Nos encontramos en la época del año en la que las sonrisas de los tuyos son el reflejo de la felicidad; en la que no paras de comer o de beber, en la que te reencuentras con viejos amigos, y en la que las calles parecen tener vida propia con pequeñas luces que iluminan todo un camino de sueños y alegrías; dulces voces de niños resuenan en alguna parte mientras caminas, mientras observamos las lágrimas de una madre que recibe a su hijo entre gritos, que se fue para buscar una mejor vida en otro país, o la chispa de ilusión e inocencia que irradia las pupilas de una niña que ha recibido su primer regalo, de los muchos que tendrá durante estas fiestas. Porque somos así. Nos convertimos en auténticos fanáticos de la Navidad, comprando, gastando y consumiendo, quizá por darnos un capricho a nosotros mismos, o quizá por hacer felices a aquellos a los que queremos, aunque la situación económica no sea la más idónea. Pero por unos días, obviamos esos detalles que nos quitan el sueño el resto del año, como la crisis, el no llegar a fin de mes, el paro, o buscar ofertas de empleo como si nos fuese la vida en ello, y los cambiamos por la ilusión, los regalos, el consumismo, la comida, los viajes…
Sin embargo, no hay que irse muy lejos para comprobar que esa ficción de felicidad que nosotros convertimos en realidad una vez cada 365 días, no es igual para todo el mundo. En medio de programas especiales de Navidad, donde subastan la alegría, y parecen regalar el dinero, para que la ilusión no se acabe en los hogares antes del 6 de enero, podemos ver, si nos fijamos con mucha atención, el atisbo de las malas noticias que parecen no tener fin ni en la época en la que todos sonreímos. Lugares en los que no hay nada que celebrar, porque familias enteras lo han perdido todo. Puntos en el mapa víctimas de atentados, de catástrofes, de pobreza, de desgracias. Cabe preguntarse por qué pasamos horrorizados todo el año con las tragedias sin descanso que día a día se suceden, que no tienen tregua, mientras que llegado el día 24 de Diciembre, todo lo que nos parece importar no sale de las cuatro paredes en las que nos encontramos.
Parece irónico, e incluso catastrófico que en muchos hogares se gasten kilos y kilos de comidas, y que lo que pidamos por Navidad sean iPhones o videojuegos, mientras que en otras partes del mundo, lo que pide un niño es un simple plato de macarrones, o lo que desea una madre es que le devuelvan a su hija, asesinada en un atentado de un coche bomba. Nuestra mente parece haber quedado nublada por una oleada de luces, canciones, regalos, y bombones, una nube de pegajosa superficialidad de la que no podemos salir hasta llegada la segunda semana de enero, sin ser conscientes de nada de lo que sucede a nuestro alrededor, sin ser conscientes de que la violencia no cesa, la pobreza no se para por nada ni para nadie, ignorando los gritos de una persona que puede ser tu vecino al que están echando de su casa a golpes, ocultado por los villancicos que suenan a todo volumen en un reproductor de música.
Es cierto que en la mayoría de los casos, no está en nuestras manos la posibilidad de parar los sucesos tristes que inundan día a día las portadas de los periódicos; no podemos evitar que el Estado Islámico siga asesinando a inocentes, que Estados Unidos vuelva a estar asolado ahora por el racismo fruto de un odio irracional, ni sencillamente podemos evitar que los accidentes de tráfico tengan lugar en estas fechas tan señaladas. Lo único que podemos y que deberíamos hacer, es salir de la cápsula en la que nos encerramos por ser ‘fiestas’, y tomar conciencia de lo que sucede a nuestro alrededor, y darnos cuenta de que, por mucho cava o vino que tomemos, el dolor de muchas personas, no cesa. Puede que solo haga falta que la chispa que lo ilumina todo estos días, sea la chispa que nos mueve a seguir reivindicando nuestros derechos, a seguir rompiendo las cadenas que nos atan y no impiden tener el futuro que merecemos. Puede que solo tengamos que disfrutar de estas fiestas, sin olvidar todo aquello que sucedió el año que dejamos atrás, y quitarnos la venda que algunos nos colocan, que nos quiere cegar y hacer dejar atrás aquello por lo que ayer luchamos.
Ana Belén Ramos Delgado. Arroyo de la Luz, Cáceres.
Cartas de los lectores. El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 26 Diciembre 2014.
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