El recorrido que se nos presenta en estas mujeres de Afganistán se inicia con unas aparentemente inocentes imágenes nupciales. El rostro de estas mujeres esconde detrás los matrimonios concertados, una realidad frecuente en muchos países, no siendo extraña la disparidad de edad entre los cónyuges. El amor aquí queda desplazado por el acuerdo entre familias: normalmente el hombre que ofrece más dinero en forma de dote por la novia es el que la obtiene. De ahí que podamos deducir que las hijas para las familias afganas puedan representar una inversión y el matrimonio uno de los motores económicos de la sociedad. La ley aprobada por el Parlamento afgano en contra de la violencia hacía la mujer, y el derecho islámico, mantienen que el matrimonio no tiene validez si uno de los dos conyugues no da su consentimiento, pero la realidad es muy distinta: en los últimos tiempos (en el año 2008 según UNICEF) más de la mitad de mujeres con menos de dieciséis años han sido obligadas a casarse en este país.
Parte indisociable del matrimonio es la maternidad. Las mujeres afganas tienen la importante función de la procreación. Si el matrimonio es la institución más importante de la sociedad afgana, la maternidad está indisolublemente asociada a la misma. Las mujeres afganas tienen el máximo número de hijos posible, teniendo el país la tasa de natalidad más alta del mundo: en una sociedad eminentemente rural cuanto más hijos más fuerza de trabajo.
Romper con el sistema es muy difícil porque este viene heredado durante generaciones, siendo las mujeres en muchos casos las que lo reproducen. Frente a esto a las mujeres que no aceptan su situación les queda la huida de su familia pero esto está mal visto, y existe siempre la sospecha en las más jóvenes de las relaciones sexuales fuera del matrimonio, y en las casadas del adulterio. Y esto sí es delito. Por lo que muchas mujeres terminan en la cárcel. Si a la pobreza generalizada, sumamos el matrimonio forzado, y en muchos casos los malos tratos, la mujer afgana puede llegar a evadirse en el consumo de estupefacientes. No en balde casi la totalidad de opio del mundo se produce en Afganistán y es muy frecuente que tanto hombres como mujeres lo consuman. En los casos más extremos las mujeres pueden llegar a lesionarse prendiéndose fuego para llamar la atención o por pura desesperación (según fuentes gubernamentales 2.500 mujeres se suicidaron en el 2013). Toda una deshonra que la familia esconde.
El régimen comunista de Kabul quería transformar la sociedad y la economía afganas con una legislación que emancipaba a la mujer y con una reforma agraria pero encontró la oposición de los jefes tribales. Este fue el inicio de una guerra civil que se complicó con la invasión del Ejército Rojo que entró a saco en el país para apoyar al régimen de Kabul. Esta guerra que muchos han querido ver de liberación nacional, que se produce poco después de la revolución islámica en Irán (que alertó en sobre manera a Moscú y a los Estados Unidos), fue la última contienda de la Guerra Fría y la tumba de la Unión Soviética. Mientras los soviéticos querían cortar de raíz la propagación del islam político en el corazón del Asia Central, los norteamericanos hicieron posible la creación de un islamismo político fundamentalista sunita que se oponía tanto a los soviéticos como a los chiítas de Irán. Los muyahidines que derrotaron al Ejército Rojo estaban armados por los norteamericanos, asesorados por los servicios secretos pakistaníes, y financiados por Arabia Saudita. Entre estos grupos de muyahidines estaba el germen de una organización islamista liderada por un desconocido Osama Bin Laden, que años después precipitará nuevos cambios en toda la región. Tras la retirada soviética las trifurcas por el poder entre los señores de la guerra que ejercen de jefes tribales hacen ingobernable Afganistán. Este momento es aprovechado por los talibanes para tomar el poder, siendo vistos por muchos afganos en un primer momento como unos libertadores. Este grupo fundamentalista formado en la ciudad pakistaní de Peshawar impone una interpretación rigurosa de la sharia, llevando al país a una edad oscura con todo tipo de prohibiciones, haciendo desaparecer cualquier signo de modernidad. El resto ya es más conocido. Tras los atentados del 11 de Septiembre de 2001 una coalición liderada por los Estados Unidos, primero bombardea todo el territorio y después lo invade con el soporte de la Alianza del Norte, manteniendo una guerra permanente con todo aquel que mantenga resistencia, y poniendo en el poder a los señores de la guerra. Aquellos que habían contribuido a la derrota del Ejército Rojo, que tanta sangre habían derramado, en la actualidad son los que ocupan la mayoría de escaños en el Parlamento.
La situación de la mujer desde la caída del régimen comunista en manos de los muyahidines y después en los talibanes fue un descenso en todo tipo de derechos y un ascenso en prohibiciones: les prohibieron trabajar fuera de casa, estudiar, y recibir asistencia médica. Este tipo de medidas, que quedan simbolizadas en la obligatoriedad de vestir el burka, los talibanes las justificaban de una forma paternalista por el bien de la mujer para proteger su honor y su propia vida en un momento en que la violación, el secuestro y el abuso de las mujeres se habían convertido en algo habitual. La expulsión de los talibanes del poder por la coalición internacional y de los señores de la guerra ha traído una serie de derechos para las mujeres sobre el papel como son la igualdad ante la ley del hombre y la mujer (Constitución del 2004), la recuperación del derecho al voto y a la practica política. Se ha llegado a establecer un sistema de discriminación positiva en función de cuotas para garantizar la representación femenina en el Parlamento y en los consejos provinciales (en las elecciones de 2010 se eligieron 69 mujeres como diputadas). La Ley, antes mencionada, para la eliminación de la violencia sobre mujer tipifica veintidós situaciones de violencia contra las mujeres y prevé castigos para los infractores, pero en muchas ocasiones los fiscales y los tribunales, por desconocimiento o por no estar de acuerdo, no aplican esta ley.
La situación en general en Afganistán no es nada halagüeña y lo es peor para las mujeres. Mientras exista presencia internacional en el país, incluida la militar, mal que bien sobre el papel se escenifica un proceso transitivo que por fuerza debe terminar integrando a todas las fuerzas políticas, en un proyecto compartido. Sin embargo la retirada de la presencia internacional puede llegar a borrar de un plumazo los avances políticos por una nueva lucha por el poder. El problema no se encuentra en mi opinión en la debilidad del sentimiento del pertenencia afgano si no en la imposición de unos sobre otros liderados por los señores de la guerra que tienen las manos manchadas de sangre. Algo parecido sucede con los derechos humanos. Normalmente en occidente solemos pensar que los derechos humanos son inherentes a las personas y universales cuando en realidad son una creación occidental bienintencionada bastante reciente, que con nuestra influencia y convencimiento, se han extendido en gran parte del mundo. En Afganistán es frecuente la transgresión de los derechos humanos más elementales pero también hay otra realidad diferente que viene dada por tradición que aunque nos pueda parecer horrible es la que han heredado por generaciones. Cambiar eso presupone cambiar en gran medida su sistema cultural y esto, con más o menos asesoramiento, es una labor que deben llevar a cabo, si es que lo desean, los propios afganos.
El recorrido que se nos presenta en la exposición, ideada por la Asociación para los Derechos Humanos en Afganistán (ASDHA), Dones, Mujeres, Women, Afganistán, de la mano de las fotografías de Gervasio Sánchez y los textos de Mònica Bernabé, es un descenso hacía lo más profundo de esa sociedad que merece la pena conocer.
Más información: La difícil situación de la mujer en Afganistán, Palau Robert
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 6 Enero 2015.