Muchos creemos que la lotería sólo se vive en Navidad. Los sueños, los deseos, las alegrías y las penas se consuelan el día 22 de diciembre tras el azar de unas bolitas juguetonas que sonríen al unísono para dar unos premios cuantiosos a los más necesitados. Tras la rifa para muchos sólo queda el día de la salud. ¿Pero qué pasa para los que no disponen de ese aventurado tesoro? Pues si quieren que les diga la verdad, puede ser que el enfermo se consuele con el dicho de siempre: hay otros peores que yo.
Este año la televisión nos ha brindado un spot publicitario sobre la lotería nacional donde se expone la solidaridad, la amistad, la honradez y la calidez que debe tener estas fechas tan señaladas. El protagonista del anuncio es un señor maduro, arrugado, supongo que por los maltragos de la vida en estos tiempos de crisis, perfil de desempleado, con unos ingresos escuálidos que no le permiten ni el más mínimo gasto, por la cual cosa no puede comprar un décimo de lotería. Es una historia en realidad triste, desangelada, sólo agraciada cuando el dueño del bar, sabedor de la situación por la que está pasando el amigo, decide guardarle un décimo, que resulta que ha sido premiado con el gordo, por si acaso. Este por si acaso, me hizo llorar la primera vez que lo ví, la segunda me crispó el alma, y a la tercera empezó la reflexión.
¿Cuántos años de crisis llevamos? cuatro, cinco, ya ni me acuerdo. ¿Cuántas personas han sucumbido a las miserias del crack económico? Sólo me salen cifras, no me salen nombres, no me salen historias, no me salen las caras de las personas que sufren cada día la penuria de una sinrazón y un autismo por parte de la Administración que espera que sea el amigo, el vecino, la asociación, la comunidad, la suerte la que saque las castañas del fuego a los pobres que piden a las altas esferas y que reciben como contestación: no hay dinero.
La solidaridad es una actitud muy buena en una sociedad civilizada. Siempre nos han enseñado que tenemos que ayudarnos los unos a los otros. Pero también nos informaron que el Estado es garante de una protección a los más necesitados.
Durante estos años de crisis no he visto esta garantía ni ganas de ofrecerla. Tan sólo he observado mentiras dolorosas tras una pantalla de cristal y a sus políticos parapetados en burdas falacias vestidas de brotes verdes que nunca acababan de arrancar de una tierra yerma.
Tan sólo mencionaré algunos ejemplos de la desidia e insensibilidad de nuestro Gobierno para con los más desamparados: pobreza energética, ley de dependencia, desahucios, comedores sociales y escolares, Sanidad, y Educación
Ejemplos todos ellos con caras, ilusiones, miedos, dudas, impotencia. A todos ellos les gustaría tener el noble amigo del bar que se acuerda y entiende que la situación por la que estamos pasando le puede suceder a cualquiera de nosotros en cualquier momento.
Hay muchas personas abandonadas a su suerte, sin respaldo de las administraciones. Su suerte o mala suerte se juega en un bombo majestuoso de presupuestos aprobados por la mayoría absoluta que juega a ser Dios y Diablo al mismo tiempo. La buena fortuna suena cuando te notifican una ayuda de 400 euros para un desempleado de larga duración, la mala ventura surge cuando te quedas a las puertas de cualquier prestación social aún siendo tu situación dramática.
Mientras tanto en la misma televisión donde el espíritu de la Navidad se cuela en muchos corazones, se desprenden glaciares de corrupción, de dinero público malgastado en tantas indecencias éticas y económicas que hace que la esencia de la Navidad se disipe como el gas de un cava peleón. Con tanta reflexión no se me olvidan los rostros de tantas personas que caminan conmigo cada día. Sus vivencias, sus desgracias también las hago mías. Pero yo no tengo tantos números de lotería para repartir. Ojala tuviera cinco millones de papeletas y en cada una de ellas tocara un trabajo, una ilusión, una esperanza.
Con todo ello invito al Gobierno a realizar unos ejercicios de reflexión, meditación e introspección de sus hojas de rutas que todavía no han empezado a rodar como en un principio dijeron. El desvío ha sido tanto que ya ni ellos mismos reconocen verdades o mentiras; pero su poca o nula pericia han puesto en jaque a millones de ciudadanos que han visto su vida y su futuro en un bombo donde los números no son elegidos al azar.
Esperemos que el año que nos viene sea más equitativo para los más necesitados y para aquellos que les sonríe la fortuna siempre empiecen a tributar como el resto.
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Francisca Bernal Pérez. Viladecans. Barcelona.
Colaboradora, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 17 Diciembre 2014.